En BOLETÍN SEMANAL
​​Con todo, yo siempre estuve contigo; Me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, Y después me recibirás en gloria. Salmo 73
El curso de la historia del salmista durante el ataque por el cual estuvo sometido por el diablo, nos presenta un relato conmovedor. Vemos a este hombre avanzando paso a paso, de una escena a otra, y cualquiera que haya pasado por esta clase de experiencia sabrá que estos pasos son inevitables. Es importante, entonces, que en esta consideración observemos cada paso. Hay pocas cosas más provechosas que el observar el establecimiento de un alma. Vemos a este hombre subiendo nuevamente de lo profundo, camino hacia la recuperación: y en este momento todavía estamos observando cómo se trata a sí mismo.

Se humilló hasta el polvo, se cubrió con cilicio y cenizas. Admite que nada merece una persona que se queja y se comporta como hizo él en la presencia de Dios —»delante de ti”. Pero gracias a Dios, él no se queda aquí. Sigue con esta grande y bendita expresión «con todo” o «sin embargo». Esta es una expresión que en cierto sentido resume todo el mensaje bíblico. Es como la palabra «pero»; es una palabra que a menudo introduce el evangelio. Marca la diferencia entre conocer el evangelio y no conocerlo. Un hombre que no conoce el evangelio puede en cierto sentido ir hasta donde llegó este hombre, pero tendría que detenerse aquí. El cristiano nunca se detiene aquí. El creyente que se ha deslizado hacia abajo, comienza a volverse. «Pero», «sin embargo…» y allí entra el Evangelio.  Este es el caso del salmista. Esta expresión «con todo» o «sin embargo» es muy importante; en verdad estos dos versículos que estamos considerando son vitales.

Una muy buena forma de probar si somos o no verdaderamente cristianos, es preguntarnos a nosotros mismos si podemos decir este «con todo». ¿Conocemos este bendito «pero»? ¿Seguimos adelante o nos quedamos donde estábamos al final del versículo 22? El hombre natural se queda aquí, el mejor de los hombres naturales nunca va más allá, y hay muchos en el mundo hoy. Hay hombres buenos que no son cristianos —hombres morales, hombres conscientes— y hemos leído de tanto en tanto, cómo algunos de ellos se suicidaron. Se han suicidado porque no han podido decir este «sin embargo». Llegan al final de su auto-examen y luego dicen: soy un fracaso, me he comportado mal, no he cumplido con mi deber. Se encierran en sí mismos. Hasta aquí esto es perfectamente correcto, tenemos que hacer esto. Pero el punto principal que se enfatiza en estos versículos es que no debemos quedamos aquí. Si nos quedamos, podemos bien estar camino al suicidio. Y hay muchos que se quedan aquí, hombres nobles en el sentido natural. Se condenan a sí mismos y dicen: «No hay trabajo para una persona como yo». Se juzgan a sí mismos como inservibles, sin valor, y así se van. Sin embargo, el cristiano no hace esto, y es en este punto donde radica toda la diferencia entre un creyente y un incrédulo. El cristiano debe recorrer el camino hasta este punto. Pero es precisamente al final cuando se abre la puerta de la esperanza, y él pronuncia este bendito «con todo».

Esta es una gloriosa y asombrosa expresión. Es la expresión que en este texto une lo que se va a decir con lo que ya se dijo anteriormente. Es la conexión vital. Pero no sólo esto; es al mismo tiempo el punto de retorno. Hemos estado observando al salmista deslizarse, ir hacia abajo, y sentimos que ya no podía ir más lejos. Se humilló a sí mismo hasta el polvo; luego comenzó a mirar hacia arriba —»con todo». Inmediatamente comienza a ascender y avanzará hasta que pueda decir triunfalmente: «Dios es siempre bueno con Israel”. Sin embargo, no llegó a este punto con un simple salto desde la profundidad. Pasó por el proceso que ahora estamos considerando, tuvo que pasar por varios estados. Hay peldaños en esta escalera que llegan al final y es maravilloso observar cómo este hombre fue escalando uno por uno. Cuando nos hemos sentido miserables y no vislumbramos esperanza alguna, cuando el diablo nos estaba presionando y diciéndonos que cerráramos las ventanas y bajáramos las cortinas, y hemos estado envueltos en tinieblas y desesperación, ¿hemos conocido este «con todo»? ¿Conoces ese bendito momento cuando un haz de luz aparece por una hendidura, trayendo una nueva esperanza y cambiando toda nuestra actitud y condición? Esta, pues es la expresión de liberación: «con todo».

Aquí está en este Salmo. Es interesante observar cómo sucedió esto. La lógica de estas cosas es muy fascinante.
Sucedió así. El llega al punto donde dice: «tan torpe era yo, que no entendía; ¡era como una bestia delante de ti!”
Súbitamente se dio cuenta. En el momento que dijo “delante  de Ti”, dijo también: «Con  todo,  yo  siempre estuve contigo”. En otras palabras: «Todavía estoy en Tu presencia”. Y todo cambió. Fue una expresión de alivio.
Habiéndose condenado a sí mismo porque se había tenido lástima, y había sido tan tonto en la presencia de Dios, ahora dice: «pero todavía estoy en la presencia de Dios» —»con todo, siempre estuve contigo”.

Esto es algo asombroso, y el salmista no lo podía creer. Lo que le maravilló en ese momento es que todavía estaba en la presencia de Dios. ¿Vemos esto? Dios no lo aniquiló aunque se portó tan neciamente en su presencia. ¿Por qué Dios no lo echó? ¿Por qué Dios no le mostró la puerta y le dijo: «Este es el fin tuyo; no mereces nada»? Sin embargo, no lo hizo. Todavía estaba en la presencia de Dios. Esto es lo que le causó tanta sorpresa y asombro. No recibió la suerte que tenía bien merecida. ¿A que se debe esto?
Lo que vemos en estos dos versículos, considero que nos lleva a toda la doctrina de la gracia de Dios. Es una nueva comprensión de la maravillosa gracia de Dios. Si este Salmo enseña una cosa más que cualquier otra, es que todo lo mejor y todo lo admirable en esta vida es entera y exclusivamente el resultado de la gracia de Dios. Si no entendemos esto, no estamos beneficiándonos realmente de esta larga consideración del Salmo. El gran mensaje de este Salmo es que somos deudores sólo a la misericordia, en todo el trayecto, del principio al fin. Toda nuestra vida se debe enteramente a la gracia de Dios. El salmista lo descubrió, y lo expresa de esta manera: »Con todo siempre estuve contigo”. “Esto”, dice en efecto, «es lo asombroso, que todavía estoy contigo, que Tú todavía permites que venga a Tu presencia». Tal es la maravillosa gracia de Dios. ¿Y qué si Él hubiera permitido que permaneciésemos en esa condición de condenación y desesperación, de no ver nada más que la verdad acerca de nosotros sin ninguna clase de alivio? Pero Él no hace esto.

Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones

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