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Si algunos piensan que la iglesia desde siempre ha sido tan sensacionalista en la interpretación del libro de Apocalipsis, se equivocan por completo. Esta interpretación fue inventada por los jesuitas para contrarrestar las doctrinas de los Reformadores y, por lo que podemos ver, ha infectado por completo a una inmensa parte del mundo evangélico que en vez de creer a sus padres en la fe, más bien cree a los que quisieron acabar con el verdadero evangelio. En este caso, el mal está ganando.

La lección de la historia

Escribe Javier Gonzaga:

“Aunque fue Ribera quién creó el sistema futurista de interpretación profética, su popularidad se la dio el cardenal Bellarmino, a partir de 1581”.

Podría parecer extraño que dediquemos, a modo de recordatorio, unas páginas al cardenal de Bellarmino, jesuita furibundamente antiprotestante y campeón de la lucha contra la Reforma en el Siglo XVI.

Y más sorprendente todavía que lo hagamos en el cuarto centenario de la publicación de una de las más completas apologías del sistema católico-romano: DISPUTACIONES DE CONTRO-VERSIIS CHRISTIANAE FIDEI ADVERSUS HUIUS TEMPORIS HAERETICOS (Consideraciones polémicas sobre los puntos controvertidos de la fe cristiana contra los herejes de nuestro tiempo), obra de Bellarmino que comenzó a editarse en 1581 y terminó en 1593.

La importancia del libro de Bellarmino radica en la influencia que ejerció, no solamente dentro del ámbito católico durante los siglos XVI, XVII y XVIII, Sino también algunos autores protestantes a partir del siglo XIX y hasta nuestros días.

Roberto Bellarmino (1542-1621), jesuita italiano consagrado de por vida a combatir el protestantismo, fue nombrado cardenal por la defensa que hizo del catolicismo y por las armas apologéticas que puso en manos de los católicos para rehuir las críticas de los reformadores al dominio papal.

Lo que hace actual para nosotros este Cuarto Centenario de la obra apologética de Bellarmino es la realidad del impacto que la misma ha hecho en el campo protestante, después de que en el católico ha sido abandonada.

Por caminos sorprendentes e intrincados –que podríamos relatar en otra ocasión si el lector así lo pide- los métodos de interpretación bíblica, aplicados a la profecía por Bellarmino, llegaron tres siglos más tarde a influir en la hermenéutica de los aficionados a las cábalas y premoniciones escatológicas en el Protestantismo de habla inglesa. De ahí se difundieron, sobre todo en el ámbito popular, ávido de “espiritualidades sensacionalistas” y escapistas, por todo el mundo.

La réplica de la contrarreforma

Una de las tareas más urgentes que tuvieron que afrontar los defensores del Catolicismo Romano en el siglo XVI era la de dar respuesta a quienes identificaban al Anticristo profetizado por Daniel, Juan y Pablo con el poder papal.

“Para los reformadores -admite la CATHOLIC ENCYCLOPEDIA, edición inglesa, Vol. I p. 598-, el libro de Apocalipsis muy particularmente era una fuente inagotable a dónde ir en busca de inventivas para poder lanzar en contra de la jerarquía romana. Las siete colinas de Roma, los lujosos atuendos escarlata de los cardenales y de los desgraciados abusos de la corte papal, todo contribuía para facilitar una aplicación tentadora”.

El problema para Roma venía ya desde siglos. Pues casi todos los movimientos de renovación y reforma en la Edad Media – sobre todo, a partir de la Baja Edad Media y en el Renacimiento – solían hacer idénticas simbiosis. Los símbolos de Daniel (el “cuerno pequeño” de Daniel 7:8, 24-26), de Juan (1 Juan 2:18; 4:3; Apocalipsis 13) y Pablo (II Tesalonicenses 2:1-12) fueron empleados en mis escritos reformistas de aquellos para describir lo que ellos pensaban que se cumplía en la Iglesia romana. La Reforma del siglo XVI recogió esta herencia profética, la hizo suya, la amplió y la difundió.

De las filas de los jesuitas -expresamente creados para librar la batalla de la Contrarreforma- salieron los hombres decididos a levantar el estigma que tanto los teólogos reformistas medievales como los reformadores del siglo XVI habían colocado sobre la corte papal. Para ello, se dieron a interpretar los textos proféticos de tal manera que no pudieran aplicarse a ningún momento ni institución contemporáneos, con la finalidad de que fuera imposible relacionarlos con la Roma de los papas. La respuesta fue doble y contradictoria: dejar toda la profecía para el pasado o lanzarla al futuro, de modo que no tuviera nada que ver con la Iglesia, con ninguna iglesia.

Aportaciones de los jesuitas

Aunque hoy, con variaciones, la escuela preterista es la que adoptan mayormente los comentaristas católicos, la más difundida y utilizada por el catolicismo en la época de la Reforma y siglos posteriores fue la llamada escuela futurista. Ambas modalidades hermenéuticas fueron ideadas por sendos teólogos españoles. Luis de Alcázar (1554-1613), fue un jesuita sevillano a quien Roma le debe la interpretación preterista, de escasa aceptación en su tiempo. Otro jesuita, Francisco Ribera (1537-1591), de Salamanca, formuló la escuela futurista. Y es dicha interpretación la que recogió Bellarmino ampliándola y extendiéndola en la teología y la apologética de la Contrarreforma. La obra, publicada en 1581, que ya hemos citado arriba, se basa fundamentalmente en Ribera y fue durante siglos el arma favorita de los católicos para rechazar las críticas de sus oponentes.

El cardenal Bellarmino, siguiendo a Ribera, lanzó todas las profecías que pudiera tener alguna relación con el Anticristo al final del último periodo de la historia, justo antes de la consumación final. De esta manera, la era papal era pasada por alto, pues se orillaba la historia de la Iglesia -los siglos de Cristiandad- mediante un inmenso y largo paréntesis.

Es así como se intentaba neutralizar la enseñanza de los reformadores y pre-reformadores. Estos, a pesar de algunas diferencias menores en los detalles, aplicaban unánimemente al sistema papal los rasgos del Anticristo. Esta unidad de visión profética dio a los movimientos de reforma una fuerza tremenda. La ciudad de Apocalipsis 17 era Roma; la mujer era la Iglesia romana; la ciudad de las siete colinas ayudaba todavía más a identificar la urbe; la Bestia era el Cuarto Imperio de Daniel, y el “cuerno pequeño y terrible” el Papado. No obstante, hacían diferencia entre las personas y el sistema.

En el Vaticano sentían el impacto acumulativo de tantos textos bíblicos en su contra y de ahí la tarea de responder que tomaron bajo su responsabilidad hombres como Alcázar, Ribera y Bellarmino.  

En la misma línea que estos dos últimos, Tomás Malvenda (1566-1628), dominico español, nacido en Valencia, prosiguió la tarea apologética en favor de Roma. En 1604 publicó DE ANTICHRISTO, en donde afirma que se trata de un individuo, no un sistema, de raza judía, que no aparecerá sino hasta cerca del final de los tiempos. La labor de Bellarmino estaba dando frutos. La escuela futurista se imponía como réplica antiprotestante.

Paternidad del sistema futurista

El futurismo profético, puesto en circulación por los jesuitas, convirtió al Anticristo de las profecías bíblicas en un monstruo inspirado en las fábulas judías y en las leyendas paganas, un personaje terrible que, en los últimos tiempos, reconstruirá el templo de Jerusalén y abolirá la religión cristiana, negará a Cristo y se proclamará Dios para dominar todo el mundo. Y todo esto ocurrirá en el breve espacio de tres años y medio. Justamente antes del fin.

Tanto Hastings (ENCYCLOPEDIA OF RELIGION AND ETHICS) como Edwin Froom (THE PROPHETIC FAITH OF OUR FATHERS, Vol I, pp. 296-301) han demostrado el origen judío (apócrifos apocalípticos, Targums, etc.) y pagano (leyendas persas, sobre todo) del Anticristo personal y monstruoso de la escuela futurista. Para los protestantes, en cambio, se trataba más bien de un sistema de cosas opuesto a Dios, usurpando su lugar; que puede, no obstante, encarnarse en ciertos individuos. El énfasis, con todo, se daba en la institución, en el sistema. Con el futurismo, el Anticristo queda reducido a una amenaza futura y a un solo individuo. Las consecuencias de esta nueva interpretación han sido incalculables.

No hay dudas en cuanto a la paternidad de la exégesis futurista. Todos los eruditos, tanto católicos como protestantes, están de acuerdo en reconocer que fue Ribera el fundador de esta escuela y Bellarmino su más activo propagador.

El católico G.S Hitchcok escribió a principios de siglo; “La escuela futurista, fundada por el jesuita Ribera en 1591, contempla al Anticristo, Babilonia, y el templo reconstruido en Jerusalén, al final de la dispensación cristiana” (G.S. Hitchcock, THE BEAST AND THE LITTLE HORN, Catholic Truth Society, Londres, 1911, p. 7).

De manera similar, Henry Alford, protestante, escribe; “El fundador de este sistema (futurista) en los tiempos modernos parece que fue el jesuita Ribera, alrededor de 1580” (H. Alford, THE NEW TESTAMENT FOR ENGLISH READERS. 1872 Lond.).

Otros autores -Elliot, en su COMENTARIO AL APOCALIPSIS (Londres, 1862, Candlish de Edimburgo y otros más que podríamos citar- confirman la paternidad del sistema futurista (más recientemente, los trabajos aparecidos en PRESENT TRUTH -septiembre 74- “Justificación por la fe y Escatología”, y el n° de 1975 sobre ANTICHRIST 1975).

Hitchcock se equivocó solamente en la fecha, pero aparte de este error todos los autores concuerdan en señalar a Ribera como el fundador del sistema. como también escribió J. Tanner:

“El jesuita Ribera trató de eludir la aplicación de dichas profecías al poder de los romanos pontífices, mediante el sistema futurista de interpretación, por el cual las profecías se entienden como referidas, no a la historia del papado, sino a algún individuo con poderes sobrenaturales que vendrá en un remoto futuro, al final de los tiempos y detentará el poder durante tres años y medio. Como dice Alford, el jesuita Ribera, alrededor de 1580, debe ser considerado como el fundador de la escuela futurista de interpretación profética en los tiempos modernos” (J. Tanner. DANIEL AND THE REVELATION, The Chart of Prophecy and our place in it. A study of the Historical and Futurist Interpretation. Londres 1898, Ed. Hodder and Stoughton, pp. 16-17).

La obra de Ribera se componía de 500 páginas, pero su muerte a los cincuenta y cuatro años le impidió seguir escribiendo más sobre su escatología. Su tratado fue reeditado varias veces, sobre todo en el Siglo XVII, juntamente con las obras del cardenal Bellarmino en la misma línea.

Una paradoja desconcertante

Lo que significó la nueva hermenéutica de Ribera y Bellarmino nos queda patente en las palabras de un gran historiador del pensamiento profético:

“En el comentario de Ribera fue colocado el fundamento para la gran Estructura del futurismo profético, elaborado, ampliado y difundido por los que le siguieron, llegando a ser la posición común de los católicos. Luego, sin embargo, ¡oh maravillas de maravillas!, en el siglo XIX este esquema de los jesuitas acabó siendo adoptado por un crecido número de protestantes hasta el punto de que el futurismo, hoy, ampliado y adornado con la teoría del “arrebatamiento secreto” de la Iglesia, se ha convertido en la creencia profética generalmente sostenida y mantenida por ciertos sectores del fundamentalismo y del protestantismo popular. Aunque fue Ribera quién creó el sistema futurista de interpretación profética, su popularidad se la dio el cardenal Bellarmino, capitán de la Contrarreforma, con su elaborada apologética pro-romana” (Edwin Froom, obra citada, Vol. II, p. 493).

El método que Bellarmino utilizó contra la Reforma del siglo XVI es hoy asumido por algunos protestantes, no solo como hermenéutica posible sino como requisito de “sana doctrina”. Paradojas que solamente la historia nos ayudará a descifrar.

Durante más de tres siglos, los “argumentos” de Ribera y Bellarmino sirvieron para la propia clientela, la feligresía romana; es decir, convencieron mayormente a los ya convencidos.

La Cristiandad Evangélica siguió con el método histórico tradicional de los pre-reformadores y opuso una serie de publicaciones en contestación a la interpretación futurista de los jesuitas.

Así, John Fox (1516-1587), el famoso autor del LIBRO DE LOS MÁRTIRES, publicó en el último año de su vida un trabajo incompleto -la muerte interrumpió su labor- sobre Apocalipsis en el que se reiteran las críticas habituales en aquella época a la curia romana.

Edwin Sandys (1519-1588), arzobispo de York, siguió en la misma línea desde el púlpito, como testimonian los sermones conservados, y como hacían la mayoría de los predicadores en aquel tiempo.

John Napier (1550- 1617), eminente matemático escocés y, según la ENCICLOPEDIA BRITÁNICA -1945, Vol. 16-, autor del “primer comentario importante de la Escritura aparecido en Escocia”, refutaba igualmente a Bellarmino en su Exposición del Apocalipsis de Juan, traducida a varios idiomas rápidamente.

Thomas Brightman (1562-1607), de Cambridge, escribió varias réplicas a las obras de Ribera y Bellarmino pronto traducidas al alemán y al holandés.

David Pareus (1558-1622), de Heildelberg, escribió tanto contra el preterismo de Alcázar como contra el futurismo de Ribera y Bellarmino.

Y así, sucesivamente hasta llegar a principios del Siglo XIX, la mayor parte de estudios sobre profecías se ocuparon en refutar el esquema de Ribera y Bellarmino. Solamente entre los modernistas y racionalistas -y ello no sin muchas protestas- logró, triunfar el sistema preterista de Alcázar a partir de 1644 con Hugo Grocio de Holanda; le siguieron Eichhorn Ewaid, de Wette, Wellhausen, etc.

El futurismo no consiguió introducirse entre los protestantes hasta 1826, cuando Maitland, Burgh y Todd comenzaron a proponerlo en el cristianismo anglosajón. Fue Luego aceptado por J.N. Darby -con la oposición de G. Müller, Newton y Chapman, entre otros líderes de las nacientes Asambleas de Hermanos- y por el movimiento pro-católico de Oxford (1833-1845) que condujo a la conversión del que habría de ser cardenal Newman.

Es así como los esquemas ideados por los jesuitas en el siglo XVI -para responder a las críticas de los protestantes- llegaron a tener mucho más éxito de lo que sus autores se hubiesen atrevido a imaginar, comentan Tanner y Froom.

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