…Debemos tomar la conversación que Cristo sostuvo con su Padre: «Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn. 17:3). Porque como habla en la Persona del Mediador, ocupa un lugar intermedio entre Dios y los hombres, sin que a pesar de ello su majestad quede rebajada. Porque aunque Él se humilló a si mismo, no perdió su gloria respecto a su Padre, si bien ante el mundo estuvo oculta. Y así el Apóstol, en la carta a los Hebreos, capítulo segundo, después de confesar que Jesucristo se rebajó durante algún tiempo por debajo de los ángeles, no obstante no duda en afirmar a la vez que Él es el Dios eterno que fundó la tierra.
Así que debemos tener como cierto que siempre que Cristo, en la persona del Mediador, habla con el Padre, bajo el nombre de Dios comprende también su propia divinidad. Así, cuando dijo a sus apóstoles: Os conviene que yo me vaya; porque el Padre es mayor que yo (Jn. 16:7), no quiere decir que sea menor que el Padre según la divinidad en cuanto a su esencia eterna, sino porque gozando de la gloria celestial acompaña a los fieles para que participen de ella, pone al Padre en primer lugar, porque la perfección de su majestad que aparece en el cielo difiere de la medida de gloria que se ha manifestado en Él al revestirse de carne humana.
Por esta misma razón san Pablo dice en otro lugar que Cristo entregará el reino a Dios y al Padre, para que Dios sea «el todo en todas las cosas» (1 Cor. 15:24-28). Nada más fuera de razón que despojar a Cristo de su perpetua divinidad; ahora bien, si Él nunca jamás dejará de ser Hijo de Dios, sino que permanecerá siempre como fue desde el principio, se deduce que bajo el nombre de Padre se comprende la esencia única de Dios, que es común al Padre y al Hijo. Y sin duda por esta causa Cristo descendió a nosotros, para que al subirnos a su Padre, nos subiese a la vez a Él mismo, por ser una misma cosa con el Padre. Así que querer que el Padre sea exclusivamente llamado Dios, sin llamar así al Hijo, no es lícito ni justo. Por esto San Juan afirma que es verdadero Dios (I Jn. 5:20), para que ninguno piense que fue pospuesto al Padre en cuanto a la divinidad. Me maravilla lo que pretenden decir estos inventores de nuevos dioses, cuando después de haber confesado que Jesucristo es verdadero Dios, luego lo excluyen de la divinidad del Padre, como si pudiera ser verdadero Dios sin que sea Dios uno y único, o como si una divinidad infundida de otra parte no fuera sino una mera imaginación.
Manteniendo la deidad del Hjo no rechazamos la del Padre. Testimonio de san Ireneo
En cuanto a los pasajes que reúnen de san Ireneo, en los cuales afirma que el Padre de Jesucristo es el único y eterno Dios de Israel, esto es o una necedad o una gran maldad. Deberían darse cuenta de que este santo varón tenía que disputar y que habérselas con gente frenética, que negaba que el Padre de Cristo fuese el Dios que antiguamente había hablado por Moisés y por los Profetas, y que decía que era una fantasía producida por la corrupción del mundo. Y ésta es la razón por la cual insiste en mostrar que la Escritura no nos habla de otro Dios que del que es Padre de Jesucristo, y que era un error imaginarse otro. Por tanto, no hay por qué maravillarse de que tantas veces concluya que jamás hubo otro Dios de Israel sino aquel que Jesucristo y sus apóstoles predicaron. Igual que ahora, para resistir al error contrario del que tratamos, podemos decir con toda verdad que el Dios que antiguamente se apareció a los patriarcas no fue otro sino Cristo; y si alguno replicase que fue el Padre únicamente, la respuesta evidente sería que al mantener la divinidad del Hijo no excluimos de ella en absoluto al Padre.
Si se comprende el intento de san Ireneo, cesará toda disputa. El mismo san Ireneo, en el capítulo sexto, libro tercero, expuso toda esta controversia. En aquel lugar este santo varón insiste en que Aquel a quien la Escritura llama absolutamente Dios, es verdaderamente el único y solo Dios. Y luego dice que Jesucristo es llamado absolutamente Dios. Por tanto, debemos tener presente que todo el debate que este santo varón sostuvo, como se ve por todo el desarrollo, y principalmente en el capítulo cuarenta y seis del libro segundo, consiste en que la Escritura no habla del Padre por enigmas y parábolas, sino que designa al verdadero Dios. Y en otro lugar prueba que los profetas y los apóstoles llamaron Dios juntamente al Hijo y al Padre’. Después expone cómo Cristo, el cual es Señor, Rey, Dios y Juez de todos, ha recibido la autoridad de Aquel que es Dios, en consideración a la sujeción, pues se humilló hasta la muerte de cruz. Sin embargo, afirma. un poco más abajo que el Hijo es el Creador del cielo y de la tierra, que dio la Ley por medio de Moisés y se apareció a los patriarcas. Y si alguno todavía murmura que Ireneo solamente tiene por Dios de Israel al Padre, Ie responderé lo que el mismo autor dice claramente: que Jesucristo es éste mismo; y asimismo le aplica el texto de Habacuc: Dios vendrá de la parte del Mediodía.
Está de acuerdo con todo esto lo que dice en el capítulo noveno del libro cuarto, que Cristo juntamente con el Padre es el Dios de los vivos. Y en el mismo libro, capítulo duodécimo, expone que Abraham. creyó a Dios, porque Cristo es el Creador del cielo y de la tierra y el único Dios.
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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino