Tenemos un segundo motivo para dar gracias a Dios por su gracia irresistible. La gracia de Dios es irresistible, no solamente en el sentido de que el hombre no puede rechazarla; sino también en el sentido de que Satanás no puede anularla.
Una excelente ilustración bíblica de esta verdad, podemos encontrarla en el relato del santo varón del Antiguo Testamento, Job: Recordaréis que Satanás solicitó el permiso de Dios para atacar a este fiel siervo del Señor. Satanás admitió que su propósito era demostrar que podría alejar a aquel hombre de su Dios. El Señor, concedió a Satán permiso para atacar al santo varón. Entonces, Satán se puso en acción. Hizo que Job perdiese sus rebaños y sus ganados, así como la muerte de los hijos y las hijas de Job. Le arrebató su salud y riqueza, dejándole convertido en un miserable enfermo. En medio de su desgracia y miseria Satán hizo también que su esposa se volviese contra él. En otras palabras, Satanás sometió a toda posible acción criminal al santo varón de Dios hasta situarle al borde del infierno. Y a pesar de todo, Job permaneció fiel a Dios.
Satán no tuvo en cuenta un hecho. Que había en Job un poder mayor que todos los poderes de las tinieblas. En Job existía una fuerza mucho más grande que los vientos del desierto o que las olas del mar. Un poder más grande que el del pecado, la muerte y el infierno. Aquel poder, era la soberana e irresistible gracia de Dios.
Estoy agradecido de que Su soberana e irresistible Gracia no pueda ser derrotada por el rey del infierno; ya que nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra poderes y potestades de las tinieblas. Doy gracias a Dios de que su gracia soberana sea irresistible ya que la astucia de Satán es tal, que incluso podría engañar a los elegidos si tal cosa fuere posible. Pero no es posible, ya que en los elegidos se halla el poder soberano e irresistible de Dios.
Esta es mi esperanza y mi fe, nacidas de Dios. Yo no soy lo bastante fuerte para enfrentarme contra el archicriminal del universo, pero ese mismo gran Dios que arrojó a Satán a las tinieblas de afuera antes del comienzo de los tiempos, ha puesto en mí Su soberana e irresistible gracia. No soy lo bastante fuerte para batallar contra las huestes de la condenación, pero ese mismo gran Dios que un día arrojará a Satán y a sus huestes en el lago que arde con el fuego eterno, ha puesto Su soberana e irresistible gracia en mí. He aquí por qué Pablo pudo exclamar con alegría: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.»
Un último pensamiento. La gracia de Dios es irresistible, porque la tentación no puede minarla. Juan lo expresó de la siguiente forma en su Evangelio: «la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no pudieron prevalecer contra ella»
Un día, refiere el Nuevo Testamento, un joven se vio visitado por Satán; el propósito del gran enemigo era tentarle, Satán pronunció la promesa más extraordinaria, le dijo: «Te daré todos los reinos del mundo.» Pero el joven respondió: «Está escrito, al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás.»
«Bueno, dirás, pero aquel hombre era Jesús, y Jesús es Dios.» Eso es cierto, gloriosamente cierto de que Él es Dios. Pero ¿qué diréis de la naturaleza humana de Jesús? Como hombre, ¿Jesús resistió la más extraordinaria de todas las tentaciones? Juan suministra la respuesta de Su Evangelio, pues escribió de Cristo, que Él estaba «lleno de gracia y de verdad».
Esta es la respuesta: Lleno de gracia y de verdad.
Esta es la gracia de Dios, la libre, inmerecida e irresistible gracia de Dios. El hombre no puede rehusarla. Satán no puede quitarla. La tentación no puede minar la libre, inmerecida e irresistible gracia de Dios. Mi salvación es un don libre que proviene de Dios, ya que Él sabe que yo nunca puedo pagarle semejante don. Es un don inmerecido, ya que seguramente yo no lo merecía de ningún modo. Es un don irresistible, ya que era necesario que Dios quebrantara mi rebelión antes de que pudiese salvarme. Y ahora que Él me ha salvado, puedo estar cierto de que todos los poderes de las tinieblas no me arrebatarán el don de Dios, ya que todas las huestes del pecado y del infierno no pueden derrotar el poder de Dios.
Pero, ahora debo haceros una advertencia a fin de que no dejéis de comprender la verdad completa de Dios. Pablo escribe que una vez que Dios ha quebrantado nuestra rebelión, una vez que Dios ha creado en nosotros una nueva naturaleza, entonces debemos «ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer por su buena voluntad» (Filipenses 2:12-13).
Habiendo sido rescatados de las tinieblas y traídos a la luz; habiendo sido liberados de la esclavitud del pecado y traídos a la libertad de los hijos de Dios, no siendo ya siervos, sino hijos e hijas, tenemos que ser «colaboradores» juntamente con Dios. Dios provee la gracia; Dios provee la capacidad, Dios provee las fuerzas; y con aquella gracia, aquella capacidad y aquella fuerza que Dios provee, debemos obrar los propósitos de Dios en nuestras vidas.
Ahora bien, hay siempre algunos que comprendiendo la verdad de Dios solo parcialmente, utilizan esta verdad de Dios como una excusa para una vida no consagrada a Él. Si hay algunos que utilizan la doctrina de la elección y su derivada, la doctrina de la gracia irresistible como una excusa para una vida impía, el defecto tiene que encontrarse, no en esas verdades divinas, sino en la perversidad de nuestra propia naturaleza.
El Primer Título de la Doctrina, art. XIII, resalta: «Así hay que descartar que, por esta doctrina de la elección y por la meditación de la misma, se relajen en la observancia de los mandamientos de Dios, o se hagan carnalmente descuidados. Lo cual, por el justo juicio de Dios, suele suceder con aquellos que, jactándose audaz y ligeramente de la gracia de la elección, o charloteando vana y petulantemente de ella, no desean andar en los caminos de los elegidos.»
Así, la persona debe tener gran cuidado para no ser engañado por su propia naturaleza corrupta, ¿qué diremos de personas así? Hay dos posibilidades.
Si no existe un deseo real en su corazón para servir a Dios, que se pongan de rodillas y supliquen a Dios que Él les implante tal deseo de servirle en sus corazones, ya que si este deseo no llega nunca, serán miserables réprobos y en el juicio el crimen será suyo, ya que Dios ha prometido «el que a Mí viene no le hecho fuera».
Pero existe otra posibilidad. Puede ser que Dios desee haceros suyos, pero que no hayáis aprendido todavía a someteros a la voluntad de Dios. Dios dejó a Jacob como un tullido, antes de que Jacob aprendiese a someterse a la voluntad de Dios. Dios arrojó a Jonás al mar, permitiendo que fuese tragado por un gran pez, antes de que Jonás aprendiese a someterse a la voluntad de Dios. Dios también puso a Saulo de Tarso de rodillas y lo dejó ciego, antes de que Saulo aprendiese a someterse a la voluntad de Dios.
La cuestión es: ¿Qué tiene Dios que hacer contigo, antes de que aprendas a someterte a su voluntad? ¿Es preciso que Dios traiga una enfermedad a tu vida? ¿Tendrá Dios que llevar una tragedia a tu hogar? ¿Será preciso que Dios se lleve a una de tus personas amadas, por la muerte, antes de que aprendas? Ora a Dios, y ruégale que puedas aprender a someterte a Su voluntad, y Él no tenga que aplastarle con vara de hierro.
Para aquellos que se hayan sometido a la soberana voluntad de Dios, y para ti que te has vuelto hacia Dios con una devoción que llena tu alma, tengo esto que deciros: Alegraos en la soberana e irresistible gracia de Dios, ya que esta es la promesa de que nada, nada en este mundo, ni el mundo por venir, pueden separarnos del amor de Dios.
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Extracto del libro: “La fe más profunda” escrito por Gordon Girod