En BOLETÍN SEMANAL
¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción, es Dios para siempre. Salmo 73

En estas palabras el salmista describe un nuevo paso hacia adelante en el proceso de recuperación de la enfermedad espiritual que estaba sufriendo. Lo hemos estado siguiendo paso a paso, y ahora llega a esta próxima etapa, en la que sin duda alguna, es la posición final, la más alta de todas. Aquí, a la vista de todas sus experiencias, no puede hacer más que entregarse a la adoración a Dios. Esto es lo que expresa en estos dos versículos.

 Este próximo paso es casi inevitable, y quisiera enfatizar bien este punto. Una de las cosas más interesantes al seguir a este hombre en su peregrinaje espiritual es notar la forma en que cada paso está ligado al anterior y con el que le sigue. Sugeriría que bien podríamos decir que tenemos aquí la descripción de una experiencia espiritual normal. Hemos notado que si nos quedamos estancados en una de esas etapas nos está ocurriendo algo malo en el sentido espiritual. El detuvo el avance descendente en la primera instancia, y desde aquel momento comenzó a ascender paso a paso y escalón por escalón. Cada movimiento era inevitable porque el conocimiento de cada una de estas situaciones le llevaría directamente a la siguiente. Así que, habiendo conocido todas estas verdades acerca de su bondadoso trato con él, habiendo llegado a entender esta maravillosa doctrina de la gracia en sus diversas manifestaciones, el salmista casi involuntariamente y casi inevitablemente se encuentra alabando a Dios y adorándole en su maravilloso trono de gracia. Esto, repetiría, es el fin del proceso, y es el nivel más alto adonde podemos llegar. En verdad, en estos dos versículos vemos la meta de la salvación. Esto es todo el propósito; es para esto que somos salvos; y el salmista llegó  allí.

Me apartaré del tema por un momento: con bastante frecuencia se encuentra la tendencia, entre cristianos, de despreciar el Antiguo Testamento. No es que no creen que sea la Palabra de Dios. Lo creen. Pero se contrastan a sí mismos con los santos del Antiguo Testamento. «Estamos en Cristo», dicen, «hemos recibido el Espíritu Santo. Los santos del Antiguo Testamento no sabían esto y por lo tanto son inferiores a nosotros». Si  estamos tentados a pensar así, debemos hacemos una simple pregunta: ¿Podemos honestamente usar el lenguaje que usó este hombre en los dos versículos que estamos considerando? ¿Hemos llegado al conocimiento de Dios y a una experiencia de Dios como este hombre llegó? ¿Podemos decir honestamente: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra?» ¡Qué injustos que somos! Estos santos del Antiguo Testamento eran hijos de Dios como tú y como yo lo somos; y en verdad, si leemos estos Salmos honestamente, nos sentiremos a veces algo avergonzados de nosotros mismos y quizá pensemos que acaso ellos avanzaron más de lo que hemos avanzado nosotros. Cuidémonos de recalcar demasiado la diferencia entre las dos dispensaciones y hacer distinciones que terminan siendo completamente anti-bíblicas.

Así es como el salmista puede hablar de su relación con Dios, y no vacilo en asegurar que todo el propósito del Evangelio del Nuevo Testamento y su salvación es sencillamente mostrarnos esto. Así se prueba toda profesión de cristianismo; esto es todo el propósito de la encarnación y de la obra completa de nuestro bendito Señor y Salvador: el permitirnos hablar de esta manera. Preguntaría nuevamente entonces: ¿Podemos nosotros hablar así? ¿Es esta nuestra experiencia? ¿Conocemos a Dios como este hombre lo conoció? No importa a qué nivel hemos llegado o cuánto podamos decir: nunca deberíamos estar satisfechos hasta llegar a esto. Esta es la meta, éste es el objetivo. Estar satisfechos con algo menos, aunque sea bueno, en un sentido es negar el evangelio en sí, porque el grandioso y majestuoso fin y el objeto de todo el evangelio es traernos, como veremos, a esta particular posición.

Encaremos entonces esta tremenda declaración: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre». ¿Qué es lo que quiere decir? ¿Qué está diciendo? Estoy seguro que lo primero que surgió en su mente fue negativo y él estaba haciendo una declaración negativa. Con esta pregunta está diciendo en verdad, que como resultado de su experiencia ha comprendido que nadie en ninguna parte le puede ayudar, y que no hay otro Salvador. «¿Quién es el que me puede ayudar en el cielo o en la tierra sino sólo tú?», pregunta. No hay nadie. Cuando las cosas le fueron mal, cuando realmente llegó a lo último, cuando no sabía adónde ir o a quién recurrir, cuando necesitaba consuelo, solaz, fuerza y seguridad, y algo a qué aferrarse, encontró que no hay nadie aparte de Dios.

Sin embargo la negativa de este hombre es importante para todos nosotros. Verdaderamente doy gracias a Dios por esto, porque me da mucho consuelo. Me imagino que lo que este hombre está diciendo es que a pesar de sus imperfecciones, a pesar de sus fracasos, cuando se encontraba lejos de Dios, casi dándole las espaldas, no encontró satisfacción. En su experiencia, cuando estaba mal con Dios, estaba mal en todo sentido. Había un vacío en su vida, no había satisfacción, ni bendición, ni fuerza alguna —y aunque no podía hacer una declaración positiva acerca de Dios, podía al menos decir que ¡no había nada ni nadie más! Este es un pensamiento muy consolador. ¿Podemos nosotros usar este negativo, me pregunto? Si tenemos miedo de la prueba positiva, ¿cómo nos encontramos frente a esta prueba negativa? ¿Podemos decir que hemos comprendido todo lo que hay en esta vida y en este mundo? ¿Hemos llegado a ver ya que todo lo que este mundo ofrece es como «cisternas rotas»? ¿Hemos podido comprender realmente cómo es el mundo y sus caminos y toda su supuesta gloria? ¿Hemos llegado al punto con que podamos decir: Esto si sé, no hay nada más que me pueda satisfacer? He probado lo que el mundo puede ofrecer, he experimentado todas esas cosas, he jugado con ellas, y he llegado a esta conclusión: que cuando estoy lejos de Dios, en palabras de Otelo, «el caos ha llegado nuevamente».

En forma notable tenemos en esta confesión un examen sorprendente de nuestra fe y creencia cristiana. Este es casi siempre el primer paso en nuestra recuperación: llegar a comprender que todo en verdad es diferente, «las cosas viejas pasaron; y he aquí, todas son hechas nuevas». Las cosas del mundo ya no tienen la atracción y el valor que antes parecían tener. Descubrimos que cuando no estamos en una correcta relación con Dios los mismos cimientos de nuestra vida no parecen existir. Podríamos viajar al confín de la tierra procurando encontrar satisfacción sin Dios, pero descubrimos que no la hay.

Extracto del Libro: La fe a prueba, del Dr. Martin Lloyd-Jones

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