En BOLETÍN SEMANAL
Estarnos ansiosos de ser bendecidos y esperamos que la religión nos dé todos los dones y bendiciones que tiene que damos. Como Manoa podemos ser fervientes en nuestras oraciones y juzgando las acciones y nuestra apariencia exterior, podemos aparentar y ser personas sumamente devotas, pero .... ¿Que ocurre cuando las cosas no suceden como nosotros preveíamos?

 Mientras todo anda bien y nuestras oraciones reciben respuestas y todos nuestros deseos parecen ser gratificados, estamos llenos de alabanza y acción de gracias, así como Manoa cuando fue concedida su petición. Entonces, repentinamente, algo sucede que no comprendemos. Algo toma lugar que es totalmente inesperado. Las nubes vienen, el cielo se oscurece, y todo parece salir mal. La situación es perpleja e incomprensible y todo lo contrario de lo que esperábamos y anticipábamos.

Ahora bien, con demasiada frecuencia cuando nos enfrentarnos con una situación así nos comportamos como Manoa.  Claudicamos y perdemos totalmente la esperanza. Llegamos a conclusiones apresuradas y casi invariablemente a la peor conclusión posible. Más aun, esta «conclusión peor» a la que llegamos con tanta facilidad es frecuentemente una conclusión basada sobre la misma premisa que le llevó a Manoa a su peor conclusión, esto es, que de alguna manera Dios está contra nosotros, y que todo lo que fervorosamente habíamos imaginado que era una expresión de la bondad y la benignidad de Dios no era más que una ilusión.

Digo todo esto basado en las afirmaciones hechas por hombres y mujeres cuando se han enfrentado con tales crisis. Qué dispuestos están a formular preguntas que jamás debieran hacerse, preguntas que implicaban la afirmación que de alguna manera Dios no era justo con ellos, o que Dios no es consecuente con sus promesas.

Por cierto que esta desconfianza hacia Dios es el enemigo más persistente de la raza humana; en verdad el enemigo más persistente del cristiano en particular.

Me refiero a esta sugerencia que el enemigo de nuestras almas está siempre dispuesto a insinuar en nuestras mentes y corazones de que Dios está contra nosotros, o por lo menos, que Dios no se preocupa de nosotros y nuestro bienestar. Los viejos conceptos paganos, la antiguas ideas supersticiosas se adhieren tenazmente a nosotros y están siempre a la expectativa para presentarse como explicaciones cuando nos enfrentamos con una situación incomprensible que nos tiene perplejos. Si sólo nos quejáramos de la situación, nuestro caso no sería tan serio aunque indicaría un cristianismo muy pobre y débil. Nosotros tendemos a ir más allá. Nos quejamos y murmuramos no sólo de lo que nos está aconteciendo sino de Dios mismo. Hacemos declaraciones que, por más cautela que utilicemos al formuladas, sugieren fuertemente que dudamos de El y de su bondad para con nosotros.

Es casi innecesario señalar todo lo que está involucrado en tal estado. Sin embargo, debemos indicar en qué forma terrible deshonra a Dios. Es la causa central de todos los males; es el pecado de todos los pecados, es el pecado de la incredulidad. No nos compete a nosotros comparar pecado con pecado pero la Biblia muestra muy claramente que una falla en la conducta, o aun una caída moral, no es nada en comparación con el pecado de incredulidad. Este exhibe una actitud que es fundamentalmente hostil y contraria a Dios mientras que lo otro no es más que una manifestación de debilidad y fragilidad humanas. Dudar de Dios y de su bondad es un pecado mucho más atroz que no obedecerle o dejar de cumplir sus mandamientos. No creo que sea necesario explayamos más sobre el particular.

Esta condición es también totalmente indefensa cuando nos consideramos a nosotros mismos con respecto a otras personas. Manoa debiera haber ayudado y fortalecido a su mujer. Lo natural hubiera sido que ella se apoyara en él Afortunadamente ella no dependía de él, pues el colapso de Manoa hubiera llevado a una caída mayor aun en su caso. No siempre son así los hechos.

Dentro de la vida cristiana y de la Iglesia siempre hay personas que se apoyan en nosotros y dependen de nosotros. Esto es, a la vez, nuestro privilegio y nuestra responsabilidad. Cuando fallamos, por tanto, otros están involucrados en nuestro fracaso. Y cuando comprendemos que siempre están aquellos fuera del cristianismo que miran a los cristianos especialmente en tiempos de dificultad y tensión, nuestro fracaso es todavía más reprensible.

Aun desde nuestro punto de vista estrictamente personal este comportamiento similar al de Manoa es totalmente malo. Lleva a un estado de desdicha y desesperanza Significa que estamos tristes y miserables, agitados y alarmados, llenos de temores y  resentimientos malos y, además, con todo lo que esos sentimientos involucran. Más importante aun, en ese estado y condición estamos propensos a decir cosas, como lo hizo Manoa, que luego lamentarnos y deploramos por el resto de nuestra vida.

Aunque sólo sea por estas razones debemos tener cuidado. Pero todo esto es negativo y ahora procederemos al enfoque positivo. No es necesario actuar como Manoa. Su esposa nos demuestra claramente cómo podemos evitarlo. Dios quiera que aprendamos la lección ahora, de modo que venga lo que viniera en el futuro estaremos dispuestos y preparados, armados y capacitados para anticipamos al enemigo que ciertamente vendrá con su insinuación de que Dios nos está fallando, o que definitivamente está en contra nuestra.

Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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