En BOLETÍN SEMANAL
​El gran valor del libro de los Salmos es que allí se narran las experiencias y conflictos espirituales de hombres santos. A través de los siglos el libro de los Salmos ha sido de valor inapreciable para el pueblo de Dios. Una y otra vez les ha provisto de la consolación y enseñanza que necesitaban, y que no podían encontrar en ninguna otra parte. Y si especulamos un poco, bien podría decirse que en cierta medida, el Espíritu Santo ha guiado a la Iglesia primitiva a adoptar el Antiguo Testamento por esta razón. Lo que encontramos en la Biblia, desde el principio hasta el fin, es el relato de los tratos de Dios con su pueblo.

EL PROBLEMA PLANTEADO

Ciertamente es bueno Dios para con Israel, Para con los limpios de corazón. En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; Por poco resbalaron mis pasos.

El es el mismo Dios en el Antiguo Testamento que en el Nuevo,
siendo estos hombres ciudadanos del Reino de Dios como lo somos
nosotros. Hemos sido trasladados a un Reino al que ya pertenecen
personas como Abraham, Isaac y Jacob. El misterio de Dios revelado a los
Apóstoles consistió en que los gentiles fuesen hechos conciudadanos y
co-herederos con los judíos.

Podemos afirmar, entonces, que las experiencias de estos hombres son paralelas a las nuestras. El hecho de que hayan vivido en la antigua dispensación no hace diferencia alguna. Está errado el cristianismo que rechaza el Antiguo Testa¬mento, y más aún pensar que nosotros somos en esencia diferentes de estos santos del Antiguo Testamento. Si estamos tentados a pensar así, leamos el libro de los Salmos y luego examinémonos honestamente y comparemos nuestras expe¬riencias con las del salmista. ¿Podemos decir: «Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me reco¬gerá»? ¿Podemos decir: «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía»? Leamos los Salmos y las declaraciones hechas en ellos y nos daremos cuenta que estos hombres eran hijos de Dios. Ricos en experiencias espirituales. Por esta razón, ha sido la práctica de hombres y mujeres de la Iglesia Cristiana acudir al libro de los Salmos para encontrar allí luz, conocimiento e instrucción.

Su valor reside en sus enseñanzas, que consisten mayor¬mente en narraciones de experiencias. Encontramos las mismas enseñanzas en el Nuevo Testamento, solamente que allí están de forma más didáctica. En los Salmos están redu¬cidas a nuestro nivel práctico y normal. Todos somos cons¬cientes del valor que esto representa. Hay momentos en que el alma está cansada e incapaz de recibir una enseñanza más directa; la prueba es muy grande, nuestra mente está tan cansada y nuestro corazón tan dolorido, que no podemos hacer el esfuerzo de concentrarnos en principios, y mirar las cosas objetivamente. Es en tales circunstancias particular¬mente, cuando los creyentes abatidos por los golpes de la vida, pueden acudir a los Salmos y encontrar en ellos la verdad de forma más personal. Leen las experiencias de estos hom¬bres y observan que ellos también sufrieron pruebas seme¬jantes. De alguna manera, este hecho en sí les ayuda y forti¬fica. Sienten que no están solos y que las pruebas por las que están pasando, no son excepcionales. Entonces comprenden la verdad de las palabras consoladoras de Pablo a los Corintios: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres…», y al darse cuenta de ello les ayuda a cobrar valor  y ser renovados en su fe. El libro de los Salmos es de inestimable valor en este aspecto y muchos recurren constantemente al mismo.

Hay varios aspectos de los Salmos que nos podrían interesar. Lo que quisiera mencionar en especial es la notoria honestidad con que estos hombres dicen la verdad acerca de sí mismos. Un ejemplo clásico es el del Salmo 73. Abiertamente admite que casi se apartaron sus pasos, y que poco faltó para que resbalaran sus pies y luego sigue diciendo que era como una bestia por su torpeza. ¡Qué honestidad! Este es el gran valor de los Salmos. No hallo nada más desalentador en la vida espiritual que encontrarme con aquellos que dan la impresión de vivir siempre en la cima de la montaña. Ciertamente no encontramos esto en la Biblia. La Biblia nos enseña que estos hombres sabían lo que era estar abatidos y en graves problemas. Muchos santos, en sus peregrinajes por esta tierra, han dado gracias a Dios por la honestidad de los que escribieron los Salmos. Estos no han escrito una enseñanza utópica, que no haya sido una realidad en sus vidas. Las doctrinas perfeccionistas jamás son verdaderas. No se dan en las vidas de los que las enseñan porque ellos también son criaturas falibles como todos nosotros. Proclaman las teorías de sus doctrinas pero no son realidad en sus experiencias. Gracias a Dios que los salmistas no hacen esto. Nos dicen la pura verdad acerca de sí mismos: nos dicen la verdad acerca de lo que les sucedió.

No lo hacen para exhibirse. La confesión de pecados puede en algunos casos ser una forma de exhibicionismo. Hay ciertas personas que están dispuestas a confesar sus pecados siempre y cuando puedan hablar de sí mismos. Es un peligro muy sutil. El salmista no hace esto; nos cuenta la verdad acerca de sí mismo sólo para glorificar a Dios. Su honestidad está guiada por este principio, porque al mostrar el contraste entre él y Dios, ministra para la gloria de Dios.

Esto es justamente lo que el salmista hace aquí. Notemos que comienza el Salmo con una nota triunfante: «Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón». Es como si dijera: «Les voy a contar una historia, voy a contarles lo que me ha pasado, pero quiero dejar algo bien claro: la bondad de Dios». Esto es más claro si usamos una mejor traducción: «Dios es siempre bueno para con Israel, para con los limpios de corazón». Dios nunca varía, no tiene limitaciones ni requisitos. «Esta es mi decla¬ración», dice el salmista, «Dios es siempre bueno para con Israel». La mayoría de los Salmos comienzan con esta grandiosa adoración y acción de gracias.

Ahora bien, como a menudo he dicho, los Salmos general¬mente comienzan con una conclusión. Esto es aparentemente paradójico, pero no estoy procurando ser paradójico: es la verdad. Este hombre ha tenido una experiencia, y ha llegado a una conclusión. Lo interesante es precisamente esta conclusión, y por lo tanto comienza con el final; luego describe cómo llegó a esa conclusión. Esta es una buena forma de enseñar, y es el método de los Salmos. El valor de la expe¬riencia es que constituye una ilustración de esta verdad. La experiencia por sí sola no tiene valor, y el salmista no tiene interés en contárnosla porque sí. Su valor reside en ilustrarnos la gran verdad acerca de Dios.
Lo que tenemos que comprender en primer lugar es que Dios es siempre bueno para con su pueblo, para con aquellos de limpio corazón. Esta es la declaración; pero lo que ha de ocuparnos en el estudio de este Salmo es el método de cómo ha llegado el salmista a esta conclusión. Lo que nos quiere decir puede resumirse así: comenzó su experiencia cristiana con esta afirmación, luego se descarrió para después retornar. El gran valor de los Salmos está en el análisis de estas expe¬riencias. Todos conocemos algo de estas experiencias: comen¬zamos bien, luego algo va mal, y pareciera que perdemos todo. El problema reside en cómo retornar. Lo que este hombre hace es mostrarnos cómo volver al lugar en que el alma encuentra su real estabilidad.

Este Salmo es una de las tantas ilustraciones. Otros expresan lo mismo. Tomemos por ejemplo el Salmo 43, donde encontramos al salmista en una condición similar. Se dirige a sí mismo y dice: «¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?» Habla consigo mismo; se dirige a su propia alma. Exactamente así procede el del Salmo 73, solamente que lo elabora aquí en una manera muy directa.

El salmista nos cuenta acerca de una experiencia especial que tuvo. Nos cuenta que fue muy zarandeado, y que casi cayó. ¿Cuál fue la causa? Sencillamente que no había entendido el propósito de Dios para con él. Fue consciente de un hecho doloroso. Estaba viviendo una vida santa, manteniendo limpio su corazón y lavadas sus manos en inocencia. En otras palabras estaba viviendo piadosamente. Evitaba el pecado, meditaba en las cosas de Dios, ocupando su tiempo en oración; se examinaba a sí mismo, y cuando descubría su pecado lo confesaba a Dios con arrepentimiento, buscando su perdón y renovación. En otras palabras, se podría decir que practicaba una vida que agrada a Dios, renunciando a este mundo y su corrupción; se separaba de los caminos malos y se dedicaba a vivir una vida santa. Sin embargo, aunque hacía todo esto, experimentaba serios problemas, porque dice: «he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas». Realmente estaba pasando por un mal momento. No nos cuenta exactamente qué le sucedía; no se sabe si era una enfermedad, una dolencia o problemas en su familia. Sea lo que fuere, era penoso, y sufría bastante en la prueba. Al parecer todo le iba mal y nada bien.

Ya de por sí esto era malo, pero no era lo que mayor¬mente le preocupaba y entristecía. Su preocupación era que al fijarse en los impíos veía un marcado contraste. «Todos sabemos que estos hombres son impíos», dice, «todos ven que son malvados. Pero prosperan en el mundo, aumentan sus riquezas», porque «no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres». Describe la arrogancia de ellos, su engaño y su blasfemia. Esta descripción, es una perfecta pieza literaria del hombre próspero de este mundo. Incluso describe su postura, su apariencia arrogante, sus ojos que saltan de gordura, y su orgullo que le rodea como una cadena. «Se cubren con vestido de violencia», dice, «logran con creces los antojos del corazón, hablan con altanería». ¡Qué descripción perfecta!

Esto no sólo fue verdad de los hombres que vivían en esa época, sino también de los que viven actualmente. Hacen declaraciones blasfemas acerca de Dios. Dicen: «¿Cómo sabe Dios? ¿Y hay conocimiento en el Altísimo?» Hablas de tu Dios; nosotros no creemos en tu Dios, y sin embargo míranos. En nada nos va mal. ¿Qué de ti? Tú que eres tan religioso, ¡mira las cosas que te están sucediendo!

Esta fue la causa de la angustia que le sobrevino al salmista. El creía que Dios es santo, justo y verdadero, que interviene en favor de su pueblo y les rodea con cuidado amoroso y grandes promesas. Su problema era reconciliar esto con lo que le estaba sucediendo, y más aún, con lo que les estaba sucediendo a los impíos.

Este Salmo es un pronunciamiento clásico de este típico problema: los tratos de Dios con el hombre, y especialmente con su pueblo. Esto es lo que lo tenía confundido al contrastar su suerte con la de los malos. Y nos relata su reacción ante todo esto.bro «

Extracto del Libro: «la fe a prueba» del Dr. Matin Lloyd-Jones

Al continuar utilizando nuestro sitio web, usted acepta el uso de cookies. Más información

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra POLÍTICA DE COOKIES, pinche el enlace para mayor información. Además puede consultar nuestro AVISO LEGAL y nuestra página de POLÍTICA DE PRIVACIDAD.

Cerrar