En BOLETÍN SEMANAL
​Cristo se arroga la autoridad de Dios; y esto, desde luego, es lo que se dice de Él en los cuatro Evangelios y en todo el Nuevo Testamento. Es de importancia vital, pues, que nos demos cuenta de la autoridad con que nos llegan tales palabras. No era un simple maestro ni un simple hombre; no era un simple comentarista de la ley ni otro escriba o fariseo, ni tampoco un simple profeta.

Llegamos ahora al comienzo de una nueva sección. Para entender el verdadero sentido del Sermón, es indispensable que comprendamos la conexión exacta entre lo que nuestro Señor empieza a decir en el versículo 21 y lo que precede. Se trata de una conexión muy directa. El peligro de explicar una parte de la Escritura como ésta consiste en que nos sumergimos hasta tal extremo en el análisis de los detalles que pasamos por alto la enseñanza básica y los grandes principios que nuestro Señor enunció. Será bueno, por tanto, que recordemos una vez más el esquema general del Sermón de modo que cada una de sus partes la veamos en relación con el todo.

Nuestro Señor presenta una descripción de los ciudadanos del reino, el reino de Dios y el reino de los cielos. Primero y sobre todo, nos da en las Bienaventuranzas una descripción general de la naturaleza esencial del cristiano. Luego prosigue con la función y propósito del cristiano en esta vida y en este mundo. Luego hemos visto que esto lo conduce de inmediato a esta cuestión de la relación de tal persona con la ley. Era imprescindible que lo hiciera porque las personas a las que predicaba eran judíos a los que se había enseñado la ley, y obviamente juzgarían cualquier enseñanza nueva según la ley. Por esto tuvo que mostrarles la relación de su persona y de su enseñanza con la ley, y lo hace en los versículos 17-20, resumiéndolo en la afirmación vital que acabamos de estudiar.

Ahora, en el versículo 21, pasa a desarrollar esa afirmación. Desarrolla la relación del cristiano con la ley en dos aspectos. Presenta su exposición positiva de la ley, y la contrasta con la enseñanza falsa de los escribas y fariseos. En realidad, en un sentido se puede decir que todo lo que queda de este Sermón, desde el versículo 21 hasta el final del capítulo 7, no es sino una elaboración de esa proposición fundamental, que nuestra justicia debe ser mayor que la de los escribas y fariseos si queremos ser de verdad ciudadanos del reino de los cielos. Nuestro Señor hace esto en una forma sumamente interesante. En un sentido general se puede decir que en el resto del capítulo 5 lo hace en función de una exposición genuina de la ley frente a la exposición falsa de los escribas y fariseos. Su principal preocupación en el capítulo 6 es mostrar la verdadera naturaleza de la intimidad con Dios, también en este caso en oposición con la enseñanza y práctica farisaicas. Luego en el capítulo 7 muestra a la verdadera justicia en cuanto se ve a sí misma y a los demás, una vez más en contraste con lo que los escribas y fariseos enseñaban y practicaban. Esta es, en términos generales, la enseñanza que debemos tratar de tener presente.

En los versículos 21-48, pues, nuestro Señor se ocupa sobre todo en explicar el sentido genuino de la ley. Lo hace por medio de una serie de seis afirmaciones concretas que deberíamos examinar con sumo cuidado. La primera se halla en el versículo 21: ‘Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que mate será culpable de juicio.’ La siguiente está en el versículo 27 donde dice: ‘Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.’ Luego en el versículo 31 leemos: ‘También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio.’ La siguiente está en el versículo 33: ‘Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.’ Luego en el versículo 38 leemos: ‘Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.’ Y por fin en el versículo 43 leemos: ‘Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.’

Es muy importante, antes de examinar cada una de estas afirmaciones por separado, que las estudiemos en conjunto, porque, si uno las examina, se ve de inmediato que hay ciertos principios que son comunes a las seis. De hecho, no vacilaría en afirmar que nuestro Señor se preocupó más por estos principios comunes que por los detalles. En otras palabras, establece ciertos principios y luego los ilustra. Es obvio, por tanto, que debemos asegurarnos de que entendemos primero los principios.

Lo primero que debemos analizar es la fórmula que utiliza: ‘Oísteis que fue dicho a los antiguos.’ Hay una ligera variación en algún versículo, pero esa es esencialmente la forma en que introduce estas seis afirmaciones. Debemos tener una idea muy clara acerca de ello. Algunas traducciones dicen así: ‘Oísteis que fue dicho por los antiguos.’ Por argumentos lingüísticos nadie puede decir si ‘por’ o ‘a’ es mejor. Como de costumbre, cuando se trata de asuntos lingüísticos los expertos se hallan divididos, y no se puede estar seguro. Sólo el examen del contexto, por tanto, nos puede ayudar a determinar con exactitud lo que nuestro Señor quiso decir. ¿Se refiere simplemente a la ley de Moisés o a la enseñanza de los escribas y fariseos? Los que afirman que debe leerse ‘a los antiguos’ obviamente deben decir que se refiere a la ley de Moisés dada a los antepasados; mientras que los que prefieren el ‘por’ dirían que se refiere a lo que enseñaban escribas y fariseos.

Me parece que ciertas consideraciones requieren casi por necesidad adoptar el segundo punto de vista, y sostener que lo que nuestro Señor hace en realidad en este pasaje es mostrar la verdadera enseñanza de la ley frente a las exigencias falsas que los escribas y fariseos le atribuían. Recuerdan que una de las grandes características de su enseñanza fue el significado que le daban a la tradición. Siempre citaban a los antepasados. Esto hacía escriba al escriba; era una autoridad respecto a lo que los antepasados habían dicho. Creo, por tanto, que hay que interpretar los versículos en esa forma. De hecho, las palabras que emplea nuestro Señor más o menos soluciona la duda. Dice: ‘Oísteis que fue dicho por los antiguos.’ No dice: ‘Habéis leído en la ley de Moisés,’ ni ‘fue escrito y habéis leído.’ Esto es significativo en este sentido. Quizá la mejor manera de explicarlo es con una ilustración. La situación de los judíos en tiempo de nuestro Señor era muy semejante a la de la gente de este país antes de la Reforma Protestante. Recuerdan que en ese tiempo no se traducían las Escrituras al inglés, sino que se leían domingo tras domingo en latín a gente que no entendía latín. El resultado fue que para conocer la Biblia la gente dependía por completo de los sacerdotes que se la leían y que pretendían explicársela. No podían leerla por sí mismos para comprobar lo que oían los domingos desde el pulpito. Lo que la Reforma Protestante hizo, en un sentido, fue poner la Biblia en manos de la gente. Les permitió leerla por sí mismos, y comprobar la enseñanza falsa y las explicaciones erróneas del evangelio que se les habían dado.

La situación de nuestro Señor fue muy parecida. Los hijos de Israel durante el cautiverio en Babilonia habían olvidado la lengua hebrea. Cuando regresaron, y por mucho tiempo después, hablaban arameo. No conocían lo suficiente el hebreo como para leer la ley de Moisés tal como aparecía en las Escrituras que poseían en hebreo. La consecuencia fue que para conocer la ley dependían de la enseñanza de los escribas y fariseos. Nuestro Señor, por tanto, les dice con razón, ‘Oísteis,’ o ‘Esto es lo que habéis venido oyendo; esto es lo que se os ha dicho; esta es la predicación que habéis escuchado en las sinagogas.’ La consecuencia fue que lo que esa gente creía que era la ley no lo era en absoluto, sino lo que de ella explicaban los escribas y fariseos. Consistía sobre todo de varias interpretaciones y tradiciones que se habían ido agregando a la ley a lo largo de los siglos, y por ello era indispensable que se le explicara a esa gente lo que la ley sí enseñaba y decía. Los escribas y fariseos le habían añadido sus propias interpretaciones, y resultaba casi imposible en ese tiempo decir qué era ley y qué interpretación. Una vez más la analogía de lo que sucedía en este país antes de la Reforma nos ayudará a ver la situación exacta. La enseñanza de la Iglesia Católica antes de la Reforma Protestante era una interpretación falsa del evangelio de Jesucristo. Decía que había que creer en los sacramentos para salvarse, y que fuera de la Iglesia y aparte del sacerdocio no había salvación. Así se enseñaba la salvación. La tradición y diferentes añadiduras habían desfigurado el evangelio. El objetivo de nuestro Señor, como creo veremos al examinar estos ejemplos, fue mostrar con exactitud lo que había sucedido con la ley de Moisés como consecuencia de la enseñanza de los escribas y fariseos. Por ello quiere aclarar bien lo que decía la ley. Este es el primer principio que hemos de tener presente.

Luego debemos examinar también esta otra afirmación extraordinaria: ‘Pero yo os digo.’ Estamos, desde luego, frente a una de las afirmaciones más cruciales respecto a la doctrina de la Persona del Señor Jesucristo. Como ven, no vacila en presentarse a sí mismo como autoridad. Es obvio también que tiene un significado especial con relación a la afirmación anterior. Si uno adopta el punto de vista de que ‘por los antiguos’ significa la ley de Moisés, entonces uno se ve más o menos obligado a creer que nuestro Señor dijo, ‘La ley de Moisés decía . . . pero yo digo. . .,’ lo cual indicaría que corrige la ley de Moisés. Pero no es así. Dice más bien, ‘Os interpreto la ley de Moisés, y esta interpretación mía es la verdadera y no la de los escribas y fariseos.’ Todavía dice más. Parece que dice lo siguiente: ‘El que os habla es el autor de la ley de Moisés; yo se la di a Moisés, y sólo yo, por tanto, la puedo interpretar de verdad.’ Como ven no vacila en arrogarse una autoridad única. Pretende hablar como Dios. Considera a la ley de Moisés como algo que no pasará, ni siquiera una jota ni una tilde de la misma, pero con todo no vacila en afirmar, ‘Pero yo os digo.’ Se arroga la autoridad de Dios; y esto, desde luego, es lo que se dice de él en los cuatro Evangelios y en todo el Nuevo Testamento. Es de importancia vital, pues, que nos demos cuenta de la autoridad con que nos llegan tales palabras. No era un simple maestro ni un simple hombre; no era un simple comentarista de la ley ni otro escriba o fariseo, ni tampoco un simple profeta. Era infinitamente más que eso, era el Hijo de Dios encarnado que presentaba la ley de Dios. Podríamos dedicar mucho tiempo a explicar esta expresión, pero confío en que la veamos clara y estemos de acuerdo en lo dicho. Todo lo que tenemos en este Sermón del Monte debe aceptarse como procedente del Hijo de Dios mismo. Por esto nos hallamos frente a Este hecho estupendo de que en este mundo temporal el mismo Hijo de Dios ha estado entre nosotros; y aunque vino a semejanza de carne de pecado, habla sin embargo con esta autoridad divina; cada una de sus palabras es de importancia crucial para nosotros.
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Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones

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