En BOLETÍN SEMANAL
​Efe 5:18  No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu.   L​a vida cristiana no es una vida de inactividad sino una vida productiva. ¿Qué es un cristiano? No se me ocurre una forma mejor de describirlo que ésta: el cristiano es lo opuesto exacto del hijo pródigo. Creo que en esta parábola tenemos un comentario sumamente perfecto de este versículo que estamos considerando. En ella se ve los dos aspectos: el hijo pródigo en un país lejano y el hijo pródigo después de haber regresado nuevamente con su padre.

 Aquí hay un gran contraste. La ebriedad siempre lleva a la disolución, siempre conduce al libertinaje, al desenfreno y a la destrucción. Quiero subrayar que siempre derrocha y siempre desperdicia. ¿Qué es lo que desperdicia? Por un lado desperdicia tiempo. Un hombre en condición de ebriedad no se preocupa de su negocio ni de ninguna otra cosa; el ebrio tiene tiempo para hablar, todas las demás cosas deben esperar. Está desperdiciando su tiempo. Del mismo modo desperdicia su energía. Hace cosas que no haría en momentos de sobriedad. Hace alarde y desperdicia su energía sólo para demostrar su fuerza, sólo para demostrar lo maravilloso que es. El exceso, la ebriedad, son pródigos y especialmente en el desperdicio de la energía. La persona ebria la malgasta como con ambas manos. Lo hace en su conversación, en sus hechos y en todo.

Pero esa clase de vida también malgasta otras cosas, y que son más importantes. Renuncia a la castidad y también a la pureza. Se desperdician los dones más preciosos que Dios ha dado al hombre, la habilidad de pensar, de razonar, de comprender, y todo el equilibrio del cual he estado hablando. Todo ello es disipado. Esa es la característica de la disolución producida por la ebriedad; ella impulsa al hombre a tirar su castidad, su pureza, su moral. Por eso el estar ebrio es algo tan terrible. Se ve a un hombre en ese estado malgastando las cosas más preciosas que le pertenecen; las está derrochando. Siempre es destructivo.

La vida cristiana por otra parte es lo opuesto exacto de todo ello. Más adelante voy a desarrollar este tema. Pero la gran característica de la vida cristiana es su virtud de conservar, de construir, de añadir a lo que tenemos. Uno siempre gana algo, siempre aprende algo nuevo. El Antiguo Testamento afirma que la vida con Dios es una vida que ‘enriquece’, enriquece en todo sentido, y por cierto nos introduce a las ‘insondables riquezas de Cristo’. Eso es lo que hace la vida cristiana.

Es una vida que preserva y conserva e incrementa todo lo bueno que el hombre tiene. Es exactamente el opuesto del tipo de vida que vivió el hijo pródigo; y lo es en todo sentido. El pródigo tiró con ambas manos su dinero. El cristiano no es un avaro, pero el Nuevo Testamento dice que es un ‘administrador’. El cristiano tiene y conserva; no tira el dinero con ambas manos sin pensar en lo que hace. Comprende que le ha sido encargada una solemne responsabilidad la cual debe cumplir correctamente. De modo que es un verdadero administrador de su dinero y de todo lo demás.

Aquí hay otro contraste llamativo. La vida cristiana en contraste con la vida de ebriedad y disolución, no agota al hombre. Esa es la tragedia de aquella otra vida. El pobre borracho se cree estimulado; en realidad se está agotando debido a su uso pródigo de energías y de todo lo demás. Pero la vida cristiana no produce ese agotamiento; produce precisamente lo opuesto, a Dios gracias.

En este punto emerge un gran principio. No sólo se aplica a la bebida, sino a muchos otros elementos que producen el mismo efecto que la bebida. En términos sencillos nos dice que la diferencia entre la operación del Espíritu sobre nosotros y cualquier otra influencia que a primera vista pudiera parecemos semejante a la influencia del Espíritu es que todas estas otras nos dejan exhaustos, mientras que el Espíritu siempre derrama su poder dentro de nosotros.

Permítame ilustrar lo que quiero decir. Recuerdo haber oído algunos años atrás de una obra misionera que era auspiciada por cierta organización cristiana durante un determinado período. Luego recuerdo haber oído que el tiempo inmediatamente posterior fue una de las peores épocas en sentido espiritual de la historia de dicha organización. Se redujo el número de gente que asistía a las reuniones de oración y a las demás reuniones. La gente no sólo dejó de asistir a las reuniones de oración o de cumplir con su trabajo regular de cristiano, sino que tampoco leían las Escrituras como debían de haberlo hecho. Alguien preguntó por la causa de este extraño fenómeno y la explicación, la respuesta dada, fue ésta: todo ello se debe a lo que llamaron ‘el agotamiento post-campaña’. Cada participante estaba cansado y exhausto. ¿No es esto algo que nos impulsa a pensar?

El Espíritu Santo, afirmo, no agota; Él pone poder en nosotros. Muchos otros medios nos agotan. Si una iglesia u organización cristiana está agotada después de una campaña evangelística, yo pondría muy en duda la base sobre la cual la campaña fue conducida. El Espíritu no agota, pero sí la energía producida y gastada por el hombre. El alcohol o cualquier otro estimulo artificial inventado por el hombre siempre nos deja agotados y cansados. No así el Espíritu. La ebriedad agota; el Espíritu Santo no agota, todo lo contrario, da energía.

Del mismo modo podemos indicar que este exceso, esta ebriedad siempre empobrece. El pobre borrachín despierta para ver que no le queda nada. Véalo en la historia del hijo pródigo. Allí estaba, pobre tipo; el dinero se le había terminado, todo se había ido, y él trataba de mantenerse vivo comiendo las algarrobas con que se alimentaban los cerdos. Pero ‘nadie le daba nada’. Ya no tenía absolutamente nada, se había empobrecido totalmente. Entonces recuerda su hogar y a su padre y dice: «Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan». Tenían lo suficiente, incluso para ahorrar. «Y yo aquí perezco de hambre».

Aquí está, completamente agotado. Todas sus cosas se han desvanecido totalmente y él se ha quedado sin dinero, sin esperanza, sin ayuda y sin amigos. La vida cristiana es exac-tamente lo opuesto de tal condición. El apóstol vuelve a expresarlo al escribir a Timoteo: «atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir» (1Ti. 6:19). ¿Estamos construyendo nosotros, estamos aumentando nosotros, estamos creciendo, estamos desarrollando? Esta es la prueba más profunda que indicará si el Espíritu está en toda su plenitud en nosotros o no.  La vida antigua natural y pecaminosa empobrece y nos deja con las manos vacías.

Extracto del libro: Vida en el espíritu, de Martyn Lloyd-Jones

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