En BOLETÍN SEMANAL
​Dios debe conformarse a nuestras ideas y ha de hacerlo que nosotros creemos que debe hacer.  No se vacila en condenar las acciones de Dios y decir que están totalmente erradas e indefensas. En otras palabras, nosotros, nuestras ideas, son la norma y los jueces. Nosotros somos la suprema corte de apelación; y nuestras ideas en cuanto a lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, constituyen la última palabra No vacilamos en expresar nuestras opiniones acerca de Dios y de juzgar sus acciones. De esto los hijos de Israel eran constantemente culpables.

​ ¿Es INCONSECUENTE DIOS?
Pero hay una tercera pregunta que surge de lo que Dios propone  hacer y anuncia como su acción futura. Al utilizar a Ciro como un libertador, ¿no significa que Dios es inconsecuente? ¿Cómo concuerda esto con todo el pasado? ¿Un gentil que libere a Israel? ¿Uno que no era de la simiente de David sería el salvador del pueblo? ¿Un extranjero? Es inconcebible. ¡Sería amontonar insulto sobre injurias! Sería injusto de parte de Dios. No debe hacerlo porque estaría totalmente en desacuerdo con todo lo que El ha dicho y prometido, y con todo lo que El ha hecho en el pasado. Sentían que utilizar al gentil Ciro era algo que jamás podían reconciliar con la santidad de Dios. Les parecía lo mismo que esperar que surja algo bueno de la maldad, de que alguno fuera de la comunidad de Israel fuese usado por Dios para cumplir sus propósitos.

 No podían ver explicación alguna. Les parecía total y absolutamente erróneo. ¿No hemos tenido algo de ese sentimiento y estado de ánimo? ¿Cómo puede esto que nos está ocurriendo, hemos preguntado, ser de algún modo para nuestro bien y la gloria de Dios? ¿Cómo puede justificarse Dios por haber permitido que suframos? ¿Cómo pueden formar parte del plan o esquema de Dios las pruebas y las tribulaciones? ¿Puede aquello que es evidentemente malo e inicuo caer de alguna manera o por algún medio, dentro del ámbito del amor de Dios y su propósito respecto a nosotros y a toda la humanidad?  Estas preguntas que hemos considerado, son las que todavía se están formulando los hombres. ¿Las has formulado? ¿Qué diremos acerca de ellas? ¿Cuál es la respuesta?  Consideremos la tremenda respuesta en esta frase de Isaías.

LA ARROGANCIA Demostrada
 

Esto es lo que se enfatiza al comparar al hombre en su relación con Dios a tiestos, a barro y a un recién nacido. Es algo casi increíble, si se lo mira objetivamente; sin embargo, ¡con cuánta frecuencia es esta la actitud que asumimos ante Dios! No vacilamos en presumir y dar por sentado que somos capaces de comprender todo lo que Dios hace. Tenemos tal confianza en nosotros mismos, en nuestras propias mentes, comprensión y opiniones, que cuestionamos y dudamos de las acciones de Dios exactamente en la misma forma que cuestionamos las de los hombres. Sentimos y creemos que sabemos lo que es correcto y lo que es mejor.
Nuestra confianza en nosotros mismos es sin fin, no tiene límites y rehusamos creer que haya algo que esté fuera del alcance de nuestras mentes e intelectos. Este es, por cierto, el significado impertinente de todas nuestras preguntas, y en todas nuestras expresiones de duda.

Dios debe conformarse a nuestras ideas y ha de hacerlo que nosotros creemos que debe hacer.  No se vacila en condenar las acciones de Dios y decir que están totalmente erradas e indefensas. En otras palabras, nosotros, nuestras ideas, son la norma y los jueces. Nosotros somos la suprema corte de apelación; y nuestras ideas en cuanto a lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, constituyen la última palabra No vacilamos en expresar nuestras opiniones acerca de Dios y de juzgar sus acciones. De esto los hijos de Israel eran constantemente culpables.

Al leer acerca de ellos en el Antiguo Testamento a veces nos maravillamos y asombramos de ellos. Sin embargo, nos cuesta  comprender que nosotros también  somos culpables precisamente de lo mismo. Quizá no lo expresemos en forma tan franca y descortés, sino con cuidado y delicadeza lo decimos más bien en forma de pregunta que como afirmación directa. Pero todo esto no hace al caso.

En un asunto como este, pensar por un momento de esta forma es tan condenable como afirmarlo. No quiero decir que no debamos pensar y razonar acerca de la religión, o que yo sostenga que el cristianismo es irracional. Debemos pensar, razonar y comprender la verdad. Esto no significa que nuestras mentes están a la par de la mente de Dios o de que podemos reclamar  igualdad y demandar una comprensión total de todo.

Menos todavía significa que moral y espiritualmente estamos en una posición como para cuestionar y dudar de los motivos de Dios y emitir juicio sobre su carácter expresado en sus acciones. Sin embargo, esto es precisamente lo que hacen los hombres.
Al no comprender las acciones, proceden a atacar y a cuestionar el mismo carácter de Dios. Nuestro orgullo de intelecto y de comprensión nos lleva en realidad a consideramos como dioses. Por eso elegí el término «arrogancia» para describir esta actitud. ¡Oh, qué tremenda impertinencia e insolencia! Hay sólo una explicación:  es una falta total de comprensión acerca de quién y qué es Dios junto con una apreciación totalmente errónea de la verdad acerca de nosotros mismos. Si solo comprendiésemos de quién estamos dudando. ¡Si tuviéramos apenas un somero concepto del poder, la grandeza y la santidad de Dios! Si pudiéramos comprender cabalmente que no somos nada, que somos absolutamente insignificantes e indefensos. Procuremos considerarlo y verlo a la luz de este pasaje.

La relación entre Dios y nosotros es la del Creador y la criatura. El nos creó y nos hizo existir. Somos obra de sus manos, en verdad somos para Dios lo que el barro es para el labrador. ¿Lo dudas?  Permite que te haga algunas preguntas. ¿Qué control tienes en verdad, sobre tu vida? No tuviste control sobre el comienzo y no podrás controlar el fin. No tenemos ni idea de cuánto tiempo estaremos aquí. Nuestras vidas están totalmente en las manos de Dios. No podemos controlar la salud o la enfermedad, accidentes o males. No sabemos lo que traerá un dia ¿Quién podría haber predicho el estado actual de cosas? Los hombres no han podido prevenirlo. Somos criaturas del tiempo y totalmente sujetos a fuerzas sobre  las cuales no tenemos control alguno.

Somos totalmente indefensos. Según lo expresó nuestro Señor no podemos añadir ni «un codo» a nuestra estatura. Sin embargo, nos atrevemos a procurar medir a Dios. ¡Qué monstruosidad! ¡Qué locura! Significa que toda nuestra actitud es falsa y errónea. Así quedará hasta que comprendamos que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos y que sus caminos no son nuestros (Is. 55:8), hasta que aceptemos además su afirmación que «como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que tus caminos y mis pensamientos que los vuestros».

Evidentemente, hay cosas que no podemos comprender ni sondear. Esta es la gloria del camino de salvación de Dios; es por esto que ofrece esperanza para todos. ¿No lo puedes comprender? ¿Estás tentado a cuestionar, a argumentar y preguntar? Tu respuesta está en las palabras de San Pablo: «¿Quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?» (Ro. 9:20). «Pero ese no es un argumento justo», quizá digas. «Es más bien una prohibición y el ejercicio de una autoridad injusta.» A lo cual debo responder que jamás debimos argumentar con Dios y que nunca debimos haber partido de la presunción de que iba a ser una discusión entre dos personas iguales. Dios está en el cielo y nosotros sobre la tierra. Dios es santo y nosotros pecadores. Dios sabe todas las cosas y ve el fin desde el principio. Nosotros somos ignorantes y ciegos como resultado del pecado y miserables esclavos del tiempo. En última instancia esa es la única teodicea necesaria.

Al hombre que no cree en Dios le es imposible creer o comprender las acciones de Dios. Cuánto más creemos verdaderamente en Dios y cuanto más comprendemos de su naturaleza y carácter santos, tanto más comprenderemos sus caminos. Aun cuando no podamos comprender estaremos cada vez más dispuestos a decir con nuestro Señor: «Mas tu voluntad sea hecha y no la mía». En un sentido cualquier intento de justificar a Dios y a sus acciones me parece casi pecaminoso y estoy tentado a decir que cualquiera que formula preguntas y criticas en realidad no está procurando comprender a Dios sino a sí mismo y a la vida que lleva. Habiendo dicho esto, quisiera instar a que consideremos la naturaleza fugaz de nuestra existencia aquí en la tierra y nuestra completa dependencia de Dios que no sólo es nuestro Hacedor, sino que también será nuestro Juez. Dios no necesita defensa pues está en el Trono. El es el Juez de toda la tierra. Su reino no tiene fin. ¡Deja de cuestionar  y argumentar! ¡Humíllate delante de El! ¡Adórale a El! Corrige tu actitud y comenzarás a comprender sus acciones. ¡Qué tremenda la arrogancia del pecado!

Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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