Al ver lo libremente que Dios ofrece esta paz y este perdón en Cristo, y la indiferencia humana ante el ofrecimiento, los ignorantes podrían creer que Dios intenta deshacerse de una mercancía barata y mal hecha, y por eso está tan dispuesto a dar y el hombre tan reacio a recibir. ¿Quién es el consejero malvado que endurece el corazón humano para que no acoja las misericordias de Dios? Nadie excepto el diablo puede odiaros tanto a ti como a Dios.
Piensa, pecador: ¿Qué respuesta mandarás al Cielo cuando Dios llame a casa a sus embajadores para nunca más extender ni renovar su tratado de paz? La lucha de Satanás contra Dios está demasiado avanzada como para que te mire dos veces. Además, ¿podrá el maligno darte una armadura que detenga el fuego del juicio divino? ¿Cómo lo hará, cuando esos dardos de fuego estén clavados en su propio corazón, causándole tormentos indecibles? ¿Te enviará su compasión cuando te hayas destruido finalmente por seguir sus consejos? Por supuesto que no; como tampoco el lobo rabioso compadece a la oveja después de descuartizarla y beber su sangre.
Para que nunca puedas decir que no comprendías como encontrar la paz con Dios por medio del evangelio, sopesa con cuidado estas cuatro ideas…
Esta paz es tan indispensable como cabal. No puedes contentarte con menos que la paz, pero no hace falta más que la paz para llenarte del verdadero gozo. De todos los platos en el menú espiritual de Dios, su ración de paz es el más indispensable. Si lo quitas, todo el festín se estropea, aunque una paz externa bien condimentada la reemplace en el centro de la mesa real.
¡Escucha, pecador! Esta controversia entre tú y Dios, ¿no es como un sapo hinchado en el fondo de tu copa de miel? Tus pecados no están perdonados y estás condenado a muerte por ellos, por mucho que bailes en la sombra de tu prisión. ¿Qué opinarías de alguien que pasara las últimas horas antes de ser ahorcado jugando a su deporte favorito? ¡Dios será misericordioso si prorroga tu ejecución un día más!
Confieso que cuando veo a alguien cuya vida lo revela como un pecador no perdonado, y cuyo placer proviene de tener vestidos caros e invitar a otros con aire soberbio de opulencia, me sorprende que no le importen ni Dios ni él mismo. ¿Cuánto más crees que el Señor le observará mientras apila toda esa basura en torno a sí mismo, antes de arrimarle una tea?
Un acreedor se disgusta cuando ve al deudor pasándolo bien con su dinero prestado, sin pensar en cancelar la deuda. ¡Cuánto más grave es, entonces, que Dios vea a los pecadores dilapidando lo que él les da, viviendo alegremente y pasando por alto la necesidad real que tienen de hacer la paz con Aquel a quien tanto deben!
Hubiera sido una necedad que los judíos se pusieran a sembrar campos, pintar sus casas y jugar en las calles después de que Asuero selló el decreto de su aniquilación. En su lugar, hicieron todo lo posible para que se desestimara aquella orden sanguinaria. Eres peor que un borracho inconsciente en un callejón lleno de basura, si vas brincando por la vida mientras llevas en la conciencia la sentencia de muerte dictada por la misma boca de Dios.
Cuando Tomás Moro estaba en la Torre, se negó a cortarse la barba, recordando a los demás la controversia que había entre él y el rey por su cabeza; y juró que hasta resolverse el asunto no pensaba malgastar tiempo afeitándose. Todo el gasto y esfuerzo que inviertes en ser feliz es un despilfarro hasta saber el destino de tu cuerpo y de tu alma.
Primero, debes hacer las paces con Dios. El refrán lo resume así: “El que paga las deudas se hace rico”. El alma reconciliada nunca será pobre. En cuanto se haga la paz, habrá camino libre entre la persona y Dios. Una vez perdonado, puedes entrar en cualquier puerto del dominio de Dios y ser bienvenido. El tesoro de todas sus promesas está abierto para ti. Carga con todo lo que tu fe pueda llevar; nadie te lo impedirá. Como se saca todo el vino del barril por una misma espita, la fe extrae consuelo de todo el pacto por la sola promesa de la reconciliación.
Por esta puerta de la reconciliación, entras en comunión con Dios en todas sus ordenanzas. De esta forma puedes andar de acuerdo con Él en cualquier dirección, mientras que antes tu presencia alejaba su corazón como la vista de un enemigo, dispuesto a luchar contra el pecado con el juicio. “El herrero y su dinero negros son”, dice el refrán. Así eras tú en compañía de tus obras muertas antes de reconciliarte con Dios en Cristo. Pero ahora, para Él, “dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto” (Cnt. 2:14).
Todo lo de Dios es tuyo: sus carros y caballos también, como Josafat le dijo a Acab. Aun cuando el peor enemigo te dé miedo, sabrás dónde encontrar un Amigo que siempre estará de tu parte. De hecho, las providencias divinas pueden parecer abejas que vuelan de acá para allá, a veces moviéndose de maneras que aparentemente contradicen a otras, hasta hacerse imposible trazar su curso. ¡Pero todas ayudan a tu bien! Tu alma es la colmena en donde por fin descargarán el dulce fruto de su labor, aunque puede hacerse de noche —llegar el ocaso de tus días— antes de que lo descubras.
En resumen, si estás reconciliado, te hayas a un paso del Cielo: “A los que justificó, a éstos también glorificó” (Rom. 8:30). Llegarás allí en cuanto la muerte rasgue el velo de tu carne, que es lo único que te separa de la plenitud de la gloria de Dios en Cristo.
- – – – –
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall