El punto de vista de Spurgeon en cuanto a la situación religiosa era que la Iglesia estaba siendo tentada «por el Arminianismo al por mayor» , y que su necesidad primordial no era simplemente más evangelismo, ni siquiera más santidad (en primer lugar), sino el retorno a la plena verdad de las doctrinas de la gracia, a las que, para concretar, estaba dispuesto a llamar calvinismo. Es evidente que Spurgeon no se consideraba a si mismo simplemente como evangelista, sino también como reformador cuyo deber era «dar más prominencia en el mundo religioso a las antiguas doctrinas del Evangelio»… . ‘La antigua verdad que Calvino predicó, que Agustín predicó, que Pablo predicó, es la verdad que debo predicar hoy, o de lo contrario seria infiel a mi conciencia y a mi Dios. No puedo ser yo el que dé forma a la verdad; ignoro lo que es suavizar las aristas y salientes de una doctrina. El evangelio de Juan Knox es el mío. El que tronó en Escocia ha de tronar de nuevo en Inglaterra» . Estas palabras, que colocó al principio del capítulo titulado Defensa del Calvinismo en su Autobiografía, nos llevan de nuevo al centro de su ministerio en New Park Street; hay en este hombre un celo reformador y un fuego profético que, si bien despertó a algunos, excitó a otros a la ira y la hostilidad. Spurgeon habló como hombre convencido de que conocía la razón de la ineficacia de la Iglesia, y aunque tuviera que ser la única voz, no callarla:
«Ha surgido en la Iglesia de Cristo la idea de que en la Biblia se enseñan muchas cosas que no son esenciales; que podemos alterarlas un poquito para facilitar las cosas; que con tal que andemos rectamente en lo fundamental, lo demás no es importante… Mas esto sabed: la menor violación de la ley divina traerá juicios sobre la Iglesia, y ha traído juicios, y en este mismo día está impidiendo que la mano de Dios nos bendiga… La Biblia, toda la Biblia, y nada más que la Biblia, es la religión de la Iglesia de Cristo. Y hasta que a esto volvamos, la Iglesia tendrá de sufrir…
«¡Ah, cuántos ha habido que dijeron: «Los antiguos principios puritanos son demasiado duros para estos tiempos; los alteraremos, los sintonizaremos un poco»! ¿Qué te propones, insensato? ¿Quién eres tú que te atreves a tocar una sola letra del Libro de Dios al que Dios ha rodeado de trueno, en aquella tremenda sentencia en que ha escrito: «Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitaré de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad.» Cuando pensamos en ello, nos damos cuenta de que es algo terrible que los hombres no se formen un juicio apropiado y correcto acerca de la Palabra de Dios; que el hombre deje un solo punto de ella sin escrutar, un sólo mandato sin estudiar, extraviando así quizás a otros, mientras nosotros mismos actuamos en desobediencia a Dios…
»Nuestras victorias en la Iglesia no han sido como las victorias de tiempos antiguos. ¿Por qué es así? Mi teoría para explicarlo es la siguiente: en primer lugar, el Espíritu Santo ha estado ausente de nosotros en gran medida. Pero si llegáis a la raíz para saber la razón, mi otra respuesta, más completa, es ésta: la Iglesia ha abandonado su pureza original, y por lo tanto, ha perdido el poder. Si hubiese dejado todo lo erróneo; si por la voluntad unánime del cuerpo entero de Cristo se hubiera abandonado toda ceremonia indeseable, toda ceremonia no ordenada en la Escritura; si se rechazara toda doctrina no apoyada por la Sagrada Escritura; si la Iglesia fuese pura y limpia, su senda iría hacia adelante, triunfante y victoriosa…
«Esto podrá parecernos de poca importancia, pero en realidad es asunto de vida o muerte. Quisiera suplicar a todo cristiano: Piénsalo bien, amado hermano. Cuando algunos de nosotros predicamos el calvinismo, y algunos el arminianismo, no podemos ambos tener razón, es inútil tratar de pensar que podemos; «Sí», y «No», no pueden ser los dos verdad… La verdad no oscila como el péndulo que marcha atrás y adelante. No es como el cometa, que está aquí, allí, y en todas partes. Es preciso que uno tenga razón y el otro esté equivocado”.
Spurgeon no tenía la menor duda de que era este énfasis el que provocaba la intensa oposición a su ministerio: «Se nos culpa de ser hipers; se nos considera la chusma de la creación; apenas hay ministros que nos miren o hablen favorablemente de nosotros, porque defendemos puntos de vista enérgicos en cuanto a la soberanía de Dios, sus divinas elecciones, y su especial amor hacia su propio pueblo » . Predicando a su congregación en 1860, decía: «No ha habido una iglesia de Dios en Inglaterra en los últimos cincuenta años que haya tenido que pasar por más pruebas que nosotros… Apenas pasa día en que no caiga sobre mi cabeza el más infame de los insultos, en que la difamación más horrible no sea pronunciada contra mí tanto en privado como en la prensa pública; se emplean todos los medios para derrocar al ministro de Dios, se me lanzan todas las mentiras que el hombre puede inventar… No han frenado nuestra utilidad como iglesia; no han mermado nuestras congregaciones; lo que había de ser tan sólo un espasmo -un entusiasmo que se esperaba que durase solamente una hora- Dios lo ha incrementado día a día; no a causa de mi, sino a causa de aquel Evangelio que predico; no porque hubiese algo en mi, sino porque me presento como exponente del calvinismo sencillo, directo y honrado, y porque procuro hablar la Palabra con sencillez”.
Spurgeon no se sorprendió de la enemistad que se manifestaba contra su proclamación de las doctrinas de la gracia: «Hermanos, en todos los corazones hay esta natural enemistad hacia Dios y hacia la soberanía de su gracia» . «He sabido que hay hombres que se muerden los labios y rechinan los dientes rabiosos cuando he estado predicando sobre la soberanía de Dios… Los doctrinarios de hoy aceptan un Dios, pero no ha de ser Rey, es decir, escogieron un dios que no es dios, y antes siervo que soberano de los hombres» . «El hecho de que la conversión y la salvación son de Dios, es una verdad humillante. Debido a su carácter humillante, no gusta a los hombres. Esto de que me digan que Dios ha de salvarme si he de ser salvo, y que estoy en sus manos, como la arcilla está en las manos del alfarero, «no me gusta», dice uno. Bien, ya pensé que no te gustaría; ¿quién soñaría siquiera que iba a gustarte?”.
Por otra parte, Spurgeon consideraba el Arminianismo como popular debido a que servía para aproximar más el Evangelio al pensar del hombre natural; acercaba la enseñanza de la Escritura a la mente mundana. El punto de vista común del cristianismo era aceptado por los hombres simplemente porque no era la enseñanza de Cristo, «Si la religión de Cristo nos hubiera enseñado que el hombre era un ser noble, solo que un poco caído -si la religión de Cristo hubiese enseñado que por su sangre había quitado el pecado de todo hombre, y que todo hombre, por su propio y libre albedrío, sin la gracia divina, podía ser salvo – ciertamente sería una religión muy aceptable para la masa de los hombres”.
El aguijón del comentario de Spurgeon se debía a que esto era precisamente lo que un protestantismo superficial estaba predicando como fe cristiana. Así, al atacar los conceptos mundanos del cristianismo que circulaban, Spurgeon no podía evitar minar también lo que tantos, dentro de la Iglesia, estaban realmente predicando. ¡No es de extrañar que hubiese gran revuelo! Pero Spurgeon no cejó, porque creía que las antiguas verdades eran suficientemente poderosas para transfornar este siglo. En un sermón sobre El Mundo Trastornado, declaró: «Cristo ha trastornado el mundo en lo tocante a nuestros conceptos religiosos. La masa humana cree que si un hombre quiere ser salvo, esta voluntad es todo lo que se precisa. Muchos de nuestros predicadores predican en efecto esta máxima mundana. Dicen a los hombres que han de predisponerse a si mismos. Ahora bien, oíd cómo el Evangelio trastorna esta idea. «No depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia.» El mundo quiere tener también una religión universal; pero ved cómo Cristo derroca esta ambición: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo.» Nos ha escogido de entre los hombres: «Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer»» .
Por Iain Murray, pastor de Grove Chapel de Londres, y fundador y director de THE BANNER OF TRUTH TRUST.
Extracto del libro: «Un principe olvidado»