En BOLETÍN SEMANAL
​​Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas. sin ira ni contienda. (1 Timoteo 2:8)
De todas las actividades en que se ocupa el cristiano, y que forman parte vital de su vida, quizás no haya otra que cause tanta perplejidad y de la cual surjan tantos problemas, como aquella que denominamos "la oración". Esto es realidad en todo tiempo pero adquiere mayor relevancia durante períodos de adversidad o de crisis como, por ejemplo, la de una guerra. Durante la primera guerra mundial fue muy evidente, y por cierto llegó a ser un problema mucho más agudo y acuciante durante la segunda guerra mundial.

 Fue un problema que preocupó a multitudes y les impulsó a preguntar por qué Dios no escuchó las oraciones que les fueron elevadas por tantos creyentes desde que comenzó la crisis en septiembre de 1938, y que podría haber evitado aquella guerra tan espantosa.
Es por tanto nuestro propósito enfocar nuestra atención sobre este tema de importancia tan vital.

En momentos de tensión y adversidad los hombres instintivamente comienzan a orar. Son conscientes de que su suerte y el destino de sus seres queridos está en manos de poderes más fuertes que ellos. Sienten que no pueden controlar los eventos y las circunstancias como creen poder hacerlo en tiempos normales, de modo que se vuelven a Dios. La mayoría de las personas piensan en Dios y se acuerdan de las posibilidades de la oración cuando están desesperadamente necesitados, a pesar de que en otros momentos sus mentes rara vez toman esa dirección. Necesitan algo y lo necesitan urgentemente, de modo que se dirigen a Dios y le ruegan que les conceda su petición.

Aguardan expectantes la respuesta. Están más ocupados en asuntos religiosos, de lo que jamás han estado antes. Pueden o no haber sido formalmente religiosos y quizá esperaban poco o nada de la religión. Pero ahora ponen su confianza en ella y esperan grandes cosas.

Todo esto, en relación con la oración. Es por ello que durante tiempos de crisis se habla y se escribe mucho sobre este tema. Esta es una razón por la cual debiéramos considerar este asunto, pero hay además otras dos consideraciones prácticas que nos llevan a hacerlo. No hay aspecto de la vida cristiana, creo a veces, acerca del cual se habla, se piensa y se escribe tan livianamente como el de la oración.

Esto se debe en gran medida al hecho de que aquellos que lo intentan lo hacen en la forma que hemos indicado. Impulsados por su necesidad echan mano de la oración, sin pensar o estudiar verdaderamente acerca de la naturaleza de la misma. A menudo son alentados a hacerlo siguiendo una enseñanza que parece sugerir que lo único que necesitan hacer es orar y todo se arreglará. Así se crean expectativas, y se nutren esperanzas, pero se ignoran totalmente las condiciones que deben ser cumplidas en la oración. Todo esto ineludiblemente crea problemas. La oración no recibe la respuesta que el suplicante desea; y a veces, los eventos pueden resultar totalmente contrarios a su petición.

De inmediato dichas personas caen no sólo en un estado de duda y perplejidad sino a menudo en una condición de crítica abierta de Dios, que finalmente lleva a la pérdida total de la fe.

Esto ocurrió con gran número de personas durante la segunda guerra mundial. Habían orado por la seguridad de sus hijos o por alguna otra persona conocida. La petición no fue concedida, según ellos creían, con el resultado de que perdieron la fe y, reteniendo en su corazón esta queja contra Dios, dejaron de tener interés alguno en la religión. Es quizá la experiencia más común de la mayoría de los pastores, el tener que tratar con preguntas acerca de la naturaleza de la oración, y los problemas que surgen como resultado de alguna desilusión relacionada con ella. Hay otras preguntas generales que surgen como resultado de una calamidad tal como la guerra que esperamos abordar más adelante. Pero el problema de la oración debe ser considerado primero porque con mucha frecuencia es la pregunta práctica que da origen a otras dudas. El momento de considerar esto y prepararnos es ahora, mientras hay todavía libertad y tiempo para hacerlo. Cuando los sentimientos están heridos y las susceptibilidades traumatizadas, es mucho más difícil hacer algo de forma objetiva.

Antes de exponer nuestro texto será bueno considerar algunos de los errores más comunes que existen con respecto a la oración.

ERRORES COMUNES CON RESPECTO A LA ORACIÓN
Una de las causas más comunes de dificultad y desilusión es que con demasiada frecuencia abordamos este tema sólo en relación a las respuestas a la oración.

Se considera a la oración como  un mecanismo diseñado para producir ciertos resultados. Necesitamos algo y creemos que todo lo que tenemos que hacer es pedirlo y Dios nos lo concederá. No nos detenemos a pensar cómo debemos acercamos a Dios y si tenemos el derecho de hacerlo. La idea de adorar a Dios y ofrecerle culto no se toma en cuenta. No consideramos nuestras respectivas posiciones ni nos acordamos de que El es «el Alto y Sublime, el que habita la eternidad» (Is. 57: 15) y que nosotros somos totalmente pecaminosos y que nuestra bondad y justicia son como «trapo de inmundicia»  (Is. 64:6) en su presencia. Ni siquiera se nos ocurre escuchar a Dios y esperar en su presencia. Dios no es más que un agente a quien recurrimos sólo cuando deseamos hacerlo, cuya función principal es concedemos nuestras peticiones. Cuando comparamos nuestras oraciones con las que encontramos registradas en la Biblia, como por ejemplo las pronunciadas por Moisés, Daniel, Isaías y los apóstoles, y especialmente cuando observamos el orden y el lugar dado a las peticiones en sí en la oración modelo enseñada a los discípulos por nuestro Señor, es evidente que tendemos a omitir lo que es más importante, lo primero, y concentramos sólo en peticiones y en la gratificación de nuestros deseos personales, y egoístas. Es por esto que la vida de oración de muchas personas es tan espasmódica e irregular en tiempos normales y se vuelve tan urgente y regular sólo en momentos de desesperante necesidad.

Otra tendencia íntimamente relacionada con ésta es pensar exageradamente sobre lo que Dios debiera hacer.
Ya hemos visto que no nos detenemos a considerar la naturaleza de Dios con respecto a nuestro acceso a El. Del mismo modo no consideramos su naturaleza e infinita sabiduría antes de decidir acerca de lo que Dios debiera hacer. No vacilamos en presumir que lo que nosotros pensamos que es correcto debe necesariamente estar bien, y que, por tanto, Dios debe concedernos nuestras peticiones precisamente en la forma en que se las presentamos. Lamentablemente, pocas veces nos detenemos a considerar cual seria la voluntad de Dios con respecto a determinado asunto. ¿Con cuánta frecuencia procuramos realmente formamos una idea de la voluntad de Dios en determinada situación? ¿Cuántas veces procuramos descubrir y conocer la voluntad de Dios por medio de la oración? En lugar de pedirle que El haga su voluntad, en lugar de decirle:  «Tu voluntad, oh, Señor por difícil que sea», sencillamente le pedimos que El haga nuestra voluntad y cumpla nuestros deseos.

En lugar de humillarnos ante El pidiéndole que nos revele su voluntad, a menudo casi llegamos a ordenarle a Dios y dictarle lo que debe hacer. Es porque ya hemos decidido en nuestras mentes lo que debe suceder, que estamos tan contrariados y dispuestos a dudar de la bondad de Dios cuando no se cumple. Esto es cierto no sólo de nuestras oraciones personales sino también de las que ofrecemos por nuestra nación, y quizá también por la condición del mundo entero.

Extracto del libro: “¿Por  qué lo permite Dios?”  del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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