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1Cor. 15:57  Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

1.- No hagas las paces con el pecado

El pecado es lo que rompió la paz con Dios en primer lugar; de forma que deja que esta paz con Él emprenda ahora una guerra interminable contra el pecado. Ciertamente no debes olvidar el daño inestimable que has sufrido a causa de este. De hecho, cada momento que disfrutas del dulce amor de Dios, debe ser el impulso que mantenga ardiendo en tu corazón el fuego contra aquel enemigo maldito que te separó tanto tiempo de Él.

Ahora que, según espero, Dios ha ganado tu corazón con su misericordia perdonadora, habrás empezado a amarlo porque Él primero te amó a ti. ¿Entonces cómo puedes contemplar pacientemente a la concupiscencia saltar de su trinchera —tu corazón— desafiando abiertamente a tu Padre y su gracia dentro de ti? ¿No se perturba tu espíritu al ver como se burlan de Dios el orgullo y la incredulidad bajo el mismo techo de tu alma?

Cristiano, solo hay una manera de frenar la invasión del pecado. Para fortalecer tu corazón contra todo compromiso con el mal, tienes que llevar a la batalla por la fe la sangre del Salvador. Igual que la vista de la ropa ensangrentada de César en manos de Antonio airó a los romanos contra sus asesinos, la meditación en las heridas de Cristo enfurecerá tu corazón contra la concupiscencia.

Recuerda cómo el pecado mató al precioso Señor de la gloria, lo enterró en una tumba obscura, y selló esta con una maldición merecida por todo pecador: un sello más fuerte que ningún invento humano. ¡Nunca hubiera podido romperlo ningún poder menor que el brazo omnipotente de Cristo!

Las victorias militares de Alejandro no se podían comparar con su hazaña de vengar la muerte de su padre Filipo. En cuanto asumió el trono, mató a los asesinos sobre la tumba de su padre. De la misma manera, no descanses hasta triunfar sobre toda pasión por la que se derramó la sangre del Salvador. Hasta hacerlo, seguirás asintiendo a la misma crueldad que se cebó en su mansa vida. Esta es la honra que tendrán sus hijos: Dios nos da la espada de doble filo para vengarnos del pecado.

2.- Reconcíliate con los demás

Dios lo espera así. Y tú tienes toda la razón del mundo para perdonar a tu hermano por causa de Dios. Él te perdonó por pura misericordia, así que, al perdonar solamente cumples con tu deber para con tu prójimo; pero cuando Dios te perdonó, no te debía más que ira. No creas que te deshonras a ti mismo aunque perdones al mendigo más humilde de la ciudad. Tu Dios se rebajó aún más cuando te reconcilió consigo, persuadiéndote a aceptar el perdón del Altísimo.

Cuando estás lleno de un espíritu de venganza, no solo te rebajas de tu naturaleza celestial, sino también caes por debajo de la humana. Solo el diablo y los que llevan su sello son enemigos implacables. El fuego infernal es inextinguible. “Pero la sabiduría que es de lo alto es […] pacífica” (Stg. 3:17). ¿Te llamas cristiano y llevas ese fuego infernal dentro de ti? Cuando vemos a un hijo de padres cristianos que obra con ira, nos preguntamos de dónde sacó esa impía disposición; sus padres no eran así. Pues, ¿quién te enseñó a ti, cristiano, a ser inmisericorde? No lo aprendiste de tu Padre Celestial.

3.- Confía en Dios para suplir tus necesidades

Si Dios ha hecho las paces contigo y ha perdonado tus pecados, siempre podrás confiar completamente en él para todas tus necesidades. Dos cosas te ayudarán a ejercer la fe.

a.– Dios da a sus hijos mucho más de lo que necesitan Cuando Dios te perdonó, te dio su Hijo, “¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?” (Rom. 8:32). Cuando un padre le regala un huerto a su hijo, es absurdo que este le pida una manzana. Dios afirma: “Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Co. 3:22,23).

Por otra parte, un padre sabio bien puede legar grandes tierras a su hijo, sin permitirle que controle de la herencia más de lo que pueda gobernar bien. De la misma forma, Dios da al creyente derecho a todas las comodidades de la vida, pero su sabiduría infinita proporciona las cantidades apropiadas para el uso, según la necesidad de cada alma. Si tienes mucho menos que otro, eso no significa que Dios ame más a aquel que a ti, sino que te quiere tanto que te suministra lo que puedes aprovechar bien. La bebida se sirve según el tamaño de la copa; el vino que llena toda la copa se derramaría al echarlo en un recipiente más pequeño.

b.– Dios da cosas temporales aun a aquellos a quienes niega su paz

Aunque los incrédulos pronto han de caer en el Infierno, la providencia de Dios los beneficia aún en la tierra. ¿No alimenta realmente a esos cuervos inmundos y hace también llover sobre sus campos? ¿Cómo pasará entonces por alto al creyente? Si el rey regularmente alimenta al traidor prisionero en su celda, seguro que su propio hijo que está en el castillo no morirá de hambre.

En resumen, “si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno [símbolo del hombre impío], Dios la viste así [por su providencia], ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mt. 6:30).

4.- Soporta con paciencia la aflicción

No te desanimes cuando Dios permite alguna cruz o aflicción en tu vida. Si te trae primero su misericordia, también puedes confiar en su bondad cuando te traiga su vara. Tienes la miel que endulza la copa más amarga.

Cuando Samuel fue a Belén, “los ancianos de la ciudad salieron a recibirle con miedo, y dijeron: ¿Es pacífica tu venida? Él respondió: Sí” (1 S. 16:4,5). Así, cuando una aflicción gravosa recae por un tiempo sobre el cristiano, puede causarle temor, hasta que sepa la razón de ella. Si has hecho las paces con Él, el temor se desvanecerá; puedes estar seguro de que la aflicción ha venido de Dios en una misión de misericordia.

Cristiano, ¿qué hay que te pueda separar del gozo de la paz de Dios? ¿Temes la ira de los hombres? Tal vez tienes muchos enemigos, y poderosos. ¡Que den rienda suelta a su ira! ¿Está Dios entre ellos, o no? ¿Toma Él  prestada la venganza de ellos para derramarla sobre ti? Si no, te preocupas inútilmente. Y

afrentas a Dios, cuya misericordia te puede proteger de su furia al no santificar su Nombre en tu corazón: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8:31). Aunque te rodeen, no hace falta temerlos más que una paja al viento. También te afrentas a ti mismo, porque mientras estés esclavizado a este temor paralizante de la pasión humana, nunca probarás la verdadera dulzura del amor de Dios.

Puede que seas pobre, o estés enfermo y atribulado. ¿Evitará la misericordia reconciliadora de Dios que murmures contra Él, y frenará tus miradas envidiosas a la prosperidad de los impíos? Recuerda que tienes un tesoro maravilloso que nadie puede reclamar, aun en la cima de la gloria mundana: “Puede que sea pobre y esté enfermo, pero por la misericordia de Dios tengo su paz”. Si esta palabra se medita, lo cambia todo: la felicidad del pecador próspero en luto, y la pena del cristiano en gozo.

5.- Que la esperanza se alimente de la gloria celestial

Consuélate con esta verdad: si tienes paz con Dios ahora en la tierra, no tardarás en celebrar su amor en el Cielo con Él: “A los que justificó, a éstos también glorificó” (Rom. 8:30). Antes de pensar que es demasiado bueno para ser cierto, una palabra de ánimo para ti: Los santos glorificados en el Cielo son todos pecadores justificados. No hay más de unos que de otros.

¿Eres alguien justificado por la fe? Regocíjate con tus hermanos santos en la esperanza de la gloria de Dios. La tienes delante. Cada día te acercas, y nada te puede retener de llegar más a ella: ni siquiera tus pecados más temidos. Aquel que pagó el precio completo en tu conversión tendrá suficiente misericordia para pasar por alto las pequeñas deudas que la sutileza de Satanás y tu debilidad hayan puesto en tu contra. Eras un enemigo cuando Dios canceló tu primera deuda, pero ahora eres su amigo. Dios garantiza que proveerá para tus obligaciones posteriores, ya que no piensa perder su primera inversión.

Cristo murió para hacer de los enemigos de Dios amigos en el Cielo: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5:10). En otras palabras: “¿Puedes creer que Dios ha llevado a sus enemigos sanguinarios a un lugar de paz y favor divinos? Entonces es más fácil que tu fe proceda lógicamente desde la reconciliación hasta la salvación, que desde la hostilidad y enemistad hasta el perdón y la paz”.

Si Cristo obtuvo la reconciliación con su muerte, cuando estaba más débil y humillado, ¿cuánto más salvará a aquellos que ha reconciliado desde su Trono poderoso en el Cielo? Él utiliza “las llaves de la muerte y del Hades” libremente, para abrir y cerrar las puertas de la paz a su antojo a favor del creyente (Ap. 1:18).

6.- Testifica a los demás

La casa del Padre todavía no está llena: “Aún hay lugar” (Lc.

14:22). ¿No hay nadie que ames tanto como para hablarle de la misericordia divina en Cristo? El esposo carnal que está a tu lado, los hijos de tu vientre, los vecinos que ves todos los días; si mueren hoy tal como viven, su alma preciosa se perderá para siempre. Pero estos ciegos espirituales no se imaginan el tormento que se les viene encima, como una oveja no se pregunta por qué el carnicero afila el cuchillo justo antes de segarle la vida.

Mientras más implacables sean los pecadores con sus propias almas, más compasión debes tenerles. Cuidamos más a aquellos que menos pueden cuidarse. Si la enfermedad de un amigo fuera tan grave que no pudiera valerse, ¿lo cuidarías o lo dejarías morir? Supongamos que se condenara a muerte a un niño, y no se intentara conseguir el indulto, ¿harías todo lo posible por no ver terminar sus días de forma tan lamentable? En definitiva: si tu vecino se encerrara para suicidarse, ¿derribarías la puerta para salvarlo?

¿Dónde está la santa violencia necesaria para salvar las almas? Observamos como corren al Infierno padres, maridos, hijos y vecinos ante nuestros ojos sin preguntarles ni siquiera por qué. Por amor al Señor, ten más misericordia de las almas pecadoras. Has encontrado el banquete, ¿vas a dejar a otros morir de hambre sin saber dónde está la mesa?

Ve e invita a todos a la casa de Dios. Así lo hizo David: “Gustad, y ved que es bueno Jehová” (Sal. 34:8). No temas enviar más invitados de los que Dios quiere; Él dice que desea más: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:40). Además, Dios amenaza a aquellos que impiden que los pecadores hagan las paces con él halagándolos con una falsa paz: “Habéis fortalecido las manos del impío para que no se aparte de su mal camino a fin de preservar su vida” (Ez. 13:22, LBLA).

¡Es una gran obra ganar almas para Cristo! Un médico nunca se enfada con alguien que le trae un paciente, porque al curarle se extenderá el conocimiento de su dedicación y pericia. Y es el gran propósito que Cristo ha tenido desde hace mucho, y por el cual ha orado: “Para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21). Su objetivo al reunir a las almas por la gracia del evangelio, es “tomar de ellos [los pecadores] pueblo para su Nombre” (Hch. 15:14). Dios quiere escoger un pueblo particular, mostrarles su misericordia, y hacer que su nombre sea exaltado.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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