​Antes de que podamos siquiera empezar a amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestras fuerzas, debemos tener primero algún concepto del Dios que hemos de amar....

Una de las declaraciones más conocidas de la Biblia es el Gran Mandamiento:  Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. (Deuteronomio 6:5)

    Jesús habló de este mandamiento, diciendo: Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mateo 22:38-39)

    Cuando Jesús llamó al Gran Mandamiento el “primer” mandamiento, no quiso decir primero en un orden de tiempo. Hubo muchos mandamientos dados por Dios antes de que el Gran Mandamiento fuese revelado. Al decir “primero”, claramente Jesús quiso decir primero en orden de importancia. Es la ley que resume todas las otras leyes y de la cual depende todo lo demás en la Ley y los Profetas.

      Hubo un marco, un contexto en el cual se dio el Gran Mandamiento inicialmente. Entre los judíos, este marco es llamado el Shema. El Shema se hallaba en el centro de la liturgia judía en el Antiguo Testamento. Era recitado frecuentemente en la adoración judía y obviamente fue bien conocido por Jesús desde su juventud. El Shema presenta y antecede al Gran Mandamiento con estas palabras: Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. (Deuteronomio 6:4)    

    El Señor uno es. Esta confesión de fe marca a Israel como una nación absolutamente comprometida con el monoteísmo. Monoteísmo significa creer en un Dios y sólo en un Dios. Establece una división profunda entre la fe religiosa del Antiguo Testamento y cualquier forma de politeísmo. La mayor parte de los antiguos vecinos de Israel practicaba el politeísmo. Su devoción estaba dirigida hacia muchos dioses y diosas, aun si creían en un dios principal. Tenían deidades especiales para la guerra, la fertilidad, el amor, la naturaleza, etc.

    Sin embargo, para Israel, el compromiso con la unidad del único Dios Todopoderoso era normativo. El Primer Mandamiento del Decálogo (los Diez Mandamientos) reforzaba este mandato:

    No tendrás otros dioses delante de mí. (Éxodo 20:3)

    Esta ley excluía totalmente la adoración de cualquier otro dios o diosa fuera de Yahvé, el Dios verdadero. Las palabras delante de mí en la ley no significaban “antes de mí en preferencia”. Es decir, el Primer Mandamiento no implicaba la idea de que fuera lícito para los judíos adorar y servir a otras deidades mientras éstas no estuvieran clasificadas por sobre Yahvé en términos de preferencia o estatus.

    Por el contrario, el “delante de mí” significaba “ante mi presencia”. Lo que Dios estaba diciendo es que Él no toleraría la intrusión de la adoración de ninguna otra deidad en ningún lugar y en ningún momento. Adscribir adoración a alguien o algo fuera de Yahvé era degenerar al nivel de la idolatría y causar la ira de Dios por ello.

    Es a causa de este fervoroso compromiso con el monoteísmo en el Antiguo Testamento que el concepto de la Trinidad provoca tanta consternación. Si Dios es uno, ¿cómo podemos justificar la adoración de tres personas Padre, Hijo y Espíritu Santo?
    El concepto de la Trinidad está diseñado para responder esa pregunta. La fórmula de la Trinidad es esta: “Dios es uno en esencia, tres en persona”.
    La fórmula busca proteger al cristianismo de un combate serio en dos frentes. Por un lado, la iglesia desea mantener su estricta adhesión al monoteísmo. De ahí la primera parte de la fórmula “Dios es uno en esencia”. Esto significa, simplemente, que hay sólo un Ser al cual llamamos Dios.
    Por otro lado, la iglesia busca ser fiel a la clara revelación bíblica de la deidad de Cristo y la deidad del Espíritu Santo. En consecuencia, la iglesia distingue tres personas en la Divinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto explica la segunda parte de la fórmula “Tres en personas”.
    Antes de que intentemos explorar más profundamente lo que esto significa, puede ser útil enfrentar algunas objeciones comunes que se plantean contra la fórmula trinitaria.

OBJECIÓN 1: LA PALABRA TRINIDAD NO ES UNA PALABRA BÍBLICA Y REPRESENTA LA INVASIÓN DE LA FILOSOFÍA EN LA REVELACIÓN BÍBLICA.

Juan Calvino era particularmente sensible frente a esta crítica. Respondiendo a quienes deseaban restringir y confinar el lenguaje teológico a palabras extraídas de la Escritura, Calvino escribió:

    Si ellos llaman palabra extraña a la que sílaba por sílaba y letra por letra no se encuentra en la Escritura, ciertamente nos ponen en gran aprieto, pues con ello condenan todas las predicaciones e interpretaciones que no están tomadas de la Escritura de una manera plenamente textual. (Institución I/XIII/3)

    Lo que Calvino y otros teólogos han sostenido es que el punto en cuestión no es si una palabra particular ha sido tomada de la Escritura, sino si el concepto es bíblico. Podemos usar palabras no bíblicas en nuestras expresiones teológicas siempre que comuniquen conceptos bíblicos.
    Calvino estaba agudamente consciente de las fortalezas y debilidades de todo lenguaje humano. Escribió:

    Cuanto de Él pensamos, en cuanto procede de nosotros mismos, no es más que locura, y todo cuanto hablamos, vanidad. Con todo, algún medio hemos de tener, tomando de la Escritura alguna regla a la cual se conformen todos nuestros pensamientos y palabras. (I/XIII/3)

    La prueba de nuestros conceptos debe ser ésta: ¿Se derivan válidamente de la Escritura?
    El cristianismo ortodoxo afirma la incomprensibilidad de Dios. Con esto no pretendo decir que no podamos saber nada acerca de Dios. Lo que Dios revela sobre sí mismo es comprensible hasta un nivel adecuado. Sin embargo, hay una debilidad que es parte integral de nuestra capacidad para captar las cosas de Dios. Ningún hombre puede comprenderlo enteramente. Nuestro conocimiento de Él está lejos de ser exhaustivo. Aun la revelación de sí mismo que recibimos a través de la Escritura es una especie de acomodación divina a nuestras debilidades. Dios nos habla en nuestro lenguaje humano. Nuevamente, Calvino comenta el frecuente uso de formas humanas al que recurre la Biblia para describir a Dios.

    Pues, ¿qué hombre con un poco de entendimiento no comprende que Dios, por así decirlo, balbucea al hablar con nosotros, como las nodrizas con sus niños para igualarse a ellos? Por lo tanto, tales maneras de hablar no manifiestan en absoluto cómo es Dios en sí, sino que se acomodan a nuestra rudeza, para darnos algún conocimiento de Él; y esto la Escritura no puede hacerlo sin ponerse a nuestro nivel y, por lo tanto, muy por debajo de la majestad de Dios. (I/XIII/1)

    Hay razones obligatorias por las cuales la iglesia usa un lenguaje extrabíblico para formular conceptos bíblicos. Por un lado, la iglesia se ve forzada a hacerlo así porque los herejes tuercen y distorsionan las palabras bíblicas con el fin de hacerlas significar algo distinto a lo que la Biblia tuvo en su propósito. La estratagema de los herejes ha sido siempre tratar de formular sus doctrinas en lenguaje bíblico. Pablo advierte a los efesios con respecto a esto mismo:

    Que nadie os engañe con palabras vanas, pues por causa de estas cosas la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia. (Efesios 5:6)

    Las “palabras vanas” con respecto a las cuales escribe Pablo son palabras que han sido despojadas de su significado, vaciadas de su contenido verdadero. Durante siglos, la iglesia ha tenido que luchar contra semejante mal uso y abuso del lenguaje.

​Extracto del libro: «El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul

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