Esta doctrina debe ser la prueba de tu paz y tu consuelo. Ya que Satanás falsifica el consuelo tanto como la gracia, hay que considerar seriamente algunas características de la paz que Cristo anuncia para su pueblo desde el evangelio.
1.- El consuelo del evangelio se derrama en el corazón quebrantado
El consuelo del evangelio se conoce por la vasija que lo contiene: “Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Is. 57:15). La comisión del Padre para Cristo también limita su consuelo a tales personas: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón” (Is. 61:1).
Así vemos el orden bíblico para consolar el alma. Como en un tapiz, se pone el fondo oscuro y grave antes de añadir los bellos colores. Al igual que el escultor que corta y talla su estatua antes de cubrirla de oro, el Espíritu de Cristo empieza con la tristeza que reprende el pecado y termina con el gozo que libera de temor. Primero hiere, para luego sanar y envolver el alma en paz y consuelo.
Espero que no pienses que yo limito al Santo de Israel a obrar en el mismo grado y la medida en todos. Pero en todo caso, la obra humilladora del Espíritu debe convencer a la persona antes de que vengan la paz y el consuelo para vaciar el alma de la falsa confianza allí almacenada. Entonces el corazón se convierte en una vasija con el fondo quebrado, que deja salir toda el agua. Odia los pecados que antes amaba. Las esperanzas que le complacían y sostenían se desvanecen, y la persona queda desolada y solitaria.
El alma se da cuenta de que no hay nada entre ella y el Infierno sino Cristo; y por no morir, clama a él, dispuesta a seguir sus instrucciones. El alma es como el paciente convencido de la destreza y el cuidado personal de su médico. Esto es lo que llamo “el corazón quebrantado”.
Te ruego que no descanses hasta que tu conciencia responda ciertas preguntas: ¿Era tu vino agua? ¿Surge tu luz de tinieblas? ¿Es tu paz un producto del conflicto y la aflicción del alma? ¿Has sangrado antes de sanar? De ser así, bendice a Dios que ha cambiado tu lamento en baile.
Por otra parte, si bebiste vino antes de llenar tus vasijas de agua; si tu amanecer llegó antes que la noche; si tu paz se firmó sin que se rompiera la falsa paz; si tu conciencia estaba sana antes de ser abierta y vaciada del orgullo y la confianza carnal, puede ser que poseas una paz muy efímera. Jesús niega que todo esto sea su sanidad. Es necesario un poder mucho mayor para producir la verdadera tristeza según Dios, que el gozo falso. Estarías mejor gimiendo por la pena de una conciencia turbada, que bailando en torno al ídolo diabólico de la paz.
2.- La paz del evangelio se da a los siervos obedientes
a). En el camino de la obediencia y la santidad
“A todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos” (Gál. 6:16). “Esta regla” es el andar santo de la “nueva criatura” según la Palabra de Dios (v. 15). Los principios de la gracia plantados en el alma del creyente son tan apropiados para ella como el acuerdo entre el ojo y la luz.
No basta con que uno sea nueva criatura y tenga el principio de la gracia en el corazón; debe andar según esta regla. Si falla, no tendrá verdadera paz de conciencia. Sabemos que no puede haber verdadera paz fuera de la que el Consolador trae al cristiano. Es bíblicamente seguro que Aquel que nos manda: “Que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente” (2 Ts. 3:6), apartará su consuelo de los desobedientes.
Si prefieres una vida carnal, no digas nunca que el Espíritu te trae consuelo. Él no te desearía el bien en tal carrera. No, el Espíritu apartó su consuelo en el momento en que tú te apartaste de su santo camino. Toda la paz que finges poseer es ilícita; y mayor razón tienes de avergonzarte de ella que de gloriarte. No es motivo de orgullo el que una mujer dé a luz un hijo cuando su marido, estando fuera, no puede ser el padre de la criatura. Pero es peor aún que tú reclames un consuelo que no proviene del Espíritu de Cristo.
b). En el camino del servicio
“Y el mismo Dios de paz os dé siempre paz en toda manera” (2 Ts. 3:16). Esto es, él bendecirá todo medio y oportunidad debidos para llenar tu alma de paz interior. El que nunca busca a Dios, pero se jacta de su paz personal, hace que los creyentes sobrios cuestionen la verdad de su testimonio.
Por supuesto que Dios, por un ministerio especial de su Espíritu Santo, puede pasar por alto la labor de escuchar, orar y meditar del cristiano, ¿pero dónde está escrito que lo haga? ¿Por qué esperamos la paz sin buscar a Dios? No pensamos en cosechar antes de arar y sembrar. Si fuéramos como Israel en el desierto, donde se les retiraron las oportunidades de hacerlo, y si lucháramos contra la pereza y el orgullo, entonces no me sorprendería ver que las consolaciones caían sobre el alma tan abundantes como el maná alrededor de las tiendas hebreas. Pero Dios dejó de dar el maná en cuanto los israelitas tuvieron trigo para hacer su pan.
Tampoco el Señor consolará milagrosamente cuando el alma pueda obtener consuelo por medio de las ordenanzas: la adoración, la predicación, la Santa Cena, etc. Dios bien podría haber enseñado personalmente al eunuco, y haberlo iluminado con una luz del Cielo. En su lugar, envió a Felipe para predicarle la Palabra; sin duda a fin de honrar el ministerio de su evangelio.
3.- La paz del evangelio fortalece y restaura al cristiano
Esa paz da fuerzas al cristiano para luchar contra el pecado y Satanás. El santo se reanima al saborear un poquito de esa miel, ¡pero qué destrucción es capaz de causar entre sus enemigos cuando ha comido hasta saciarse! Puede salir a la batalla como un gigante refrescado con el vino, y nadie será capaz de hacerle frente.
La paz también fortalece al cristiano para trabajar. Pablo se acordó de la misericordia de Dios, y la conciencia de su amor ardió en su corazón hasta infundirle un celo por el evangelio por encima de aquel de sus compañeros. Esta misma paz hizo a David orar con tesón para volver a beber de ese vino que se le había negado por tanto tiempo. “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” (Sal. 51:12,13). El motivo principal que tenía para pedir la paz no era su ferviente anhelo por el dulce sabor de ese vino; lo que él deseaba era el poder para la obra de Dios.
Te animo a considerar cuidadosamente lo que la paz ha hecho en tu vida. ¿Eres humilde u orgulloso a causa de ella? ¿Andas más unido al evangelio? ¿Cómo es tu adoración? ¿Anhelas la comunión con Dios, o te sientes formalista y sin vida? En resumen, ¿puedes mostrar que la paz y la virtud crecen juntas en tu espíritu? ¿O mengua la primera porque finges tener la segunda? Así sabrás si tu paz proviene del Príncipe de Paz o de este mundo, del Dios de la verdad o del padre de la mentira.
4.- La paz del evangelio consuela el alma
La paz del evangelio fortalece el alma cuando esta no tiene otro consuelo. Es una bebida muy rica en sí mismo y no le hace falta otro ingrediente. De forma parecida, la devoción de David se dirigió únicamente hacia Dios: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:25). Teniendo a Dios, su amor y su favor, David contaba con todo lo necesario. Así la paz del cristiano le da las mayores ganancias de gozo, cuando los goces externos apenas le proporcionan nada, o hasta le causan conflictos.
“David se fortaleció en Jehová su Dios” (1 S. 30:6). Si la paz de David no hubiera estado sana le habría costado pensar en Dios en medio de sus demás congojas. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Sal. 119:165). Esto distingue la paz del cristiano de aquella del mundano y el hipócrita.
a.- La paz del mundano
Su paz desaparece totalmente en cuanto la desgracia o la pobreza toca su vida. Si lo único que se ve son las tinieblas en lugar de la luz, Cristo viene para contrastar su paz con la del mundo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27). Estaba preparando a sus discípulos para su partida, sabiendo que sería una dura prueba para la paz de ellos.
Es como si Cristo dijera: “Si la paz que recibís de mí consiste en lo mismo que la paz mundana (dinero, comodidad y felicidad carnal), tendréis toda la razón del mundo para lamentaros en mi funeral. ¡No!, podéis esperar problemas y persecución. Pero siempre estaréis seguros de que la paz que os dejo no reside en las propiedades, sino en los corazones. Mi consuelo no estriba en oro y plata, sino en el perdón de pecados y la esperanza de gloria. La paz que os dará el Consolador, que viene de mí para morar en vosotros, durará más que todo el gozo del mundo”.
Ningún padre dejó tal herencia para sus hijos. Por supuesto que muchas despedidas en el lecho de muerte han deseado la paz de la familia, pero solo Cristo podía enviar un Consolador y hacer morar la paz en los corazones humanos pasara lo que pasase.
b.- La paz del hipócrita
A veces alguien finge encontrar su consuelo en Dios en lugar de en las personas, posesiones y situaciones. Parece gozarse en Cristo y en las promesas preciosas del evangelio; pero al llegar la prueba verdadera y perder todo consuelo terrenal, se le ve como es, y Dios lo juzga por fraude espiritual. ¿Y tú? ¿Te acompaña tu paz solo hasta la puerta de la cárcel o la cama del hospital? Es fácil confiar en la salvación mientras se tiene salud; pero en cuanto se avista la muerte, ¿te muestra tu conciencia que tu paz es fingida?
Sé que la aflicción es dura de llevar. Aun el creyente más sincero puede verse alejado de sus defensas por un tiempo, y dar la impresión de que Satanás hubiera apresado su confianza. Algunos magníficos cristianos han sido arrastrados por la corriente de violentas tentaciones, hasta llegar a cuestionarse si su antigua paz era del Espíritu Santo o del engañador malvado.
Hay una gran diferencia entre las dos:
1.- Difieren sus causas. Las tinieblas que a veces rodean el espíritu del cristiano sincero que se encuentra en grave angustia, provienen de haber apartado Dios su presencia luminosa. Pero el horror del tormento del hombre engañado procede directamente de la conciencia culpable que la prosperidad y la distracción han adormilado. A medida que la mano de Dios despierta a la conciencia aletargada, se revela la falsedad de su profesión de fe. Es verdad que la conciencia del cristiano puede acusarlo justamente de descuido o contemporización por la fuerte tentación, pero no puede de tener un motivo hipócrita en todo su andar cristiano.
2.- Difieren las cosas que las acompañan. Las obras vivas de la gracia son visibles, aun cuando el cristiano está afligido. Cuanto menos se goce en el conocimiento del amor de Dios, con más intensidad lamentará el pecado que ha nublado su gozo. Cuanto más se haya alejado Cristo de su vista, tanto más se aferrará al amor por el Salvador y clamará a él con la oración de Hemán: “Mas yo a ti he clamado, oh Jehová” (Sal. 88:13). Su súplica sincera asciende a Dios al amanecer.
El alma atribulada envía al Cielo las oraciones más fervientes, mientras su afecto arraigado sube ante Dios deseando la vista de su rostro y su favor. Ningún hijo expulsado de la presencia de su padre deseó más el abrazo de ese padre airado, que el santo atribulado que anhela sentir la luz del rostro divino de nuevo. Escudriña su corazón, estudia la Palabra y lucha con Dios por la gracia que restaure su consuelo y su paz. Por otra parte, el hipócrita no desea el amor, la gracia o la santidad por su excelencia intrínseca; considera estas cualidades meros vales para salir de la mano del atormentador.
3.- Difieren en sus resultados. El cristiano es como una estrella en el firmamento, que cruza la nube que ha ocultado su consuelo durante algún tiempo. Pero el hipócrita es como un meteoro que arde en el aire para caer en la cuneta, donde pronto se apaga. Así los distingue el Espíritu de Dios: “La luz de los justos se alegrará; mas se apagará la lámpara de los impíos” (Pr. 13:9). En este versículo, el gozo del cristiano sincero se compara con la luz del sol, que sube cada vez más aunque las nubes la oculten de la vista. Finalmente irrumpe aún con más gloria que nunca, y se regocija por encima de la niebla que parecía esconderla.
Pero el gozo de los impíos se gasta y consume como una vela alimentada por la prosperidad externa. En poco tiempo se desvanece, y el consuelo del engañado se extingue, sin esperanza de volverse a encender.
El alma atribulada del cristiano también se ha comparado con una persona que se desmaya: es algo temporal y pronto se recupera. El corazón del santo se inquieta a causa de su pecado: “Porque me han rodeado males sin número; me han alcanzado mis maldades, y no puedo levantar la vista. Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza, y mi corazón me falla” (Sal. 40:12). Pero antes del final del Salmo, el creyente gime profundamente en oración, y de nuevo recupera la fortaleza de su fe en Dios: “Aunque afligido yo y necesitado, Jehová pensará en mí. Mi ayuda y mi libertador eres tú” (v. 17). Sin embargo, la esperanza del hipócrita se tambalea y se muere: “Pero los ojos de los malos se consumirán, y no tendrán refugio; y su esperanza será dar su último suspiro” (Job 11:20).
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall