En BOLETÍN SEMANAL

Juan 17:9: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son.»

Los que aceptan la Fe Reformada, hablan de la muerte de Cristo, como constituyendo una «expiación limitada».  Cuando hablamos de la muerte de Cristo como una expiación por el pecado, queremos decir que, la muerte de Cristo sobre la cruz pagó el precio del pecado. El expió, esto es, satisfizo el precio de nuestros pecados.

Cuando decimos que su muerte fue una expiación limitada, queremos decir que El murió por un número limitado de personas. Su muerte expió los pecados de un número limitado de elegidos, y queremos decir igualmente que El pagó el precio del pecado por un número limitado de seres humanos.

Los cánones dan la siguiente explicación en el Título Segundo de la Doctrina, art. VIII: «Porque este fue el consejo absolutamente libre, la voluntad misericordiosa y el propósito de Dios Padre: que la virtud vivificadora y salvadora de la preciosa muerte de Su Hijo se extendiese a todos los predestinados para, únicamente a ellos, dotarlos de la fe que justifica, y por esto mismo llevarlos infaliblemente a la salvación; es decir: Dios quiso que Cristo, por la sangre de Su cruz (con la que el corroboró el Nuevo Pacto), salvase eficazmente, de entre todos los pueblos, tribus, linajes y lenguas, a todos aquellos, y únicamente a aquellos, que desde la eternidad fueron escogidos para salvación, y que le fueron dados por el Padre; los dotase de la fe, como asimismo de los otros dones salvadores del Espíritu Santo, que Él les adquirió por Su muerte; los limpiase por medio de Su sangre de todos sus pecados, tanto los originales o connaturales como los reales, ya de antes, ya de después de la fe; los guardase fielmente hasta el fin y, por último, los presentase glorioso ante sí, sin mancha ni arruga.»

«Este consejo, proveniente del eterno amor de Dios hacia los predestinados, se cumplió eficazmente desde el principio del mundo hasta este tiempo presente (oponiéndose en vano a ello las puertas del infierno), y se cumplirá también en el futuro, de manera que los predestinados, a su debido tiempo serán congregados en uno, y que siempre existirá una Iglesia de los creyentes, fundada en la sangre de Cristo, la cual le amará inquebrantablemente a Él, su Salvador, quien, como el esposo por su esposa, dio Su vida por ella en la cruz, y le servirá constantemente, y le glorificará ahora y por toda la eternidad.»

Ahora bien, hemos dicho que los calvinistas, los padres de la Fe Reformada, dieron a esta doctrina un nombre; la llamaron: «Expiación limitada». Al mismo tiempo, es preciso que entendamos claramente que esta doctrina no fue creada ni originada por Calvino o cualquier otro teólogo. Ellos encontraron esta verdad en la Palabra de Dios, donde estaba claramente enunciada desde el principio. El ángel Gabriel da la primera noticia de ella en el Nuevo Testamento. Mateo la entendió y la declaró. Lucas la cita, y Pablo le da la expresión una y otra vez. Y nosotros no honraríamos adecuadamente a Dios Padre, ni a Cristo el Hijo, ni al Espíritu Santo, a menos que sostengamos esta doctrina como clara enseñanza de la Palabra de Dios.

Si hubiera existido una sola alma en todas las edades para quien Cristo murió pero que no hubiese sido salvada, significaría que la muerte de Cristo fue un fracaso, por lo que al hombre concierne. Y puesto  que existen millones de personas no salvas en cada generación –de hecho, hay muchas más que no son reconciliadas con Dios que las que lo están–, significaría que la muerte de Cristo fue más un fracaso que un éxito.

Decir que la muerte de Cristo sobre la cruz es de algún modo un fracaso, es deshonrar esa muerte. Decir que Cristo se dispuso a salvar a los hombres por su muerte sobre la cruz, y afirmar que después fracasó, aunque fuese en un solo caso, es como lanzar una horrible blasfemia sobre la acción redentora de Cristo.

Con todo, la Escritura declara que la muerte de Cristo fue un sacrificio perfecto. Llevó a cabo completamente lo que Él se dispuso a hacer. No falló en lograr Su propósito, ni siquiera con una sola alma. Jesús se dispuso a salvar a las suyas, y pagó el precio de su pecado; y eso es exactamente lo que Él logró muriendo en la cruz.

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Extracto del libro: “La fe más profunda” escrito por  Gordon Girod

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