En BOLETÍN SEMANAL
​«Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora» (Gálatas 4:28, 29).  Cuando los hermanos son tan tremendamente diferentes como lo fueron Ismael e Isaac, no es de sorprender que se enemisten y se complazcan albergando sentimientos poco caritativos.

Ismael era mayor que Isaac y cuando llegó el momento de detestar a Isaac Sara vio al hijo de la esclava burlándose de su hijo, pues ya a esa temprana edad comenzó a manifestarse la diferencia de nacimiento y su condición. Esto muy bien puede servir para indicarnos lo que podemos esperar si poseemos una vida dada por Dios, como herederos de la promesa. Aquellos que viven esclavos de la ley no puede amar a los que son libres gracias a la libertad del evangelio y no tardan en manifestar, de una manera u otra, su enemistad.

No estamos pensando en estos momentos en la hostilidad entre el mundo malvado y la Iglesia, sino en lo que existe entre hombres que siguen una religión meramente natural y aquellos que han nacido de Dios. No hablamos acerca de los filisteos oponiéndose a Isaac, sino de su hermano Ismael que se burló de él. La más encarnizada es la oposición de los que son exteriormente religiosos en contra de los que han nacido de lo alto y que adoran a Dios en espíritu y en verdad. Muchos de los preciosos hijos de Dios han sufrido amargamente el odio cruel de aquellos que afirmaban ser sus hermanos.

Es posible que el motivo que impulsase a Ismael fue la envidia, pues seguramente no podría soportar que el pequeño tuviese la preeminencia sobre él. Parecía decir: «Éste es el heredero y, por tanto, le odio.» Es muy posible que se burlase de Isaac por ser el heredero y que presumiese de tener el mismo derecho a la propiedad que tenía el hijo de la promesa. De este mismo modo los catedráticos envidian a los creyentes sencillos y se consideran a sí mismos tan dignos como los mejores, que esperan ser salvos por la gracia de Dios. Ellos mismos no desean la gracia de Dios, y, a pesar de ello, como el perro del hortelano, no pueden soportar que otros la posean. Envidian la esperanza que poseen los santos, su paz mental y el que disfruten del favor de Dios. Si alguno de ustedes se encuentra con personas así no se sorprenda.

La envidia que sintió Ismael se manifestó de manera más clara durante la gran fiesta que dieron para celebrar el destete de su hermano, y de la misma manera los formalistas, como el hermano mayor en la parábola, se sienten más provocados cuando mayor es el gozo en relación con el hijo amado por el Padre. La música y la danza son una mortificación y algo doloroso para el orgullo de estos hombres sabios. Cuando la absoluta seguridad se aparta de la duda y el gozo santo se aparta del mundo, los que tienen una religión puramente carnal se ríen burlonamente y llaman locos a los que siguen a Dios, o les llaman fanáticos o dicen con sarcasmo: « ¡Pobres locos! dejadles solos, son una panda de engañados.» Las personas que son religiosas, pero que no han sido regeneradas, que se esfuerzan y esperan conseguir la salvación por sus propios méritos, normalmente muestran un odio acerbo hacia aquellos que han nacido conforme a la promesa.

A veces se burlan de su debilidad. Quizás Ismael llamase a Isaac bebé, al que acababan de destetar. Los creyentes son también débiles y pueden muy fácilmente suscitar las burlas de aquellos que se consideran decididos. Isaac no podía negar que era débil, como tampoco pueden los creyentes negar sus faltas, y están sometidos a debilidades que pueden atraer sobre ellos justas críticas, pero el mundo se aprovecha en demasía de esta situación y se burla de los santos por debilidades que en otros pasarían por alto. No debemos de pensar que es extraño que nuestra insignificancia y nuestra imperfección atraigan las burlas de los orgullosos y santurrones fariseos que se mofan también de nuestro Evangelio.

Con frecuencia las burlas surgen por causa de las pretensiones del creyente. A Isaac le llamaban «el heredero» y eso era algo que Ismael no podía soportar. «Fijaos» dice el legalista, «no hace mucho que ese hombre era un conocido pecador, pero ahora dice que ha creído en Jesucristo y, por lo tanto, dice que sabe que es salvo y que ha sido aceptado y que está seguro del cielo. ¿Habéis oído jamás semejante presunción?» El que está atado a sus cadenas odia la presencia de un hombre libre. El que rechaza la misericordia de Dios porque confía orgullosamente en sus propios méritos, se pone furioso con el hombre que se goza en ser salvo por la gracia.
Es muy posible que el pequeño Isaac, que había nacido de un matrimonio de edad muy avanzada, le pareciese extraño y raro al muchacho que era medio egipcio. Ninguna persona resulta tan extraña para los demás como el hombre que ha nacido de lo alto. El vivir por fe en la promesa de Dios debería de parecer la cosa más natural del mundo, pero no se considera de ese modo. Por el contrario, el resto de los hombres miran como personas extrañas a los que creen en Dios y actúan conforme a su creencia. Los miserables muchachos de la calle todavía gritan a los extranjeros, v los hombres del mundo todavía se toman a guasa a los verdaderos creyentes, por causa de su conducta, que no es como la del mundo, y de su manera de entender la vida. Para nosotros esto es un buen testimonio porque el Señor dijo: «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.»

El creyente se ve obligado a soportar mil burlas, algunas de ellas de lo más ridículo, y «soportar crueles mofas» y debiera de estar preparado para afrontarlas. Después de todo, hoy en día es cosa de poca importancia verse perseguidos, porque los fuegos inquisitoriales se han apagado, la torre de Constanza no contiene ya prisioneros y no queda ni un tornillo en uso.  ¡Valor, buen hermano! Aunque se burlen de usted no le romperán ningún hueso y si es usted lo suficientemente valiente como para despreciar los desdenes podrá dormir sin que nadie interrumpa su descanso.

El hecho de que Ismael se burlase de Isaac es solamente una entre diez mil pruebas de la enemistad que existe entre la semilla de la mujer y la de la serpiente. El que estos dos estuviesen juntos bajo el mismo techo de Abraham se produjo por el hecho de que fuese a Egipto y actuase como si no fuese creyente delante del faraón. Entonces le fue dada a Sara la esclava y el elemento del mal se introdujo en el campamento. Sara, en un mal momento, dio la esclava a su esposo, y a partir de ahí surgieron todos los problemas. Ninguna asociación de los no regenerados con la Iglesia de Dios cambiará en nada la naturaleza de los primeros, y en el caso de Ismael habría de continuar siendo Ismael.

En la actualidad los más encarnizados enemigos de la verdad de Dios son los extraños a nuestra comunión. Éstos son los que hacen que los creyentes en la enseñanza evangélica más sólida parezcan extraños en las iglesias que se fundaron teniendo como base las doctrinas de la Escritura. Nos convierten en extranjeros dentro de nuestro propio país. Son indulgentes con toda clase de herejías, pero luego se burlan de los que creen en la doctrina de la gracia como anticuados y fanáticos, como si fuesen mortales retrasados que debieran de buscarse con todo cuidado una tumba y enterrarse a sí mismos. Pero con todo y con eso, el hombre que confía en su Dios y cree en su pacto, podrá sobrevivir a todas las burlas, porque considera el oprobio de Cristo como una riqueza superior a todos los tesoros de Egipto. No es, de ningún modo, vergonzoso confiar en Dios; por el contrario, es algo honroso para los hombres nobles confiar en Él, que es fiel y verdadero, y si por ello tienen que sufrir, lo hará con gozo. Apréstese, pues, con un valor santo, usted que está aprendiendo, por medio de la gracia, a vivir descansando, por fe, en la promesa de Dios. ¿Acaso el que es la Cabeza de la raza humana no fue despreciado y rechazado por los hombres? ¿Acaso no debe el resto de la hermandad ser semejante al primogénito? Si somos copartícipes de los sufrimientos de Cristo, seremos también partícipes de su gloria, por lo tanto participemos en la suerte del Crucificado, que es el heredero de todas las cosas.

Extracto del libro «segun la promesa» de C. H. Spurgeon

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