“Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia”. —1 Tim. 2:15
El Apóstol menciona en este versículo, cuatro gracias necesarias y relevantes para la perseverancia o continuidad de la promesa de salvación a la mujer con hijos: “fe, amor, santificación y modestia”. Tales gracias son apoyo en sus dolores de parto, a saber:
1.- Fe
“Fe”, que interpreto, incluye claramente lo que es divino y moral, o cristiano y conyugal.
Una gracia del Espíritu Santo
Una fe divina, la cual es “preciosa y para preservar el alma” (2 P. 1:1; Heb. 10:39), es una gracia del Espíritu Santo por la que el corazón iluminado, unido a Cristo, lo recibe y se entrega a él como Mediador y siendo así “una virgen pura a Cristo” (2 Cor. 11:2), dependiendo enteramente de él. Por esta fe, la buena esposa, habiendo recibido al Hijo de Dios, quien es también Hijo del hombre, nacido de mujer, debe vivir en sujeción a Cristo, su Cabeza espiritual. Entonces, aunque sus dolores sean muchos, sus agonías vertiginosas y agudas, puede confiar que todo le irá bien, sea ya por dar a luz sin novedad, al fruto de su vientre, como “herencia de Jehová”, por su amor gratuito (Sal. 127:3), o siendo que su alma sea salva eternamente, como parte del pacto con el Dios todopoderoso (Gn. 17:1-7).
Fue ésta la fe que practicaban las mujeres piadosas que daban a luz, mencionadas en la historia de la genealogía de nuestro Salvador (Mt. 1:1-17). Se requiere el ejercicio continuo [de esta fe] de cada mujer cristiana consagrada, a fin de que viva por esta fe en medio de los dolores que pueden terminar en la muerte porque por este principio recibirá el mejor apoyo y derivará virtud de su Salvador para endulzar la copa amarga y recibir fuerza para mantenerla cuando sienta “angustia como de primeriza” (Jer. 4:31), como lo hizo Sara, el ejemplo destacado de la mujer piadosa en estas circunstancias. Acerca de ella, dice la Palabra: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido” (Heb. 11:11). Perseverar en vivir por fe en la providencia y promesa de Dios, aviva el espíritu caído de la mujer que, sin esa fe, es débil y temerosa en medio de la buena obra de traer un hijo al mundo. Aunque el peligro inminente de la madre y el hijo puede acobardar aun a la mujer buena cuando sufre dolores de parto, “por la fe” puede conseguir alivio por la fidelidad de Aquel que promete, como lo hizo Sara o por este mensaje positivo que Él ha consignado en mi texto.
En consecuencia, la mujer recta, aunque frágil, puede entregarse a Dios “plenamente convencida” con [Abraham] “el padre de la fe” de que el Señor “era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Ro. 4:21) en el momento preciso que Él determine que es el mejor.
Por lo tanto, en su humilde posición, la esposa piadosa que vive por fe, superando la naturaleza, cuando “lamenta y extiende sus manos” y lanza sus dolorosos gemidos ante el Todopoderoso (Jer. 4:31), concluye: “Jehová es; haga lo que bien le pareciere” (1 S. 3:18; 2 S. 15:26; Lc. 22:42). Si le parece mejor a él llevarse a la madre y a su bebé, puede ella decir: “He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová”, como dice el profeta por otra circunstancia (Is. 8:18). Pone su confianza en aquella gran promesa de que la Simiente de la mujer herirá a la serpiente en la cabeza (Gn. 3:15). Por eso se consuela ella sabiendo que las consecuencias de la mordedura de la serpiente fueron anuladas por Aquel que nació de una mujer. Si ha estado antes en esta condición, puede decir: “La tribulación produce paciencia y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Ro. 5:3-4). Entonces por fe, puede concluir: “Porque has sido mi socorro, y así en la sombra de tus alas me regocijaré” (Sal. 63:7). Esta fe salvadora, que demostraré más adelante, presupone e implica arrepentimiento y se expresa por medio de la meditación y la oración.
(1) El arrepentimiento
[Esta fe] presupone e implica arrepentimiento. La cual, por una auténtica conciencia de pecado y necesidad de apropiarse de la misericordia de Dios en Cristo; hace realidad lo quepredice el profeta: “Y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros pecados que cometisteis; y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones” (Ez. 20:43; 36:31). Ésta es una decisión muy apropiada para la mujer que engendra hijos, que está preocupada sobre todo por dar “frutos dignos de arrepentimiento” (Mt. 3:8), a fin de que Dios la reciba por gracia cuando de todo corazón se aparta del pecado, acude a Él y confía en Él.(2) La meditación y oración
La fe salvadora se expresa generalmente —en aquellas mujeres que están realmente unidas a Cristo y en quienes Él mora— por medio de la meditación y oración. Estas son también indispensables para sostener a las embarazadas al ir acercándose a los dolores que le fueron asignados.
(i), La fe se expresa en la meditación. Llevar el alma a contemplar lo que Dios hace (como cera ablandada y preparada para el sello), ablanda el corazón para que se impriman sobre él cualesquiera marcas o firmas sagradas. Además,
(ii) La fe se ejercita por medio de la oración a Dios, pues es la manifestación de fe en Dios por medio de Cristo en cuyo nombre sin igual, el cristiano eleva su corazón a él para recibir alivio de todos sus problemas. Cuando el corazón de la mujer sufre gravemente y los terrores de la muerte caen sobre ella (cf. Sal. 55:4), su fe preciosa debe emitir con fervor sus peticiones más necesarias y afectuosas a Aquel que ha dado libremente a su Apóstol la palabra precisa de apoyo que contiene mi texto. [Cristo] puede salvar eternamente, entregar eficazmente y guardar en perfecta paz a todo el que a Él acude y en Él permanece en medio de aquella buena obra que le ha asignado. La próxima gracia requerida aquí en mi texto es:
2. Amor
“Caridad” o “amor”. Interpreto que el amor, al igual como lo hice con la fe, se trata aquí de amor a Cristo y a su marido.
(i). El Señor Jesucristo
[Sin duda], toda esposa cristiana debe amar al Señor Jesucristo. Tiene que amar a Cristo en Él mismo y su fe en Él debe ser una“obra por el amor” (Gál. 5:6). Debe dar la primacía de su afecto a Cristo mismo. Está obligada, sobre todo, a amar al Señor Jesucristo, su Esposo espiritual, con todo su ser y su corazón. Sea éste el desvelo principal de la esposa cristiana, de modo que pueda decir con razón que Cristo es de ella y ella es de él (Cnt. 2:16). Ahora bien, si la buena esposa tiene a Cristo presente con ella en todos sus dolores —como lo tienen todos los que lo aman con un amor firme en todas sus aflicciones— tiene todo, teniéndolo a él, quien “manda salvación a Jacob” (Sal. 44:4) y “bendición” (Lv. 25:21).(ii). Su propio esposo
Además de Cristo, la buena esposa tiene que amar más que a nadie a su propio esposo y esto, “entrañablemente, de corazón puro” (1 Cor. 7:2; Tit. 2:4; 1 P. 1:22). Sí y nunca debe tener pensamientos negativos acerca de él, a quien una vez creyó digno de ser su esposo. Donde este amor conyugal es consecuente con el amor cristiano anterior, todo será fácil. Así fue con Mrs. Wilkinson, “una esposa sumamente cariñosa, cuya paciencia era admirable en medio de los terribles dolores que sufría en la [concepción] y en dar a luz a sus hijos. Decía: ‘No le temo a ningún dolor. Me temo a mí misma, no sea que por impaciencia diga alguna palabra impropia’”. “Es un estado bendito”, dijo el teólogo antiguo quien la citó, “cuando el dolor parece liviano y el pecado pesado”.
3. Santidad
“Santidad”, que interpreto, como a la fe y el amor, desde lo cristiano y conyugal, a lo más general y especial.
(i). En general
Está la santidad que se considera más generalmente, como una gracia universal, que es congruente con una cristiana como tal, forjada por el Espíritu en la nueva criatura por la paz lograda por Cristo. [Por esto] —en el alma cambiada a su semejanza— hay una permanencia, por gracia, en un estado de aceptación con Dios y también un esfuerzo por ser santo como Él es santo, en cada partícula de su [comportamiento], tanto hacia Dios como hacia el hombre, en público y en privado. Al igual que como todo cristiano debe vivir su salvación en la “santificación del Espíritu” (2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2) y “en paz con todos” por medio de Cristo (He. 12:14; 13:12), la esposa cristiana que está gestando se preocupa seriamente de la buena obra que tiene como fruto“la santificación” (Rom. 6:22), hasta donde pueda al producir el fruto de su vientre.
(ii). En el matrimonio
La santidad puede considerarse en un sentido más especial como conyugal y singularmente apropiada al estado matrimonial, siendo ésta un ejercicio más particular de santidad cristiana en el matrimonio. [Aunque] esto concierne a todos (tanto al esposo como la esposa) en esa relación, la mujer que espera un hijo está obligada a vivir “en santidad y honor” (1 Ts. 4:4-5), es decir, de una forma especial de limpieza y castidad conyugal que es lo opuesto a la “concupiscencia” o la apariencia de ella. [Entonces] no debe haber, hasta donde sea posible, ninguna apariencia o mancha de impureza en el lecho matrimonial; para que haya una simiente santa y que se mantenga ella pura de cualquier sombra de lascivia.
4. Modestia
“Modestia”. Así llamamos nosotros a esa gracia. Otros la llaman “temperancia”, otros “sobriedad”, otros “castidad”. Y, en general, “la palabra parece significar aquel hábito gentil que se manifiesta en la madre como una propensión a ser prudente, seria y moderada” …ya que esto parece expresar lo que quiere decir el Apóstol y, por ende, interpreto esto, como en el caso de las gracias anteriores, en un sentido general al igual que específico.
(i). En general
En un sentido general como cristiana, “todo aquel que invoca el nombre de Cristo” tiene por tanto que “apartarse de iniquidad” (2 Ti. 2:19). Por ende, la esposa cristiana y la que espera un hijo, se preocupa por ser sobria y modesta, lo cual limpia la mente de (conflictos) y ordena los afectos de manera que sean aceptables a Dios.
(ii). En este contexto
En un sentido específico, la gracia conyugal especial de temperancia y modestia debe ser practicada por la mujer embarazada con sobriedad, castidad y [gentileza], en lo que atañe a sus afectos y sentidos,
Con modestia—debe controlar sus pasiones y afectos—.
Con temperancia—debe moderar sus sentidos, especialmente controlar bien los del gusto y tacto—.
(i). Sobriedad —que se aplica más estrictamente a moderación de su apetito y sentido de gusto, para desear lo que es conveniente y evitar el descontrol— La mujer (embarazada) tiene como gran preocupación cuidar su seguridad y la del hijo que espera… Las mujeres en gestación quienes “se visten del Señor Jesucristo y no proveen para los deseos de la carne” (Ro. 13:14) deben comer y beber para su salud, no para consentir sus gustos.
(ii). Castidad —se refiere a la esposa cristiana que evita cualquier sugerencia ni participa en ninguna [conversación] que pueda poner en riesgo su contrato matrimonial o que la lleve a cometer un [acto] incongruente con el estado “honroso” en que se encuentra, o el uso indebido de “el lecho sin mancilla” (Heb. 13:4).
En la práctica de esto y con las gracias enunciadas anteriormente, la buena esposa, habiendo aprendido bien la lección de negarse a sí misma, puede llevar su carga confiando humildemente en las ayudas de lo Alto a la hora de sus dolores de parto y estar segura de que tendrá elmejor de los resultados. Porque, con estas cualidades, tiene, por las preciosas promesas en mi texto, una base segura de ser objeto de una excepción grata de la maldición de dar a luz y de la liberación de aquella culpa original que, de otra manera, agrava los dolores de la mujer en estos casos.
Tomado de “How May Child-Bearing Women Be Most Encouraged and Supported against, in, and under the Hazard of Their Travail?”(¿Cómo se puede apoyar mejor a las mujeres en gestación contra, en y bajo el peligro de su tribulación?) en Puritan Sermons (Sermones puritanos) Tomo 2, Richard Owen Roberts, Publishers, www.rorbooks.com.
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Richard Adams (c. 1626-1698): Pastor inglés presbiteriano; nacido en Worrall, Inglaterra.