En BOLETÍN SEMANAL
«Pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene Promesa de esta vida presente y de la venidera» (1 Timoteo 4:8).   Una especie de afección impide a algunos creyentes tratar la religión corno si su esfera estuviese entre las cosas más corrientes de la vida diaria. Para ellos es algo que entra en la esfera de las ideas y viene a ser una creación piadosa en lugar de un hecho. Creen en Dios, a su manera como creen en las cosas espirituales y en la vida futura, pero se olvidan por completo de que la verdadera santidad es algo que tiene la promesa de la vida actual, así como de la venidera.

Para ellos sería casi una profanación atreverse a orar sobre cosas relacionadas con la vida diaria. Por lo tanto, es muy probable que se queden sorprendidos si yo sugiero que examinen la autenticidad de su fe. Si esa fe no les sirve de ayuda en los pequeños problemas de la vida, ¿cómo podrá sustentarles cuando lleguen las pruebas de la muerte? Si no les aprovecha en cuanto al alimento y el vestir, ¿qué es lo que hará por ellos cuando se trate de] espíritu que es inmortal?

Si estudiamos la vida de Abraham nos daremos cuenta de que su fe tenía que ver con todos los sucesos de su peregrinaje aquí en la tierra; tenía que ver con su traslado de un lugar a otro, con la separación de su sobrino de su campamento, con la lucha en contra de los invasores y en especial con el nacimiento de ese hijo que hacía tanto tiempo que le había sido prometido. Ningún aspecto de la vida del patriarca estaba fuera del círculo de su fe en Dios. Se dice hacia el final de la vida de Abraham «y Dios bendijo a Abraham en todas las cosas», lo cual incluye lo temporal además de lo espiritual. En el caso de Jacob Dios le prometió dar e el pan que necesitase para comer, la ropa y también que le llevaría con paz hasta la casa de su padre, y todas estas cosas son de un carácter temporal y terrenal. Sin lugar a dudas, estos primeros creyentes no escamotearon las bendiciones presentes del pacto ni consideraron el creer en Dios como algo quimérico y místico. La verdad es que nos quedamos atónitos al darnos cuenta de que no existe una línea de demarcación entre lo secular y lo religioso en la vida de estos hombres. Ellos viajaron como peregrinos, lucharon como cruzados, comieron y bebieron como santos y hablaron como profetas. Su vida fue su religión y su religión fue su vida. Confiaron en Dios, no solamente acerca de ciertas cosas de mayor importancia, sino en todo, y por ello, hasta un siervo de una de las casas, al ser enviado a cumplir su encargo, oró diciendo: «¡Oh Dios de mi amo, prospera mi camino! » Ésa era una fe auténtica, y nosotros debemos de imitarla, y no permitir más que la sustancia de la promesa y la vida de fe se evaporen o se conviertan en fantasías sentimentales y visionarias. Si la confianza en Dios sirve para algo, es buena para todo lo relacionado con la promesa, y no cabe duda alguna de que la vida que disfrutamos ahora forma parte de la misma.

Me gustaría que el lector observase y utilizase de manera práctica palabras de Dios como éstas: «Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y Él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti » (Ex. 23:25). «Confía en Jehová y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentará de la verdad» (Salmos 373). «Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas de cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará» (Salmos 913-7). «En seis tribulaciones te librará, y en la séptima no te tocará el mal» (Job 5:19). «El que camina en justicia y habla lo recto el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala; éste habitará en las alturas; fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan y sus aguas serán seguras» (1s. 33:15, 16). «Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad» (Salmos 84:11). «Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Ésta es la herencia de los siervos de Jehová y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová» (Isaías 54:17).

Nuestro Salvador tuvo la intención de que la fe fuese nuestro quietus en cuanto a las preocupaciones diarias, o de lo contrario no hubiese dicho« Por tanto os digo: no os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (Mateo 6:25, 26). ¿A qué otra cosa pudo referirse que no fuese las cosas temporales al hablar acerca de la fe que tenemos que poner en práctica? «Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas» (Lucas 12:29, 30).

Pablo quiso decir exactamente lo mismo cuando escribió: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6, 7).

El que ha ido a preparar el cielo para nosotros no nos dejará sin provisión para realizar el viaje hasta allí. Dios no nos da el cielo de la misma manera que el Papa le dio Inglaterra al rey de España: si era capaz de conseguirla; sino que nos pone un camino seguro, así como el fin.

Ahora bien, nuestras necesidades terrenales son tan reales como las espirituales, y podemos estar completamente seguros de que el Señor las suplirá. Él nos enviará lo que necesitamos por medio de la promesa, de la oración, de la fe, y de esa manera nos está enseñando. Nos está haciendo aptos para Canaan por medio de la experiencia en el desierto.

El imaginar que las cosas temporales son de poca importancia para nuestro Dios condescendiente es olvidar que Él observa el vuelo de los gorriones y cuenta los cabellos de la cabeza de su pueblo. De todos modos hemos de pensar que para El todo podría resultar de tan poca importancia que nada le importase. ¿Quién es el que va a dividir los asuntos por su tamaño o por su peso? El punto decisivo en la historia puede ser una circunstancia diminuta. Bendito el hombre para el cual nada es demasiado pequeño como para presentárselo a Dios, porque ciertamente no hay nada que sea demasiado pequeño o insignificante para causarnos dolor o para ponernos en algún peligro. Un hombre de Dios perdió una llave en cierta ocasión, oró sobre ello y la encontró. Lo contaron como algo muy extraño, pero no era nada extraordinario, porque algunos de nosotros oramos acerca de todas las cosas y nos echamos a temblar por si acaso la cosa más infinitesimal no es santificada por la palabra de Dios y por la oración. No es el incluir frivolidades lo que causa problemas a nuestras conciencias, sino el omitirlas. Se nos asegura que, cuando el Señor encargó a sus ángeles guardar nuestros pies para que no tropezasen en el camino, colocó todos los detalles de nuestra vida bajo el cuidado celestial, y estamos contentos de poder someter todas las cosas que nos afectan a su cuidado.

Uno de los milagros que perduran en la actual dispensación es que en Cristo tenemos una paz continua a pesar de todas las tribulaciones por las que tengamos que pasar, y por medio de Él tenemos poder en la oración a fin de poder obtener todas las cosas del Señor para esta vida y para nuestra santidad. Yo he tenido la fortuna de poder poner a prueba, en innumerables ocasiones, al Señor, en cuando a necesidades temporales, viéndome guiado a la oración a favor de los huérfanos v los estudiantes. En muchísimas ocasiones la oración ha traído la oportuna ayuda y ha quitado de en medio graves dificultades. Yo sé que la fe puede llenar un monedero, proveer una comida, cambiar un corazón endurecido, facilitar un lugar para levantar un edificio, curar a los enfermos, aquietar la insubordinación y poner término a una epidemia. Al igual que el dinero en las manos de un hombre mundanal, la fe en las manos del hombre de Dios «ofrece una respuesta a todas las cosas». Todas las cosas que están en la tierra, en el cielo y debajo de la tierra, responden al mandato de la oración. La fe no es algo que debe de imitar un charlatán ni ser simulada por un hipócrita, pero siempre que es auténtica y capaz de hacer suya una promesa divina con fuerza, obra grandes maravillas. ¡Cuánto me gustaría que el lector creyese en Dios de tal manera que descansase en Él para todas las situaciones de la vida! Esto le conduciría a un mundo nuevo y le aportaría una evidencia que confirmaría la verdad de nuestra santa fe, de tal manera que nos pudiésemos reír de los escépticos. La fe que es semejante a la de un niño hace que nuestros corazones sean sinceros para con Dios y estén llenos de una prudencia práctica a la que a mí me gusta llamar sentido común. El creyente que tiene una mente sencilla, aunque sea objeto de las burlas del idiota, tiene una sabiduría que procede de lo alto y que, de manera efectiva, desconcierta la malicia de los malvados. Nada deja tan sorprendido a un enemigo malicioso como la sincera inocencia de un creyente de verdad.

El que cree en su Dios no se asusta por malas noticias porque su corazón ha encontrado una calma inamovible gracias a la confianza que ha depositado en el Señor. Esa fe puede endulzar, ensanchar y enriquecer la vida de mil maneras diferentes. ¡Pruébela, querido lector, y verá cómo producirá en su vida unas bendiciones inconmensurables! No le librará de problemas, porque la promesa dice: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). «Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza. Y la esperanza no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Romanos 53-5).

Extracto del libro «Segun la Promesa» de C. H. Spurgeon

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