En BOLETÍN SEMANAL
​A la luz de toda clase  de tribulaciones, pruebas y dificultades, la Escritura anuncia que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Ro. 8:28). Esta es una afirmación y una promesa.

​Habiendo considerado de esta forma el trasfondo de vital importancia que tiene nuestro texto, podemos proceder a considerar su enseñanza específica y detallada bajo los siguientes lineamientos.

El amplio espectro de la promesa
Consideraremos por un momento el amplio espectro de la promesa: «todas las cosas ayudan a bien».
Generalmente se acepta que »todas las cosas» tiene especial referencia a las pruebas y tribulaciones. Esta es una de las afirmaciones más notables que se haya hecho del cristianismo. Por cierto que es la más atrevida  justificación de los tratos de Dios con el hombre.
Observemos lo que dice exactamente. Quizá podremos  comprender su significado mejor si lo tomamos del aspecto negativo. Vemos claramente que como cristianos no se nos promete una vida fácil en este mundo.  Nuestro Señor mismo en sus enseñanzas le dijo a sus discípulos que tendrían tribulaciones, pruebas y sufrimientos. Del mismo modo Pablo enseña que nos es concedido a causa de Cristo, no sólo que creamos en él, sino también que padezcamos por él (ver Fil. 1:29).

El enfoque cristiano de la vida y del mundo es realista y no romántico. No evita preocupaciones y problemas. Tampoco minimiza la seriedad y la gravedad de los problemas y preocupaciones. Hay quienes piensan que el deber de todo ministerio de consolación es procurar demostrar que las pruebas y aflicciones no son tan serias como parecen ser. Hay personas bien intencionadas que siempre procuran tomar esa actitud cuando tratan de ayudar a sus amigos. Es verdad que puede haber una tendencia en todos nosotros a exagerar nuestras dificultades y aumentar así nuestros problemas, y por cierto debemos controlar y frenar esa tendencia.

Pero no sólo es fatuo sino deshonesto procurar restarle importancia a un problema serio. Decirle a un hombre que está sufriendo, que su dolor no es tan fuerte como supone, es insultarlo y afrentarlo. La intención podrá ser buena pero el resultado será que en lugar de ayudarle le aumentamos su prueba produciendo una irritación adicional. Ese no es el método del Evangelio. Toma los hechos tal cual son. Los enfrenta con honestidad.

No desea una victoria o éxito fáciles al restarle importancia al problema Del mismo modo, su mensaje para nosotros no es que debemos ceñimos, «aguantar» y tener coraje. Hay muchos que confunden fe con coraje y consideran que el cristiano es uno que, a pesar de todo, decide y determina mantener su cabeza erguida y seguir adelante, venga lo que venga El coraje como virtud ha sido altamente encomiado en años pasados y debemos reconocer que hay algo muy noble en este cuadro. Es varonil, es recto rehusar quejamos y murmurar, mantener nuestra compostura y ecuanimidad a pesar de todo, seguir hasta el final indemne; hay algo verdaderamente noble y heroico en todo esto. Sin embargo, es esencialmente una virtud pagana que nada tiene que ver con el cristianismo. San Pablo no les exhorta meramente a tener coraje. No apela a que sólo persistan y aguanten a pesar de todo. Como vemos, todo su énfasis no está sobre lo que deben hacer sino sobre lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará por ellos. Deben continuar, no ciñéndose en un espíritu de coraje y determinación, sino poniendo «su mira en las cosas de arriba». El coraje en su verdadera esencia y si es lo único que nos sostiene, es una confesión de debilidad.  Es la actitud del hombre que rehúsa darse por vencido cuando ya no hay esperanza. El cristiano es salvado por esperanza y vive por su esperanza.

Tampoco el mensaje cristiano consiste en alguna afirmación vaga en el sentido de que Dios nos ama y por lo tanto, de alguna manera todo saldrá bien al final, pues esto significa que queda una brecha entre el amor de Dios y la condición en que nos encontramos. Es virtualmente evitar el problema, darle las espaldas, olvidarlo y pensar en otra cosa. Estar preocupados con el problema es totalmente erróneo; y es siempre bueno apoyamos en el amor de Dios. La posición cristiana no oscila entre estas dos, pues no es esa una solución real. Es un dualismo que no conecta el amor de Dios con la dificultad y el problema. Ahora bien, la gloria del evangelio es que enfrenta la situación sin evadir nada, y sin embargo, da la salida. Algunas versiones anteriores señalan este rasgo de nuestro  texto muy claramente anteponiendo la palabra «Dios» a «todas las cosas ayudan a bien», esto es: «Dios obra para bien todas las cosas, para aquellos que le aman».

Esto es indudablemente lo que el apóstol enseña. Estas pruebas, dificultades y tribulaciones no pueden ser ignoradas, ni carecen de explicación; Dios las utiliza, las emplea y guía de tal manera que promueven nuestro bien. No hay, pues, ninguna oposición irreconciliable entre la fe en Dios y las dificultades y pruebas de la vida. Dios las utiliza para nuestro bien y las emplea para llevar a cabo sus propios grandes propósitos. «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados».  Esa es, entonces, la justificación final del obrar de Dios y la respuesta a todas nuestras preguntas de por qué Dios permite que ciertas cosas ocurran.

La limitación de la promesa:

Sólo podemos decir algo de lo que podríamos llamar la limitación de la promesa. «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados». Esto se enfatiza al comenzar la frase con «a los que aman a Dios». La promesa tiene una limitación. No es universal en cuanto a las personas que incluye. Como ya hemos señalado repetidamente, la idea popular del amor de Dios es la antítesis de esto. Se considera que El promete bendecir a todos exactamente de la misma  forma. Que lo hace en sus tratos providenciales con la humanidad en general es verdad. Pero luego hay una división y distinción fundamental en toda la Biblia entre los salvos y los perdidos, entre los que han entrado en una relación de pacto con Dios y de salvación por medio de Jesucristo, y los que no lo han hecho, o bien, en palabras de nuestro texto entre los «que son llamados» y los que no lo son. La salvación es el resultado de la operación especial de gracia y hay promesas especiales para los que han recibido esta gracia. El evangelio habla de una sola forma a los que creen en el Señor Jesucristo. Les exhorta a arrepentirse y creer. No les ofrece ninguna promesa especial hasta que lo hayan hecho. Mas bien, les amenaza con juicio y condenación. No les dice que «todo ayuda a bien» sino que les dice en cambio que «ya están condenados».

Como hemos visto en nuestra primera sección, las promesas y consuelos especiales no se obtienen de forma directa. Son la consecuencia y el resultado de la salvación, de creer en el unigénito Hijo de Dios. Se ofrecen sólo a los que «aman a Dios». Debemos remarcar la palabra «aman». No es un mero asentimiento general a una cantidad de afirmaciones acerca de Dios ni algo sentimental. La palabra utilizada contiene la idea de un amor que está ansioso de hacer la voluntad de Dios y servirle, un amor que ansía glorificar a Dios y agradarle en todo porque El es Dios. Hay algo verdaderamente terrible y alarmante en nuestro texto. Nos prueba en lo profundo. Conlleva la definitiva implicancia de que si cuestionamos a Dios y sus acciones con la más mínima arrogancia, significa que estamos fuera del alcance de la promesa. Los que aman a Dios saben que todas las cosas ayudan a bien. Esto no significa que a veces puede haber una dificultad genuina en explicar con precisión lo que está ocurriendo. Pero sus espíritus siempre están sanos aunque sus mentes estén perplejas. No dejan de amar a Dios. Por nuestras preguntas a menudo proclamamos lo que somos y donde estamos ubicados. La pregunta vital para nosotros es:  ¿Amamos a Dios? Si no estamos en esa relación con El nos será imposible comprender su obrar y estamos fuera del alcance de sus promesas de gracia. Todas las  promesas son condicionales y antes de siquiera dudar de su fidelidad será mejor que nos examinemos a nosotros mismos y nos aseguremos de que hemos reunido las condiciones.

Extracto del libro: “¿Por qué lo permite Dios?” del
Dr. Martyn Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar