En BOLETÍN SEMANAL
Se llenó de amargura mi alma, Y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; Era como una bestia delante de ti. Salmo 73
En estos dos versículos, el salmista nos dice cómo se dio cuenta de que estaba totalmente equivocado, no sólo en su pensamiento acerca de los impíos y acerca de Dios, sino también en su pensamiento acerca de sí mismo. Su primer descubrimiento fue que la dificultad radica en uno mismo, que el yo tiende a tomar el control, y es por eso que surgen muchas de nuestras dificultades, problemas y perplejidades en esta vida. Esta es la clave de todo.

Hemos enfatizado que este hombre era muy honesto consigo mismo; pero en realidad fue bastante severo consigo mismo.   No se hizo un examen apresurado de conciencia para luego olvidarlo rápidamente y pasar a otra cosa. Se detuvo y se miró a sí mismo fijamente en ese espejo, y se enfrentó a sí mismo hasta en el detalle más insignificante. Nada lo acobardó.
Esto es absolutamente esencial. No es posible el crecimiento en la vida cristiana si no somos absolutamente honestos con nosotros mismos. De todos los aspectos de la v ida cristiana, el examinarse a uno mismo es, probablemente, uno de los más descuidados. Esto se debe en parte a una enseñanza errónea, pero también porque no nos gusta hacer nada que nos duela.
No cabe duda en cuanto a la enseñanza. No hay nada más característico del verdadero creyente que la forma en la que se examina a sí mismo, se enfrenta consigo mismo y se trata duramente a sí mismo. El salmista lo hizo y tuvo que admitir que el yo era realmente la causa de sus problemas.
Luego vimos que hizo este otro descubrimiento interesante, que cuando el yo controla nuestra vida generalmente ocurre que el corazón toma el control de los pensamientos. Es muy triste cuando nuestras mentes son gobernadas por nuestras emociones. Esto nunca debería ser así. La mente, el entendimiento, es lo más sobresaliente del hombre; indudablemente es parte de la imagen de Dios en el hombre. El poder de razonar, de entender, de pensar y de saber por qué hacemos las cosas, y si debiéramos hacerlas o no, es una de las razones que diferencian al hombre de los animales. Así que cuando nos encontramos pensando emocionalmente, si es que se me permite usar ese término, estamos en malas condiciones. El salmista llegó a esa condición cuando el corazón se impone sobre la cabeza. La Biblia trata mucho acerca de esto, y su enseñanza es que nosotros debemos siempre guardar el corazón, «porque de él mana la vida». Esto quiere decir que el corazón debe estar bajo el control de la verdad. Así se nos urge a «adquirir sabiduría» y a «adquirir inteligencia». Nunca debemos dar la impresión que los que se convierten han dejado de pensar y sólo responden a sus corazones. Un cristiano es aquel que cree y acepta y se entrega a la verdad. Ve la verdad, es movido por ella y actúa de acuerdo con ella. El término «corazón» en la Escritura no significa las emociones solamente, sino que incluye también la mente: y el arrepentimiento significa un cambio de mente.

Proseguiremos ahora considerando qué descubrió el salmista en detalle acerca de sí mismo. Nos relata esto en los dos versículos que estamos considerando. Lo primero que descubrió cuando vio su situación real es que él mismo se había acarreado sus propios problemas y su propia desdicha. Descubrió en el santuario de Dios que su problema no era en ninguna manera lo que le ocurría a los impíos, sino que era él mismo. Encontró que él mismo había provocado esa situación. Tenemos evidencia de esto en el versículo 21 en la Antigua Versión de Casiodoro de Reina que dice así: »Desazonóse a la verdad mi corazón y en mis riñones sentía punzadas». Esta traducción nos muestra lo que ocurrió en su corazón; algo que sucedió en sus riñones, otro lugar de sentimientos y emociones de acuerdo con la psicología antigua. Sin embargo, lo que dijo fue algo un poco distinto. Las palabras usadas en el versículo 21 están en tiempo reflexivo. Lo que en realidad está diciendo es que él se dañó a sí mismo. Dice: «me he provocado una irritación en mi corazón». Y en cuanto a sus riñones puede traducirse así, «me he causado agudos dolores». Él mismo se las había provocado. Él estuvo estimulando su propio corazón estuvo agravándolo, e irritando sus propios sentimientos. Él mismo realmente se estuvo produciendo sus propios problemas y dando lugar a dolorosas punzadas las cuales tuvo que soportar hasta que fue al santuario de Dios.
Esto es evidentemente un principio muy importante y vital. El hecho es que tenemos la tendencia de agravar nuestros propios problemas. Nosotros, por supuesto, tenemos la tendencia a decir, como lo hizo el salmista antes de que fuera al santuario de Dios, que algo fuera de nosotros es lo que produce todo el problema. Sin embargo la causa del problema somos nosotros mismos. Me acuerdo haber leído una vez una frase que ilustra este punto muy bien: «No es la vida lo que importa, sino el coraje que uno pone en ella» Ahora yo no acepto esta filosofía de coraje, pero estoy citando esta frase, porque a pesar de estar mal formulada, hay cierta verdad en ella. «No es la vida lo que importa». Entonces, ¿qué es lo que importa? Somos nosotros mismos y la forma cómo encaramos la vida, la manera cómo reaccionamos, nuestro comportamiento con respecto a la misma. Puedo comprobar esto muy sencillamente. Puede haber dos personas viviendo exactamente la misma forma de vida, enfrentando idénticas condiciones. Con todo esto son muy diferentes. Una de ellas está amargada, entristecida, reniega y se queja; la otra está calmada y tranquila, contenta y serena. ¿Dónde está la diferencia? No está en las condiciones; no está en lo que les está sucediendo. La diferencia se debe a algo en ellas mismas.
Esto puede demostrarse abundantemente. Hay una historia que lo expresa muy bien: Dos hombres miraban desde las rejas de su prisión. Uno vio el barro, el otro las estrellas. Uno miró hacia abajo; el otro miró hacia arriba. No es la vida, no son las circunstancias, no son los impíos, no; somos nosotros mismos. El autor descubrió todo esto, descubrió que él mismo creaba, exageraba y agravaba sus propios problemas. Estaba amargando su propio corazón.

Dios sabe que todos tenemos la tendencia a ser culpables de esto mismo. No es lo externo en sí lo que importa. Lo importante es darnos cuenta que la forma en que reaccionamos ante algo que determina lo que nos pueda pasar, no la cosa en sí meramente. A veces decimos de cierta clase de personas que siempre agrandan sus problemas. Transforman pequeños obstáculos en grandes montañas. Había algo allí, desde luego. Había algo para enojarse. Sin embargo, en sí, era muy pequeño. No obstante, este hombre, estaba haciendo una montaña del mismo, tomándolo como algo tremendo. Pensó, entonces, que se estaba confrontando con una montaña de problemas, pero realmente no fue así. El convirtió la dificultad en una montaña. Así es con nosotros también, pues nos incomodamos y nos agitamos y entramos en ese mismo estado.

Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar