En BOLETÍN SEMANAL
​Es insensanto aquel que piensa que el hombre, automáticamente, va mejorando con el paso del tiempo.  ¿Podemos decir, considerando lo que constantemente estamos leyendo en la prensa y viendo en la tv, que el hombre se dirige por el camino hacia la perfección, que está mejor que antes? Leamos la historia, mirémosla en su totalidad, y nos daremos cuenta de que el hombre sigue comportándose como el pecador que es y siempre fue.  No ha mejorado en absoluto.  Lo que hoy se llama "progresía" no es sino una reedición de lo que ya practicaban en Sodoma y Gomorra.  No ha habido una mejora, lo que hay es la terrible evidencia de la situación en la que se encuentra el ser humano de ayer, de hoy y el de mañana.  Su naturaleza es corrupta, no puede evolucionar hacia el bien, sino que se las ingenia para maquillar su mal.

​Cuando pensé para saber esto, Fue duro trabajo para mí,
Hasta que entrando en el santuario de Dios, Comprendí el fin de ellos.

Tenemos que enfrentar todos los aspectos. «Comprendí el fin de ellos”. Había aspectos que él no había considerado, había elementos que no había tomado en cuenta. Consideremos todos los aspectos; pensemos como un todo; pensemos en nosotros mismos como seres completos. Démonos cuenta de la corrupción que hay en nuestra naturaleza humana. Démonos cuenta que no solamente somos cuerpos humanos. Hay otros factores en la vida, y si no los hemos considerado aún no comprenderemos verdaderamente la vida. Estas otras cosas son importantes. Levantemos la vista y miremos al misterioso universo y procuremos explicarlo. Consideremos nuestro lugar dentro de él. Miremos cuan misterioso y maravilloso es; aun los científicos no lo pueden explicar. ¿Podemos reducirlo todo a nivel material solamente? Claro que no; los científicos tampoco pueden. O tomemos un libro de historia. Fijémonos cómo se produce la historia, observemos los procesos. ¿Podemos explicar realmente toda la historia en términos de evolución? Afrontemos los diferentes aspectos. ¡Oh, la insensatez de aquel que piensa que el hombre, automáticamente, va mejorándose! ¿Podemos decir, considerando lo que constantemente estamos leyendo en los diarios, que el hombre sigue camino a la perfección, que está mejor que antes? Leamos la historia, mirémosla en su totalidad, y nos daremos cuenta que el hombre sigue comportándose como el pecador que es y siempre fue.

Ahora miremos a Cristo. Miremos su vida, miremos todo lo que El hizo. Pongámonos delante de la cruz y tratemos de explicarlo. Luego leamos la historia de la Iglesia, la de los mártires, y la de los santos. Absorbamos todo. No nos contentemos con menos que eso. Luego pongámonos delante de Dios. Nuestra falla está en no pensar a fondo, porque si nosotros no consideramos todos los aspectos y facetas, si no enfrentamos todos los hechos, inevitablemente erraremos. Si, al contrario, tenemos rencor contra la vida y contra Dios y tenemos autocompasión, esto es lo que tenemos que hacer: apresurémonos a ir al santuario, consideremos todos los aspectos, tratemos de recordar todas las cosas que hemos olvidado.

Hay, sin embargo, otro principio más. No solamente vio que en su pensar no había tomado en cuenta todos los aspectos, sino que se dio cuenta que además, no estuvo pensando correctamente todo el tiempo hasta el final. Muchos de los problemas en esta vida se deben a que las personas no piensan correctamente desde el principio. Este hombre se fijó solamente en la prosperidad de los impíos. Cuando fue al santuario de Dios, inmediatamente dijo: «Comprendí el fin de ellos”.

Este es el grandioso tema de la Biblia. Santiago tiene algo muy valioso para decirnos acerca del caso de Job. Dice: … «Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor…” (Stg. 5:11). Job había estado pasando un mal momento, y no podía entender por qué. No pensó en «el fin» del Señor. Al final de la historia en el último capítulo, Job, que fue despojado de todo, terminó poseyendo mucho más de lo que tenía antes. Este es «el fin» del Señor. Sigamos hasta el final. No nos quedemos atrás. ¿No es este el argumento del Salmo 37? Lo que el salmista dice allí es que… «vi al impío sumamente enaltecido y que se extendía como laurel verde, pero él pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué, y no fue hallado” (vers. 35-36) y por lo tanto dice: «Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz” (ver. 37). La importancia del «final» es algo que se enfatiza constantemente en la Biblia.

Nuestro Señor lo afirmó una vez y para siempre en el Sermón del Monte: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”. ¿Vemos lo que está diciendo? Nos dice: Mira el camino ancho, cuan maravilloso parece. Puedes ir con la multitud y hacer lo que hacen los demás; todos ríen y hacen bromas. La puerta y el camino son anchos y espaciosos. Todo parece maravilloso allí y este otro camino parece miserable: «angosta es la puerta”. Un paso a la vez, una decisión personal, luchando con uno mismo, tomando la cruz. «Estrecha es la puerta, y angosto el camino”. Y es porque miran sólo el comienzo por lo que muchos están en el camino ancho. ¿Qué es lo que les sucede? No miran el fin. «Ancha es la puerta, y espacioso el camino, que lleva a la perdición”. «Estrecha es la puerta, y angosto el camino”, pero —y éste es el fin— «lleva a la vida”.

El fin de uno es destrucción, el del otro, vida. El problema en esta vida es que las personas miran sólo el comienzo. Al parecer sus vidas son lo que nosotros llamamos «de película». Llama la atención constantemente, y los que la viven dan la apariencia de pasarlo maravillosamente bien. ¡Ah de los jóvenes que han sido criados pensando que la vida es así, y que vivir de este modo es la suprema felicidad! Miremos el fin de ellos. Miremos cómo entran y salen de los juicios de divorcio, convirtiendo el matrimonio en una aceptada prostitución, indignos de tener hijos a causa de sus egoísmos y porque no saben educarlos. Las personas son atraídas por las apariencias. Miran sólo la superficie; miran sólo el comienzo. No miran el fin de este tipo de vida; no piensan, en ningún instante, en el resultado final. De todos modos, es cierto hoy en día, como lo fue siempre, y la Biblia lo dice constantemente, que el fin de estas cosas es «destrucción».

No hay nada más penoso en este mundo, que la desintegración final del enfoque no cristiano de la vida. Carlos Darwin, el autor de «Origen de las Especies», confesó al final de su vida, que por concentrarse en un solo aspecto de la vida, había perdido el poder para disfrutar de la poesía y la música, y en gran medida, también del poder de apreciar la naturaleza misma. ¡Pobre Carlos Darwin! Mientras que solía disfrutar de la poesía en su juventud, ahora en su vejez no encontraba placer en ella y la música ya no significaba nada. Llegó a concentrarse muchísimo en los detalles de un área de la vida que deliberadamente limitó su campo de visión en vez de dejar que el glorioso panorama de la totalidad le hablara. El fin de H. G. Wells es más o menos similar. Él, que había abogado tanto a favor de la mente y del entendimiento humano, y había ridiculizado el cristianismo con sus doctrinas de pecado y salvación, al final de sus días confesó que estaba totalmente desconcertado y azorado. El título mismo de su último libro «La mente al fin de sus Recursos», sustenta elocuentemente el testimonio de la enseñanza bíblica sobre el fin de los impíos. O tomamos la frase de la autobiografía de un racionalista como el doctor Marrett, que fue rector de uno de los colegios en Oxford. Escribe así: «Pero para mí la guerra ha traído a un súbito fin el largo verano de mi vida. Es por esto que no tengo nada que ambicionar, solamente un frío otoño, y un más frío invierno y procurar todavía, de alguna manera, no perder las esperanzas». La muerte de un impío es terrible. Leamos las biografías. Sus resplandecientes días llegan a un final. ¿Qué poseen ahora? No tienen nada para animarse, y como Lord Simon, tratan de animarse reviviendo sus anteriores éxitos y triunfos. Así es el fin de los impíos.

Compara esto con una vida santa que, al principio, aparenta ser estrecha y miserable. Aún el mercenario profeta Balaam, malo como era, entendió algo de esto, y dijo: «Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya” (Núm. 23:19). En otras palabras: ‘Tengo que admitir que estos rectos saben cómo morir; ¡ojala pudiera yo morir como ellos!’ En el libro de los Proverbios leemos: «El camino de los impíos es como la oscuridad… Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Pr. 4:19, 18). ¡Qué glorioso! Volvamos al Salmo 37: «Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz”. Y luego escuchemos al Apóstol Pablo. A pesar de todas sus tribulaciones y persecuciones, sus pruebas y desilusiones, escuchemos lo que dice cuando enfrenta el fin de sus días: «Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2Tim. 4:6-8). Esta es la forma de morir, ésta es la manera de terminar los días. Una de las más orgullosas afirmaciones de Juan Wesley en sus primeros días de Metodismo fue: «Nuestro pueblo sabe morir bien».

En toda la Biblia se nos insta a considerar nuestros «últimos días». No vayas a la iglesia sólo para considerar las ventajas del presente; considera tus últimos días. «El fin». ¡Qué glorioso sería para nosotros si pudiésemos afrontar el fin como lo hizo el Apóstol Pablo, y decir: «Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día”. Para poder decir esto, y estar seguros de recibir una corona, debemos primero ver las dos posibilidades en su totalidad, y luego ir inmediatamente a Dios y confesar nuestra ceguera, nuestro prejuicio, nuestra insensatez de confiar en el propio juicio, y luego pedirle a Él que nos reciba. Cuéntale que aceptas el mensaje concerniente a Cristo, su Hijo Unigénito, quien vino al mundo a morir por tus pecados y librarte. Ríndete a El y confía en El y en su poder. Entrégate incondicionalmente a Cristo y veras la vida en su totalidad y tendrás una felicidad que jamás experimentaste. Y el final será glorioso. Tus caminos serán como la luz de la aurora que brilla más y más, por más negro que se ponga el mundo y, aun en el valle de sombra de muerte, tu luz brillará más y más hasta que el día sea perfecto «Comprendí el fin de ellos”.

Extracto del Libro: «la fe a prueba» del Dr. Matin Lloyd-Jones

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