En BOLETÍN SEMANAL
​"Mat 5:13  Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres". ....Después de cada avivamiento y reforma en la Iglesia, toda la sociedad ha recogido los beneficios.

Lean el relato de los grandes avivamientos y lo verán. Por ejemplo, en el avivamiento que tuvo lugar bajo Richard Baxter en Kidderminster, en Inglaterra en el siglo XVII, no sólo los cristianos se avivaron, sino que muchos que no lo eran se convirtieron y entraron en la Iglesia. Además, toda la vida de la ciudad sintió los efectos, y el mal, el pecado y el vicio se redujeron. Esto sucedió no porque la Iglesia censuró estas cosas, ni porque la Iglesia persuadió al Gobierno para que pasara leyes, sino por la simple influencia de los cristianos. Y así ha sido siempre. Sucedió lo mismo en los siglos diecisiete y dieciocho y al comienzo del Siglo XX en el avivamiento que tuvo lugar entre 1904-5. Los cristianos, siéndolo, influyen en la sociedad en forma casi automática.

Prueba de esto se encuentra en la Biblia y también en la historia de la Iglesia. En el Antiguo Testamento después de cada reforma y  avivamiento hubo beneficios generales para la sociedad. Recordemos también la Reforma Protestante y veremos de inmediato que afectó la vida en general. Lo mismo es verdad de la Reforma puritana. No me refiero a las leyes del Parlamento que los Puritanos consiguieron promulgar, sino a su forma general de vida. Historiadores competentes están de acuerdo en decir que lo que salvó a Inglaterra de una revolución como la que sufrió Francia a fines del siglo XVIII no fue sino el avivamiento Evangélico. Y esto ocurrió no porque se hiciera algo directamente, sino porque masas de individuos se habían hecho cristianos y vivieron esta vida mejor con una perspectiva más elevada. Toda la situación política percibió los efectos, y las grandes leyes que se promulgaron en el siglo pasado se debieron sobre todo al hecho de que había en el país tantos cristianos.

Finalmente, ¿No es acaso el estado presente de la sociedad y del mundo una prueba perfecta de este principio? Creo que es cierto que en los últimos cincuenta años la Iglesia Cristiana ha prestado más atención directa a asuntos políticos, económicos y sociales que en los cien años anteriores. Todos hemos oído hablar del significado social del cristianismo. Las Asambleas Generales de Iglesias y de distintas denominaciones han enviado a los gobiernos pronunciamientos y resoluciones. Todos nos hemos interesado mucho por la aplicación práctica. Pero ¿cuál es el resultado?

Nadie puede discutirlo. El resultado es que estamos viviendo en una sociedad que es mucho más inmoral que hace cincuenta años, en la que cada día van en aumento el vicio y la violación de la ley. ¿No está claro que uno no puede hacer estas cosas si no es en la forma bíblica? Aunque tratemos de conseguirlas directamente por medio de la aplicación de principios, descubrimos que no podemos alcanzarlo. El problema principal es que hay demasiado pocos cristianos, y que los que lo somos no somos suficientemente sal. Con esto no quiero decir agresivos; quiero decir cristianos en el sentido genuino. Debo admitir también que no se puede decir de nosotros que cuando entramos en una habitación los allí presentes cambian enseguida de forma de hablar y de conversación precisamente porque nosotros hemos llegado. Ahí es donde fracasamos lamentablemente. Un solo hombre verdaderamente santo irradia esta influencia; el grupo en el que se encuentra sentirá su presencia. El problema es que la sal se ha vuelto insípida en tantos casos; y no influimos en los demás siendo ‘santos’ en la forma en que deberíamos. Aunque la iglesia hace grandes pronunciamientos acerca de la guerra y de la política, y de otros temas importantes, el hombre medio no se siente afectado. Pero si tenemos en un tribunal a alguien que sea verdadero cristiano, cuya vida haya sido transformada por la acción del Espíritu Santo, sí afecta a los que lo rodean.

Así podemos actuar como sal de la tierra en tiempos como los nuestros. No es algo que pueda hacer la Iglesia en general; es algo que debe hacer el cristiano individual. Es el principio de infiltración celular. Un poco de sal produce efecto en la gran masa. Debido a su cualidad esencial en una forma u otra lo penetra todo. Me parece que este es el gran llamamiento que se nos hace en tiempos como éstos. Contemplemos la vida y la sociedad en este mundo. ¿No es evidente que esté corrompida? Contemplemos la descomposición que se ha apoderado de todas clases de personas. Contemplemos tantos divorcios y separaciones, tanto hacer chistes acerca de lo más santo de la vida, ese aumento de la embriaguez y despilfarro. Estos son los problemas, y es evidente que no se pueden solucionar por medio de leyes. Los periódicos no parecen ni tocarlos. De hecho nada los resolverá, salvo la presencia de un número cada vez mayor de cristianos que controlen la putrefacción, la contaminación, la descomposición, el mal y el vicio. Cada uno de nosotros en nuestro círculo podemos controlar así este proceso, y así toda la masa se mantendrá.

Que Dios nos dé gracia para examinarnos a la luz de esta idea tan sencilla. La gran esperanza de la sociedad de hoy está en un número cada vez mayor de cristianos. Que la Iglesia de Dios se dedique a eso y no a gastar energías y tiempo en asuntos que no le corresponden. Que cada cristiano se asegure de que posee esta cualidad esencial de ser sal, de que por ser lo que es, constituye un control o antiséptico en la sociedad, impidiéndole que se corrompa, que vuelva, quizá, a una época de tinieblas. Antes del avivamiento Metodista, la vida en Londres, como se puede ver en los libros que se escribieron en ese entonces y después, era casi increíble con tanta embriaguez, vicios e inmoralidades. ¿No corremos el peligro de volver a eso? ¿Acaso nuestra generación
no está descendiendo de una manera visible? Somos los cristianos, los únicos que podemos impedirlo. Que Dios nos dé la gracia de hacerlo. ¡¡¡Suscita en nosotros el don, Señor, y haznos tales que seamos realmente como el Hijo de Dios e influyamos en todos los que entren en contacto con nosotros!!!.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martin Lloyd-Jones

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