En BOLETÍN SEMANAL
​«Bendito sea Jehová, que ha dado paz a su pueblo, Israel, conforme a todo lo que Él había dicho; ninguna palabra de todas sus promesas que expresó por Moisés, su siervo, ha faltado» (1 Reyes 8:56).   Dios da buenas cosas a los hombres conforme a su promesa.  Éste es un hecho y no es sencillamente una opinión. Nosotros lo afirmamos y retamos al mundo entero a que aporten evidencia de que esta información es falsa.

En lo que a este hecho se refiere el escritor es un testigo personal. Mi experiencia ha sido larga y he observado muchísimas cosas, pero todavía no me he encontrado con una sola persona que haya depositado su confianza en el Señor y Él le haya fallado. He visto a muchísimos hombres apoyados y sostenidos durante los tiempos de sufrimiento por descansar en la palabra del Señor, y además he visto a muchas personas moribundas triunfar de la muerte por el mismo medio, pero no me he encontrado jamás con un creyente que tuviese que avergonzarse de su esperanza por causa de sus aflicciones temporales ni con uno que a la hora de la muerte se arrepintiese de haber confiado en el Señor. Todo cuando he podido observar apunta en dirección contraria y me ayuda a sentirme más convencido de que el Señor es fiel con todos los que confían en Él. Acerca de este tema estaría dispuesto a dar mi más solemne palabra delante de un tribunal de justicia. Yo no diría algo que fuese falso bajo pretexto de un fraude piadoso, pero daría testimonio sobre este tema tan importante como un testigo honrado sin reserva ni equivocación.

 Nunca he conocido un hombre que a la hora de tener que enfrentarse con la muerte se lamentase de haber confiado en el Salvador. No, es algo que no he oído que sucediese nunca, en ninguna parte. Si tal caso se hubiese dado, aquellos que odian el evangelio hubiesen hecho que se corriese la voz por todas partes y todas las calles hubiesen escuchado las malas noticias y todo predicador hubiese tenido que enfrentarse con ellas. A la puerta de todas las iglesias y las capillas nos hubiésemos encontrado con folletos diciendo que aquel que había llevado una vida santa y que había depositado su confianza en los méritos del Redentor, había descubierto en sus últimas horas que había sido engañado y que la doctrina de la cruz era tan solo una ilusión. Lanzamos un reto a nuestros oponentes a que descubran un solo caso, que lo encuentren entre los ricos o los pobres, los ancianos o los jóvenes. Que el mismo fanático, si puede, dé testimonio del fracaso de una sola de las promesas que ha hecho el Dios Vivo. Pero no se ha dicho que Jehová haya engañado a uno solo de entre su pueblo, y no se dirá nunca, porque Dios es fiel a cada una de las palabras que ha dicho.

Dios nunca se anda con mentiras y el mero hecho de imaginarlo es una blasfemia. ¿Por qué habría de ser falso, ¿Qué habría de inducirle a no cumplir su palabra? Sería contrario a su naturaleza. ¿Cómo podría ser Dios y no ser al mismo tiempo justo y verdadero? Él no puede violar su promesa por falta de fidelidad.

Además, el Dios Omnipotente nunca promete más allá de su poder. Con frecuencia, intentamos actuar según nuestra palabra, pero nos encontramos dominados por circunstancias abrumadoras, y nuestra promesa queda sin cumplir porque nos es imposible hacer lo dicho. Pero eso no le puede suceder al Dios Poderoso, porque su habilidad es ¡limitada y para Él todas las cosas son posibles.
Puede que cometiésemos un error al hacer una promesa y que después descubriésemos que estaría mal que hiciésemos lo que habíamos dicho, pero Dios es infalible, y por lo tanto no tendrá nunca que echarse atrás en su palabra por haber cometido una equivocación. La infinita sabiduría ha puesto su impronta en cada una de las promesas y cada una de las palabras del Señor han quedado registradas por un juicio siempre correcto que es ratificado por la verdad eterna.

Tampoco puede la promesa fallar por una alteración el ser divino que la ha hecho. Nosotros cambiamos, ¡pobres, frágiles criaturas que somos! Pero el Señor es invariable, sin sombra de cambio y, debido a eso, su palabra permanece igual para siempre. Debido a que su palabra no cambia, sus promesas permanecen firmes como las grandes montañas. « Lo dijo y ¿no lo hará? » Nuestra fuerte consolación reposa en las cosas inmutables de Dios.

La palabra del Señor tampoco dejará de cumplirse porque a Él se le olvide. Nosotros hacemos que nuestras lenguas corran más que nuestras manos porque, aunque estamos dispuestos, a la hora de llevar algo a cabo fallamos, porque algo se interpone en nuestro camino y distrae nuestra atención. Nos olvidamos o nos volvemos fríos, pero no sucede lo mismo con el que ha hecho la promesa, Él es fiel. Su más antigua promesa aún la tiene fresca en la mente y tiene la misma intención de cumplirla que cuando la pronunció. De hecho, Él está siempre dando la promesa, puesto que para Él no existe el tiempo. Las antiguas promesas de la Escritura son nuevas promesas para la fe, porque toda palabra sigue procediendo de la boca del Señor para ser alimento a los hombres.

Debido a todo ello, la palabra del Señor merece que depositemos nuestra fe en ella, de manera explícita e implícita. Podemos confiar demasiado en los hombres, pero nunca es posible confiar demasiado en Dios. Es la cosa más segura que ha sido y que siempre será. El creer en su palabra es creer algo que nadie puede dudar con justicia. ¿Acaso no lo ha dicho Dios? Entonces debe de ser así. Los cielos y la tierra pasarán, pero la palabra de Dios no pasará jamás. Pueden quedar suspendidas las leyes de la naturaleza: puede que el fuego deje de quemar, que nadie se ahogue en el agua, porque estos hechos no implicarían infidelidad por parte de Dios, pero el que su palabra fallase implicaría un cambio deshonorable en el carácter y la naturaleza de Dios, que es la Cabeza de todas las cosas, y esto es algo que nunca puede suceder. Convenzámonos de que Dios es verdadero y no dejemos nunca que la duda se apodere de nosotros.

La palabra inmutable de la promesa es, y siempre habrá de ser, la base que utiliza Dios a la hora de dar. Detengámonos por un momento a pensar en algo, mientras añado otra cosa, es decir, que no hay ninguna norma que pueda mantenerse en contra de lo establecido por Dios. Con la norma establecida por Dios, en cuanto a su promesa, ninguna otra ley, imaginaria ni real, puede entrar en conflicto.

La ley del merecimiento a veces parece erigirse en su contra, pero no puede triunfar. «Oh», dirá alguien, «¡no me es posible creer que Dios esté dispuesto a salvarme ya que no hay nada bueno en mí! ». Eso es cierto, y la persona que así piense no podrá librarse de su temor si es que Dios ha de actuar porque la persona se lo merezca, pero si esa persona cree en su Hijo Jesús, esa norma no se aplicará, porque el Señor actúa conforme a la norma de su promesa. La promesa no se fundó en los méritos de la persona, fue hecha de manera gratuita y se mantendrá también de forma gratuita. Si usted se pregunta cómo es posible que trate su falta de merecimiento, permítame recordarle que Jesús vino con el propósito de salvarle de sus pecados. Los méritos ¡limitados del Señor Jesús cuentan a favor de usted y de esa manera quedan neutralizados sus deméritos de una vez para siempre. La ley del mérito le condenaría a usted a la destrucción por ser usted tal y como es en la actualidad, pero la persona que cree no está sujeta a esa ley, sino que vive bajo la gracia, y bajo esa gracia nuestro maravilloso Señor trata a los hombres conforme a la más absoluta y pura misericordia, revelada en su promesa. No pretenda usted ser un impecable, de lo contrario la justicia tendrá que condenarle por fuerza. Esté dispuesto a aceptar la salvación como un don que se le ofrece de manera gratuita, por medio del ejercicio de la prerrogativa divina y soberana de Dios, que ha dicho: «Tendré misericordia de quien tendré misericordia.» Confíe humildemente en la gracia de Dios, que ha sido revelada por medio de Cristo Jesús, y la promesa se cumplirá ampliamente para con usted.

El Señor no trata tampoco a los hombres de acuerdo con la medida de su habilidad moral. «Oh» dice el que está buscando, «creo que podría ser salvo si lograse ser mejor o fuese más religioso o tuviese más fe, pero no tengo fuerzas. No me es posible creer, no puedo arrepentirme, nada de lo que hago me sale bien». Recuerde, en ese caso, que Dios, en su gracia, no ha prometido bendecirle según la medida de su habilidad para servirle, sino conforme a las riquezas de su gracia, tal y como dice en su palabra. Si Él tuviese que concederle sus dones de acuerdo con su fortaleza espiritual, usted se quedaría sin nada, porque usted no puede hacer nada sin el Señor… Pero gracias a que se cumple la promesa según lo infinito de la gracia divina, no es posible que exista duda en cuanto a la misma. No tiene usted por qué vacilar en cuanto a la promesa, guiado por la incredulidad, sino considerar que el que ha hecho la promesa también es capaz de cumplirla. No limite al Santo de Israel imaginándose que su amor está limitado por la capacidad de usted. El caudal del río no debe calcularse por la sequedad del desierto por el cual fluye, porque no existe proporción lógica entre ambos. Aun mirando con los ojos entornados es posible ver que no se puede calcular la extensión del amor infinito midiéndolo según la debilidad humana. Las operaciones de la gracia todopoderosa no pueden limitarse por la fortaleza mortal o por falta de fuerza. El poder de Dios mantendrá la promesa que Él ha hecho. No puede la debilidad de usted hacer que Dios deje de cumplir su palabra, ni puede la fortaleza de usted lograr que se cumpla esa promesa, pues es cosa de Dios y será Él quien se ocupe de que se cumpla su promesa. No es ni asunto de usted ni mío el lograr que las promesas de Dios se cumplan: es asunto suyo, no nuestro.

Pobre ser indefenso, une tu pesado vagón de incapacidad a la potente máquina de su promesa y serás conducido por los raíles de la obligación y de la bendición. Aunque estemos más muertos que vivos, aunque tengamos más debilidad que fortaleza, esto no afectará la certeza de lo establecido por Dios. El poder de la promesa reside en el que la hizo. Por tanto dejemos de mirarnos a nosotros mismos y pongamos la mira en Dios. Si te sientes desmayar desvanécete en el pecho de la promesa divina; si te consideras muerto, entiérrate en el sepulcro donde están los huesos de la promesa, y cobrarás vida tan pronto como lo toques. No se trata de lo que nosotros podamos o no hacer, sino que todo gira alrededor de lo que puede hacer Dios. Bastante tenemos nosotros con esforzarnos por mantener nuestros propios compromisos sin intentar al mismo tiempo hacer que se cumplan las promesas que ha hecho Dios. A mí no me gustaría que otros seres humanos pusiesen en duda mi solvencia, porque un mendigo que viviese en la calle de al lado no pudiese pagar sus deudas. ¿Por qué, pues, habría yo de sospechar del Señor debido a que tengo motivos para desconfiar de mí mismo, Mi propia habilidad nada tiene que ver con la fidelidad de Dios, y es lamentable confundir ambos conceptos. No deshonremos a nuestro Dios imaginando que su brazo se ha quedado corto, porque el nuestro se ha debilitado o se ha cansado.
No debemos tampoco medir a Dios conforme a la medida de nuestros sentimientos. Oímos con frecuencia la queja: «No siento que pueda ser salvo. No siento que un pecado tan atroz como el mío pueda ser perdonado. No siento que mi duro corazón pueda ser hecho sensible y renovado.»

Ésta es una manera de hablar tonta e insensata. ¿En qué sentido pueden guiarnos en tales cuestiones nuestros sentimientos? ¿Siente usted que los que están muertos en sus sepulcros puedan resucitar? ¿Siente usted que al frío del invierno haya de seguirle el calor del verano? ¿Cómo es posible sentir estas cosas? Son cosas en las que se cree, por tanto el hablar de sentimientos en estos sentidos es totalmente absurdo. ¿Siente el hombre que se desmaya que vaya a revivir? ¿No es la naturaleza de ese estado una sugerencia de la muerte? ¿Sienten los cuerpos que están muertos que habrán de resucitar? Los sentimientos están fuera de lugar.
Dios le dio a Salomón la sabiduría que le había prometido y Él le dará a usted lo que le haya prometido, sean cuales fueren los sentimientos de usted. Si mira usted en el libro de Deuteronomio, verá usted con cuanta frecuencia usó Moisés la expresión: «conforme a su promesa». Dice (en Deut. 1:11): «Jehová os bendiga como os ha prometido.» No era posible que pronunciase una bendición más importante para Israel. Ese santo varón contempló el proceder del Señor con una constante admiración porque Él actuó «conforme a su promesa». En nuestro caso, la norma, en lo que al trato del Señor para con nosotros se refiere, será la misma «conforme a su promesa». Nuestra experiencia en cuanto a la gracia divina no será «según lo que sintamos», sino «conforme a su promesa».

Mientras escribo esto para consuelo de otros, no me queda más remedio que confesar que personalmente me encuentro sometido a sentimientos variables, pero he aprendido a concederles muy poca importancia, de un modo u otro, y sobre todo he dejado de considerar la verdad de la promesa según mi estado mental. Hoy me siento tan contento que podría bailar al son de la pandereta de Miriam, pero a lo mejor cuando me despierte mañana por la mañana solamente pueda suspirar en armonía con las lamentaciones de Jeremías. ¿Acaso cambia mi salvación según sean mis sentimientos? Si es así debe de tener un fundamento muy poco estable. Los sentimientos son más volubles que los vientos y más insustanciales que las burbujas. ¿Deben ser, por tanto, la norma para medir la fidelidad divina? Los estados mentales dependen más o menos de la condición del hígado o del estómago, ¿hemos nosotros de juzgar al Señor por ellos? Claro que no. El estado del barómetro podrá hacer que nuestros sentimientos oscilen para arriba o para abajo, ¿se puede depender de cosas tan variables? Dios no hace que su amor eterno gire alrededor de nuestras emociones, que son tales que podríamos pretender construir un templo sobre una ola. Somos salvos según los hechos y no según los caprichos. Ciertas verdades eternas demuestran si estamos salvos o perdidos, y esas verdades no están afectadas por nuestros sentimientos de animación o de depresión. ¡Mi buen lector, no hagas uso de tus sentimientos para usarlos como prueba de la veracidad del Señor! Semejante conducta constituiría una mezcla de locura y maldad. Si el Señor ha dado su palabra, la cumplirá, tanto si usted se siente triunfante como si se siente abatido.

He de añadir que Dios no nos da conforme a la regla de las probabilidades. Parece altamente improbable que usted, mi amigo, sea bendecido por el Señor que hizo los cielos y la tierra, pero si confía usted en el Señor, será favorecido con la misma seguridad que lo fue la misma Virgen María, acerca de la cual se dice que todas las generaciones la llamarán bendita, porque está escrito: «Bendita la que ha creído, porque acontecerán estas cosas que le fueron dichas por el Señor.» «¡Oh Dios de los ejércitos, bendito el hombre que en ti confía!» Parece muy improbable que un antiguo pecador, sumido en el vicio, pueda, por el hecho de haber creído en Jesús, comenzar una nueva vida, pero a pesar de ello así será. Parecía como algo muy improbable que una mujer que vivía en pecado oyese la palabra: « El que en El cree tiene vida eterna», y que al creer, de inmediato recibiese la vida eterna, pero es verdad y yo mismo lo he visto. Nuestro Dios es un Dios de maravillas. Aquellas cosas que para nosotros son improbables y hasta imposibles, para Él son cosas muy corrientes, de todos los días. Él hace que el camello, a pesar de su joroba, pase por el ojo de la agua. Él hace aparecer lo que parece que no está. ¿se ríe usted de la idea de ser salvo? No se ría usted con desconfianza como lo hizo Sara¡, sino hágalo con gozo, esperando, como lo hizo Abraham. Crea en Jesús y reirá usted por fuera y por dentro, no por causa de la incredulidad, sino por un motivo totalmente diferente. Cuando conocemos a Dios no dejamos de maravillarnos, pero sí que nos familiarizamos con sus maravillas. Crea en la promesa de la gracia de Dios, y creyendo vivirá siempre en un mundo maravilloso que se convertirá para usted precisamente en el país de las maravillas. Es realmente algo feliz el poseer una fe tal en Dios que esperemos como algo seguro aquello que, desde el punto de vista humano es muy poco probable. «Con Dios todas las cosas son posibles», por lo tanto es posible que Él salve a todo aquel que crea en Jesús. La ley de la gravitación actúa en todos los casos, y lo mismo sucede con la ley de la fidelidad divina, y no hay excepción alguna a la regla de que Dios habrá de mantener su pacto. Los casos más extremos, los más difíciles, incluso los que parecen imposibles, están incluidos en el círculo de la palabra de Dios v, por lo tanto, nadie tiene por qué desesperar ni dudar tampoco. La oportunidad de Dios surge cuando el hombre llega al final de sus posibilidades. Cuanto peor sea el caso, tanto más segura será la ayuda del Señor. ¡Ojalá que mi desesperado y pobre lector le hiciese al Señor el honor de creer en Él y dejase todas las cosas en sus manos!

¿Cuánto tiempo les llevará a los hombres antes de que estén dispuestos a confiar en Dios? «Oh, hombres de poca fe, ¿por qué dudasteis?» ¡Ojalá que nos propusiésemos en nuestra mente no dudar jamás del que es Fiel!

«Que Dios sea verdad y todos los hombres sean unos mentirosos.» El mismo Señor dijo: « ¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra o no» (Números 11:23). No permitamos que el Señor nos tenga que hablar con ira, estemos dispuestos a creer y a estar seguros de que la solemne declaración del Señor se cumplirá sin duda alguna.     No os habléis unos a otros diciendo: «¿Qué es verdad?» Pero sabed, de modo infalible, que la palabra del Señor es segura y que permanece para siempre.

He aquí una promesa con la cual puede comenzar el lector: que las ponga a prueba y vea si son ciertas o no: «Invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me honrarás» (Sal. 50:15).
 
Extracto del libro «Segun la Promesa» de C. H. Spurgeon

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