En BOLETÍN SEMANAL
El vivir para las actividades propias: ¿Para qué cosas estoy viviendo? ¿Qué sucedería si de repente se nos prohibieran las reuniones a las que asistimos con tanta frecuencia y regularidad; cómo nos sentiríamos? ¿Qué sucedería si la salud nos fallara y no pudiéramos leer ni disfrutar de la compañía de otros?, ¿o si nos quedáramos solos?
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).

Pero examinemos ahora otra causa de autoengaño, que es el peligro de vivir para las actividades propias. Acerca de esto hay que ser muy claros porque no cabe duda de que uno de los peligros mayores de la vida cristiana es  que alguien viva para sus propias actividades. En cierta ocasión, recibí una carta de una señora que había sido obrera cristiana muy activa durante unos cuarenta años más o menos. Luego cayó gravemente enferma y durante seis meses no pudo salir de su casa. Tuvo la sinceridad suficiente para decirme que le había resultado un castigo muy duro y difícil. Sé muy bien lo que quiso decir, lo he visto en otros y, por desgracia, sé algo de esto por mi propia experiencia. He visto a hombres que han sido infatigables en la obra del Reino y que, de repente, derribados por la enfermedad, no han sabido qué hacer con ellos mismos.

¿Cuál es el problema? Han vivido de sus propias actividades. Se puede estar tan ocupado predicando y trabajando que no se alimente la propia alma. Se olvida tanto la propia vida espiritual que al final uno se encuentra que ha vivido para sí mismo y para sus propias actividades y al detenerse, o al ser detenido por las enfermedades o circunstancias, encuentra que la vida está vacía, que no se poseen recursos.

Esto no se limita, claro está, a la vida cristiana. A menudo oímos hablar de hombres de negocios o profesionales que han tenido mucho éxito y que han gozado de buena salud toda su vida. Luego deciden retirarse y todo el mundo se sorprende cuando, al cabo de unos seis meses, oyen que han fallecido repentinamente. ¿Qué ha sucedido? A menudo la verdadera explicación es que lo que los mantenía en vida, lo que les proporcionaba el estímulo para vivir y el propósito para la vida, de repente desapareció, y se derrumbaron. O pensemos en la forma en que tantas personas se mantienen solamente gracias a los entretenimientos y placeres. Cuando de repente se ven apartados de los mismos no saben qué hacer con ellos mismos; se sienten completamente aburridos y desvalidos. Han estado viviendo para sus propias actividades y placeres. Y lo mismo puede suceder en la vida cristiana. Por esto es bueno que todos nosotros, de vez en cuando, nos detengamos a descansar y a examinarnos a nosotros mismos para preguntarnos “¿Para qué cosas estoy viviendo?” ¿Qué sucedería si de repente se nos prohibieran las reuniones a las que asistimos con tanta frecuencia y regularidad; cómo nos sentiríamos? ¿Qué sucedería si la salud nos fallara y no pudiéramos leer ni disfrutar de la compañía de otros, o si nos quedáramos solos? ¿Qué haríamos? Debemos dedicar tiempo a hacernos estas preguntas, porque uno de los peligros mayores del alma es vivir de sus propias actividades y esfuerzos. El estar muy ocupados es una de las sendas que nos pueden llevar al autoengaño.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones​

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