En BOLETÍN SEMANAL
​La idea que prevalece en nuestros días es que el hombre es fundamentalmente bueno, tanto en su naturaleza como en su concepto acerca de sí mismo, y que sus problemas se deben al hecho de ser una víctima de las circunstancias. Se dice, "Claro, somos herederos de estas antiguas tradiciones. Si solamente escapáramos y nos libráramos de todas ellas, todo estaría en orden". Ellos creen que el hombre desea lo bueno y que es capaz de hacerlo.

No me corresponde a mí entrar en el reino de la política—ya he estado lamentando el hecho de que la iglesia lo hace en demasía—pero permítanme expresarlo de la siguiente manera: de acuerdo a mi punto de vista, la esencia de la enseñanza bíblica es que uno realmente no puede confiar en nadie que no sea cristiano. ¿Le suena esto extraño? Esto es una típica enseñanza bíblica. De lo contrario, ¿por qué cierran su puerta con llave de noche? ¿Por qué es que tenemos un cuerpo de policía? Es porque saben perfectamente bien que en la naturaleza humana está ese elemento depredador, egoísta, injusto y perverso y que por lo tanto debemos protegernos a nosotros mismos. La sabiduría del mundo mismo le enseña que esta suposición es justificada para enfrentar toda la vida con sus problemas. El mundo nos enseña que todo hombre es mentiroso y que cada hombre busca lo suyo. ¿Acaso es esto un punto de vista pesimista? Es un punto de vista realista.

No solamente se comprueba esto por la sociedad tal como existe en nuestros días, sino que toda la historia lo enseña. ¿Acaso la segunda guerra mundial no se debió en gran manera a que la gente no comprendió verdades como ésta? La gente creyó a un hombre obviamente mentiroso como Hitler, cuando decía que quería la paz y que daría prueba de ello. A él se le creyó. Esto es prácticamente increíble. Pero mi tesis es que la gente comete errores tan colosales por el hecho de no comprender el evangelio. El evangelio nos enseña que el hombre en pecado es un ser sumamente malo, y que nada le detendrá si conviene a sus propósitos. Aparecerá como ‘ángel de luz’ y dirá, ‘elimínense todos los armamentos’, etcétera, etcétera. Yo solamente afirmo que a menos que lo hayan examinado, no solamente lo que es y lo que dice de palabras, sino todo lo que es y todo lo que es capaz de hacer en lo profundo de su ser, si haciendo todo esto, todavía le cree, entonces usted es un necio.

¿Qué significa esto?, pregunta alguno. ¿Significa que uno está abogando por la guerra y los armamentos? Nada por el estilo; pero sí significa que no se confíe en las meras palabras de los hombres, porque el hombre en el pecado es un mentiroso que dirá cualquier mentira siempre y cuando crea que le ayudará a alcanzar sus metas y propósitos. Significa que la ley, y el poder para implementarlo, son esenciales.

‘Esposos y esposas’; ¿cuál es la causa de todos los problemas modernos en esta esfera? Cuando leo los diarios concluyo que en gran medida es el resultado de votos solemnes no cumplidos, de mentiras y pretextos, y de hombres que dicen no haber hecho lo que han hecho o que dicen haber hecho lo que no han hecho. El hombre mentirá con tal de satisfacer sus propios apetitos y deseos. Y sin embargo, según la enseñanza que está en boga hoy día, no tenemos sino que ir a la gente con la ética cristiana para que ellos la pongan en práctica; según la enseñanza moderna la gente le prestará atención y estará dispuesta a creerle. Y no solamente eso, también se enseña que el hombre moderno realmente es capaz de ponerla en práctica. Creer que el hombre, tal como es, pueda practicar la ética cristiana es el colmo de los errores. Conforme a esta enseñanza los hombres así como son estarían dispuestos a ‘someterse unos a otros en el temor de Dios’, que maridos y esposas e hijos y padres estarían dispuestos a hacer esto como cosa natural. Solamente tendría que decirles, «¿Acaso no ve que se está comportando de forma equivocada? Si solamente hiciera esto o aquello todo estaría bien. Vengan, decidamos hacerlo de esa manera». Y la gente cree que entonces todo el mundo dirá, «¡Excelente! estamos de acuerdo con esto; vamos y hagámoslo así».

A esto yo respondo: si ellos creen que son capaces de hacerlo, mi única pregunta es ésta: ¿Por qué se han demorado tanto en poner en práctica su creencia? Debemos recordar que este tipo de enseñanza se ha venido impartiendo durante muchos siglos. Mucho antes de la venida de Cristo, los filósofos griegos impartieron enseñanzas sobre posibles utopías. Luego tenemos allí el Sermón del Monte; durante casi dos mil años ha estado expuesto al mundo. Si un ejemplo moral fuese suficiente, ¿por qué no siguen a Cristo? La simple respuesta es que no pueden y no quieren hacerlo. El hombre está paralizado por el pecado; el mal es la fuerza más poderosa de su naturaleza.

No hace falta dedicar más tiempo a este tema; por lo menos, no hace falta para aquellos que conocen la enseñanza de Romanos 7. Pues lo que Pablo enseña allí es que la santa ley de Dios que él dio a través de ángeles a Moisés, en vez de salvar a los hombres, los hizo peores. Escuchen sus palabras: «El pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia» (vv. 5, 8). «La ley de Dios que es santa y justa y buena me llevó a pecados cada vez peores, me mató, me derrotó». ¿Por qué? No es que algo esté mal con la ley, afirma él, sino por causa de este ‘pecado que mora en mí’; «el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que, por el mandamiento, el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso». Y a pesar de todo esto, lo que se predica regularmente es nada más que ética cristiana, y se exhorta a las naciones y gobiernos a ponerlas en práctica. Se nos dice, ‘si solamente todos hiciéramos esto, la guerra se habría eliminado y todo estaría bien.

Es porque los hombres creen en esta falacia peligrosa, que el hombre en pecado está presto a responder al ejemplo moral. Ya conocen el argumento. Se dice: que esta nación, que una sola nación destruya todos sus armamentos, y las demás naciones mirarán asombradas y dirán «¡Qué cosa maravillosa! Todos debemos decidirnos a hacer lo mismo. ¡Ellos lo creen! ¡Ellos creen que realmente ocurrirá! Quizás recuerden cómo, antes de la segunda guerra mundial, estalló una guerra entre Japón y China. En esa ocasión un representante de la iglesia propuso ir al campo de batalla y pararse entre los dos ejércitos, creyendo que al verlo ambos bandos dirían: «Esto es algo tan maravilloso que no podemos seguir peleando». El creía que el hombre en pecado puede ser conmovido de tal manera por un ejemplo moral que, como resultado, dirá, «Oh, cuan equivocado he estado; debo renunciar a todo esto. Desde ahora voy a vivir esta vida nueva y maravillosa». Si ello fuese cierto, el Hijo de Dios nunca habría venido a este mundo; su venida habría sido innecesaria. Las enseñanzas divinas y el ejemplo de los hombres habrían sido suficientes.

De esta manera llego a mi último punto. Lo que, en sus últimas consecuencias, está mal con semejante enseñanza es que es una completa negación de la doctrina bíblica del Espíritu Santo. El apóstol Pablo no dice a la gente: ‘Sometiéndoos unos a otros’ — ‘esposos y esposas’, sometiendo unos a otros de la forma indicada y en el espíritu correcto; tampoco lo pide de los ‘hijos y padres’ o ‘siervos y amos’ sin antes decirles a todos, ‘Sed llenos del Espíritu’. El apóstol afirma que semejante conducta es totalmente imposible sin esa condición esencial y preliminar. Pero la gente de nuestros días no cree en el Espíritu Santo; no cree en la persona del Espíritu Santo. Hablan del ‘espíritu cristiano’ y del ‘espíritu de hermandad y buena voluntad’ y cosas por el estilo. Esto no es cristianismo; esto es moralidad, esto es enseñanza pagana.

Aquí tenemos una doctrina sobre la tercera persona en la bendita Santa Trinidad, el Espíritu Santo de Dios. La enseñanza de la Biblia afirma que sin él no hay esperanza para el hombre. ¿Qué hace el Espíritu Santo? La primera cosa que hace es ‘convencer al mundo de pecado, de justicia, y de jui¬cio’. El mundo no cree en el pecado, y necesita ser convencido al respecto. El Espíritu Santo es enviado para esa misión. A pesar de que el cristianismo ha sido predicado durante aproximadamente dos mil años, el mundo aún no cree en el pecado, no cree en la justicia, no cree en el juicio. El mundo sólo cree en sí mismo, en el hombre, en el poder del hombre y en la bondad del hombre. Esto es exactamente lo opuesto a la enseñanza de Cristo. ¿Qué más hace el Espíritu Santo? ¿Por qué fue enviado? Permítanme recordarles acerca de esta bendita enseñanza. Después de convencernos de nuestros pecados, y después de revelarnos la salvación que es en Cristo ‘a través de su sangre’, ¿qué más hace él? Nos da nueva vida, regeneración. Esta es la enseñanza de nuestro Señor dirigida a Nicodemo. Escúchenlo. En realidad lo que está diciendo a Nicodemo es esto: «Deja de hablar, deja de hacer preguntas. De cierto, de cierto, te digo a menos que un hombre sea nacido del Espíritu, no puede ver el reino de Dios; tú debes nacer de nuevo, tú debes nacer del Espíritu» (Jn. 3:3-8). No puedo hablar acerca de mi reino contigo, dijo nuestro Señor a aquel hombre excelente, religioso y moral que era Nicodemo; no puedo hablar acerca de él contigo porque así como estás no hay forma en que puedas entenderlo. «No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de nuevo. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es». Estás tratando de comprender, pero no puedes. Debes nacer de nuevo antes de poder entrar a este reino; entonces comenzarás a entender. Y sin embargo, los hombres todavía abogan por la enseñanza de la ética cristiana a los estados ateos, sin Dios, y a hombres y mujeres que no han nacido de nuevo, quienes no son cristianos.

Semejante conducta es la negación de toda la base del cristianismo. El Espíritu Santo es enviado a regenerar a los hombres, a darles una nueva naturaleza, una nueva mente, una nueva perspectiva y a hacer nuevas todas las cosas. Sin ello no hay esperanza. Del mismo modo, el Espíritu Santo es enviado para promover nuestra santificación. ‘Sed llenos del Espíritu’. Sólo aquellos que son controlados por el Espíritu Santo de Dios pueden vivir en paz unos con otros. Esta es la solución a los problemas matrimoniales, a los problemas del hogar, a los problemas industriales. Una vez que los hombres son gobernados y llenos del Espíritu, ellos comprenden, ellos alcanzan a ver el mal que habita en ellos, ellos se refrenan y se controlan a sí mismos, ellos ‘crecen en gracia en el conocimiento del Señor’, y entonces la amistad y la concordia llegan a ser posibles. Pero sólo en la medida en que somos ‘llenos del Espíritu’. Sin el Espíritu esto es imposible. De modo que el Espíritu Santo ha sido enviado con el propósito de promover nuestra santificación y de controlarnos y de hacernos capaces de vivir la vida que Dios quiere que vivamos.

Finalmente, el Espíritu Santo es enviado para producir avivamiento y el despertar religioso. Al comienzo ya he indicado que los períodos de la historia cuando la ética cristiana tuvo su mayor influencia sobre la vida de la sociedad en este país han sido aquellos períodos que siguieron a los avivamientos; la explicación es que en esas épocas miles de personas llegaron a ser cristianas. La era victoriana, y los beneficios que significó para tantos, debe ser explicada en términos del avivamiento evangélico de hace doscientos años. En aquel entonces la iglesia fue tenida en cuenta porque tantas personas eran cristianas y porque en tantas capillas e iglesias se predicaba este mensaje y porque tantos creyeron en él. Las propias cifras produjeron la ‘conciencia de disconformidad’ y los hombres de estado tuvieron que prestar atención.

 En tiempos de avivamiento el Espíritu Santo es enviado con tal poder que grandes números de personas se convierten al mismo tiempo. Cuando el Espíritu Santo es derramado, miles de personas pueden ser convertidas en un solo día. Todo el estado de la sociedad puede ser cambiado, se cierran las casas públicas, y cosas por el estilo. Las personas comienzan a cambiar su modo de pensar y realmente comienzan a tratar de aplicar estos principios a la totalidad de la vida. Sin los números nunca se puede influenciar a los políticos y parlamentarios. Por otra parte, se ve que mientras un creciente número de predicadores han estado predicando sobre política y asuntos sociales, el principal resultado ha sido que las iglesias fueran quedando vacías. La vida de la sociedad ha ido de mal en peor y la posición se hace cada vez más desesperanzada.

Existe una sola forma de vivir la vida cristiana verdadera. Esto es, ser ‘lleno del Espíritu’. Apelar a la gente a fin de que sea mejor es un desperdicio de aliento, también es un desperdicio de aliento apelar a la gente en términos de días de conmemoración, los horrores de la guerra y cosas como estas. Tal vez se emocionen un poco y sean mejores durante el resto del día, tal vez les dure incluso durante el día siguiente. Pero las buenas resoluciones pronto se desvanecerán como el rocío de la mañana, así como cada año se desvanecen con una regularidad constante las resoluciones para el año nuevo.

El hombre es incapaz de hacerlo. El hombre necesita una nueva naturaleza. Necesita ser transformado; y solamente el Espíritu de Dios puede hacer esto. El hombre necesita ser ‘lleno del Espíritu’. Entonces, y solo entonces, podrá el hombre hacer todas estas cosas.

Cristianos, en tiempos como éstos, nuestra misión principal es aclarar a todos aquellos con quienes estemos en contacto lo que el cristianismo es en realidad. El concepto que prevalece en la actualidad, el concepto popular, es una negación de la fe cristiana. Instruyamos a hombres y mujeres. Pero sobre todas las cosas, sigamos insistiendo en oración pidiendo un avivamiento, un despertar, un derramamiento poderoso del Espíritu de Dios; pidamos que la verdad sea autentica, que grandes masas de personas puedan ser conducidas a la vida y a la fe, y que puedan proceder a demostrarlo a través de la práctica, y de esa manera influenciar la vida general de la sociedad. ‘Sed llenos del Espíritu’, llenos del Espíritu del Dios viviente.

Extracto del libro: vida nueva en el Espíritu, del Dr. M. Lloyd-Jones

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