En BOLETÍN SEMANAL
​«Tú has prometido este bien a tu siervo» (2 Samuel 7:28).  El rey David sabía muy bien lo que el Señor había prometido darle al referirse de manera especial a ello en su oración como «este bien». Nosotros necesitamos ser más exactos de lo que somos normalmente en nuestras súplicas, porque acostumbramos a orar por todo, de tal manera que en realidad no estamos orando por nada en concreto. Es necesario, por tanto, saber exactamente lo que pedimos

Por ello el Señor le dijo al ciego: «¿Qué quieres que te haga?» El Señor quería que el ciego fuese consciente de sus necesidades y que sintiese el profundo deseo de ver suplidas esas necesidades. Éstos son ingredientes de gran valor en la composición de la oración.

Una vez que sabemos lo que necesitamos, debemos de enterarnos de lo que ha prometido el Señor en cuanto a esa bendición en concreto, y entonces estaremos en situación de poder acudir a Dios con la máxima confianza, esperando el cumplimiento de su palabra. Con este fin en mente deberíamos de escudriñar la palabra con diligencia, buscando los casos de otros creyentes que se asemejasen al nuestro, intentando echar luz sobre los dichos determinados de¡ Señor que se puedan aplicar a nuestra situación concreta. Cuanto más exacto sea el acuerdo de la promesa en cuanto al caso, tanto mayor será el consuelo que podamos derivar. En esa escuela el creyente podrá aprender el valor de la inspiración plenaria y verbal, porque en su propio caso puede que tenga que pararse a pensar en un pequeño detalle como pueda ser un nombre, como lo hizo Pablo al citar la promesa hecha a Abraham comentando: «Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo» (Gálatas 3:16).

Podemos estar totalmente seguros de que en alguna parte de las páginas inspiradas habrá una promesa apropiada para la ocasión. La infinita sabiduría de Dios se ve en que ha dado una revelación que está indicada para la innumerable variedad de situaciones por las que pasan las personas. No se ha pasado por alto ni un solo caso, por extraño que pueda ser. Al igual que existe un alimento especialmente adaptado para todo cuanto vive sobre la faz de la tierra, igualmente existe el apoyo indicado para todos los hijos de Dios en el volumen de la inspiración. Si no encontramos una promesa que sea indicada es porque no la hemos buscado, o habiéndola encontrado no nos hemos dado cuenta todavía de su pleno significado.

Aquí podemos hacer uso de una comparación sencilla. Usted ha perdido la llave de una cómoda, y después de haber probado todas las llaves que tiene, no le queda más remedio que mandar llamar a un cerrajero. El artesano llega con un puñado de llaves de todas las clases y tamaños que a usted le parecen una extraordinaria colección de instrumentos oxidados. Mira el candado y trata de abrirlo con una llave, y luego con otra. No ha logrado nada todavía y los tesoros de usted siguen fuera de su alcance. De repente hace uso de una llave que parece que va a lograr abrirlo, y casi lo logra, pero no acaba de conseguirlo. No cabe duda de que va por buen camino. Por fin logra abrirlo porque ha encontrado la llave apropiada. Ésta es una representación correcta de muchas perplejidades. Usted no logra enfocar debidamente la dificultad, de manera que consiga, a su manera, dar con el resultado feliz. Usted ora, pero no siente la libertad que desearía al hacerlo. Lo que usted quiere es una promesa en concreto, y usted prueba una y otra palabra inspirada, pero no acaban de encajar con su caso. El corazón turbado encuentra motivos para pensar que no se aplican exactamente a su caso, de modo que quedan en el viejo Libro para ser usadas en otra ocasión, porque no están a su disposición en la emergencia que se le ha presentado. Usted lo intenta de nuevo, y en el momento oportuno aparece una promesa que parece estar hecha para la ocasión, porque encaja exactamente como lo haría una llave hecha para abrir una cerradura para la cual fue hecha en principio. Habiendo encontrado la palabra indicada, procedente del Dios vivo, usted rápidamente suplica ante el trono de la gracia, diciendo: «¡Oh Señor mío, tú has prometido esta cosa buena a tu siervo, por favor concédemela!» El asunto se ha acabado y el sufrimiento se convierte en gozo, pues la oración ha sido escuchada.

Con frecuencia el Espíritu Santo nos trae a la memoria, con vida y poder, las palabras del Señor que de otro mundo hubiésemos olvidado. Al mismo tiempo hace que brille una nueva luz sobre pasajes que conocemos bien, y revela una plenitud en ellos que no habíamos ni siquiera sospechado. En casos que yo conozco, los textos han sido extraordinarios, y durante un tiempo la persona sobre cuya mente se grababan apenas se daba cuenta de su significado. Durante años un corazón se consolaba con las palabras: «Su alma reposará en paz y su simiente heredará la tierra.» Rara vez se olvidaba de este pasaje; de hecho, parecía como si alguien se lo estuviese constantemente susurrando al oído. La relación especial de la promesa con su experiencia le fue dada a conocer por los acontecimientos. Un hijo de Dios que lamentaba sus años vacíos, se sintió repentinamente lleno de gozo y paz al escuchar un versículo que no se cita casi nunca: «Y os restituiré los años que comió la oruga.» Las amargas experiencias por las que tuvo que pasar David a causa de las calumnias y la malicia hizo que recibiese promesas que fueron para él de gran consuelo, y en miles de ocasiones se las han podido apropiar personas cristianas, desconocidas y atormentadas, al sentirse afligidas por «pruebas y crueles burlas». Antes de que esta dispensación toque a su fin no dudamos de que cada una de las frases de las Escrituras se hayan ilustrado en la vida de uno u otro de los santos. Tal vez alguna promesa oculta y no muy bien entendida siga ahí hasta que la encuentre la persona que se la pueda aplicar y para la cual fue especialmente escrita. Si se nos permite decirlo, hay una llave oxidada en el manojo que todavía no ha encontrado su cerradura, pero la encontrará antes de que se acabe la historia de la iglesia, de eso podemos estar bien seguros.

La palabra  Señor que pudiese servir para quitar de nosotros la presente desazón puede estar cerca, aunque nosotros no seamos conscientes de ello. Con un conocimiento extraordinario de la experiencia humana, John Bunyan representa al prisionero en el Castillo de la Duda como uno que pudo encontrar en su propio pecho la llave llamada Promesa, que pudo abrir todas las puertas de esa oscura prisión. Con frecuencia sufrimos innecesariamente cuando el medio para encontrar la más absoluta liberación se nos ofrece. Si tan solo pudiésemos abrir los ojos, como Agar, veríamos que teníamos cerca el pozo del agua, y nos preguntaríamos por qué creíamos que íbamos a morir de sed. En estos momentos, mi hermano, tú que sientes la tentación, piensa que hay una palabra del Señor que te está esperando. De la misma manera que el maná caía por la mañana temprano listo para que lo recogiesen los israelitas al levantarse de sus lechos, la promesa del Señor está esperando que la recibas. Los bueyes bien cebados de la gracia han sido muertos y todo está dispuesto para tu inmediato consuelo. La montaña está cubierta con los carros de fuego y con los caballos de fuego listos para tu liberación; el profeta del Señor puede verlos, y si tus ojos se abriesen tú también los verías. Al igual que los leprosos a la puerta de Samaria, sería una insensatez que te quedases sentado donde estás y te murieses. Levántate, porque muy cerca está la misericordia preparada para ser derramada, de una manera mucho más abundante de lo que tú hayas pedido o imaginado. Solamente cree y entra en el reposo.
 
Hay para los pobres, para los enfermos, para los que se sienten desmayar, para los que andan errantes, palabras de profundo consuelo que solamente ellos pueden disfrutar. Hay para los caídos, para los desesperados, los abatidos, los moribundos, reconstituyentes que han sido especialmente preparados para sus males en concreto. La viuda y los huérfanos tienen sus promesas, y lo mismo sucede con los cautivos, con los que viajan, con los marineros que han naufragado, con los ancianos y aquellos a punto de morir. No hay nadie que pueda ir tan lejos que no le alcance la promesa. Un ambiente de promesa sigue a los creyentes de la misma manera que el oxígeno rodea a nuestro globo terráqueo. Casi se puede decir que es algo omnipresente y añadir: « Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender. ¿Adónde me iré de tu Espíritu? ¿Y adónde huiré de tu presencia?» (Salmo 139:5, 6, 7). Por muy intensas que sean las tinieblas no pueden ocultarnos del pacto de su promesa, sino que en la noche brilla como si fuese pleno día. Por tanto, tengamos valor, y por medio de la fe y de la paciencia esperemos en la tierra de nuestro exilio hasta el momento de marchar al hogar. También nosotros, como el resto de los herederos de la salvación, «heredaremos la promesa».

Hay ciertos compromisos en el pacto, establecido con el Señor Jesucristo, en cuanto a sus elegidos y redimidos, que son sin condición en lo que a nosotros se refiere, pero muchas otras palabras del Señor están sometidas a ciertas estipulaciones que han de ser cumplidas con exactitud o, de lo contrario, no obtendremos la bendición. Una de las partes de la búsqueda diligente del lector debe ir dirigida a este punto, que es de suma importancia. Dios mantendrá la promesa que te ha hecho, pero a ti te toca asegurarte que cumplas al pie de la letra las condiciones del compromiso. Solamente cuando nosotros cumplimos los requisitos de una promesa que tiene una condición podemos esperar que se cumpla la promesa a nuestro favor. Él ha dicho: «El que cree en Jesús será salvo.» Si tú crees de verdad en el Señor Jesucristo serás salvo sin lugar a dudas, pero solamente si crees. De la misma manera, si la promesa requiere que ores, que lleves una vida de santidad, que leas la palabra, que permanezcas en Cristo, o lo que sea, entrega tu corazón y tu alma a lo que te ha sido mandado a fin de que puedas obtener la bendición. En algunos casos no es posible obtener la bendición porque el cristiano no cumple con sus obligaciones. No puede realizarse la promesa debido a que «el pecado está a la puerta». Incluso una obligación que nos es desconocida puede hacer que nos «caigan unos pocos azotes» y unos cuantos golpes podrán estropear grandemente nuestra felicidad. Hagamos un esfuerzo por conocer la voluntad del Señor en todas las cosas y luego obedezcámosla sin la más leve sombra de duda. No leemos acerca de nuestra voluntad, sino del camino de la sabiduría divina: «sus caminos son deleitosos, y todas sus veredas paz».

No subestimes la gracia de la promesa porque a ella vaya unida una condición, pues, en términos generales, adquiere un valor superior al ser así, ya que la condición es, en sí misma, otra bendición, que el Señor ha hecho a propósito inseparable de lo que tú deseas, a fin de que obtengas dos misericordias al buscar solamente una. Recuerda, además, que la condición resulta molesta solo a los que no son herederos de la promesa, porque para ellos es como una planta llena de espinos, manteniéndolos alejados del consuelo al que no tienen ningún derecho, pero para ti no debe de ser una causa de molestia, sino algo agradable y, por lo tanto, no será un impedimento que no te permita tener acceso a la bendición. Aquellos requisitos que para los egipcios fueron como una oscura nube y tinieblas, tuvieron su lado bueno para los israelitas y les alumbró de noche. Para nosotros el yugo del Señor es fácil de llevar, y si estamos dispuestos a soportarlo encontraremos reposo para nuestra alma. Fíjate en la manera en que ha sido expresada la promesa y cumple con todos sus preceptos a fin de que muchas cosas buenas te acontezcan.
 
Si tú crees en el Señor Jesús, todas las promesas son para ti, y entre ellas hay una que es para este mismo día del mes, y para el lugar donde te encuentras. Por tanto, saca el rollo de tu Magna Carta y busca la porción para esta hora. De todas las promesas que el Señor ha dado en su Libro, Él ha dicho: «Ninguna de ellas fallará, ninguno estará sin compañero, porque mi boca así lo ha mandado.» Por tanto, confiad y no tengáis temor. Si otras cosas fracasan, las promesas de Dios no lo harán. Los tesoros depositados en este Banco están por encima de todo riesgo. «Mejor es confiar en Jehová que en los príncipes.» Cantemos cada vez que nos acordemos del Dios de verdad y gracia.
 
Extracto del libro «segun la promesa» de C.H. Spurgeon

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