En BOLETÍN SEMANAL
​El problema de los fariseos y de los escribas era que se concentraban sólo en la letra; pero con exclusión del espíritu. Es un tema importante el de esta relación entre forma y contenido. El espíritu es siempre algo que ha de tomar forma, y ahí nacen las dificultades.
​Esto nos conduce al análisis de lo que de hecho dijo. Es importante que estudiemos la afirmación en conjunto antes de pasar a considerar los detalles de la misma. Dejemos de una vez por todas de lado la idea de que nuestro Señor vino para dar una ley nueva, para proclamar un código ético nuevo. Cuando examinemos las afirmaciones concretas veremos que muchos han caído en tal error. Hay quienes no creen en la divinidad única del Señor Jesucristo ni en su expiación, ni le dan culto como Señor de la gloria, aunque dicen que creen en el Sermón del Monte porque en él encuentran un código ético para su propia vida y para el mundo. Así, dicen, habría que vivir la vida. Por esto subrayo los principios a fin de que veamos que considerar así el Sermón del Monte es desvirtuar su verdadero propósito. No pretende ser un código ético detallado; no es una clase nueva de ley moral lo que Jesucristo promulgó. Es probable que muchos en su tiempo lo consideraran así, porque a menudo dice algo así como: ‘He venido para instaurar un nuevo reino. Soy el primero de una nueva raza de gente, el primogénito entre muchos hermanos; y aquellos de quienes soy Cabeza serán de una cierta clase, gente que, por conformarse a esa descripción, se comportarán de un cierto modo. Pues bien, quiero daros algunas ilustraciones de cómo se van a comportar.’ 

Esto dice nuestro Señor, y por esto se preocupa más por los principios que por los ejemplos. Si tomamos, pues, las ilustraciones y las convertimos en ley estamos negando lo que Él quiso hacer. Ahora bien, es característico de la naturaleza humana que siempre prefiramos las cosas desmenuzadas y no en principios. Por esto ciertas formas de religión siempre tienen éxito. Al hombre natural le gusta que le den una lista concreta; luego le parece que, si se atiene a la misma, todo irá bien. Pero esto no es posible en el caso del evangelio; no es posible en absoluto en el reino de Dios. Esa fue en parte la situación en la Antigua Dispensación, e incluso en ese caso los escribas y fariseos lo llevaron demasiado lejos. Pero no es para nada así en la Dispensación del Nuevo Testamento. Sin embargo, todavía nos gusta eso. Es mucho más fácil celebrar la Cuaresma durante seis semanas al año, que vivir en función de un principio que exige que se aplique la santidad en función de la observancia de todos los días. Siempre nos gusta tener un conjunto de normas y reglas rutinarias. Por esto insisto en este punto. Si se toma el Sermón del Monte con estas seis afirmaciones detalladas y se dice, ‘Con tal de que no cometa adulterio —y así sucesivamente— todo va bien,’ no ha comprendido uno para nada lo que nuestro Señor quiere decir. No es un código ético. Quiere esbozar un cierto estilo de vida, y viene a decirnos, ‘Ved, os ilustro esa clase de vida; así hay que vivir.’ Debemos, pues, asimilarnos el principio sin convertir en ley las ilustraciones concretas. 
 
Dicho en otras palabras. El que se encuentra en el ministerio ha de dedicar mucho tiempo a contestar preguntas de la gente que espera que el ministro les dé respuestas concretas para problemas concretos. En la vida nos encontramos con ciertos problemas, y hay gente que siempre parece desear respuestas detalladas de tal manera que cuando se encuentra ante un problema concreto, no tenga que hacer otra cosa más que acudir al libro de texto en busca de la solución y encontrarla. 

Los tipos de religión como la católica sirven para esto. Los casuistas de la Edad Media, esos llamados doctores de la Iglesia, habían pensado acerca de todos los problemas morales y éticos que se le podían presentar al cristiano en este mundo, habían hallado las soluciones y las habían codificado hasta convertirlas en normas y reglas. Cuando uno está ante una dificultad, recurre de inmediato a la autoridad y encuentra la respuesta apropiada. Hay personas que siempre anhelan algo así en la vida espiritual. La respuesta final en el caso suyo en función de este Sermón se puede formular de una manera. El evangelio de Jesucristo no nos trata así. No nos trata como a niños. No es otra ley, sino algo que nos da vida. Establece ciertos principios y nos pide que los apliquemos. Su enseñanza básica es que se nos da una perspectiva y comprensión nuevas que debemos aplicar a todos los detalles de la vida. El cristiano no posee reglas definitivas; en lugar de ello aplica principios a cada situación que se le presenta. 

Hay que decir todo esto a fin de poner de relieve este punto. Si tomamos las seis afirmaciones que nuestro Señor hizo en función de la fórmula ‘Oísteis’ y ‘Pero yo os digo,’ veremos que el principio que utiliza es exactamente el mismo en cada caso. En uno trata de la moralidad sexual, en el siguiente del homicidio y en el otro del divorcio. Pero el principio es siempre el mismo. Nuestro Señor como Maestro sabía que es importante ilustrar un principio, y por ello da seis ejemplos de una verdad.

Veamos ahora este principio común que se encuentra en los seis ejemplos, de modo que cuando pasemos a estudiar cada uno de los ejemplos podamos tenerlo bien presente. El deseo básico de nuestro Señor era mostrar el significado y la intención verdadera de la ley, y corregir las conclusiones erróneas que los escribas y fariseos habían sacado de ella y todas las nociones falsas que se habían basado en ella. Estos, me parece, son los principios. 


Primero, lo que sobre todo cuenta es el espíritu de la ley, no la letra solamente. La ley no tenía que ser algo mecánico, sino vivo. El problema de los fariseos y de los escribas era que se concentraban sólo en la letra; pero excluyendo el espíritu. Es un tema importante el de esta relación entre forma y contenido. El espíritu es siempre algo que ha de tomar forma, y ahí nacen las dificultades. El hombre siempre se fija más en la forma que en el contenido; en la letra más que en el espíritu. Recuerden que el apóstol Pablo insiste en esto en 2 Corintios donde dice: ‘La letra mata, mas el espíritu vivifica,’ y su pensamiento principal en ese capítulo es que Israel pensaba tanto en la letra que había perdido el espíritu. El propósito exclusivo de la letra es dar cuerpo al espíritu; y el espíritu es lo que realmente importa, no la simple letra. Tomemos, por ejemplo, la cuestión del homicidio. Los escribas y fariseos creían que habían cumplido la ley a la perfección si no mataban de hecho a nadie. Pero con ello no entendían para nada el espíritu de la ley, el cual es que no solamente no tengo que matar literalmente a nadie, sino que mi actitud respecto a los demás ha de ser justa y amable. Lo mismo se puede decir de las otras ilustraciones. El simple hecho de que uno no cometa adulterio en un sentido físico, no quiere decir que uno haya observado la ley. ¿Con qué espíritu estoy actuando? ¿Qué desea uno al mirar?  y así sucesivamente.  El espíritu, y no la letra, cuenta. 

Es evidente, pues, que si confiamos en la letra entenderemos mal la ley. Déjenme insistir en que esto se aplica no sólo a la ley de Moisés, sino todavía más, en un sentido, al Sermón del Monte. Hay quienes, hoy día, tienen una idea tal del Sermón del Monte que desvirtúa su espíritu. Cuando examinemos los detalles lo veremos. Tomemos, por ejemplo, la actitud de los cuáqueros respecto al juramento. Han tomado la letra de forma literal y con ello, creo, no sólo han negado el espíritu sino que incluso han hecho que la afirmación de nuestro Señor parezca ridícula. Hay otros que hacen lo mismo con el volver la otra mejilla, con el dar al que nos pide, ridiculizando toda la enseñanza porque no viven sino la letra, en tanto que lo que nuestro Señor subraya es la importancia principal del espíritu. Esto no quiere decir que la letra, no importe; pero sí significa que debemos colocar antes el espíritu e interpretar la letra según el espíritu. 

Tomemos ahora el segundo principio, que no es sino otra forma de expresar el primero. La conformidad a la ley no hay que considerarla sólo en función de hechos. Los pensamientos, motivos y deseos son igualmente importantes. La ley de Dios se ocupa tanto de lo que conduce a los hechos como de los hechos mismos. Esto no quiere decir, claro está, que los hechos no importan; quiere decir bien claramente que no importan solamente los hechos. Esto debería ser un principio obvio. Los escribas y fariseos se preocupaban tan sólo del acto de adulterio o del acto de homicidio. Pero nuestro Señor se esforzó en subrayarles que lo que en última instancia es de verdad reprensible ante Dios es el deseo en el corazón y mente del hombre que lo conduce a hacer estas cosas. Muy a menudo repitió esto, que los malos pensamientos y malas acciones proceden del corazón. Lo que importa es el corazón del hombre. Por esto no hay que pensar en esta ley de Dios y en agradar a Dios sólo en función de lo que hacemos o dejamos de hacer; es la actitud interna lo que Dios tiene siempre en cuenta. ‘Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación’ (Le. 16:15). 


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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones

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