Ya hemos visto anteriomente los dos pasajes donde el Señor habla de esto, y ahora ….
El tercer pasaje importante con respecto a la perseverancia pertenece a Pablo, en Romanos 8:33-39. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién nos condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo: somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro».
Pablo enumera en estos versículos tres causas posibles de separación del amor de Dios pero luego las descarta.
Primero, el pecado (vs. 33-34). Los cristianos saben que si bien han sido justificados por Dios, todavía son pecadores y que pecan diariamente de pensamiento, palabra y hecho. «Pues bien, ¿y qué entonces?», pregunta Pablo. «Cristo ha muerto por el pecado (tiempo verbal pretérito); por lo tanto, en lo que a Dios respecta nuestro pecado se ha ido para siempre». Supongamos que alguien nos acusara. «Dios es el juez», responde Pablo. Los cristianos han sido absueltos por el Tribunal más alto, y nadie está autorizado para reabrir el caso.
Segundo, en los versículos 35-37, Pablo habla sobre el sufrimiento; el sufrimiento exterior (las tribulaciones, el hambre, la desnudez, los peligros) y el sufrimiento interior (la angustia del alma de quienes deben enfrentarse a la persecución por causa de su testimonio). Este sufrimiento es real. Debería anticiparse, como Pablo lo indica cuando cita el Salmo 44:22 en el versículo 8:36. Pero el sufrimiento no triunfará. No nos puede separar del amor de Dios.
Tercero: la causa potencial de separación del amor de Cristo es la existencia de poderes sobrenaturales (vs. 38->39), pero Pablo dice que tampoco estos pueden triunfar. Pablo conocía los extremos a los que la maldad de este mundo puede llegar y había luchado personalmente contra la misma. En la epístola a los Efesios había escrito: «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (6:12). Pero aunque sean muy terroríficas, no pueden triunfar por la sencilla razón que Jesús ya las ha vencido. A los Colosenses, Pablo les escribió «Y despojando a los principados y las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (2:15).
El texto final lo constituye Filipenses 1:6, que dice: «Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo». Es una afirmación condensada del principio desarrollado con más amplitud en otros lugares —Dios acaba lo que comienza— pero sugiere también otro pensamiento. Literalmente, el griego dice que Dios «continuará perfeccionando su obra hasta el día de Cristo». Para expresarlo en un lenguaje llano, lo hará ya sea que nosotros lo queramos o no.
El versículo habla sobre la «buena obra» que Dios continuará hasta que esté acabada. ¿De qué buena obra está hablando? El texto de Filipenses 1:6 no lo expresa con claridad, pero ese no es el caso de Romanos 8:29. «Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo». ¿Es esto algo que tendrá lugar sólo en el cielo? ¡De ningún modo! Se trata también del plan de Dios para nosotros ahora. Filipenses 1:6 está diciendo que Dios no abandonará sus esfuerzos por hacernos semejantes a Cristo aun ahora, ni aunque lo deseemos. Cristo es el Santo de Dios, por lo que este plan involucra nuestro crecimiento en santidad. Sabemos que como cristianos pecamos. ¿Qué sucede cuando pecamos? ¿Acaso Dios lo ignora? Podría interesarnos que lo ignorara, porque a veces disfrutamos del pecado —al menos por un momento—. Pero Dios no nos permite que continuemos en nuestro camino despreocupadamente. Nos disciplina. Nos empuja, nos seduce, y en ocasiones hasta hace que nuestras vidas sean miserables para que dejemos la senda de destrucción y volvamos al camino que nos ha señalado. A veces, Dios puede hacer que una vida cristiana quede hecha pedazos si eso es necesario para que abandonemos el pecado y regresemos a la comunión con Él.
Por eso es que la doctrina de perseverancia no es una doctrina peligrosa como algunos la han imaginado. «La perseverancia puede ser cierta», dice alguien, «pero con toda seguridad que enseñarla es peligroso. Si las personas creen que nadie las puede arrebatar de la mano de Dios, sin duda se sentirán libres para pecar. La doctrina promoverá vidas licenciosas». Sin embargo, el conocimiento de la grandeza del amor de Dios que persevera con nosotros en realidad nos mantiene fieles. Conocer dicho amor es desear, sobre todas las cosas, no hacer nada que sea contrario a la Voluntad de Dios. Pero además de esto, el conocimiento de la perseverancia de Dios nos enseña a perseverar. Nuestro trabajo muchas veces nos desanima. Vemos pocos resultados. Pero continuaremos trabajando porque Dios nos lo ha dado, y debemos ser semejantes a él, fielmente cumpliendo con esta responsabilidad. Muchas veces encontramos que el testificar nos descorazona. Las personas no quieren escuchar el evangelio. Odian a Dios. Pero, con todo, seguiremos con perseverancia, sabiendo que el mismo Dios que nos guarda en el mundo es capaz de salvar a otros del mundo. Nuestras familias son un área especial de responsabilidad. Con frecuencia estamos deprimidos cuando un hijo o una hija o un hermano o una hermana o esposa o esposo no siguen por el camino de Dios. La situación parece no tener esperanza. Pero Dios no nos permitirá que sea desesperada para nosotros. No nos daremos por vencidos. No claudicaremos. Dios es fiel. Es nuestro guardador. Con Dios todas las cosas son posibles.
Vivimos en una época en que la proclamación de la doctrina cristiana es tan débil que hasta muchos cristianos no pueden entender por qué dichas verdades deberían ser predicadas o cómo pueden ser usadas por el Señor para salvar a los pecadores. Este no fue siempre el caso.
Dios usó la doctrina de la perseverancia para salvar a Charles Spurgeon, uno de los más grandes predicadores que haya vivido. Cuando sólo tenía quince años había notado cómo algunos de sus amigos, que habían comenzado bien su vida, las habían arruinado al caer en los vicios. Spurgeon temía que él también cayera en estos vicios. «Sea cual sea la resolución que tome», pensó, «las probabilidades son que no me servirán de nada cuando la tentación me aceche. Seré como esas personas de quienes se dice vVen el anzuelo del diablo y no pueden evitar mordisquear su carnada’. Caeré en desgracia, y me perderé». Fue entonces cuando escuchó que Dios guardaría a sus santos de caer. Tuvo un encanto especial para él escuchar esto, y se encontró diciéndose a sí mismo: «Me voy a volver a Jesús y recibir de él un nuevo corazón y un espíritu recto; y entonces estaré seguro frente a esas tentaciones en las que otros han caído. Él me sostendrá». Fue esta verdad, junto con otras, la que trajo a Spurgeon al Salvador.
El cristianismo no tiene cimientos endebles. No se trata de un evangelio de porcentajes y posibilidades. Es un evangelio de certeza. Es el mensaje de nuestra completa ruina en el pecado pero del remedio seguro y perfecto de Dios en Cristo.
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Extracto del libro “Fundamentos de la fe cristiana” de James Montgomery Boice
— Fin de esta serie —