En ARTÍCULOS

1.-  A los incrédulos

Convéncete de recibir el mensaje del evangelio con fe en el corazón; es la mejor noticia que puedes enviar al Cielo como acción de gracias por la buena noticia de Cristo. El anuncio de haber abrazado a Jesucristo será tan bueno para el Cielo como el mensaje de la salvación en él lo fue para ti: “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente…” (Lc. 15:7). Los ángeles que aclamaron la llegada de Cristo al mundo no se quedarán mudos cuando lo recibas en tu corazón, porque para eso vino.

El Hijo de Dios descendió cuando vino a la tierra, pero ahora asciende. Su venida fue un acto de humillación, pero tu salvación es su exaltación.

Podemos comprender el regocijo del Cielo por la salvación, al ver el gozo que esta le proporcionó a Cristo en la tierra. Tenía que ser una gran noticia para hacer sonreír al “varón de dolores” (Is. 53:3). Leemos que cuando los discípulos que fueron enviados a predicar el evangelio volvieron con noticias de la victoria, “Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Lc. 10:21).

De todos los años de su vida, fue en ese momento cuando Cristo expresó su gozo. El cuidado del Espíritu Santo al hacer constar este pasaje nos dice lo mucho que le importaba a Cristo la salvación de las almas. Entonces, si queremos darle una buena noticia, debe ser la de la autoridad de su evangelio en nuestros corazones. Esto hizo a Cristo regocijarse en medio de sus dolores aquí en la tierra, y ahora, en el Cielo, le alegrará aún más, ya que todos sus sufrimientos han sido sanados, han quedado atrás y desaparecido.

Si la aceptación del evangelio es tan buena noticia para Cristo, imagina el disgusto que le causará su rechazo. Igual que se goza en el Espíritu al saber que el evangelio prevalece, también debe airarle profundamente cuando el mundo incrédulo lo desprecia. De hecho, esta verdad la ilustró con la parábola de los siervos y la cena: “Entonces enojado el padre de familia…”. Cuando sus siervos enviados a invitar a la gente (esto es, a predicar el evangelio) volvieron trayendo corteses excusas, tanto se airó que pronunció un juicio terrible sobre cada uno de los que habían rechazado la invitación: “Ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará de mi cena” (Lc. 14:21,24).

Los incrédulos que no acudieron cuando la cena del evangelio estaba en la mesa, tuvieron que irse a dormir con hambre y morir en su pecado. Al cerrar ellos la puerta de su corazón a Cristo, él echó el cerrojo de justicia para la eternidad. La única venganza de Jesús contra aquel que lo rechace, es condenarlo a su propio deseo.

Lo que Dios menos tolera es el desprecio de su gracia. Aunque los judíos han experimentado graves consecuencias por su idolatría y errores a lo largo de los siglos, nunca han sufrido mayores calamidades que aquellas que conlleva el haber rechazado a Cristo. Bajo los antiguos juicios se habían ablandado un poco sus actitudes; pero los juicios postreros han endurecido su corazón.

Inconverso, si no aceptas a Cristo ahora, no lo tendrás después. Te han hecho muchos ofrecimientos, ¿por qué quieres morir sin él? ¿No ves que corres hacia la condenación? Nadie se hunde tanto en el Infierno como aquel que tropieza en el Hijo de Dios. El mismo evangelio que hoy te trae buenas noticias se repetirá en el día del juicio como la peor sentencia que hayas oído jamás.

2.- A los creyentes

“Por el placer se hace el banquete”, dice Salomón (Ecl. 10:19). Estoy seguro de que Dios pretende que sus hijos se gocen en el festín del evangelio de Cristo. En el Antiguo Testamento, no se permitía la presencia de enlutados a la mesa de Dios. Ya que la congoja del cristiano refleja una actitud hostil hacia Dios mismo, ¿cómo recomendaremos su delicioso amor si no nos sacia a nosotros? El mundo opina que la vida cristiana es de por si deprimente, una comida seca con poco vino para el gozo. ¿Por qué confirmas su engaño? ¿Por qué ponerte como evidencia contra Jesús y su Palabra, que promete gozo y paz para todos los que acuden a esta mesa?

No quiera Dios que tu comportamiento, que debe revelar “la palabra de vida” (Fil. 2:16) y su realidad ante el mundo, esté en desacuerdo ni ponga en tela de juicio su Palabra. Es un grave error que Roma enseñe que no se puede conocer la Escritura como Palabra de Dios sino por el testimonio de la Iglesia. El testimonio práctico de las vidas de los creyentes tiene gran autoridad sobre la conciencia de los hombres para persuadirles de la verdad del evangelio. Estos pueden creer la buena noticia cuando la leen claramente en una vida gozosa.

Cuando los incrédulos ven a los cristianos tristes con la copa de la salvación en la mano, sospechan que el vino no es tan bueno como dicen los predicadores. Si los mercaderes de las Indias volvieran más pobres que cuando zarparon, sería difícil convencer a otros a aventurarse a tal lugar, sin importar las montañas de oro que allá hubiera. Cristiano, no des pie para que los incrédulos se imaginen, viéndote cojear en la carrera, que deben renunciar a toda felicidad si se convierten, pasando el resto de la vida en una casa de luto, con un equipo de perdedores.

¿Está el evangelio de Cristo lleno de vida abundante o no? Entonces, no te endeudes con el mundo para aprovechar sus ganancias carnales; no tienes que salir de la casa de Dios para alegrarte. Él dispone de tanto gozo, que no es posible gastarlo todo. Abraham no quiso ni un hilo ni una correa de calzado del rey de Sodoma, para que no dijera luego que él lo había enriquecido. Un cristiano debe estar dispuesto a rechazar los deleites del mundo para que los paganos no digan: “Sacó su gozo de nuestro pozo”.

El Espíritu de Dios ha cavado el canal por el que quiere que fluya el gozo de sus hijos. “¿Está alguno alegre? Cante alabanzas”. Por otra parte: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración” (Stg. 5:13). Dios ha provisto el medio de expresar tanto el gozo como la tristeza.

De la misma manera que la distracción de un príncipe difiere de la del pobre, así el gozo cristiano no se debe parecer al carnal. Si alguna vez hay necesidad de alimentar la lámpara cristiana con óleo santo (esto es, aceite espiritual de la fuente evangélica), es ahora. Muchos cristianos profesantes actuales se amoldan a las modas, diversiones y codicias mundanas y hasta incitan a otros a alcanzar sus metas de libertad carnal. Su interés por el mundo demuestra que el gozo espiritual sacado del pozo de la salvación no los satisface. De ser así, no beberían de los charcos contaminados que antes solo utilizaban aquellos que no habían bebido de la copa de Cristo.

¿Por qué los llamados “cristianos” abandonan el vino puro del gozo evangélico en favor del veneno adulterado que la ramera mundana les tiende sonriente en su cáliz de oro? ¿Es porque el mensaje del evangelio que antes brillaba en la Palabra predicada, y consolaba a los tristes, ahora se ha vuelto rancio? ¿O porque el río del gozo espiritual que durante tantas generaciones ha corrido por las vidas de los cristianos, sin mezclarse con los placeres contaminados del mundo, ha acabado cayendo en ellos perdiendo su naturaleza divina? No, el evangelio sigue inmutable; el gozo que trae es tan refrescante y restaurador como siempre. Será hermoso mientras Dios y Cristo sean la vida, porque fluye y se alimenta de su corazón.

El problema no está en la Palabra; sino en aquellos que dicen aferrarse a ella. Los que insisten en que obedecen al evangelio, no son como los hombres y mujeres santos primitivos. El mundo se ha endurecido y las prioridades y sentimientos de los hombres se han enfriado. El paladar ya no es exigente; no prefiere aún el alimento celestial del evangelio. El placer es tan vivo como siempre, pero los invitados se han endurecido por el constante contacto con el mundo. Se nos ha pervertido el juicio y corrompido los principios; no resulta sorprendente que nuestro gozo sea carnal.

El error es una ramera que aleja el corazón de Cristo y de sus gozos espirituales. Una vez confundida la mente por el error, empieza a calumniar la verdad, envenenando el corazón con sentimientos carnales. Esta es la raíz de la miseria contemporánea.

Satanás ha llevado a cabo astutamente su juego entre nosotros al convertir a sus instrumentos en ángeles de luz, haciendo a los crédulos pensar que encontrarán mayor gracia y poder en esta luz artificial que en la revelación divina. Pero entonces les pone la zancadilla y, con una maniobra astuta de sus deseos carnales, los hace caer tanto como para aceptar los placeres mundanos por única y plena paga de sus promesas. Espero que la divulgación de esta trampa monstruosa del diablo te haga amar aún más el evangelio y permanecer en sus brazos eternos toda la vida.

¡Cristiano, bendice a Dios por las buenas noticias del evangelio, y no escuches sucedáneo alguno, a no ser que quieras dejar la verdad y asir una mentira empapada de veneno mortal! Ten cuidado; saca todo tu consuelo del pecho del evangelio. Cuando alguien carnal quiere divertirse, no toma la Biblia ni corre a las promesas, andando en tranquila meditación. Y ciertamente no le alegra pensar en Cristo sentado en el Cielo. En su lugar, compra libros triviales que corroen el alma, y busca compañeros de juerga, para ayudarle a matar el tiempo y saciar su hambre inquieta con provisiones infernales. La clase de buena noticia que le interesa sale de la plaza: chismorreos comerciales, lo que ganará con su ganado, cosechas o acciones, y las novedades que puede comprar.

¿Dónde está tu camino, cristiano? ¿A dónde te lleva el alma en busca del gozo? ¿Acudes a la Palabra y lees lo que Cristo ha hecho por ti en la tierra, y lo que hace por ti allá en el Cielo? ¿Te llegas al Trono de la Gracia en busca de buenas noticias de aquel país lejano donde está todo tu tesoro y viven tus mejores amigos? ¿Estás atento a la siguiente promesa que la paz de Cristo susurra a tu corazón? De ser así, no llevas el nombre en balde: eres un cristiano verdadero.

Erasmo dijo que cuando un estudiante verdadero se cansa de estudiar, se refresca con más estudios, pero de un tema más fácil y placentero. De la misma manera, cuando el espíritu del verdadero creyente se fatiga de los ejercicios más recios del cristianismo, como son el ayuno y la oración, puede recuperarse en el festín del amor de Dios en Cristo, donde ve el agua convertida en vino y las lágrimas con las que el pecado ha bañado su rostro se lavan con la sangre de Jesús. Cuando el temor hace tambalearse al cristiano, al reconocer la justicia de Dios y su juicio del pecado, la meditación de las dulces promesas le aviva. Encuentra sanidad en la misma Palabra que le hirió; donde tuvo pena, ahora recibe el gozo de Cristo.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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