En BOLETÍN SEMANAL
​Hay muchas formas de destruirse sin llegar al homicidio. Podemos destruir la reputación de alguien, podemos quebrantar la confianza de alguien en sí mismo por medio de críticas o de averiguar faltas ocultas. Esto indica nuestro Señor en este pasaje, y el propósito que lo guía es mostrar que todo esto va incluido en el mandamiento 'No matarás.' Matar no significa solamente destruir la vida físicamente, significa todavía más tratar de destruir el espíritu y el alma, destruir a la persona en la forma que sea.

​En el párrafo que comprende los versículos 21-26 tenemos el primero de una serie de seis ejemplos que nuestro Señor propuso de su interpretación do la ley de Dios en contraposición a la de los escribas y fariseos. Les quiero recordar que así vamos a interpretar el resto de este capítulo, más aún todo lo que queda del Sermón del Monte. Todo él es, en un sentido, exposición de esa afirmación sorprendente: ‘Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.’ Se contrastan, pues, no la ley que se dio por medio de Moisés y la enseñanza del Señor Jesucristo, sino la falsa interpretación de la ley de Moisés, y la genuina presentación de la misma por parte de nuestro Señor mismo. Esta distinción la hace el apóstol Pablo en Romanos 7, donde dice que en otro tiempo pensó que cumplía la ley a la perfección. Luego vino a comprender que la ley decía ‘No codiciarás,’ y que esto lo condenaba. Pero venido el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí.’ No se había dado cuenta de que lo que importaba era el espíritu de la ley, y que codiciar es tan reprensible bajo la ley como la acción misma. Esto es lo que está implícito como principio en toda la exposición de la ley que nuestro Señor hace en este pasaje.


Una vez definida su actitud respecto a la ley y proclamado que había venido a cumplirla, y después de haber dicho a sus oyentes que debían comprender bien lo que decía, nuestro Señor pasa a dar estos ejemplos prácticos. Nos ofrece seis contraposiciones, cada una de las cuales se introduce con la fórmula: ‘Oísteis que fue dicho a los antiguos… pero yo os digo.’ Examinemos ahora el primer ejemplo. 

Los escribas y fariseos eran culpables de restringir el significado e incluso las exigencias de la ley, y aquí tenemos una ilustración perfecta de ello. Dijo Jesucristo: ‘Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.’ Es importante que entendamos bien esto. ‘No matarás’ está en los Diez Mandamientos, y si los fariseos enseñaban ‘no matarás,’ sin duda que enseñaban la ley. ¿En qué se puede criticar a los escribas y fariseos a este respecto? Esto tenemos la tentación de decir y preguntar. La respuesta es que le habían agregado algo a esto: ‘No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.’ Pero, alguien puede seguir arguyendo, ¿acaso la ley no dice precisamente esto, ‘cualquiera que matare será culpable de juicio?’ La respuesta es que sí, que la ley decía esto, como se puede ver en Números 35:30,31. ¿Dónde está pues el error? Está en que los fariseos, al yuxtaponer estas dos cosas, habían reducido el contenido de este mandamiento ‘No matarás’ a una cuestión de cometer verdadero homicidio. Al agregar lo segundo a lo primero habían debilitado el mandamiento.

Lo segundo que hicieron fue reducir y confinar las sanciones que acompañaban a este mandamiento a un simple castigo de manos de magistrados civiles. ‘Cualquiera que matare será culpable de juicio.’ ‘Juicio’ en este caso significa corte local de justicia. La consecuencia es que enseñaban simplemente, ‘No debes matar porque si lo haces corres peligro de que el magistrado civil te condene.’ Esta era su interpretación total y completa del gran mandamiento que dice: No matarás. En otras palabras, habían vaciado el mandamiento de su gran contenido y lo habían reducido a una simple cuestión de homicidio. Además, no mencionaban para nada el juicio de Dios. Parece que sólo importaba el juicio de la corte local. Lo habían convertido en algo puramente legal, de sólo la letra de la ley que decía: ‘Si cometes homicidio, se seguirán ciertas consecuencias.’ La consecuencia de esto era que los fariseos y escribas se sentían muy bien con la ley interpretada así; sólo importaba no ser culpable de homicidio. Que alguien cometiera homicidio era, desde luego, algo terrible, y si sucedía lo acusaban ante la corte para que se le impusiera el castigo correspondiente. Pero, mientras no se cometieran homicidios de hecho, todo iba bien, y el mandamiento ‘No matarás’ quedaba cumplido, y podía decirse a sí mismo, ‘He observado y cumplido la ley.’

‘No, no,’ dice el Señor Jesucristo. En esto se ve precisamente cómo el concepto general de justicia y ley propio de la enseñanza de estos escribas y fariseos se ha convertido en una farsa completa. Han restringido de tal modo la ley, la han limitado tanto, que de hecho ya no es la ley de Dios. No transmite la exigencia que Dios tuvo en mente cuando la promulgó. La han colocado simplemente, y por conveniencia, entre límites y medidas que les permiten sentirse muy contentos de sí mismos. Por esto dicen que han cumplido por completo la ley. 

Hemos visto antes que tenemos aquí uno de los principios rectores que nos permite entender esta interpretación falsa de la ley de la que eran culpables los escribas y fariseos. Tratamos de indicar también que estamos frente a algo en lo que nosotros solemos caer. Nos es posible situarnos frente a la ley de Dios tal como se halla en la Biblia, pero interpretarla y definirla de tal modo que la convirtamos en algo que podemos observar muy fácilmente porque lo hacemos en una forma negativa. Por esto podemos llegar a persuadirnos de que todo anda bien. El apóstol Pablo, como hemos visto, como consecuencia de ese mismo proceso, pensaba antes de convertirse que había cumplido perfectamente la ley. Pensaba así porque se le había enseñado en esta forma y creía en la misma falsa interpretación. Y mientras ustedes y yo aceptemos la letra y olvidemos el espíritu, el contenido y el significado, podemos llegar a persuadirnos de que somos justos frente a la ley.

Veamos, sin embargo, cómo nuestro Señor pone al descubierto esa falacia y nos muestra que si la consideramos así entendemos mal el significado de la santa ley de Dios. Presenta su idea y exposición en tres principios que pasamos a analizar.

El primer principio es que lo que importa no es la letra sino el espíritu. La ley dice: ‘No matarás’; pero esto no significa tan sólo: ‘No cometerás homicidio.’ Interpretarla así es definir la ley en una forma que nos permite pensar que podemos cumplirla. Con todo podemos muy bien ser culpables de violar esta misma ley en una forma sumamente grave. Nuestro Señor pasa a explicarlo. Este mandamiento, dice, incluye no sólo el acto físico de matar, sino también la ira contra un hermano. La verdadera forma de entender el ‘No matarás’ es ésta: ‘Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio.’ ‘No escuchéis,’ dice de hecho, ‘a estos escribas y fariseos que dicen que sólo corréis peligro de juicio si matáis de hecho a alguien; yo os digo que si os enojáis contra un hermano sin razón os exponéis precisamente a la misma exigencia y al mismo castigo de la ley.’ Ahora comenzamos a ver algo del verdadero contenido espiritual de la ley. Ahora debemos también ver, sin duda, el significado de sus palabras cuando dice que hay que ‘cumplir’ la ley. En esa antigua ley dada por medio de Moisés estaba todo ese contenido espiritual. La tragedia de Israel fue que no acertaron a verlo. No imaginemos, por tanto, que como cristianos ya no tenemos nada que ver con la ley de Moisés. No, la antigua ley exige al hombre que no se enoje sin causa contra su hermano. Colmo cristianos, albergar enemistad en el corazón es, según nuestro Señor Jesucristo, ser culpable de algo que, delante de Dios, es homicidio. Odiar, enojarse, albergar ese sentimiento desagradable y odioso de resentimiento hacia una persona es homicidio. No hay que enojarse con el hermano. Albergar ira en el corazón contra cualquier persona, y sobre todo hacia los que pertenecen a la fe, es, según nuestro Señor, algo tan reprensible delante de Dios como el homicidio.

Pero esto no es todo. No sólo no debemos enojarnos; nunca debemos ni siquiera mostrar desprecio. ‘Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio.’ Indica una actitud de desprecio, esa tendencia que, por desgracia, todos estamos conscientes de ello, anida en nuestro corazón. Despreciar a un hermano llamándolo ‘necio’ es, según nuestro Señor, algo que, delante de Dios, es terrible. Y desde luego que lo es. Nuestro Señor a menudo repitió esto. ¿Se han fijado en algunas de esas listas de pecados que utiliza? ‘Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios,’ y así sucesivamente. Démonos cuenta de que nos parecemos mucho a estos escribas y fariseos en la forma en que hablamos de homicidios, robos, embriaguez y ciertos otros pecados. Pero nuestro Señor siempre incluye a los malos pensamientos con los homicidios, y cosas como peleas, enemistades, engaños y muchas otras que no consideramos como tan malas. Y desde luego que, en cuanto nos detenemos a pensar en ello y a analizar la situación, vemos cuan verdad es. Desprecio, sentimientos de burla y mofa, nacen del espíritu que en última instancia conduce al homicidio. Por varias razones quizá no dejemos que se exprese en verdadero homicidio. Pero, por desgracia, a menudo nos hemos matado unos a otros en el pensamiento y el corazón, ¿no es cierto? Hemos fomentado pensamientos contra personas, y esos pensamientos son tan malos como el homicidio. Ha habido esta clase de perturbación en el espíritu y nos hemos dicho unos a otros, ‘necio.’ Oh, sí, hay muchas formas de destruirse sin llegar al homicidio. Podemos destruir la reputación de alguien, podemos quebrantar la confianza de alguien en sí mismo por medio de críticas o de averiguar faltas ocultas. Esto indica nuestro Señor en este pasaje, y el propósito que lo guía es mostrar que todo esto va incluido en el mandamiento, ‘No matarás.’ Matar no significa solamente destruir la vida físicamente, significa todavía más tratar de destruir el espíritu y el alma, destruir a la persona en la forma que sea.

Nuestro Señor pasa luego al tercer punto: ‘Cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.’ Esto significa expresión ofensiva, difamación. Significa el odio y enemistad de corazón que se manifiestan de palabra. Creo que, a medida que avanzamos en este estudio, podemos ver, como indiqué en el capítulo uno, que es un error terrible y peligroso de los cristianos pensar que, por ser cristianos, el Sermón del Monte no es para nosotros, o sentir que es algo que no sirve para los cristianos de hoy. Nos habla a nosotros, hoy; penetra en lo más profundo de nuestro ser. Se nos presenta no sólo el homicidio de hecho, sino todo lo que se alberga en el corazón, sentimientos y sensibilidades, y en último término en el espíritu, como equivalente a homicidio para Dios.

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