Puesto que la noche lúgubre de la pobreza y ceguera espiritual se extiende sobre naciones, estas se encuentran bajo el ataque continuo del carnicero malvado del Infierno. Este devorador de almas conquista fácilmente a los que están en tinieblas. Pone un cuchillo en su garganta y no encuentra resistencia, ya que están profundamente dormidos en su ignorancia, sin la única luz que puede revelar la vía de escape.
Los cristianos que han saboreado la dulzura de la gracia evangélica tiemblan ante la condición de los inconversos. Que Dios nos perdone por no clamar más por ellos. No vivimos tan alejados de esos inconversos como para que no los compadezcamos, oremos por ellos y deseemos fervientemente su salvación. No te engañes: no hacerlo nos salpica de la culpa por su sangre, derramada constantemente por el asesino de la humanidad.
Aunque no puedes dar a estos ignorantes una parte de tu salvación, recuerda que mueren de hambre porque nunca se han saciado del Pan de Vida. Algunos hasta han abrazado la falsa esperanza de que los paganos puedan encontrar a Cristo conociendo el sol, la luna y las estrellas, viendo la grandeza de la creación.
Los que comparten esta idea tal vez parezcan mejores para con los paganos, pero me temo que al final se verá que son más crueles que los otros por no obrar y orar para que la luz de la proclamación del evangelio surja con poder en las naciones.
Cuando el personal militar considera adecuada la defensa de un campamento, los refuerzos y la ayuda llegan más lentamente. Por eso, ¡ojalá que Satanás no hubiera engañado a tantos de esta misma manera! Si se pudiera aprender esta maravillosa lección de las estrellas, a estas alturas sabríamos de alguno que se salvó por esta vía. Por supuesto que la estrella llevó a los magos hasta Cristo, pero el predicador celestial les explicó su significado; de otra manera, no habrían comprendido lo observado.
El mundo rechaza el evangelio
Cuando el nacimiento del Salvador se anunció en Jerusalén, todo corazón debería haber latido de gozo, al ver como el bendito Mesías cumplía la esperanza de todas las generaciones. Pero ocurrió lo opuesto: la llegada de Cristo alarmó a los hombres como la llegada de un enemigo, en vez de que llegaba el Libertador de las almas.
Se podría razonar que, aunque tropezaran al aceptar el nacimiento y parentesco humilde de Cristo, seguramente lo adorarían cuando su divinidad se dejara ver en todos los milagros y señales que seguían a aquel Hombre. Cuando sus labios demostraran su autoridad al anunciar el gozoso mensaje traído del Padre, ¿no aceptarían ansiosos la salvación que se les predicaba? No, persistieron en la perversa incredulidad y rechazo obstinado de Cristo.
Aunque la Palabra, supuestamente tan adorada por los judíos, testificaba plenamente de Cristo y los acusaba ante sus conciencias, aun así, rechazaron a Jesús.
Cristo los amonestó: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:39,40). Querían la vida, pero preferían perderla antes que acudir a Él.
¿Ha cambiado el mundo desde entonces? ¿Se acoge mejor el evangelio de Cristo en la actualidad? La invitación sigue siendo la misma: “Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28). Lo peor que Cristo hace a los que acuden, es darles vida y salvación; pero miles esperan de alguna manera escuchar mejores noticias del mundo, relegando el evangelio a una lengua desconocida que no les concierne, por lo menos por ahora. Prefieren mantener una distancia cómoda con él, dando por sentado que habrá tiempo para encargarse de eso al entrar en la otra vida.
Pero el evangelio de Cristo nunca se ideó para acomodar los deseos carnales; no atrae a la gente con honores y placeres mundanos. Si Cristo hubiera satisfecho unos pocos deseos, aunque ello significara prometer menos en el mundo venidero, habrían acogido la noticia los que prefieren las anécdotas masculladas de un borracho antes que el mismo mensaje celestial.
¿Qué hará Dios entonces, con esta época degenerada en que vivimos? Me temo que un juicio terrible. Si se rechaza tan maravilloso evangelio, la tragedia no puede tardar. Dios viene a los hombres porque quiere; entonces, ¿por qué quedarse donde no es bienvenido? Cuando no hay nadie que compre su género, o son pocos los que lo hacen, es hora de que el mercader junte sus cosas y se vaya.
¿No vemos cómo sangran los nombres de los fieles mensajeros de Cristo bajo los reproches y ataques lanzados contra ellos? Las verdades preciosas del evangelio están casi cubiertas por el barro de los errores y blasfemias que las mentes corrompidas pagadas por el diablo mismo han tirado a la cara de Cristo y de su buena noticia. ¿Dónde está el valiente que frene las lenguas viles para que dejen de vomitar veneno contra el Señor Jesucristo? Cuando se opone alguno, es tan débil que los enemigos de Cristo se envalentonan. La justicia se esparce tan livianamente, como gotas de rocío sobre el fuego, que en realidad aumenta la llama de la ira de ellos en lugar de apagarla.
Pero bendito sea nuestro Dios: hay un remanente de cristianos que creen y saben que Cristo es precioso, que abrazan gozosos su evangelio y lloran en secreto por el desprecio de los profanos. Si no quedara algún creyente vencedor entre nosotros, la crisis sería mucho más desesperada de lo que es. Si estos cristianos no se hubieran aferrado a los pies de Cristo todos estos años, rogándole con fuerza que se quedara con ellos, su presencia se habría marchado hace tiempo. Aun así, hay consideraciones de la actitud mundana hacia el evangelio de Cristo que nos hace preguntarnos qué hará Dios ahora.
- – – – –
Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall