En BOLETÍN SEMANAL
​Falsos maestros: La verdadera dificultad, en cuanto a esta clase de falsos profetas, es que al principio uno no se imagina que lo son. Todo es sumamente sutil; tanto es así que el pueblo de Dios puede ser llevado al engaño.

​Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. (Mateo 7:15,16).

En los versículos 15 y 16, y hasta el final de este capítulo, nuestro Señor se ocupa solamente de un gran principio, un gran mensaje. Enfatiza sólo una cosa, la importancia de entrar por la puerta estrecha, y asegurarse de que estamos realmente andando por el camino angosto. Dicho de otro modo, es una especie de refuerzo del mensaje de los versículos 13 y 14. Allí lo plantea en forma de invitación o exhortación, que hemos de entrar por esa puerta estrecha, y caminar y mantenernos caminando por ese camino angosto. Ahora lo expande. Nos muestra algunos de los peligros, dificultades y obstáculos, que salen al paso de todos los que tratan de hacer esto. Pero mientras tanto, sigue enfatizando este principio vital, que el evangelio no es algo que basta escuchar, o aplaudir, sino que hay que aplicarlo. Como dice Santiago, el peligro está en mirar al espejo y olvidar de inmediato lo que hemos visto, en lugar de mirar insistentemente en el espejo de esa ley perfecta, recordarla y ponerla en práctica.

Este es el tema que nuestro Señor sigue subrayando hasta el final del Sermón. Ante todo, lo plantea en forma de dos peligros específicos y especiales que nos salen al paso. Nos muestra cómo tenemos que reconocerlos y, una vez reconocidos, cómo enfrentarlos. Luego, una vez expuestos estos dos peligros, concluye el argumento, y todo el Sermón, planteándolo en una afirmación sencilla, franca, clara, en función de la metáfora de las dos casas, una construida sobre roca y la otra sobre arena. Pero desde el principio hasta el fin es el mismo tema, y el factor común de las tres partes de la afirmación general, es la amonestación terrible acerca del hecho del juicio. Eso, como hemos visto, es el tema que discurre por todo este capítulo séptimo del Evangelio de Mateo y es sumamente importante que nos demos cuenta de ello. El no captarlo explica la mayoría de nuestros problemas y dificultades. Explica el evangelismo superficial e inconsciente tan común hoy día. Explica la ausencia de vida santa que se percibe en la mayoría de nosotros. No es que necesitemos enseñanzas especiales acerca de estas cosas. Lo que parece que todos olvidamos es que la mirada de Dios nos sigue siempre, y que todos caminamos hacia el juicio final. Por esto, nuestro Señor sigue repitiendo esto. Lo presenta en formas diferentes, pero subraya siempre el hecho del juicio, y la índole del juicio. No es un juicio superficial, no es un simple examen de cosas externas, sino una indagación del corazón, un examen de toda la naturaleza. Sobre todo, subraya el carácter definitivo, absoluto, del juicio, y las consecuencias que le siguen. Ya nos ha dicho en los versículos 13 y 14 por qué debemos entrar por la puerta estrecha. La razón es, dice, que la otra puerta es ancha y ‘lleva a perdición’, la perdición que sigue al juicio final en el caso de los impíos.

Nuestro Señor, evidentemente, estaba tan preocupado por esto que constantemente lo repetía. Ello muestra de nuevo la perfección de su método como maestro. Sabía la importancia de la repetición. Sabía lo obtusos que somos, lo lentos que somos y lo dispuestos que estamos a pensar que sabemos algo, cuando en realidad no lo sabemos y en consecuencia lo mucho que necesitamos que constantemente se nos recuerde lo mismo. Todos sabemos la dificultad de recordar estos principios vitales. En épocas pasadas recurrían a toda clase de métodos para ayudarse a hacer esto. Uno encuentra en muchas iglesias anglicanas impresos en la pared los Diez Mandamientos. Nuestros antepasados se sintieron impulsados a hacerlo por haber caído en la cuenta de que todos tendemos a olvidar.

Nuestro Señor, pues, nos recuerda de nuevo estas cosas, ante todo dándonos dos advertencias específicas. La primera es acerca de los falsos profetas. “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”. Lo que deberíamos recordar es más o menos esto. Estamos, por así decirlo, en el umbral de esta puerta estrecha. Hemos oído el Sermón, hemos escuchado la exhortación, y estamos pensando qué hacer. “Ahora —dice de hecho nuestro Señor—, a estas alturas, una de las cosas con las que hay que tener cuidado es el peligro de escuchar a falsos profetas. Siempre están ahí, siempre están presentes, precisamente en el umbral de la puerta estrecha. Ese es su lugar favorito. Si uno empieza a escucharlos está perdido, porque te persuadirán para que no entres por la puerta estrecha, que no andes por el camino angosto. Tratarán de disuadirte para no escuchar lo que te estoy diciendo”. Existe, pues, siempre el peligro de los falsos profetas que presentan esta tentación tan sutil.

La pregunta que se plantea de inmediato es, ¿qué son estos falsos profetas? ¿Quiénes son, y cómo los vamos a reconocer? Esta pregunta no es tan sencilla como parece. Su interpretación está llena de interés y de fascinación. Ha habido dos principales escuelas de pensamiento respecto a esta afirmación acerca de los falsos profetas. Algunos de los grandes hombres en la historia de la iglesia se encuentran en ambas escuelas. La primera es la que dice que aquí se alude sólo a la enseñanza de los falsos profetas. “Por sus frutos los conoceréis”, dice nuestro Señor, y el fruto, nos dicen, se refiere a la enseñanza, a la doctrina, y sólo a eso. Algunos limitarían la interpretación del significado de los falsos profetas solamente a esto. Los expositores protestantes que pertenecen a ese grupo han solido opinar que la iglesia de Roma es la ilustración suprema de esto.

El otro grupo, sin embargo, discrepa totalmente con el primero. Dice que esta referencia a los falsos profetas no tiene nada que ver con la enseñanza, sino que es puramente cuestión de la clase de vida que estas personas viven. Un expositor bien conocido como el Dr. Alexander MacLaren, por ejemplo, dice esto: “No es una prueba para descubrir a herejes, sino más bien para desenmascarar a hipócritas, en especial a hipócritas inconscientes”. Su argumento, que muchos siguen, consiste en decir que este versículo no tiene nada que ver con la enseñanza. La dificultad respecto a estas personas es que su enseñanza es acertada, pero sus vidas están equivocadas, y no son conscientes de que son hipócritas.

Existen, pues, estas dos escuelas de pensamiento, y es obvio que tenemos que tener en cuenta sus formas diferentes de explicar esta afirmación. En último término, no tiene mayor importancia cuál de las dos aceptamos. En realidad, me parece que ambas tienen razón el algo y están equivocadas en algo, y que el error es decir que la exposición verdadera es una o la otra. Con esto no nos hacemos culpables de componendas; simplemente, es una forma de decir que uno no puede explicar satisfactoriamente esta afirmación a no ser que incluya los dos elementos. No se puede decir que sólo es cuestión de enseñanza, y que se refiere sólo a una enseñanza herética, por la misma razón de que no es muy difícil detectar tales enseñanzas.

La mayoría de las personas que poseen un cierto discernimiento pueden detectar a un hereje. Si alguien subiera al pulpito y pareciera que dudase de la existencia de Dios, y negara la divinidad de Cristo y los milagros, de inmediato uno diría que es hereje. Esto no es difícil, y no hay nada sutil en ello. Y sin embargo, como se advertirá, la metáfora del Señor sugiere que existe una dificultad, que hay algo sutil en cuanto a ello. Advirtamos los términos mismos que Él emplea, esa metáfora de la vestimenta de ovejas. Sugiere que la verdadera dificultad, en cuanto a esta clase de falsos profetas, es que al principio uno no se imagina que lo son. Todo es sumamente sutil; tanto es así que el pueblo de Dios puede ser llevado al engaño. Recordemos cómo lo dice Pedro en el capítulo segundo de su segunda Carta. Estas personas, dice, ‘introducirán encubiertamente’ los errores. Parecen personas justas; llevan la vestimenta de ovejas, y nadie sospecha nada falso. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento siempre hacen resaltar esta característica del falso profeta. El peligro verdadero proviene de su sutileza. Toda exposición genuina de esta enseñanza, por consiguiente, debe sopesar debidamente ese elemento específico. Por esta razón, no se puede aceptar como una simple amonestación acerca de los herejes y sus enseñanzas. Lo mismo se aplica al otro grupo. Es obvio que no hay nada que ofenda en la conducta de los falsos profetas. Si fuere así todo el mundo lo reconocería, y no sería sutil ni constituiría ninguna dificultad.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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