En BOLETÍN SEMANAL
"Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Tí, oh Dios, el alma mía". (Salmo 42:1)
 ​Algunas observaciones en cuanto al resultado de la oración: David, pidió larga vida, y Dios se la dio (Salmo 21:2-4). No solamente le concedió lo que deseaba su corazón, sino "lo que sus labios pronunciaron".  Ana pidió un hijo, y Dios le respondió en aquello precisamente que ella deseaba, por lo cual le puso por nombre Samuel, "por cuanto lo demandé a Jehová" (I Samuel l:20). "Por este niño oraba dice y Jehová me dio lo que le pedí", y no otra cosa en su lugar. También en 1 Crónicas 4:10 leemos: "Invocó Jabes al Dios de Israel . . . e hizo Dios que le viniese lo que le pidió". Así procede Dios muchas veces para con sus hijos. Con este fin nos ha dado su Espíritu y, como no sabemos lo que nos conviene, Cristo nos ha sido hecho sabiduría de Dios.

COMO OBSERVAR LAS RESPUESTAS A LA ORACIÓN
 
Algunas observaciones en cuanto al resultado de la oración.
 La cuestión de si se debe a las oraciones o a la providencia común. Reflexiones útiles a este respecto.

Cuando un hombre ha esperado de esta manera, guardando su camino, debe observar el resultado y conclusión de lo que había pedido, para aprender cómo obra Dios. Ahora bien, sólo pueden ocurrir dos cosas: que lo deseado se realice, o que no se realice. En uno y otro caso, el que ora puede examinar las respuestas concedidas a sus oraciones, pues es posible que la petición sea contestada, aunque lo que se pidió no se haya llevado a cabo.
En esa sección y en la siguiente me ocuparé separadamente de ambos casos.
Si aquello por lo cual oras se realiza, ¿para qué dudar de la respuesta, y de si Dios te oyó o no? Lo estás viendo con tus propios ojos. A menudo ocurre que Dios obra conforme a los deseos del corazón de un hombre; y no solamente es así, sino que, al hacerlo, cumple lo que quería dar al hombre (Salmo 20:4); es decir, que no solamente satisface su voluntad y el objeto de su oración, sino también, y precisamente, de la manera y por los medios que su juicio y consejo habían determinado en su pensamiento. Los deseos del corazón quedan satisfechos cuando Dios concede otra cosa que la deseada, pero cuando un hombre recibe respuesta en aquello precisamente que su juicio estimaba como lo mejor, se dice que el consejo del corazón ha sido satisfecho. Por consejo entendemos un acto del entendimiento en que se delibera acerca de los medios para alcanzar cierto fin, y que nos lleva a escoger un medio en particular para alcanzar un fin determinado. Es lo que Elifaz dice a Job, en el cap. 22:27, 28: «Orarás a El, y El te oirá; … determinarás asimismo una cosa serte firme»; o sea que uno es guiado a decidir y establecer en oración los beneficios que Dios concede en particular: Dice lo que desea, y Dios lo obra. Elifaz declara aquí que tendrás este privilegio si te tornares y te amistares con El y tomares la ley de Su boca. No errarás al orar, sino que aquello por que ores se te concederá conforme a tu petición. Al que así le sea hecho tendrá el privilegio de ser su propio consejero, y el artífice de sus propias misericordias; y así como dijo Cristo: «Según tu fe sea hecho contigo», así también Dios dice a veces: Conforme a tus oraciones sea hecho. Elifaz consideraba aquí como favor especial el que mientras otras oraciones son contestadas indirectamente, la tuya, dice, será contestada directamente, lo cual es más consolador, como lo son más los rayos de luz directos que los oblicuos, por contener más calor. De modo que si un hombre oye a Dios y le obedece, Dios le oirá; si está sujeto a Cristo como Rey, Cristo como Profeta le guiará, haciendo que no yerre en sus peticiones. Mediante infalible providencia y previo instinto, infundidos por su Espíritu, Dios le guiará de tal manera que pida precisamente lo que Él se propone darle, pues de por sí no sabe qué ni cómo pedir.

Sin embargo, aun teniendo las cosas que hemos pedido y deseado, la envidia y la infidelidad de nuestro corazón son tales, que a menudo no discernimos ni reconocemos que fueron nuestras oraciones las que obtuvieron aquello de Dios; sino que, una vez alcanzadas, a pesar de haberlas buscado fervientemente en Dios, somos propensos a mirar a las cosas de abajo, y a atribuirlo a segundas causas, o aun a poner en duda, llenos de desconfianza, si fue en respuesta a nuestras oraciones que lo concedió, o si fue por la providencia común. Así vemos que Job, en su mal humor, dice: «Que si yo le invocase, y El me respondiese, aun no creeré que haya escuchado mi voz” (9:16); es decir, no creeré que lo hizo en relación con mi oración y petición, pues ahora procede conmigo de manera tan severa, «porque me ha quebrado con tempestad» (v. 17). Eso es lo que hacen nuestros desconfiados corazones, sentirse siempre insatisfechos y, a pesar de que las señales del favor de Dios son clarísimas, tienen a interpretar mal y pervertirlas de cualquier modo. Aunque Dios realmente nos responde cuando le invocamos, no queremos creer que fue porque escuchó nuestra particular oración.

Por Thomas Goodwin

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