En BOLETÍN SEMANAL
No puedo entender a aquellos que dicen que hoy uno puede nacer de nuevo y mañana puede dejar de ser renacido. Es imposible, es monstruoso, es casi una blasfemia sugerir esto. ¿Cómo es posible que el hombre, un ser finito y limitado, pueda impedir el propósito de Dios respecto a la salvación de su pueblo.  Es Dios quien llama y es Dios quien salva, por su voluntad Soberana.  La Biblia enseña acerca de la actividad y la acción de Dios, y cuando Dios obra, lo hace eficazmente.  Por otra parte, si Cristo en la cruz ha pagado por el pecado de su pueblo y ha hecho satisfacción delante de la justicia, nos ha unido a sí en su muerte y en su resurrección. Estamos unidos a Cristo en una unión espiritual y formamos parte de Él, no puede haber separación. Nada nos podrá separar del amor de Dios en Cristo, NADA.

​Me has guiado según tu consejo. Y después me recibirás en gloria. Salmo 73

Sin embargo, tengo un argumento que es mucho más fuerte que todo lo que he dicho. Hay algo que es aun de mucho más valor práctico para ustedes y para mí que las doctrinas de la voluntad de Dios, del propósito de Dios y del poder de Dios. Somos tan sordos para oír, y tan lentos en las cosas espirituales que estas declaraciones nos parecen remotas y abstractas. Por eso les daré algunas evidencias concretas de la historia, una demostración práctica de lo que he estado diciendo. La encontramos en la última parte del versículo 24 de este Salmo. Comencé diciendo que él enfrenta el futuro y lo hace con lo que deduce del pasado. Lo hace con bastante lógica. Dice que el Dios que lo trató con tanta gracia no lo puede abandonar. Lo expresaré en palabras del Nuevo Testamento: «Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Rom. 5:10). ¿Podemos refutar esta lógica? Veamos lo que está diciendo. Si este Dios Todopoderoso envió a su Unigénito Hijo amado para morir en la Cruz del Calvario, cuando todavía éramos enemigos, ¿cuánto más seremos salvos por su vida? El Dios que hizo esto por nosotros, no nos puede dejar ahora. Se tendría que negar a sí mismo para hacerlo. Habiendo hecho lo más importante, no puede rehusar hacer lo menos importante. Lo tiene que hacer.

Sin embargo, el apóstol, conociendo cómo somos, lo repite nuevamente en Romanos 8:32: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con É1 todas las cosas?» Él no escatimó su humillación ni sus sufrimientos, no escatimó la corona de espinas, ni la agonía producida por los clavos en sus santas manos y pies; no escatimó la tremenda carga de la culpa del pecado. «El que no escatimó ni a su propio Hijo… ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?» ¿Queremos algo más? Si esto no es suficiente, entonces me desespero. El Dios que hizo esto por nosotros está obligado a darnos todo lo que es esencial para nuestra salvación final. Es imposible pensar que Él no lo haría. Nuestro trabajo nunca es en vano en el Señor si creemos lo que Pablo dice en 1Corintios 15. Y si esto es cierto de nuestro trabajo cuánto más cierto es del suyo.

Quisiera darles un último argumento. La forma en que somos salvos es, para mi, la prueba final de la doctrina de la perseverancia de los santos hasta el fin. ¿Qué es lo que quiero decir? Digo que somos salvos por nuestra unión con Cristo. Esta es la enseñanza de Romanos 5 y 6. Si de veras estamos en Cristo y unidos a Él nunca podemos dejar de serlo. Formamos parte indisoluble de Él, estamos unidos a Cristo. La doctrina de la justificación también prueba esto. Dios dice «… nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades». Hemos muerto con Cristo; hemos sido crucificados con Él y también hemos sido sepultados con Él; hemos sido resucitados con Cristo, y estamos sentados con Él en lugares celestiales. Todo lo que es verdad de Él es también verdad de nosotros. ¿Puede esto dejar de ser cierto? La doctrina del nuevo nacimiento enseña lo mismo. Somos participantes de la naturaleza divina. Adán no lo fue. A Adán le fue dada una justicia positiva, pero no fue hecho participante de la naturaleza divina. Fue hecho a la imagen y semejanza de Dios y nada más; pero aquel que está en Cristo, el que es cristiano, el que ha nacido de nuevo, es «participante de la naturaleza divina». Cristo está en él y él en Cristo.

Sigamos la lógica de estas proposiciones. Si creemos estas doctrinas veremos que ciertas cosas se suceden inevitablemente. No puedo entender a aquellos que dicen que hoy uno puede nacer de nuevo y mañana puede dejar de ser renacido. Es imposible, es monstruoso, es casi una blasfemia sugerir esto. Podemos tener experiencias emocionales que van y vienen; podemos tomar decisiones y luego renunciar a ellas. La Biblia enseña acerca de la actividad y la acción de Dios, y cuando Dios obra, lo hace eficazmente; y si estamos en Cristo, sin duda alguna, estamos en Cristo. Si somos participantes de la naturaleza divina y estamos unidos a Cristo en una unión espiritual y formamos parte de Él, no puede haber separación.

Aquí, entonces, están los argumentos que prueban y substancian esta doctrina. Queda la pregunta de cómo lo hace Dios. ¿Cómo es que Dios nos sostiene? El salmista lo expresa así: «Me has guiado según tu consejo». Él dirige; Él guía. Él hace todas las cosas que hemos considerado en nuestro estudio anterior. Nos frena, trabaja en nosotros: «…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer…” (Fil. 2:12). Así es como Él preserva a su pueblo; así es como nos sostiene por su gracia, y nos libra del pecado. El obra en nosotros, en nuestras mentes y también en nuestras disposiciones y deseos. Pedro, al principio de su segunda epístola, recuerda a quienes está escribiendo que se les ha dado «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”. «Todas las cosas»: todo lo necesario para vivir una vida santa se encuentran en las Escrituras, en el Espíritu Santo, en la Persona de Cristo. Por medio de estas cosas Dios nos guía, nos sostiene y nos perfecciona. El se ocupa de nosotros, somos hechura suya y su cincel ha sido utilizado en nuestra formación. ¿Hemos estado enfermos? Probablemente haya sido Dios que lo permitió. «Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros…», dice Pablo en 1Corintios 11:30. Porque algunos de los miembros de la iglesia en Corinto no se estaban examinando y juzgando a sí mismos, Dios tuvo que tratar con ellos por medio de enfermedades y dolencias. «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (He. 12:6). Esto es a veces parte de su proceso en sostenernos y traernos a esa glorificación final que nos aguarda.
Terminaré con esto. ¿Adonde nos lleva este proceso? De acuerdo a este hombre, nos lleva a la gloria… «Me recibirás en gloria”. Quiere decir que si estamos en las manos de Dios, y somos sostenidos por Él, disfrutamos en parte de esa gloria aun en este mundo. Aun en este mundo comenzamos a gozar algo de los frutos de la salvación, de la vida que es gloria. Los dones del Espíritu, la gracia del Espíritu, los frutos del Espíritu, todo esto es parte de la gloria. Cuando Dios comienza a producir estas cosas en nosotros, nos está glorificando. El nos hace diferentes al mundo y a sus habitantes; nos hace semejantes a Cristo. Algo de la gloria de nuestro bendito Dios nos pertenece.

Gracias a Dios por esta verdad. Sí, pero esto sólo es el comienzo; esto es sólo una anticipación. En verdad, es sólo después de la muerte que llegaremos perfectamente a la gloria que nos espera, a gozar de todo lo que significa el cielo. «… Me está guardada la corona de justicia”, dice el gran apóstol Pablo. Es por eso que él ora repetidamente por las iglesias para que conozcan «la esperanza de su vocación» y «las riquezas de la gloria de su herencia en los santos». En otras palabras, Dios nos está preparando para Sí mismo, y el final de nuestra salvación es que iremos a estar con Dios y gozar de su vida con El. ¡Qué criaturas miserables somos, qué criaturas tontas, descontentas, que nos quejamos pero nos atamos a las cosas de este mundo! ¿Sabes que tú y yo, si estamos en Cristo, estamos destinados a gozar de la vida y de la gloria de Dios mismo? Esta es la gloria que nos aguarda. No es sólo el perdón de los pecados; estamos siendo preparados para esa positiva, eterna gloria. Esta es la enseñanza que el salmista está exponiendo. Este es el fin y el objetivo a donde la gracia sustentadora de Dios nos lleva, y para la cual Él nos está preparando.

Sin embargo alguien podría preguntar, ¿no es esto acaso una doctrina peligrosa? Existiría el peligro de que alguien dijera: «Como ya soy salvo, no importa lo que hago». Mi respuesta es ésta: Si después de escuchar la doctrina que he estado enunciando llegamos a esa conclusión, entonces no tienes vida espiritual en ti mismo, estas muerto. «Todo aquel que tiene esta esperanza en Él «, dice en 1ª. Juan 3:3, «se purifica a sí mismo, así como Él es puro». Si se nos hubiera prometido una audiencia con alguna persona importante, nos prepararíamos para ello. Y lo que he estado diciendo es que si somos hijos de Dios, seremos llevados a la presencia eterna y estaremos delante de la gloria de Dios. «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios». Cuanto más seguro esté yo de esto, más preocupado estaré de mi santificación y pureza; más y más trataré de purificarme. El tiempo es corto. Sé que el fin se acerca; no tengo ni un momento para perder. Debo prepararme con más y más diligencia para el día de la coronación el cual llegará pronto.

Termino con un fragmento de lógica de John Newton. El lo pone así:

Su amor en todo el pasado me impide pensar
Que en las pruebas finales me dejará hundir.
Cada dulce experiencia que me hace gustar
Confirma que me quiere a la gloria llevar.

Dios permita que todos, cuando miramos a nuestros «Ebenezeres» pasados (ver 1Sam. 7:12), podamos gozar de esta gloriosa y bendita seguridad: que El no puede ni quiere abandonarnos. De esto estamos seguros ¡bendito sea el nombre Dios! Amén.

Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones

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