En BOLETÍN SEMANAL
​​Un corazón centrado en Dios:
Para los cristianos orar es como respirar. Tú no tienes que pensar para respirar porque la atmósfera que nos rodea ejerce presión sobre los pulmones y lo fuerza a respirar. Por eso es más difícil aguantar la respiración que respirar. Asimismo, cuando naces en la familia de Dios, entras en una atmósfera  espiritual en la que la presencia y la gracia de Dios ejercen presión o influencia sobre tu vida. La oración es la respuesta normal a esa presión. Como creyentes, todos hemos entrado en la atmósfera divina para respirar el aire de la oración. Sólo entonces podremos sobrevivir a la oscuridad de! mundo.

Desafortunadamente, muchos creyentes aguantan la respiración espiritual por largo tiempo, pensando que breves momentos con Dios son suficientes para permitirles sobrevivir.

Pero esa restricción en e! consumo espiritual es causada por sus deseos pecaminosos. El hecho es que todo creyente debe estar continuamente en la presencia de Dios, respirando constantemente sus verdades para ser completamente funcional.
Debido a que para varios de nosotros, la sociedad es libre y próspera, es más fácil que los cristianos se sientan seguros presumiendo de la gracia de Dios que dependiendo de ella. Demasiados creyentes se quedan satisfechos con las bendiciones físicas y tienen muy poco deseo de las bendiciones espirituales.

Al haberse vuelto tan dependientes de sus recursos físicos, sienten poca necesidad de los recursos espirituales. Cuando los programas, métodos y dinero producen resultados impresionantes, hay una inclinación a confundir el éxito humano con la bendición divina. Los cristianos pueden en realidad comportarse como humanistas practicantes, viviendo como si Dios no fuera necesario. Cuando esto sucede, el anhelo apasionado por Dios y el necesitar su ayuda harán falta, junto con el otorgamiento de su poder. A raíz de este peligro grande y común, Pablo instó a los creyentes a orar «en todo tiempo» (Efe. 6:18) y a perseverar «siempre en la oración» (Col. 4:2). La oración continua, persistente e incesante es parte esencial de la vida cristiana y fluye de la dependencia de Dios.

LA FRECUENCIA DE LA ORACIÓN
El ministerio terrenal de Jesús fue sorprendentemente breve, apenas tres años. Sin embargo en esos tres años, como debió haberlo sido en sus años previos, pasó gran cantidad de tiempo en oración. Los Evangelios informan que Jesús tenía por costumbre levantarse temprano en la mañana, antes del amanecer, para tener comunión con su Padre. En la noche, con frecuencia
iba al monte de los Olivos o algún otro lugar tranquilo para orar, generalmente a solas. La oración fue el aire espiritual que Jesús respiró cada día de su vida. Él practicó una comunión interminable entre él y el Padre. Él instó a sus discípulos a hacer lo mismo, y les dijo: «Velad, pues, en todo tiempo, orando que tengáis fuerzas para escapar de todas estas cosas que han de suceder» (Luc. 21:36).

La iglesia primitiva aprendió esta lección y mantuvo el compromiso de Cristo de orar continua e incesantemente.
Incluso antes del día de Pentecostés, los 120 discípulos se reunieron en el aposento alto y «perseveraban unánimes en oración» (Hech. 1:14). Esto no cambió incluso cuando 3.000 fueron añadidos a la iglesia en el día de Pentecostés (Hec 2:42).

Cuando los apóstoles fueron guiados a estructurar la iglesia para que el ministerio se pudiera cumplir de manera efectiva, ellos dijeron: «continuaremos en la oración y en el ministerio de la palabra» (Hec. 6:4).
A lo largo de su vida, el apóstol Pablo fue ejemplo de este compromiso con la oración. Lee las bendiciones en varias de sus epístolas y descubrirás que orar por sus compañeros creyentes era su práctica diaria. A los creyentes romanos les dijo:
«Porque Dios… me es testigo de que sin cesar me acuerdo de vosotros siempre en mis oraciones» (Rom. 1:9, 10; cf. 1 Cor. 1:4; Efe. 5:20; Fil. 1:4; Col. 1:3; 1 Tes. 1:2; 2 Tes. 1:3, 11; Film. 4). Sus oraciones por los creyentes a menudo lo mantenían ocupado «día y noche» (1 Tes. 3:10; 2 Tim. 1:3).

Puesto que oró por ellos continuamente, Pablo fue capaz de exhortar a sus lectores a orar de esa manera también. Instó a los tesalonicenses a orar «sin cesar» (1 Tes. 5:17). Mandó a los filipenses a dejar de estar afanosos y en cambio presentar «vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Fil. 4:6). Animó a los colosenses a perseverar «siempre en la oración, vigilando en ella con acción de gracias» (Col. 4:2; cf. Rom. 12:12). Y para ayudar a los efesios a armarse para combatir con las tinieblas espirituales del mundo que los rodeaba, dijo: «orando en todo tiempo en el Espíritu con toda oración y ruego, velando con toda perseverancia y ruego por todos los santos» (Efe. 6:18). La oración incesante y constante es esencial para la vitalidad de la relación de un creyente con el Señor y su capacidad de funcionar en el mundo.
 
 Aunque ciertas posturas y momentos específicos apartados para la oración tienen una relación importante con nuestra comunicación con Dios, «orar en todo tiempo» obviamente no significa que tengamos que orar de maneras formales o notorias cada minuto que estemos despiertos. Y no quiere decir que tengamos que dedicarnos a recitar patrones y formas ritualistas de oración.   «Orar sin cesar» básicamente se refiere a la oración que vuelve a suceder, no a hablar sin parar. Por lo tanto debe ser nuestra manera de vivir, debemos tener constantemente una actitud de oración.

El famoso predicador del siglo XIX, Charles Haddon  Spurgeon, ofrece esta imagen vívida de lo que significa orar en todo tiempo: Como los caballeros de antaño, siempre en guerra, no van siempre en sus corceles corriendo hacia delante con sus lanzas listas para derribar a un adversario, pero siempre van con sus armas donde las podían alcanzar rápidamente, y siempre listos a ser heridos o morir por la causa que defendían. Esos guerreros rudos a menudo dormían con sus armaduras; así que incluso cuando estaban dormimos, aun debemos tener una actitud de oración, de manera que si tal vez nos despertamos en la noche todavía podemos estar con Dios.  Nuestros corazones deben ser como esos faros y atalayas que estaban listos a lo largo de la costa de Inglaterra cuando se esperaba la invasión de la armada española en cualquier momento, no siempre con el fuego encendido, pero sí con la madera siempre seca, y los fósforos siempre al alcance, todo estaba listo para encenderse en el momento designado. Nuestras almas deben estar en tal condición que la oración debe ser muy frecuente en nosotros. Sin necesidad de hacer una pausa en el negocio y dejar el mostrador y ponernos de rodillas; el espíritu debe emitir sus peticiones silenciosas, cortas y rápidas al trono de la gracia.

Extracto del libro: A solas con Dios, de John MacArthur

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