En BOLETÍN SEMANAL
​  Justicia y Bienaventuranza:  El evangelio, que parece tan lejano e indirecto en enfoque, es en realidad el camino más directo de resolver el problema. Una de las tragedias mayores de la vida de la Iglesia de hoy es la forma en que muchos se contentan con afirmaciones vagas, generales, inútiles acerca de la guerra y la paz en vez de predicar el evangelio en toda su sencillez y pureza. Lo que exalta a una nación es la justicia.

 El cristiano se preocupa en este mundo por ver la vida a la luz del evangelio; y, según el evangelio, el problema del género humano no es ninguna manifestación concreta del pecado, sino más bien el pecado mismo. Si les preocupa el estado del mundo y la amenaza de posibles guerras, entonces les aseguro que la forma más directa de evitar tales calamidades es observar lo que dicen palabras como las que vamos a considerar, ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.’  Si todos los habitantes de este mundo supieran qué es tener ‘hambre y sed de justicia’, no habría peligros de guerras. Ahí tenemos el único camino para la verdadera paz.

Todas las demás consideraciones, a fin de cuentas, no van a la raíz del problema, y todas las acusaciones que se hacen sin cesar a países, pueblos o personas no tendrán ni el más mínimo efecto en la situación internacional. Así pues, a menudo perdemos el tiempo y se lo hacemos perder a Dios con hablar de nuestros pensamientos y sentimientos en lugar de estudiar su Palabra. Si los seres humanos supieran qué es tener ‘hambre y sed de justicia,’ el problema se resolvería. Lo que el mundo más necesita ahora es un mayor número de cristianos. Si todas las naciones estuvieran compuestas de cristianos no habría por qué temer guerras atómicas ni ninguna otra amenaza.

En esta afirmación concreta del Sermón del Monte encontramos otra de las características del cristiano, una descripción más del cristiano. Ahora bien, tal como hemos visto, es muy importante que lo estudiemos en el lugar lógico que ocupa en la serie de afirmaciones que nuestro Señor hizo. Esta Bienaventuranza se sigue lógicamente de las precedentes; es una afirmación a la que conducen todas las otras.

Es la conclusión lógica a la que llegan, y es algo por lo que todos deberíamos estar profundamente agradecidos a Dios. No conozco una prueba mejor que se pueda aplicar a uno mismo en todo este asunto de la profesión cristiana que un versículo como este.
Si este versículo les resulta una de las afirmaciones más benditas de toda la Escritura, pueden tener la seguridad de que son cristianos; si no, mejor examinen de nuevo los fundamentos.

Tenemos aquí una respuesta para lo que hemos venido considerando. Se nos ha dicho que debemos ser ‘pobres en espíritu,’ que debemos ‘llorar,’ y que debemos ser ‘mansos.’ Ahora tenemos la respuesta para todo esto. Porque, si bien es cierto que esta Bienaventuranza sigue lógicamente a todas las anteriores, no es menos cierto que ofrece un pequeño cambio en el enfoque global. Es un poco menos negativa y más positiva. Hay un elemento negativo, como veremos, pero hay otro más positivo. Las otras, por así decirlo, nos han hecho mirarnos a nosotros mismos y examinarnos; ahora comenzamos a buscar una solución, y por ello hay un cierto cambio de enfoque.

Hemos venido considerando nuestra impotencia y debilidad totales, nuestra total pobreza de espíritu, nuestra bancarrota en estos aspectos espirituales. Al contemplarnos, hemos visto el pecado que hay en nosotros y que desfigura la creación perfecta del hombre por parte de Dios. Luego vimos la descripción de la mansedumbre y todo lo que representa. Hemos estado todo el tiempo preocupados por este terrible problema del «yo» – esa preocupación por sí mismo, el interés, ese confiar en sí mismo que lleva a todas nuestras miserias y que es la causa final de las guerras, tanto entre individuos como entre naciones, ese egoísmo que gira alrededor de sí y deifica el «yo», esa cosa horrible que es la causa final de la infelicidad. Y hemos visto que el cristiano lamenta y odia todo esto. Ahora pasamos a buscar la solución, la liberación del yo que anhelamos.

En este versículo tenemos una de las descripciones más notables del evangelio cristiano y de todo lo que nos da. Permítanme describirlo como la carta magna del alma que busca, la declaración maravillosa del evangelio cristiano para todos los que se sienten infelices por el estado espiritual en el que se ven, y que anhelan un orden y nivel de vida que todavía no han podido nunca disfrutar. También podemos describirlo como una de las afirmaciones más típicas del evangelio. Es muy doctrinal; pone de relieve una de las doctrinas más fundamentales del evangelio, a saber, que nuestra salvación es enteramente por gracia, que es totalmente el don gratuito de Dios. Esto es lo que pone sobre todo de relieve.

Quizá la forma más sencilla de enfocar el texto es limitarse a considerar los términos que lo constituyen. Es uno de esos textos que contiene una división natural, y todo lo que tenemos que hacer es considerar el significado de los distintos términos que se emplean. Es obvio, pues, comenzar con el término ‘justicia.’ ‘Bienaventurados —o felices— los que tienen hambre y sed de justicia.’ Son las únicas personas felices. Pero todo el mundo busca la felicidad; nadie lo duda. Todo el mundo quiere ser feliz. Este es el gran motivo que está en la raíz de todo acto y ambición, en la raíz de todas las obras, esfuerzos y empeños. Todo está destinado a la felicidad. Pero la gran tragedia del mundo, aunque busca la felicidad, es que nunca parece capaz de hallarla. El estado actual del mundo nos lo recuerda con toda viveza. ¿Qué ocurre? Creo que la respuesta está en que nunca hemos entendido este texto como hubiéramos debido hacerlo.

‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.’ ¿Qué significa? Lo voy a decir en una forma negativa. No debemos tener hambre ni sed de bienaventuranza; no debemos tener hambre ni sed de felicidad. Pero esto es lo que casi todo el mundo hace.

Consideramos la felicidad y bienaventuranza como lo único que hay que desear, y por ello siempre fracasamos en conseguirla; siempre se nos escapa. Según la Biblia la felicidad nunca es algo que habría que buscarse directamente; es siempre algo que resulta como consecuencia de buscar otra cosa.

Así sucede en el caso de los que no son de la Iglesia y de muchos que están dentro de ella. Es sin duda la tragedia de los que están fuera de la Iglesia. El mundo busca la felicidad. Este es el significado de su obsesión con los placeres, este es el significado de todo lo que los hombres hacen, no sólo en el trabajo sino sobre todo en las diversiones. Tratan de encontrar la felicidad, la colocan como su meta y objetivo únicos pero no la hallan porque siempre que se pone a la felicidad delante de la justicia, se condena uno a la desgracia. Este es el gran mensaje de la Biblia desde el principio hasta el fin. Sólo son verdaderamente felices los que buscan ser justos. Pongan la felicidad en lugar de la justicia y nunca la alcanzarán.

El mundo obviamente ha caído en este error tan fundamental, error que se podría ilustrar de muchas maneras. Pensemos en alguien que sufre una enfermedad dolorosa.

En general el deseo de un enfermo tal es aliviarse del dolor, y se entiende muy bien que así sea. A nadie le gusta el dolor. La única idea de este enfermo, por tanto, es hacer lo que pueda para aliviarse. Sí; pero si el doctor que lo atiende también está preocupado solamente por aliviarle el dolor es muy mal doctor. Su principal deber es descubrir la causa del dolor y tratarla. El dolor es un síntoma maravilloso que la naturaleza provee para llamar la atención acerca de la enfermedad, y el tratamiento definitivo para el dolor es tratar la enfermedad, no el dolor. Así pues, si un doctor trata solamente el dolor sin descubrir la causa del mismo, no sólo actúa contra la naturaleza, hace algo que es sumamente peligroso para la vida del paciente. El paciente quizá no sienta dolor, quizá parezca estar bien; pero la causa del problema sigue presente. Pues bien, esta es la necedad de la que el mundo es culpable. Dice, ‘Quiero verme libre del dolor, por tanto voy a ir al cine, o beber, o hacer lo que sea para olvidar el dolor.’ Pero el problema es,

¿Cuál es la causa del dolor, de la infelicidad, de la desgracia? No son felices los que tienen hambre y sed de felicidad y bienaventuranza. No, ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.’

Esto es igualmente verdad, sin embargo, de muchos dentro de la Iglesia. Hay mucha gente en la Iglesia cristiana que parece pasar la vida buscando algo que nunca encuentran, buscando cierta clase de felicidad y bienaventuranza. Van de reunión en reunión, de convención en convención, siempre con la esperanza de alcanzar esta cosa maravillosa, esta experiencia que los va a llenar de gozo y a colmar de éxtasis. Ven que otros lo han conseguido, pero ellos no parecen alcanzarlo. Lo buscan y anhelan, siempre hambrientos y sedientos; pero nunca lo consiguen.

No es sorprendente que así suceda. No estamos hechos para tener hambre y sed de experiencias; no estamos hechos para tener hambre y sed de bienaventuranza. Si queremos ser verdaderamente felices y bienaventurados, debemos tener hambre y sed de justicia. No debemos colocar la bienaventuranza y felicidad en primer lugar. No, esto lo da Dios a los que buscan la justicia. Oh, la tragedia es que no seguimos la enseñanza de instrucción sencillas de la Palabra de Dios, sino que siempre ansiamos y buscamos esta experiencia que esperamos tener. Las experiencias son el don de Dios; lo que ustedes y yo debemos ansiar y buscar es la justicia; de esto debemos tener hambre y sed. Muy bien, este es un aspecto negativo muy importante. Pero hay otros.

¿Qué significa esta justicia? No significa, desde luego, eso de lo que tanto se habla en estos tiempos, una especie de justicia o moralidad general entre naciones. Se habla mucho de la santidad de los contratos internacionales, del cumplir los tratados, del cumplir la palabra, de la honestidad en el trato y de todo lo demás. Bien, no me corresponde a mí censurar todo esto. Está muy bien por lo que vale; es la clase de moralidad que enseñaron los filósofos griegos y es muy buena. Pero el evangelio cristiano no se detiene ahí; su justicia no es esa. Hay quienes hablan con elocuencia de esa clase de justicia y quienes, sin embargo, me parece que saben muy poco acerca de la justicia personal. Los hombres se pueden poner elocuentes cuando hablan de cómo los países amenazan la paz mundial y violan los pactos, y al mismo tiempo son infieles a sus esposas y a sus propias obligaciones matrimoniales y a las promesas solemnes que hicieron Al evangelio no le interesa esa clase de palabrería; su concepto de justicia es mucho más profundo. La justicia tampoco significa solamente una respetabilidad general o una moralidad general. No me puedo detener en estos puntos; sólo los menciono de pasada.

Desde el punto de vista genuinamente cristiano es mucho más importante y serio el hecho que, en este contexto, no se puede definir la justicia ni siquiera como justificación. Hay quienes abren la Concordancia para buscar esta palabra ‘justicia’ (la cual aparece en muchos pasajes) y afirman que equivale a justificación. El apóstol Pablo la emplea en este sentido en la Carta a los Romanos, donde escribe acerca de ‘la justicia de Dios por medio de la fe.’ En este pasaje habla acerca de la justificación, y en esos casos el contexto suele decírnoslo con claridad. Con mucha frecuencia sí quiere decir justificación; en nuestro versículo, me parece, significa más. El contexto mismo en el cual lo hallamos (y en especial su relación con las tres Bienaventuranzas anteriores) indica, me parece, que la justicia en este caso incluye no sólo la justificación sino también la santificación. En otras palabras, el deseo de justicia, el hecho de tener hambre y sed de ella, significa en último término el deseo de liberarse del pecado en todas sus formas y manifestaciones.

Permítanme detallar un poco más esto. Quiere decir deseo de liberarse del pecado, porque el pecado nos separa de Dios. Por tanto, en un sentido positivo, quiere decir deseo de ser justo ante Dios; y esto, después de todo, es lo fundamental. Todos los problemas del mundo de hoy se deben al hecho de que el hombre no es justo delante de Dios por qué por no ser justo delante de Dios todo lo demás ha ido también a la deriva. Esta es la enseñanza de la Biblia. Por esto el deseo de justicia es un deseo de ser justo delante de Dios, un deseo de liberarse del pecado, porque el pecado es lo que se interpone entre Dios y nosotros, nos impide el conocimiento de Dios, y todo lo que nos es posible con Dios. Esto es, pues, lo primero. El que tiene hambre y sed de justicia es el que ve que el pecado y la rebelión lo han apartado de Dios, y anhela restaurar esa antigua relación, la relación original de justicia en la presencia de Dios. Nuestros primeros padres fueron hechos justos en la presencia de Dios. Moraban en El y andaban con El. Esta es la relación que ese hombre anhela.

Pero también significa un deseo de verse libre del poder del pecado. Habiendo caído en la cuenta de qué significa ser pobre en espíritu y llorar a causa del pecado, espontáneamente se llega a la fase de anhelar verse libre del poder del pecado. El hombre que hemos venido contemplando en función de estas Bienaventuranzas es un hombre que ha llegado a comprender que el mundo en el que vive está bajo el dominio del pecado y de Satanás; comprende que está bajo el dominio de una influencia maligna, ha andado ‘conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.’ Ve que ‘el dios de este mundo’ lo ha venido cegando, y ahora anhela verse libre de él. Desea alejarse de este poder que lo arrastra a pesar suyo, esa ‘ley en sus miembros’ de la que Pablo habla en Romanos 7. Desea verse libre del poder y tiranía y esclavitud del pecado. Ven, pues, cuánto más lejos y hondo va que esa palabrería vaga y general de una relación entre naciones, y otras cosas parecidas. Pero todavía va más allá. Quiere decir un deseo de verse libre del deseo mismo de pecado, porque descubrimos que el hombre que se examina verdaderamente a la luz de las Escrituras no sólo descubre que está bajo la esclavitud del pecado; es todavía más horrible el hecho de que le gusta, de que lo desea. Incluso después de haber visto que es malo, sigue deseándolo. Pero el hombre que tiene hambre y sed de justicia es un hombre que desea verse libre de ese deseo de pecado, no sólo en lo externo, sino también en lo interno. En otras palabras, anhela la liberación de lo que se puede llamar la contaminación del pecado. El pecado es algo que contamina la esencia misma de nuestro ser y de nuestra naturaleza. El cristiano es alguien que desea verse libre de todo eso.

Quizá se puede resumir así. Tener hambre y sed de justicia es desear verse libre del «yo» en todas sus horribles manifestaciones, en todas sus formas. Cuando contemplamos al hombre manso, vimos que lo que realmente significa es verse libre del ‘yo» en todas sus formas —preocupación por sí mismo, orgullo, vanidad, autoprotección, sensibilidad, siempre imaginando que la gente va contra uno, deseo de protegerse y glorificarse. Esto es lo que conduce a conflictos entre individuos y entre naciones. Ahora bien, el que tiene hambre y sed de justicia es el que anhela verse libre de todo eso; desea emanciparse de la preocupación por sí mismo en todas sus formas.
 
Extracto del libro: el sermón del monte, del Dr. Martin Lloyd-Jones

Extracto del libro: El sermon del monte, del Dr. Martin Lloyd-Jones

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