En BOLETÍN SEMANAL
Porque yo ya estoy para ser sacrificado y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. ¡Qué forma de morir!!

Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7:24-27).

El Salmo 37:37 dice: “Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz”. No hay nada tan maravilloso en este mundo como la muerte de un hombre bueno, del hombre cristiano. ‘Considéralo’ dice la Biblia. El salmista era ya anciano cuando escribió esto – “Joven fui, y he envejecido”, dice, y ésta es su experiencia, éste es su consejo a los jóvenes: “Considera al íntegro… porque hay un final dichoso para el hombre de paz”. Muchos parecen pasarlo muy bien en este mundo, pero su final no es en paz. ¡Pobre criatura! no se ha preparado para ello, no es consciente de que se va, se agarra a lo que sea, y no muere en paz. O escuchemos esta porción del salmo 112:7: “No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová”. No tiene miedo de las pestilencias, no tiene miedo de que lleguen las guerras, no tiene miedo ni siquiera de las malas noticias. No dice: “¿Qué vamos a hacer mañana por la mañana?” Nunca -”su corazón está firme, confiando en Jehová”. Escuchemos también estas palabras magníficas de Isaías 28:16: “El que creyere, no se apresure” o, si se prefiere, “El que creyere no será confundido, el que creyere no será tomado por sorpresa”. ¿Por qué? Porque ha prestado atención, se ha venido preparando, de modo que, sea lo que fuere lo que le llegue, tiene fundamento sólido. No tiene prisa, nunca se apresura.

 Nuestro Señor mismo lo ha enseñado perfectamente en la parábola del sembrador. Nos dice que el falso creyente “no tiene raíz en sí”. Resistió por un tiempo, pero cuando llegó la persecución, todo se acabó. “El que fue sembrado entre espinas, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo, y el engaño de las riquezas ahogan, la palabra, y se hace infructuosa”. La enseñanza de la Escritura a este respecto es inacabable. Esto es algo que se enseña de forma positiva en la Biblia, y que la experiencia cristiana confirma. Leamos de nuevo el relato de aquellos primeros cristianos que, al ser perseguidos, e incluso condenados a muerte, daban gracias a Dios de que los hubiera conservado dignos de sufrir por su Nombre.

Poseemos esos grandes relatos de los primeros mártires y confesores, quienes aún en medio de las fieras del circo, alababan a Dios. Lejos de lamentarse, Pablo, al escribir a los filipenses desde la cárcel, da gracias a Dios por su encarcelamiento, porque le da la oportunidad de predicar el evangelio. Incluso podía soportar la traición de falsos amigos. Se sentía perfectamente estable y sereno en medio de todo, e incluso podía mirar a la muerte de frente y decir que era placentera, porque significaba ir a “estar con Cristo; lo cual es muchísimo mejor”. Les hablaba a los corintios de que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”.

Leamos 2 Corintios 4; leamos la lista de sus pruebas y tribulaciones y a pesar de todo esto puede decir estas palabras. Luego escuchémoslo, ya anciano, de nuevo frente a la muerte, sabiendo que ya llegaba: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. ¡Qué forma de morir! Así ha sido siempre a lo largo de los siglos, desde el tiempo en que Pablo escribió estas palabras. Los cristianos han venido repitiendo estas experiencias en su vida. Leamos las historias de los santos, leamos las historias de los mártires y confesores, leamos lo que se dice de aquellos hombres que subieron al patíbulo sonriendo, predicando desde las llamas que los rodeaban. Son los episodios más valiosos de toda la historia. Leamos de nuevo los relatos acerca de los que firmaron el pacto de la reforma religiosa, de los grandes puritanos y de muchos otros.

La enseñanza, pues, se resume en esto; sólo los hombres que han hecho estas cosas, de las cuales nuestro Señor habla en el Sermón del Monte, poseen estas experiencias. El cristiano falso descubre que cuando necesita ayuda, consideraba que la fe no le ayuda. Le abandona cuando más lo necesita. No queda ninguna duda respecto a esto. El factor común en la vida de todos los que han podido enfrentarse con las pruebas de la vida de forma triunfal y gloriosa, es que han sido siempre hombres que se han entregado para vivir el Sermón del Monte. Este es el secreto del ‘hombre perfecto’, del hombre ‘justo’, del hombre ‘bueno’, del hombre ‘cristiano’. Así pues, si queremos poder hacer frente a estas cosas, como Pablo lo hizo, debemos tratar de vivir como Pablo vivió. No hay otra forma; todos se adaptaron a la misma pauta.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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