Los apóstoles afirman claramente que Jesucristo ha pagado el precio del rescate, para que quedásemos libres de la obligación de la muerte. Así cuando dice san Pablo: «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre» (Rom. 3:24-25). Con estas palabras el Apóstol engrandece la gracia de Dios, porque Él ha dado el precio de nuestra redención en la muerte de Jesucristo. Luego nos exhorta a que nos acojamos a su sangre, para que, consiguiendo su justicia, nos presentemos con seguridad ante el tribunal de Dios.
Lo mismo quiere decir san Pedro, al afirmar que fuimos «rescatados, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1Ped. 1:18-19); porque sería improcedente la antítesis, si con este precio no se hubiera satisfecho por el pecado. Y por esta razón dice san Pablo que hemos sido comprados a gran precio (1Cor. 6:20). Y tampoco tendría valor lo que el mismo Apóstol añade en otro lugar: Porque hay un solo Mediador, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos (1Tim. 2:5-6), si la pena que nosotros merecíamos no hubiera sido puesta sobre sus espaldas.
Él nos ha adquirido el perdón, la justicia y la vida. Por esto el mismo Apóstol definiendo la redención en la sangre de Jesucristo la llama «perdón de pecados» (Col. 1:14); como si dijera que somos justificados y absueltos delante de Dios en cuanto que esta sangre responde como satisfacción. Con lo cual está de acuerdo aquel otro texto, (que el acta de los decretos que había contra nosotros ha sido anulada, Col. 2:14); porque da a entender que ha tenido lugar una compensación, por la cual quedamos libres de la condenación.
También tienen mucho peso aquellas palabras de san Pablo: «pues si por la Ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gál. 2:21). De aquí deducimos que hemos de pedir a Cristo lo que nos darla la Ley, de haber alguno que la cumpliese; o lo que es lo mismo, que alcanzamos por la gracia de Jesucristo lo que Dios prometió en la Ley a nuestras obras: El que hiciere estas cosas vivirá en ellas (Lv. 18:5). Lo cual se confirma claramente en el sermón que predicó Pablo en Antioquia, en el cual se afirma que creyendo en Cristo somos justificados de todas las cosas de que no pudimos serlo por la Ley de Moisés (Hch. 13:39). Porque si la observancia de la Ley es tenido por justicia, ¿quién puede negar que habiendo Cristo tomado sobre sus espaldas esta carga y reconciliándonos con Dios ni más ni menos que si hubiésemos cumplido la Ley, nos ha merecido este favor y gracia?
Esto mismo es lo que se dice a los Gálatas: «Dios envió a su Hijo nacido bajo la Ley, para que redimiese a los que estaban bajo la Ley»(Gál. 4:4). ¿A qué fin esta sumisión, si no nos hubiera adquirido la justicia, obligándose a cumplir y pagar lo que nosotros en manera alguna podíamos cumplir ni pagar?
De ahí procede la imputación de la justicia sin obras, de que habla san Pablo; a saber, que Dios nos imputa y acepta por nuestra la justicia que sólo en Cristo se halla (Rom. 4:5-8). Y la carne de Cristo, no por otra razón es llamada mantenimiento nuestro que porque en Él encontramos sustancia de vida (Jn. 6:55). Ahora bien, esta virtud no procede sino de que el Hijo de Dios fue crucificado como precio de nuestra justicia, o como dice san Pablo, que «se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante» (Ef. 5:2). Y en otro lugar, que “Fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (Rom.4:25).
De aquí se concluye que por Cristo no solamente se nos da la salvación, sino que también el Padre en atención a Él nos es propicio y favorable. Pues no hay duda alguna de que se cumple enteramente en el Redentor lo que Dios anuncia figuradamente por el profeta Isaías: Yo lo haré por amor de mí mismo, y por amor de David mi siervo (Is. 37:35). De lo cual es fiel intérprete san Juan, cuando dice: «vuestros pecados os han sido perdonados por su Nombre» (1 Jn.2:12); porque aunque no pone el nombre de Cristo, Juan, según lo tiene por costumbre, lo insinúa con el pronombre Él. Y en este mismo sentido dice el Señor: Como yo vivo por el Padre, asimismo vosotros viviréis por mí (Jn.6:57). Con lo cual concuerda lo que dice san Pablo: «Os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él» (Flm. 1:29).
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Extracto del libro: “Institución de la Religión Cristiana”, de Juan Calvino