En BOLETÍN SEMANAL
Las verdades acerca del cristiano: No es suficiente decir que tenemos fe; sino que también debemos aplicar nuestra fe, debemos relacionarla con la vida, debemos procurar que esté donde debe estar, en todo momento.

​Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal (Mateo 6:25-34).

El problema que tenemos los cristianos es que no nos damos cuenta de lo que somos como hijos de Dios, no vemos los propósitos benignos de Dios para con nosotros. Vimos esto antes, de paso, cuando examinamos cómo nos comparó, como hijos, con la hierba del campo. La hierba hoy está en el campo, pero mañana será quemada como combustible en el horno para hacer el pan. Pero los hijos de Dios están destinados a la gloria. Todas sus promesas y propósitos son para nosotros, se establecieron para nosotros; y lo único que tenemos que hacer, en un sentido, es precisamente recordar lo que Dios ha dicho acerca de nosotros como hijos suyos. En cuanto comprendemos bien esto, resulta imposible el preocuparse. El hombre entonces comienza a aplicar la lógica que le dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Ro. 5:10). Así es. Sea lo que fuere lo que nos suceda, “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” El vigoroso argumento continúa en Romanos 8 “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?”(Ro. 8:32). Quizá tengamos que enfrentarnos con problemas, angustias y pesares, pero, “en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. Lo vital es que nos veamos como hijos suyos. La argumentación se sigue por necesidad. Si Dios viste así a la hierba ¿no nos vestirá mucho más a nosotros? Vuestro Padre celestial alimenta a los pájaros. ¿No sois vosotros mucho más que ellos? Tenemos que comprender lo que significa ser hijos de Dios.

 Para decirlo de otra forma, tenemos que darnos cuenta de lo que es Dios como Padre celestial nuestro. También esto es algo que los cristianos tardan en aprender. Creemos en Dios; pero ¡cuánto tardamos en creer y comprender que es nuestro Padre celestial! Cristo habló acerca de ir “a mi Padre, y a vuestro Padre”. Se ha convertido en nuestro Padre en Cristo. ¿Y qué tenemos que aprender acerca de Él? He aquí algunas consideraciones.

Pensemos primero en los propósitos inmutables de Dios para con sus hijos —y subrayaría esa palabra ‘inmutables—. Los hijos de Dios tienen sus nombres escritos en el Libro de Vida del Cordero antes de la fundación del mundo. En esto no hay nada contingente. Fue “antes de la fundación del mundo” que fueron elegidos. Los propósitos de Dios son inmutables, ya abarcan nuestro destino eterno, nada menos. En la Biblia se expresa constantemente eso de diversas maneras. “Elegidos según la presciencia de Dios”, “santificados en Cristo Jesús”, “santificados por el Espíritu”, y así sucesivamente. Cuando las personas creen cosas como estas, están en condiciones de hacerle frente a la vida en el mundo de una forma muy diferente. Este fue el secreto, digámoslo una vez más, de los héroes de la fe en Hebreos 11. Entendieron algo de los propósitos inmutables de Dios, y, en consecuencia, tanto Abraham como José y Moisés, todos ellos, sonrieron frente a las calamidades. Siguieron adelante porque Dios así se lo había dicho, porque sabían que los propósitos de Dios deben realizarse. Abraham fue sometido a la prueba suprema de pedírsele que sacrificara a Isaac. No pudo entenderlo, pero dijo: lo haré porque sé que los propósitos de Dios son firmes y seguros, y aunque tenga que inmolar a Isaac, sé que Dios puede resucitarlo de la muerte. ¡Los propósitos inmutables de Dios! Dios nunca se contradice, y debemos recordar que está siempre alrededor de nosotros, detrás de nosotros, al lado de nosotros. Nos sostienen los brazos eternos.

Luego pensemos en su gran amor. La tragedia de nuestra situación es que no conocemos el amor de Dios como deberíamos. Pablo pidió para los efesios que pudieran conocer el amor de Dios. No conocemos su amor por nosotros. En un sentido, toda la primera Carta de Juan fue escrita para que lo pudiéramos conocer. Si conociéramos el amor que Dios nos tiene, y confiáramos en ello (1 Jn. 4:16), nuestras vidas enteras serían diferentes. Es muy fácil demostrar la grandeza de ese amor a la luz de lo que ya ha hecho en Cristo. Ya hemos examinado estos poderosos argumentos en la Carta a los Romanos. Si cuando aún éramos enemigos suyos hizo lo máximo por nosotros, cuánto más, lo decimos con reverencia, está obligado a hacer las cosas menores. ¡Qué grande es el amor de Dios por nosotros!

Luego debemos meditar acerca de su preocupación por nosotros. Esto es lo que nuestro Señor subraya aquí. Si se preocupa por lo pájaros, ¿cuánto más por nosotros? Nos dice en otro lugar que incluso “los cabellos de nuestra cabeza están todos contados”. Y con todo, nos preocupamos por las cosas. ¡Si nos diéramos cuenta de la preocupación amorosa que Dios tiene por nosotros, de que lo sabe todo acerca de nosotros, de que está atento a los detalles más mínimos de nuestra vida! 

Luego pensemos en su poder y capacidad. ‘Nuestro Dios’, ‘mi Dios’. ¿Quién es mi Dios que se interesa en forma tan personal por mí? Es el Creador de los cielos y de la tierra. Es el Sostenedor de todo lo que existe. Leamos de nuevo el Salmo 46 para recordar esto: “Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego”. Lo controla todo. Puede aplastar a los paganos y a los enemigos; su poder es ilimitado. Y al contemplar todo esto, debemos de estar de acuerdo con la conclusión del salmista cuando, al dirigirse a los paganos, dijo: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. No debemos interpretar ese ‘estad quietos’ es una forma sentimental. Algunos lo consideran como una especie de exhortación a que permanezcamos en silencio, pero no es nada de eso. Significa, “deteneos (o ‘ceded’) y recordad que soy Dios”. Dios se dirige a quienes se le oponían y les dice: Este es mi poder: por lo tanto ceded y deteneos, guardad silencio y reconoced que soy Dios.

Debemos recordar que este poder está actuando en nuestro favor. Hemos visto en la oración de Pablo por los efesios: “La supereminente grandeza de su poder” (1:19). “Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (3:20). A la luz de tales afirmaciones ¿no es ridículo el afanarse? ¿No es completamente necio? No significa sino que no pensamos; no leemos la Biblia, o, si lo hacemos, es de una manera superficial, o estamos tan llenos de prejuicios que no la tomamos por lo que es. Debemos hacer frente a esas cosas y sacar nuestras propias conclusiones.

Un último pensamiento. Esta ‘poca fe’, se debe en último término a un fallo en aplicar lo que sabemos y pretendemos creer a las circunstancias y detalles de la vida. Lo puedo resumir en una frase. ¿Recuerdan el famoso incidente de la vida terrenal de nuestro Señor cuando se hallaba durmiendo en la barca y ésta comenzó a inundarse? El mar se había agitado, y los discípulos empezaron a angustiarse y le dijeron, “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” La respuesta que les dio resume perfectamente lo que hemos dicho en este capítulo. Dijo: “¿Dónde está vuestra fe?” (ver Le. 8:23-25). ¿Dónde está? La tenéis, pero ¿dónde está? O, si se prefiere, dijo: ¿Por qué no aplicáis vuestra fe a esto? Se ve entonces que no es suficiente decir que tenemos fe; debemos aplicar nuestra fe, debemos relacionarla con la vida, debemos procurar que esté donde debe estar, en todo momento. Resulta pobre el cristianismo que posee esta maravillosa fe respecto a la salvación y luego se estremece y se lamenta ante las pruebas cotidianas de la vida. Debemos aplicar nuestra fe. La ‘poca fe’ no lo hace. Confío en que, después de examinar esta argumentación vigorosa de nuestro bendito Señor, no sólo nos sentiremos convictos, sino que también veremos que vivir preocupados es una contradicción total de nuestra posición como hijos de Dios. No hay circunstancia ni condición en esta vida, que debiera preocupar a un cristiano. No tiene derecho a preocuparse; y si lo hace no sólo se condena a sí mismo como hombre de poca fe, sino que está deshonrando a su Dios y siendo desleal a su bendito Salvador. “No os afanéis”; ejerced la fe; comprended la verdad y aplicadla a todos los detalles de vuestra vida.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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