En BOLETÍN SEMANAL
En ángel de luz: El poder natural del hombre puede imitar los dones del Espíritu Santo, hasta cierto punto. Y, claro está, la Biblia nos recuerda que Dios, en su Voluntad inescrutable, a veces decida dar estos poderes a hombres que no le pertenecen a fin de que realicen Sus propósitos. Escoge ciertos hombres para Sus propios fines, aunque esos hombres  permanezcan fuera del Reino.

​No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:21-23).

Nuestro Señor llega al punto culminante, que plantea de la siguiente manera. Estas personas podrán decirle que en su nombre han hecho muchas cosas maravillosas y sin embargo están fuera del reino. ¿Cómo demostramos que esto es posible? Parte de la prueba sin duda se encuentra en el caso de los magos de Egipto. Recordemos que cuando Moisés fue enviado para liberar a los hijos de Israel y hacer milagros, los magos de Egipto pudieron imitarlo fraudulentamente y repetir hasta cierto punto esos milagros. Hicieron muchas obras maravillosas. Pero no hay que confiar sólo en esto. Nuestro Señor dice en Mateo 24:24: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. Éstas son las palabras de Cristo. Pero tomemos las palabras de Pablo en 2 Tesalonicenses 2:8: “Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos”. Estas cosas se profetizan.

En otras palabras, el hombre puede mostrar grandes resultados, tales como curaciones y demás, y, sin embargo, todo esto no significa nada. Y no debería sorprendernos esto. ¿Acaso no estamos aprendiendo cada día más acerca de los poderes innatos que los hombres tienen incluso en un sentido natural? Existe el don natural de la curación; es una especie de poder natural, casi mágico, que tienen ciertas personas. Por ejemplo, todo el asunto de la electricidad en el cuerpo humano es sumamente interesante. Apenas estamos comenzando a entenderlo. Hay personas, como los zahoríes, que poseen ciertos dones curiosos. Luego está todo el asunto de la telepatía, de la comunicación de pensamiento y de la percepción extrasensorial. Apenas estamos empezando a conocer estas cosas. Como resultado de estos dones y poderes, muchos pueden hacer cosas maravillosas y sorprendentes, sin ser cristianos. El poder natural del hombre puede imitar los dones del Espíritu Santo, hasta cierto punto. Y, claro está, la Biblia nos recuerda que Dios, en su voluntad inescrutable, a veces decida dar estos poderes a hombres que no le pertenecen a fin de que realicen Sus propósitos. Escoge hombres para Sus propios fines, aunque los hombres mismos permanezcan fuera del reino. Dios fue quien llamo y utilizó al pagano Ciro.

Debemos recordar sobre todo el poder del demonio. El demonio, como enseña Pablo en 2 Corintios 11:14, se puede transformar en ángel de luz, y el demonio como ángel de luz persuade a veces a la gente de que son cristianos cuando no lo son. Si el demonio puede mantener a alguien fuera del reino haciéndole decir ‘Señor, Señor’, ciertamente que lo hará. Hará lo que sea para mantener al hombre fuera del reino; por ello, si una creencia falsa o una creencia verdadera sostenida de una forma equivocada puede conseguir esto, hará que la tenga y le dará poder para que realice señales y maravillas.

Todo ha sido profetizado, todo se encuentra en la Biblia; y por ello nuestro Señor nos amonesta solemnemente que tengamos cuidado con esto. Una vez se lo resumió a sus discípulos así: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”. Habían sido enviados a predicar y a arrojar demonios, y habían tenido mucho éxito, regresaron llenos de orgullo por todo lo que había sucedido, y nuestro Señor les dice de hecho: “¿Acaso no os dije en el Sermón del Monte que los que están fuera del reino pueden predicar en mi nombre, y arrojar demonios, y hacer muchas obras maravillosas? No os dejéis engañar por estas cosas; tratad de aseguraros vosotros mismos. Lo que importa es vuestro corazón. ¿Está vuestro nombre escrito en los cielos? ¿Me pertenecéis realmente? ¿Tenéis esta santidad, esta justicia que enseño? “No todo el que me dice: Señor, señor, entrará en el reino de los cielos”! La forma de someterse a prueba uno mismo, la manera de someter a prueba a cualquier persona, es mirar debajo de la superficie. No hay que mirar los resultados aparentes, no hay que mirar las maravillas, sino descubrir si se conforma a las Bienaventuranzas. ¿Es pobre en espíritu; es manso; es humilde; gime en espíritu al ver al mundo; está entregado a Dios; es sobrio; dice con Pablo, “Los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia”? Estas son las pruebas, las pruebas de las Bienaventuranzas, las pruebas del Sermón del Monte —el carácter del hombre, la naturaleza del hombre. No son sólo las apariencias, sino que es la realidad misma la que cuenta delante de Dios.

Recordemos de nuevo que es el Señor quien dice estas cosas y que es Él quien juzgará. Las palabras “Muchos me dirán en aquel día” se refieren al día del juicio, cuando Él será el juez, de modo que no hay que engañarse. “Vosotros sois”, refiriéndose también a esta clase de personas, “los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; más Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”. El cristiano del Nuevo Testamento es una clase concreta de personas, es inconfundible. Leamos el Nuevo Testamento, escribamos las señales distintivas del hombre del Nuevo Testamento, aprendámoslas, meditemos acerca de ellas, apliquémonoslas a nosotros mismos y a los demás. Hagamos esto, dice nuestro Señor, y nunca nos equivocaremos, nunca quedaremos fuera de esa puerta estrecha y camino angosto. Todas estas pruebas se pueden resumir en la expresión, “el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

Que Dios me conceda sinceridad al enfrentarnos con esta verdad aterradora, esta verdad por la que tendremos que responder “cuando el escenario terrenal haya desaparecido” y estemos frente a Cristo. Si sentimos que estamos condenados, confesémoslo a Dios, sintamos hambre y sed de justicia, acudamos con fe al Señor Jesucristo, pidámosle a Él que nos lo dé, cueste lo que cueste, cualesquiera que sean sus efectos y resultados, y Él nos lo dará, porque ha dicho: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”.

Extracto del libro: «El sermón del monte» del Dr. Martyn Lloyd-Jones

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