Al apóstol le preocupaba tanto la aplicación como la exposición de las de las doctrinas que tal como lo subraya constantemente, el cristianismo es una vida para ser vivida y no una mera filosofía o un punto de vista.
Como resultado, el apóstol nunca considera en forma inmediata o directa ningún problema práctico de la vida cristiana. Siempre lo hace desde un punto de vista doctrinal. Coloca a cada problema en medio de contexto de la totalidad del cuerpo de la verdad cristiana. Por eso descubrimos que al considerar los problemas del cristiano en la vida matrimonial, en la vida familiar y en la vida de trabajo, el apóstol comienza recordándonos que la vida cristiana es una ‘vida en el Espíritu’.
El apóstol usa palabras inequívocas para expresarlo: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. Por supuesto, de inmediato podemos descartar cualquier interpretación según la cual estaría tratando el tema de la ebriedad o de la bebida en exceso. Cualquiera que use este versículo meramente como un texto para un sermón sobre la abstinencia, demuestra una ignorancia total respecto del versículo. El objetivo del apóstol no se limita a denunciar ebriedad o prohibir la embriaguez. Son temas ciertamente incluidos en el texto; sin embargo, ése no es su acento principal, ése no es el mensaje principal del versículo. Y si nos limitáramos a él, correríamos grave peligro de convertirnos en legalistas. Pero sobre todas las cosas, nos privaríamos de la gloria de esta exhortación particular.
El apóstol comienza a darnos aquí una visión aun más positiva de la vida cristiana de la que ha estado presentando hasta el momento. Hasta aquí su principal preocupación ha sido señalar la diferencia entre la antigua y la nueva vida de un modo negativo. Pero ahora su actitud es mucho más positiva puesto que presenta el cuadro de la nueva vida en el Espíritu en términos más positivos. Pero, ¿por qué hace la transición en lo que a primera vista parece ser una forma extraña y realmente sorprendente? Casi nos resulta chocante encontrar en medio de lo que ha estado diciendo, y de todo aquello que aún va a decir, las siguientes palabras: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. ¿Por qué no procedió a presentar esta enseñanza positiva de la vida de uno que está lleno del Espíritu, en forma directa? ¿Por qué introduce aquí este elemento de ebriedad y de exceso en la bebida?
A mí me parece que hay dos respuestas principales a la pregunta. La primera es que nada caracterizaba más a la antigua vida que esta gente había estado viviendo, y que sus contemporáneos aún vivían, que la ebriedad y la intemperancia. Esto era lo que caracterizaba el antiguo mundo en el momento en que nuestro Señor vino a él. De ello existen muchas descripciones clásicas. Por ejemplo, encontrarán una en la segunda parte del primer capítulo de la epístola a los romanos y también en el capítulo cuatro de esta misma epístola. La vida cotidiana era una vida de ebriedad y vicio y, por cierto, de todas aquellas cosas que generalmente acompañan el exceso de bebida. Ese había sido el estilo de vida de estos efesios. Pero ahora estas personas habían cambiado. Se han convertido en personas nuevas, ahora son cristianos, viven en el ‘Espíritu’; y una vez más el apóstol subraya el hecho de que la nueva vida es totalmente distinta. No obstante, ello es insuficiente; el apóstol está ansioso por demostrar que esta nueva vida no sola¬mente es diferente, sino, por cierto, totalmente opuesta a la antigua vida.
Simultáneamente el apóstol piensa en un segundo objetivo: demostrar que en algunos aspectos existe una similitud entre ambos estados y ambos estilos de vida. A ello se debe el curioso hecho de que el apóstol Pablo haya querido usar este lenguaje particular y esta ilustración. No me cabe la menor duda de que en ese momento el apóstol recordaba lo que le habían contado en cuanto a la reacción de los ciudadanos de Jerusalén en el día de Pentecostés cuando vieron que a los seguidores del Señor Jesucristo les había acontecido algo extraño. El relato se encuentra en Hechos 2:12-16. Los apóstoles ‘hablaban en lenguas’. Se nos dice que la gente de diferentes países los oía «hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿qué quiere decir esto? Mas otros, burlándose, decían: están llenos de mosto. Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones ju¬díos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne”. Aquí había personas que repentinamente fueron llenas del Espíritu Santo; pero otras personas pensaban que estaban ebrias, ebrias con vino. De modo que obviamente hay cierta similitud entre ambas condiciones.
Por eso sugiero que el apóstol lo pone de esta manera con el propósito de destacar ambos elementos, el de contraste y el de similitud. Aquí existen diferencias esenciales entre los dos estilos de vida; pero también hay ciertos aspectos en que son similares. Y realmente no podemos formarnos un concepto correcto de la vida cristiana si no recordamos ambos elementos, el de similitud tanto como el de contraste. De esta manera el apóstol, al expresarlo de esta forma, nos ofrece un cuadro estremecedor y maravilloso de la vida cristiana en toda su plenitud, destacando especialmente algunas de sus facetas más esenciales. Primero hemos de mirar en términos generales lo / que nos dice acerca de la vida del cristiano que es lleno del Espíritu. Luego continuaremos para considerar cómo es que esta clase de vida llega a ser posible, considerando simultáneamente el significado exacto del término ‘sed llenos del Espíritu’. Y luego procederemos a estudiar cómo se evidencia y manifiesta este tipo de vida.
Antes de mirar en forma general el cuadro, debemos considerar dos términos. En primer lugar la palabra ‘embriaguéis’. ‘No os embriaguéis’. ¿Qué significa esto? Wycliffe, al traducir la Biblia, tradujo este término por la palabra ‘llenos’. ‘No seáis llenos de vino, sino llenos del Espíritu Santo’. En otras palabras, toda la noción aquí no se refiere a la de un hombre que simplemente toma un traguito de vino, un poquito de vino, sino a un hombre ‘lleno de vino’. Por cierto es muy interesante ver y descubrir que la misma palabra utilizada por el apóstol también era utilizada para el proceso de ‘poner en remojo’. Por ejemplo, cuando aquella gente quería usar el pellejo de un animal y querían estirarlo, comprendían que era muy difícil lograrlo. El método al que entonces recurrían consistía en poner el pellejo en remojo en diferentes aceites y grasas. El pellejo se ablandaba y entonces era más fácil estirarlo. Ahora bien, para el proceso de poner en remojo se utilizaba la misma palabra. De manera que aquí la traducción podría ser ‘no estéis remojados de vino sino llenos del Espíritu’. Ese es el significado de nuestra palabra ‘ebrio’.
La palabra compañera es ‘disolución’. Es claro que esta es una palabra importante. El hecho de entender esto significa poseer la llave a la explicación de la ilustración utilizada por el apóstol. Cuando él dice, «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución», no está indicando simplemente la cantidad de vino que ha sido ingerida, sino que la ebriedad causada por el vino conduce a la disolución y que la ebriedad es una condición de vi¬vir en disolución. ¿Qué significa esto? Es por demás interesante observar que se trata de precisamente la misma palabra utilizada respecto del hijo pródigo. En Lucas 15 leemos de él que «desperdició sus bienes viviendo perdidamente”. La palabra que se traduce como ‘perdidamente’ es exacta-mente la misma palabra que el apóstol utiliza aquí. El hijo menor, el pródigo, se fue a un país lejano con sus bolsillos llenos de dinero. Sin embargo, derrochó su dinero en una vida disoluta. De manera que aquí bien podríamos leer: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay ‘perdición’ «. El mismo significado tiene la palabra ‘pródigo’. Se trata aquí de la conducta de un pródigo y por eso llamamos a la parábola ‘la parábola del hijo pró¬digo’. Fue pródigo en gastar su dinero, fue culpable de ‘prodigalidad’. También podrían utilizar la palabra ‘derrochador’; también podría utilizar la palabra ‘libertino’ o bien la palabra ‘desenfrenado’. Es muy interesante notar el significado de la raíz de la palabra: se trata aquí de una palabra pre-cedida por un prefijo negativo, pero su significado esencial es ‘ahorrar’. Por supuesto ‘ahorrar’ es lo opuesto de ‘derrochar’. ‘Ahorrar’ es cuidar lo que posee y luego proceder cuidadosamente. Sin embargo, aquí la palabra tiene un prefijo negativo de manera que la ‘disolución’ es lo opuesto a ‘aho¬rrar’. Al ser culpable de ‘disolución’ uno no ahorra, no guarda, no con¬serva. En cambio, uno ‘derrocha a diestra y siniestra’ de una forma necia, pródiga, perdida y libertina. Y al final de cuentas no tiene nada. Por eso en sus últimas consecuencias, la palabra conlleva la noción de destrucción. Lejos de ser un proceso de conservación, es un proceso de destrucción. Ahora tenemos el significado: «No estéis empapados de vino, lo cual conduce al li¬bertinaje, a la perdición, al derroche y a la destrucción final; en cambio, sed llenos del Espíritu».
A la luz de esto veamos ahora el cuadro positivo que el apóstol nos da de la vida cristiana. Lo primero que nos dice al respecto es esto: es una vida controlada, una vida ordenada. Aquí tenemos una relación con lo dicho anteriormente; porque el apóstol nos dijo, «Mirad, pues, con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios. No seáis insensatos, sino entendi¬dos de cual sea la voluntad del Señor». El apóstol Pablo está desarrollando esa idea. La vida cristiana es una vida controlada, una vida ordenada; es la condición absolutamente opuesta a la del ebrio que ha perdido el control y está bajo el dominio de otra cosa y que en consecuencia está en un estado de desorden y confusión total. El exceso del vino lleva a una condición que se caracteriza sobre todas las cosas por la pérdida del entendimiento, la pérdida del razonamiento, la pérdida del juicio y del equilibrio. Ese es el resultado de la bebida.
La bebida no es un estimulante, sino un sedante. En primer lugar, reduce la capacidad de los centros más importantes de todos en el cerebro. Dichos centros son los primeros en sufrir la influencia y ser afectados por la bebida. Ellos controlan todo aquello que da al hombre autocontrol, sabiduría, entendimiento, discriminación, juicio, equilibrio, y el poder de evaluar cada cosa; en otras palabras, todo aquello que hace que el hombre se conduzca según sus mejores cualidades. Cuanto mejor es el control que un hombre tiene sobre sí mismo, tanto mejor es él. Obviamente un hombre que sabe controlar sus sentimientos, su humor, sus estados de ánimo y sus acciones, es un hombre mejor y más grande que aquel que carece de dicha facultad. Un hombre puede ser muy capaz, pero a veces, hablando sobre uno de esos hombres, uno tiene que decir, «si es cierto, es un hombre maravilloso, muy capaz, pero desafortunadamente no sabe controlar su temperamento o este o aquel aspecto de su vida». En cierto sentido no hay nada superior que precisamente este poder de control, este autocontrol, este equilibrio y disciplina. Esto se enseña en toda la Escritura; en ello consiste la característica que identifica al hombre verdaderamente ‘sabio’. Pero la bebida es algo que inmediatamente hace que uno pierda el control de sí mismo; por cierto, eso es lo primero que hace; y el apóstol nos recuerda aquí que no debería haber nada más evidente en el cristiano ni nada más característico que esta virtud del orden, esta cualidad de una vida ordenada, este equilibrio, este razonamiento, esta disciplina. Esta es la ‘mente sana’ de la cual habla en 2 Timoteo 1:7. Se trata de disciplina. Ella es entonces la primera cosa. En la vida del cristiano no debería haber nada que sugiriera una carencia de control, pues ella es la faceta más obvia de la ebriedad, el exceso que la caracteriza.
Extracto del libro: VIDA NUEVA EN EL ESPIRITU del Doctor Martyn Lloyd-Jones