En BOLETÍN SEMANAL
​Un segundo motivo para someternos unos a otros en el temor del Señor es para demostrar nuestra gratitud a Dios. Si realmente creemos lo que decimos creer, nuestro mayor deseo en la vida como cristianos, es mostrarle a Él nuestra gratitud. ¿Creemos realmente que Él es el Hijo de Dios, y que descendió del cielo a la tierra a fin de salvarnos; que nos salva, no sólo por medio de su vida perfecta, sino especialmente por ir voluntariamente a la cruz cargando sobre sí mismo con nuestros pecados, y asumiendo  su correspondiente castigo; que entregó su vida, que murió para que nosotros pudiésemos ser perdonados, para que pudiésemos ser reconciliados con Dios? El argumento es que si realmente lo creemos, nuestro mayor deseo será agradarle y mostrarle nuestra gratitud. Él lo ha hecho por nosotros. ¿Y qué desea Él de nosotros? Nos pide guardar sus mandamientos para que su Nombre pueda ser magnificado y glorificado en el mundo.

​Nuevamente descubrimos que en la gran oración del sumo sacerdote, él lo expresó de esta manera. Orando al Padre él dice: ‘yo te he glorificado en la tierra’. Luego agrega, ‘he sido glorificado en ellos’. Este es el elemento que debería gobernar toda nuestra vida, que el Señor Jesucristo sea glorificado en nosotros y a través de nosotros. Este no es un asunto para discutir, no es un asunto de si nos gusta o no; él lo ha dicho y es obviamente cierto. Los hombres del mundo juzgan al Señor Jesucristo y se forman un concepto acerca de él por lo que ven en nosotros. Si ellos, al mirarnos, ven una conducta y un comportamiento idéntico a los del mundo donde cada uno lucha por superioridad, donde cada persona trata de mostrarse a sí misma y de llamar la atención de los demás, ellos dirán: «éste es el mundo y esto es lo que el mundo hace». El mundo no vive en armonía; siempre hay choques; el mundo está lleno de personas individualistas que constantemente tratan de destacarse a fin de llamar la atención de otros a sí mismas. Esa es la forma en que el mundo vive y hace las cosas; de modo que si ellos ven lo mismo en nosotros, ¿cómo van a creer y adorar al Señor Jesucristo? Cristo no sólo afirma haber muerto por nosotros, sino que nos da nueva vida, nos crea de nuevo, nos regenera, nos hace esencialmente diferentes, nos llena con el Espíritu que mora también en él. ‘He sido glorificado en ellos’. De modo que el cristiano es una persona que constantemente recuerda esto. El cristiano no pregunta, ¿Qué es lo que yo deseo hacer, que quisiera hacer, que es lo que me agrada a mí?’ El cristiano se ha perdido en su amor por Cristo, en gratitud hacia él. Su deseo es demostrar su gratitud; tiene un celo por el nombre del Señor; anhela que otros crean en él. Sabe que la forma de hacerlo consiste principalmente en vivir en la manera que el apóstol bosqueja aquí. No tiene sentido hablar a la gente de cosas que en la práctica se niegan; mi predicación es vana si con mi vida niego el mensaje. La gente nos mira y observa lo que somos y lo que hacemos. Por eso Pablo dice, ‘Sometiéndoos unos a otros en el temor del Señor’. Este debe ser el motivo que gobierne y motive nuestra vida.
Permítanme desarrollar este tema un paso más. Nuestro deseo es agradarle a él y mostrarle nuestro amor. Pero Pablo utiliza la palabra ‘temor’. ‘En el temor de Cristo’. Entre otras cosas esto significa el temor de desilusionarlo, el temor de entristecerlo.

La epístola a los hebreos afirma que Cristo dice: «He aquí, yo y los hijos que Dios me dio» (2:13). Somos posesión suya, somos pueblo suyo. Su nombre está sobre nosotros, somos sus representantes, somos el pueblo que él ha ‘comprado’ y la relación entre nosotros es una relación de amor. De manera que el cristiano es una persona que es gobernada por esta clase de pensamiento. El nos observa desde arriba; su reputación, por así decirlo, está en nuestras manos. ‘He sido glorificado en ellos’. El dice, ‘yo soy la luz del mundo’ pero también dice, ‘vosotros sois la luz del mundo’. El mundo no le ve a él, sino nos ve a nosotros y nosotros somos la luz, la única luz que tiene. El cristiano es una persona que vive y se conduce y hace todo lo que hace a la luz de esta realidad. «¿Lo desilusionamos?» Esa es la forma de pensar del amor, ¿no es cierto? Ese es el tipo de temor que penetra el reino del amor. Se trata de algo totalmente superior a la ley. Este es el temor de herir o de entristecer o de desilusionar a alguien que te ama, y que tiene fe en ti y que confía en ti y que se complace en ti y que ha hecho tanto por ti. Esto es lo maravilloso del amor.

Por este motivo el amor es el poder más grande y la fuerza motriz más poderosa en todo el mundo. Por causa del amor, una persona está capacitada a hacer cosas que no podría hacer por su propia voluntad o por ninguna otra cosa. El amor es el motivo más excelente y mayor; y, en parte, opera de esa forma. ¿Acaso hay alguna cosa más terrible que darnos cuenta que estamos desilusionando a Aquel que nos ha amado al extremo de darse a sí mismo por nosotros? ¿Habría algo más terrible que entristecerlo o ser indignos de él? Los padres tienen esta clase de sentimientos acerca de sus hijos, y los hijos deberían tenerlos acerca de sus padres. Esa es la forma en que vive el cristiano. No se trata, repito, de ponerse un uniforme, ni es algo basado en una teoría política o social. Se trata de su amor por nosotros y de nuestra relación con él y de nuestro temor y de nuestra renuencia a entristecerlo o desilusionarlo.

Sin embargo, debe desarrollarse esto aun un paso más. Hay una clase de temor que debería gobernar todo cuanto somos y hacemos, que debería gobernarnos en lo que se refiere a nuestra manera de vivir y a nuestra santificación, y en todo nuestro servicio. Esto es algo que frecuentemente se menciona en el Nuevo Testamento. Me pregunto en qué medida somos influenciados por este temor particular, al cual voy a llamar su atención ahora. El apóstol lo expresa en 1 Corintios 3:9-17: «Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire como sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno, cual sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien el mismo será salvo, aunque así como por fuego. ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es». Ahora bien, aquí estamos considerando un tipo de temor diferente, ‘el día lo declarará’.

Consideremos algunos otros ejemplos de esto antes de trazar la doctrina de ello. Tomemos lo que Pablo dice al final del capítulo, 1Corintios 9:24-27. «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno sólo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esa manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado». Luego en 2 Corintios 5:9: «Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradable. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias». ‘Conociendo el temor del Señor persuadimos a los hombres’. ‘Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo’. ‘El temor del Señor’. Prosiga a 2 Corintios 7:1: «Puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios». Y nuevamente, en Calatas 6:lss.: «Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga». Luego tenemos aquella gran declaración en Filipenses 2:12: «Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor». Esa es la forma en que han de ocuparse de su salvación, ese es el motivo por el cual deben someterse unos a otros en el temor de Cristo. ‘Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor’. Luego, escribiendo a Timoteo, Pablo dice exactamente lo mismo en 2 Timoteo 2:19: hay personas, afirma el apóstol, que están diciendo y haciendo cosas equivocadas—»Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo». Pero en muchas formas el ejemplo supremo de todo esto se encuentra al final del capítulo en Hebreos 12:28, 29: «Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor».

Por supuesto, todo esto nada tiene que ver con nuestra justificación; nada tiene que ver esto con que recibamos la salvación. Se trata de algo diferente; este temor está referido al tema de la recompensa. Considere la declaración del apóstol en la primera cita tomada de 1 Corintios 3. Allí dice: «La obra de cada uno será probada y si alguien ha sobreedificado con madera, heno, hojarasca, su obra será quemada». Nada quedará de ella, «El sufrirá pérdida, si bien el mismo será salvo, aunque así como por fuego». Este es un gran misterio. No pretendo entenderlo; nadie lo entiende. Pero la enseñanza parece ser clara, y se aplica a todos los otros pasajes. Ninguno de aquellos pasajes trata de la salvación de una persona, sino que de la recompensa que esa persona va a recibir. Es posible que una persona sea salvada, ‘Aunque sea como por fuego’. Es posible que llegue a la eternidad con absolutamente nada, nada que haya hecho y que tenga valor—¡absolutamente nada! Se ha perdido todo, todo ha sido destruido por el fuego del juicio. El mismo se ha salvado, ‘Aunque así como por fuego’. Y exactamente lo mismo ocurre en todos estos otros pasajes. Esto no significa que una persona pueda caer de la gracia; pero sí significa esto, que una persona salvada puede llegar a conocer ‘el terror del Señor’. «Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo» (2Co. 5:10).

Por eso dice el apóstol, «Someteos unos a otros en el temor de Cristo». Pueblo cristiano, vamos a presentarnos a él y miradle a los ojos, cara a cara. ¿Pueden imaginar lo que sentiremos en ese momento? «¡Ah sí, yo creí que tú moriste por mí, yo creí que derramaste tu sangre; y me aproveché de ello, hice lo que quería, no obedecí tus mandamientos, no hice lo que me dijiste que hiciera, no perfeccioné la santidad en el temor de Dios. No me sometí a otros, traté de hacerme el grande, seguí siendo en tan gran medida el hombre natural!»

¿Se imaginan lo que será mirarle a los ojos? Yo les puedo dar una idea de ello. En los Evangelios se nos cuenta que nuestro Señor había advertido al apóstol Pedro que él lo negaría tres veces antes de cantar el gallo y cómo Pedro había protestado. Luego llegó el momento durante el juicio de nuestro Señor cuando una sierva se acercó para desafiar a Pedro y éste, ansioso en su cobardía por salvar su pellejo, negó a su Señor. ¿Pero recuerdan lo que se nos dice después? «Entonces vuelto el Señor, miró a Pedro… y Pedro saliendo fuera lloró amargamente». El Señor no le dijo una sola palabra, solamente lo miró. Lo miró con una mirada de desilusión, una mirada de tristeza, porque Pedro le había fallado; en su mirada no había amonestación. Pedro no pudo soportarlo. Pedro habría preferido palabras, habría preferido una paliza, habría preferido ser arrojado a la cárcel. Pero fue la mirada que lo quebrantó, y por poco lo mata. «El Señor miró a Pedro». A esto añadan el elemento de juicio y allí está—’conociendo el terror del Señor’. ‘Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo’. ‘Las casadas y sus maridos’, no hay motivo de discusión; ‘hijos y padres’, no hay argumentos o discusiones; ‘siervos y amos’; él nos ha dicho lo que es su voluntad, y nos ha dado un ejemplo. Ya no tenemos excusas. Por eso sometámonos unos a otros en el temor de Cristo. Ese es el único motivo y es un motivo suficiente.

Pero gracias a Dios él nos da su aliento, él nos da un incentivo. Contamos con este glorioso aliento. ¿En qué consiste? Se trata de su propio ejemplo. Pablo ya lo ha utilizado al comienzo de este quinto capítulo. «Sed, pues imitadores de Dios como hijos amados. Y, andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante». Luego tomen esa declaración gloriosa que se encuentra en Filipenses 2 «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús». ¿Es difícil someterse a otros en la forma en que lo hemos indicado? ¿Es difícil controlarnos a nosotros mismos, sumergirnos, librarnos de ese antagonismo, etcétera?— ¿es difícil? Pues bien, si lo encuentra difícil como cristiano, aquí tienen la respuesta: «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los nombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

Si esto no le capacita a someterse, entonces, nada lo hará. ‘Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo’, «Para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanado» (1P. 2:21-24). ‘Sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo’. Hemos de vivir esta vida, no porque esté de moda, no porque sea un ‘uniforme’ que nos vestimos ya que hemos sido salvados y convertidos, no porque otros lo estén haciendo; en efecto, no por ninguna otra razón, sino solamente por esta y única razón: ‘en el temor de Cristo’. Y gracias sean dadas a Dios que esto no sólo es suficiente, es más que suficiente. «Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús».

Extracto del Libro «vida nueva en el Espíritu» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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