“Habló Jehová a Moisés, diciendo: Dirás asimismo a los hijos de Israel: Cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran en Israel, que ofreciere alguno de sus hijos a Moloc, de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará. Y yo pondré mi rostro contra el tal varón, y lo cortaré de entre su pueblo, por cuanto dio de sus hijos a Moloc, contaminando mi santuario y profanando mi santo nombre. Si el pueblo de la tierra cerrare sus ojos respecto de aquel varón que hubiere dado de sus hijos a Moloc, para no matarle, entonces yo pondré mi rostro contra aquel varón y contra su familia, y le cortaré de entre su pueblo, con todos los que fornicaron en pos de él prostituyéndose con Moloc”. —Levítico 20:1-5
El sacrificio de los niños
Moloc era un dios de los amonitas a quien “ofrecían sus hijos por medio del fuego”. Es decir, los sacrificaban. Los sacrificios se ofrecen a los dioses para obtener el favor de ellos y alcanzar prosperidad, placer y poder.
¿Acaso es distinto el aborto? Más precisamente aún, ¿no es el aborto el equivalente al sacrificio de los niños? Las razones para el aborto son claras. Las personas quieren placer sexual (con frecuencia por medio de la fornicación o el adulterio) sin las consecuencias biológicas; también quieren prosperidad, pero los niños implican un gran coste e interfieren con las actividades que traen poder y prestigio. Los hijos son la causa de muchas inconveniencias para los padres. Tener hijos exige que la mujer se convierta en una “esclava” que no puede salir de casa (según los libertinos). De manera que hoy en día, Moloc está vivo y sano. Aunque las personas no creen que una deidad los recompensará por el sacrificio de sus hijos, están convencidos de que alcanzarán ciertos beneficios por medio de la destrucción de estos.
Debemos estar seguros sobre cuál es la postura de Dios que se expresa en este pasaje. No sólo el que ofrecía a un niño como sacrificio debía recibir la pena de muerte por apedreamiento, sino que también debía serlo cualquiera que supiera algo sobre el acto y permitiera que éste quedara impune (“si… cerrare sus ojos”). El juicio de Dios no sólo recaía sobre esa persona, sino también sobre su familia. Hoy en día, la mayoría de las personas “cierran sus ojos” mientras que el gobierno y la profesión médica sacrifican a los niños de forma oficial. Y lo que es mucho peor, la mayoría de las personas que dicen ser cristianas apoyan esta práctica… Y los médicos son los sacerdotes que llevan a cabo este sacrificio.
Un síntoma
El aborto es un síntoma: Uno de los principios más importantes en la práctica de la medicina es la distinción entre los síntomas y las enfermedades. Por ejemplo, una tos puede ser un síntoma de neumonía, sinusitis, cáncer de los pulmones, tuberculosis o un sin número de enfermedades diferentes. En este caso, podemos aplicar el mismo principio. El aborto no es la enfermedad: Es un síntoma. La enfermedad es el secularismo humanista, como se denomina comúnmente. De forma más específica, consiste en una mentalidad anti Dios que no incluye una norma del bien y del mal. La cura no está meramente en aprobar leyes que prohíben el aborto, más bien es la regeneración o el “nuevo nacimiento”. Cuando esto ocurre, [Dios transforma] a la persona de modo que deja de ser un secularista humanista y se convierte en alguien que cree en la Biblia.
Para los verdaderos cristianos, el oponerse al aborto es una ética imprescindible. La práctica es completamente opuesta al carácter de Dios y a lo que Él ha establecido para la raza humana. En todo lugar, Dios es descrito como el Dios de la vida, no de la muerte… La definición verdadera de la vida es la comunión con Dios. En ningún lugar vemos que la muerte de personas inocentes se presenta como una solución bíblica para algún problema.
Además, Él se describe a sí mismo como el Dios de los huérfanos y nos manda a ejercer un cuidado especial para con ellos (Dt. 14:29; Is. 1:17; Stg. 1:27). Sin duda, hoy en día los niños en el vientre son huérfanos. En la decisión de Roe vs. Wade, la Corte Suprema de 1973 negó que el padre tuviera cualquier derecho a determinar lo que se hará o no se hará con un niño antes de nacer. Esta ley, no sólo se aplica a los bebés que son concebidos fuera del matrimonio; también se aplica a aquellos que se conciben dentro del vínculo matrimonial. De este modo, se hace posible la destrucción de la esencia del matrimonio junto con la del niño en el vientre. Dios trajo juicio a familias, así como a individuos, por destruir el matrimonio de esta forma (Lv. 20:5).
Los niños en el vientre materno se encuentran entre las personas más indefensas. No pueden alzar su voz para protestar. No pueden huir del peligro… Al contrario, Dios ubicó a los niños en el vientre para que fueran los receptores de la máxima protección. Su nutrición se lleva a cabo de forma constante y fiable. Su medio ambiente es cómodo e invariable. No tienen que relacionarse con las personas ni ser ofendidos por estas. Reciben muy buena protección física y, a veces es tan efectiva que la madre puede recibir un daño serio sin que ellos sean afectados…
El aborto y la familia
Debemos entender que, así como el aborto representa la destrucción de la vida humana, también representa la destrucción de la familia, y puede ser que hasta en mayor grado. La relación humana más íntima es la de “una sola carne” que existe entre el esposo y la esposa (Gn. 2:24b; Mt. 19:1-10). El llamamiento más grande al cuidado para con otra persona es que el esposo debe amar a su mujer “así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5:25) y a cuidarla y valorarla como a su propio cuerpo (Ef. 5:28-29). La declaración que muestra esta unión negativamente es, claro está, el séptimo mandamiento: “No cometerás adulterio” (Éx. 20:14).
La mayoría de los abortos se cometen para “curar” los embarazos que son el resultado de la promiscuidad sexual. El alcance de la promiscuidad está directamente relacionado con el valor que se le atribuye al propósito de Dios para la sexualidad en el matrimonio. Sin duda, hasta la sociedad más “cristiana” tendrá cierta medida de inmoralidad sexual, pero no abiertamente ni de forma tan prevalente como en aquella que ha devaluado a la familia. Tanto el hombre promiscuo como la mujer afirman que limitar la sexualidad al matrimonio no tiene importancia. El aborto, la destrucción de la vida que fue creada por esa unión, es un rechazo más del valor de la familia dentro de la cual el niño hubiera nacido. El embarazo que es el resultado de la promiscuidad no tiene que terminar en un aborto. El bebé se puede dar en adopción. Entonces, el aborto no es una consecuencia de la promiscuidad, sino más bien una declaración más de que el criar a un niño en una familia no tiene importancia. En realidad, la madre se comporta como si considerara que sería mejor que el niño en su vientre muriera antes de ser criado en una familia.
El aborto causa aún más deterioro en la familia. En ocasiones, la madre extenuada puede pensar que hubiera sido mejor abortar a sus hijos para evitar las dificultades que la asedian. Que Dios no lo permita, ¡pero algunas madres hasta llegan a expresar el pensamiento! Los esposos y las esposas sienten menos temor de cometer adulterio porque saben que, si la mujer resulta embarazada, el aborto es un “plan de contingencia” efectivo y secreto. Además, a medida que el número de niños se incrementa en una familia, también crece la tentación de abortar el próximo niño para evitar añadir presión al presupuesto familiar.
Se dice que el aborto ayuda al Estado en su control de la familia, pero el patrón bíblico es que los hijos adultos cuiden de sus padres cuando estos ya no pueden valerse por sí mismos (Mr. 7:6-13). Sin hijos, los ancianos tienen que depender del Estado para recibir cuidado si no han provisto adecuadamente para la vejez (y la mayoría no lo han hecho). Aunque tengan un hijo o dos, la carga sobre un número tan limitado puede ser demasiado fuerte para ellos, de forma que no puedan lidiar con ella y con sus propias responsabilidades financieras a la vez.
Las consecuencias sociales del aborto
Los bebés, los niños y los adultos que estos llegan a ser, son una fuente de conocimiento y riqueza para una sociedad. Desafortunadamente, algunos piensan que cuando la población aumenta, quedan menos recursos disponibles per cápita. Ignoran los recursos que son propios de una población que está creciendo, especialmente en una sociedad industrial. En primer lugar, los bienes y los servicios que se necesitan para cuidar de estos niños hasta que lleguen a ser adultos son sustanciales. La mujer necesita ropa especial y cuidado médico cuando está encinta. Los bebés y los niños necesitan ropa, comida y casas más amplias. Cuando empiezan a asistir a la escuela, necesitan útiles y maestros. Todos estos artículos generan industrias y empleos para un gran número de personas.
Para el tiempo en que los niños entran en la escuela, ya ellos mismos se han convertido en compradores. Puede ser que su impacto inicial no sea grande, pero el ingreso que los adolescentes de hoy en día tienen disponible para gastar es impresionante. Después, cuando se casan y tienen a sus propios hijos, incrementan los bienes y los servicios que se necesitan. Cuando llegan a formar parte de la fuerza laboral, se convierten en productores. Su talento y conocimiento incrementan la eficacia y la producción. ¡Además, empiezan a pagar impuestos!… Resulta irónico que los bebés sean abortados por la inconveniencia financiera que representan para las familias y para la nación. Estos son ahorros a corto plazo, si es que lo son. A la larga, los abortos significan una gran pérdida de recursos humanos y de productividad para una nación. Como cristianos, debemos adoptar el axioma de que cualquier violación de las leyes de Dios tiene consecuencias económicas severas a largo plazo. El aborto es atroz en sí mismo, pero el alcance de sus consecuencias va mucho más allá del acto. “La paga del pecado es la muerte” (Rom. 6:23), tanto directamente para el niño en el vientre como indirectamente para la salud económica y social de una nación.
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Tomado de “Abortion: The Killing Fields” (El aborto: Los campos de la muerte), publicado en Biblical Healing for Modern Medicine (Sanación bíblica para la medicina moderna).
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Franklin E. (Ed) Payne: (Doctor en Medicina). Médico estadounidense que enseñó Medicina de la familia en el Medical College of Georgia (Colegio de medicina de Georgia), Estados Unidos, durante 25 años; junto con Hilton Terrell, PH.D., M.D., ha escrito de forma útil y extensiva sobre los temas de la ética bíblica médica (www.bmei.org), la visión del mundo (www.biblicalworldview21.org) y la filosofía bíblica cristiana (www.biblicalphilosophy.org).