En BOLETÍN SEMANAL

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”. —Efesios 1:7

La grandeza del perdón de Dios

Pecador, si confías en Cristo, Él perdonará el pecado más vil en el que hayas caído jamás. Si el crimen del asesinato está sobre tu conciencia (¡que Dios no permita que así sea!), si el adulterio y la fornicación te han ensuciado el alma, si todos los pecados que el hombre ha cometido alguna vez, enormes y terribles en su agravio, se pueden con justicia poner en tu contra, a pesar de todo esto, recuerda que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7) y que “en él es justificado todo aquel que cree” (Hch. 13:39), sin importar cuan negros sean tus pecados.

Me agrada la forma en que Lutero trata este tema, aunque a veces es demasiado atrevido. Afirma: “Jesucristo no es un salvador farsante para pecadores farsantes, más bien es un Salvador real que ofrece una expiación real para pecados reales, para crímenes crasos, para ofensas desvergonzadas, para transgresiones de todo tipo y todo tamaño”. Y uno que es mucho mayor que Lutero dijo: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18). ¿No he abierto la puerta de misericordia de par en par? No hay nadie aquí que se atreva a decir: “El Señor Spurgeon ha dicho que soy demasiado culpable como para ser perdonado”. No he dicho nada semejante. Sin importar cuán grande sea tu culpa, aunque tus pecados, como grandes montañas, se eleven sobre las nubes, los diluvios de la misericordia divina pueden cubrir las cimas de las montañas más altas de iniquidad y ahogarlas a todas. ¡Que Dios te conceda la gracia para creer este mensaje y para probar su veracidad esta misma hora!

La grandeza del perdón de Dios se puede medir por su liberalidad. Cuando un pobre pecador acude a Cristo en busca de perdón, Cristo no le exige algún pago por este perdón, ni le pide que haga algo, ni que se comporte de cierta manera, ni que sienta algo, sino que se lo concede libremente. Sé lo que piensas: “Es necesario que yo sufra cierta penitencia de corazón, por lo menos, si no de cuerpo. Tendré que llorar mucho, orar mucho, hacer mucho, sentir mucho”. Pero esto no es lo que dice el evangelio; estas cosas tan solo se encuentran en tu imaginación. El evangelio [afirma]: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hch. 16:31). Confía en Jesucristo, y de inmediato te otorgará el perdón libre de tus pecados, sin dinero y sin costo alguno (Is. 55:1).

Otro factor que indica la grandeza de este perdón es su rapidez. Dios te perdonará inmediatamente, tan pronto como confíes en Cristo. Había una hija a quien su padre amaba mucho, quien, en una mala hora, abandonó su hogar y vino a Londres. Aquí se encontraba sin amigos y pronto cayó en las garras de hombres malvados y se convirtió en una ruina total. Un misionero de la ciudad se reunió con ella, le habló fielmente sobre su pecado y el Espíritu Santo la condujo a los pies del Salvador. El misionero le pidió el nombre y la dirección de su padre y, por fin, ella se lo dio. Pero le dijo: “De nada servirá si le escribo. He sido la causa de tanta deshonra para mi familia que estoy muy segura de que él no responderá a ninguna carta”. Le escribieron al padre y le explicaron el caso; y la carta que les devolvió decía en el sobre, con grandes letras escritas a mano, la palabra inmediato. Dentro escribió: “He orado todos los días para que se me permitiera encontrar a mi hija y me regocijo al haber oído de ella. Que regrese a casa de inmediato. La he perdonado libremente y anhelo estrecharla contra mi pecho”. Ahora, alma, si buscas misericordia, esto es exactamente lo que el Señor hará contigo. Él te mandará misericordia con el sello de “inmediata” y la tendrás en seguida. Recuerdo como yo encontré misericordia en un momento, mientras escuchaba que me decían que mirara a Jesús para recibir perdón. Sí, miré, y tan rápido como un relámpago, recibí el perdón del pecado, perdón en el que me he regocijado hasta esta misma hora. ¿Por qué no puede ocurrir lo mismo contigo, aunque seas el peor y más ennegrecido pecador que se encuentra aquí, el más duro y el que tenga menos posibilidad de arrepentimiento? Que el Señor te lo conceda y ¡para Él sea la alabanza!

Nuevamente, la grandeza del perdón de Dios puede medirse por lo completo que es. Cuando un hombre confía en Cristo y recibe perdón, su pecado se borra de tal manera que es como si nunca hubiera existido. Tus hijos traen sus cuadernos a casa sin mancha alguna, pero si los examinas cuidadosamente, podrás ver dónde quedan las marcas donde se ha borrado algún error. Pero cuando el Señor Jesucristo borra los pecados de su pueblo, no deja marcas de borradura; los pecadores perdonados son aceptos ante Dios como si nunca hubieran pecado.  

Tal vez alguno dirá: “Hablas con mucho énfasis sobre este asunto”. Sé que lo hago, pero no voy más allá de lo que dice la Palabra de Dios. El profeta Miqueas, hablando del Señor bajo la inspiración del Espíritu Santo, afirma: “Echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Mi. 7:19). No los echará en una parte poco profunda del mar, sino en las grandes profundidades, como si fuese en el centro del Atlántico… “¿Que todos mis pecados serán borrados?”. Sí, todos ya han sido borrados, si crees en Jesús, porque Él los lanzó en su tumba y allí quedarán enterrados para siempre. Si me encuentro en Jesucristo, el veredicto de “no hay condenación” (Rom. 8:1) será mío para siempre porque ¿quién puede condenar a alguien por quien Cristo murió? Nadie, ya que “a los que justificó, a éstos también glorificó” (Rom. 8:30). Si has confiado tu alma a la expiación obrada por la sangre de Cristo, has sido [perdonado] y puedes proceder a andar en tu camino en paz, con el conocimiento de que ni la vida ni el infierno pueden separarte jamás de Cristo. Le perteneces a Él y serás suyo para siempre jamás.

  Cristo perdona el pecado

Ahora concluyo enseñándote cómo Cristo, en realidad, perdona el pecado. Estoy seguro que lo hace; lo he comprobado en mi propio caso y he escuchado de muchas otras personas que han probado lo mismo que yo. He visto como Cristo ha tomado a un hombre lleno de pecado, lo ha renovado y, en un momento, ha hecho que sienta —y que sea un sentimiento genuino— que Dios lo ama, de forma que ha exclamado: “¡Abba, Padre!”. Tal hombre ha empezado a orar y ha visto respuesta a sus oraciones. Dios le ha manifestado su gracia infinita de mil formas. Con el tiempo, Dios le ha confiado a este hombre algún servicio para Él como Pablo y otros que fueron confiados con el evangelio y como algunos de nosotros también lo somos. El Señor se ha comportado con mucha confianza y mucha bondad con algunos de nosotros y nos ha bendecido con toda bendición espiritual en Jesucristo.

Ya he concluido al decir lo anterior y, como estas cosas son verdaderas, entonces nadie debe desalentarse. Hermana, permite que se relajen las líneas de tu rostro. Dices que nunca serás salva, pero no debes hablar de esa manera porque Cristo perdona “según las riquezas de su gracia”. Hermano, ¿estás turbado porque has pecado contra Dios? Ya que Él está tan dispuesto a perdonar, debes sentirte afligido por haber ofendido a un Dios tan misericordioso. Sin embargo, ya que Él está dispuesto a perdonar, también nosotros debemos estar dispuestos a ser perdonados. No abandonemos este tema, aunque ya pronto será la hora de la medianoche, hasta que hayamos recibido esta gran redención, este gran perdón para grandes pecados.

¡De modo que te he predicado el evangelio! Si lo rechazas, será a riesgo propio… No puedo decir nada más. Hay perdón para los que creen. Jesucristo es completamente digno de tu confianza. Confía en Él ahora y recibirás perdón libre y completo. ¡Que el Señor te ayude a hacerlo, por amor a Jesucristo! Amén.

Tomado de un sermón que se predicó el domingo por la tarde, el día 31 de diciembre de 1876 en el Tabernáculo Metropolitano, en Newington, Inglaterra.

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Charles H. Spurgeon (1834-1892): Predicador bautista inglés influyente. Nació en Kelvedon, Essex, Inglaterra.

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