En términos bíblicos, el carácter sagrado de la vida humana está basado y fundamentado en la creación. La raza humana no es un accidente cósmico sino más bien el producto de una creación que fue cuidadosamente ejecutada por un Dios eterno. La dignidad humana proviene de Dios. El Creador le confiere al hombre, que es una criatura finita, dependiente e incierta, un valor muy alto.
El relato de la creación en el libro de Génesis nos aporta el fundamento para la dignidad humana: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:26-27). Ser creado a la imagen de Dios es lo que distingue al ser humano de todas las demás criaturas. El sello de la imagen y la semejanza de Dios relacionan a Dios y a la raza humana de forma única.
Aunque no hay justificación bíblica para pensar que el hombre es divino, sí existe una gran dignidad que está asociada con esta relación única con el Creador. A menudo, se ha afirmado que cualquier dignidad que la raza humana haya recibido por medio de la creación fue eliminada y revocada como resultado de la Caída. Ya que la maldad estropea el rostro del ser humano, ¿ha quedado intacta la imagen original? Como resultado de la Caída, algo profundo ha manchado la grandeza de la humanidad. Por lo tanto, ahora debemos distinguir entre la imagen de Dios en su sentido estrecho y amplio.
La imagen de Dios en el sentido estrecho tiene que ver con la capacidad y el comportamiento ético del hombre. En la creación, el hombre recibió la habilidad y la responsabilidad de imitar y reflejar el carácter santo de Dios. Desde la Caída, el espejo se ha manchado con la suciedad del pecado. Hemos perdido la capacidad de la perfección moral, pero no hemos perdido nuestra humanidad con esta pérdida ética. Aunque el hombre ya no es puro, todavía es humano. En tanto que seamos humanos, conservamos la imagen de Dios en el sentido más amplio. Todavía somos criaturas valiosas. Puede ser que ya no seamos dignos, pero aún tenemos valor. Éste es el resonante mensaje bíblico de la redención. Las criaturas que Dios creó son las mismas que Él decide redimir.
¿Tienen los cristianos una perspectiva pobre de la raza humana porque hablan sin cesar sobre el pecado humano? En realidad, tienen una mala opinión de la virtud humana, pero no tienen una mala opinión del valor del ser humano y de su importancia. Es precisamente porque la Biblia tiene la dignidad humana en tan alta estima que los cristianos toman el pecado humano con tanta seriedad. Si una rata le roba la comida a otra rata, nosotros no sentimos indignación moral. Pero si un ser humano le roba la comida a otro ser humano, nos preocupamos, y con razón. La perspectiva bíblica indica que el robo que comete un ser humano es más serio que el de la rata porque los humanos ocupan un nivel más alto en el orden de la existencia. Como afirmó el salmista, fuimos creados un “poco menor que los ángeles” (Sal. 8:5). Esta jerarquía de valor tiene raíces profundas en nuestra propia humanidad. Por ejemplo, cuando el presidente de los Estados Unidos es asesinado, no hablamos del hecho como un mero homicidio. Usamos una palabra especial para referirnos a él: Magnicidio.
Durante las noticias que acompañaron el anuncio del asesinato del presidente Kennedy, parecía que era difícil para los periodistas encontrar las palabras que tuvieran la fuerza necesaria para comunicar su indignación. Decían que el asesinato fue “diabólico”, “malvado”, “inhumano” y otras palabras como estas. En aquel entonces, me preguntaba a mí mismo por qué era tan difícil describir el asesinato de Kennedy, simplemente como el hecho de que un ser humano había matado a otro ser humano. No sólo un demonio puede llevar a cabo un asesinato. Una persona no pierde su humanidad de forma instantánea cuando asesina a otro ser humano. Lee Harvey Oswald era un ser humano cuando presionó el gatillo en Dallas. ¿Entonces significa esto que, en la jerarquía de valor, el presidente Kennedy tenía más dignidad humana que el agente Tippit, quien fue asesinado el mismo día, en la misma ciudad y por el mismo hombre? ¡De ninguna manera! El asesinato del agente Tippit también fue un ataque en contra de su dignidad de la misma manera en que lo fue el asesinato de Kennedy. Cada uno era un ser humano. Cada uno tenía valor y dignidad personal. La persona de Kennedy no estaba más dotada de dignidad que la de Tippit. Lo que hizo que los periodistas expresaran una mayor indignación por la muerte de Kennedy que por la muerte de Tippit fue la posición que ocupaba Kennedy. Era el presidente de los Estados Unidos. Era la persona pública suprema en nuestro país.
Es por una razón similar que una ofensa en contra de un ser humano causa más indignación que una ofensa en contra de una rata. Tanto la rata como el ser humano son criaturas formadas por Dios, pero la “posición” de la persona es considerablemente mayor que la “posición” de la rata. Es la raza humana, y no la rata, la cual está hecha a imagen de Dios. Al ser humano se le ha dado un cargo de dominio sobre la tierra. El hombre y no la rata es el vice regente de Dios sobre la creación. ¿Viola la pena de muerte el carácter sagrado de la vida? El principio de la dignidad especial de la raza humana se repite más adelante en Génesis cuando se establece la pena de muerte: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Gn. 9:6). Este pasaje no es una profecía. No dice simplemente que “todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mt. 26:52). Más bien, este pasaje es un mandado divino para que se lleve a cabo la pena de muerte en caso de asesinato. El punto importante es que la base moral para la pena de muerte en Génesis es que la vida es sagrada.
La ética bíblica
La ética bíblica es la siguiente: Porque al hombre se le ha conferido la imagen de Dios, su vida es tan sagrada que todo lo que constituye una destrucción maliciosa de ésta, debe ser castigado con la ejecución. Notemos que este versículo implica que Dios considera que un ataque en contra de la vida humana es un ataque en contra de Sí mismo. El asesinar a una persona es atacar a quien lleva la imagen de Dios. Dios considera que el homicidio incluye, de forma implícita, un intento de asesinarlo a Él. El carácter sagrado de la vida se subraya y se reafirma en los Diez Mandamientos donde leemos: “No matarás” (Éx. 20:13). La prohibición bíblica en contra del asesinato es muy conocida en nuestra sociedad. Se usa con frecuencia como base moral en contra de la pena de muerte. Cuando el Estado de Pennsylvania votó para reinstaurar la pena de muerte en caso de asesinato, la legislación fue vetada por el gobernador de aquel entonces, Milton Shapp. Shapp explicó a los periodistas que la base de su veto era que los Diez Mandamientos dicen “no matarás”. El gobernador Shapp debió de continuar su lectura. Si le damos la vuelta a la página en Éxodo, vemos que, si alguien violaba el mandato que prohíbe matar, la Ley de Dios exigía lo siguiente: “El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá” (Éx. 21:12).
Las medidas para castigar el asesinato subrayan la gravedad del crimen precisamente por el valor de la víctima. Se considera que la vida es tan sagrada que nunca debe ser destruida sin una causa justa. Muchas declaraciones del Antiguo Testamento hablan sobre la dignidad de la vida humana y su base en la creación, incluyendo las que siguen:
“El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida”. —Job 33:4
“Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado”. —Salmo 100:3
“¡Ay del que pleitea con su Hacedor! ¡El tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?; o tu obra: ¿No tiene manos? ¡Ay del que dice al padre: ¿Por qué engendraste? Y a la mujer: ¿Por qué diste a luz?! Así dice Jehová, el Santo de Israel, y su Formador: Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca de la obra de mis manos. Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé”. —Isaías 45:9-12
“Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros”. —Isaías 64:8
La perspectiva de Jesús
Es interesante que Jesucristo dio la explicación más importante de la perspectiva del Antiguo Testamento sobre lo sagrado de la vida: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5:21-22).
Las palabras del Señor tienen un significado vital en lo que concierne a nuestro entendimiento del carácter sagrado de la vida. Aquí Jesús amplificó las implicaciones de la ley del Antiguo Testamento. Les hablaba a los líderes religiosos que tenían un concepto estrecho y simplista de los Diez Mandamientos. Los legalistas de ese tiempo confiaban en que si ellos obedecían los aspectos de la Ley que se expresan explícitamente, entonces podían aplaudirse a sí mismos por su gran virtud. Sin embargo, no lograron comprender las demás implicaciones de la ley.
En la perspectiva de Cristo, aquello que la ley no explica detalladamente queda claramente implícito por su significado más amplio. Este aspecto de la ley se puede ver en la forma que Jesús expande la prohibición en contra del adulterio: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5:27-28). Aquí Jesús explica que no es necesariamente verdad que una persona que evita el acto físico del adulterio ha obedecido toda la ley.
La ley sobre el adulterio es compleja e incluye, no sólo las relaciones sexuales ilícitas, sino también todo lo que se encuentra entre la lujuria y el adulterio. Jesús describió la lujuria como el adulterio del corazón. La ley no solo prohíbe ciertos comportamientos y actitudes negativas, sino que también, por implicación, exige ciertos comportamientos y actitudes positivas. Esto significa que cuando se prohíbe el adulterio, también se exige la castidad y la pureza. Cuando aplicamos estos patrones que Jesús explica a la prohibición en contra del asesinato, podemos entender claramente que, por un lado, debemos evitar todas aquellas cosas que forman parte de la definición general del homicidio; pero, por otro lado, también se nos manda de forma positiva a esforzarnos por salvar, mejorar y cuidar la vida. Tenemos que evitar el asesinato y todas sus ramificaciones y, al mismo tiempo, hacer todo lo que podamos para promover la vida.
Así como Jesús consideró que la lujuria es parte del adulterio, también juzgó que la ira no justificada y la calumnia son partes del asesinato. Así como la lujuria es adulterio del corazón, la ira y la calumnia son asesinato del corazón. Al expandir el alcance de los Diez Mandamientos para incluir tales asuntos como la lujuria y la calumnia, Jesús no quiso decir que el codiciar a una persona es tan malo como tener relaciones sexuales ilícitas. De la misma manera, Jesús no dijo que la calumnia es tan mala como el asesinato. Lo que sí dijo es que la ley en contra del asesinato incluye una ley en contra de cualquier cosa que tenga que ver con hacerle daño a otro ser humano injustamente.
¿Cómo se aplica todo esto al tema del aborto? En las enseñanzas de Jesús, vemos otra forma sólida de reforzar el carácter sagrado de la vida. El homicidio que toma lugar en el corazón, como por ejemplo la calumnia, se puede describir como un homicidio “en potencia”. Es un homicidio potencial porque, por ejemplo, el enojo y la calumnia tienen el potencial de conducir a una persona a llevar a cabo el acto del homicidio físico. Por supuesto, no siempre tienen este resultado. El enojo y la calumnia están prohibidos, no tanto por lo que pueden producir, sino por el daño que en realidad le hacen a la calidad de vida.
Un ser humano viviente en potencia
Cuando vinculamos el debate sobre el carácter sagrado de la vida al tema del aborto, hacemos una conexión sutil, pero que es pertinente. Aunque no podamos probar que un feto es en realidad un ser humano viviente, no cabe duda de que es una persona humana viviente en potencia. En otras palabras, el feto es una persona que se está desarrollando. No se encuentra en un estado inmóvil en cuanto a su potencialidad. El feto está en un proceso dinámico. Si no lo interrumpe alguna calamidad no prevista, llegará a ser un ser humano completamente desarrollado. Jesucristo considera que la ley en contra del homicidio incluye, no sólo el acto de homicidio físico, sino también las acciones que representan un homicidio en potencia. Jesús enseñó que cometer homicidio potencial hacia una vida real es inmoral.
Entonces, ¿cuáles son las implicaciones de cometer la destrucción real de la vida potencial? La destrucción real de la vida potencial no es lo mismo que la destrucción potencial de la vida real. Estos no son casos idénticos, pero tienen un grado de similitud que es suficiente para que nos detengamos y consideremos cuidadosamente las posibles consecuencias antes de destruir una vida potencial. Si este aspecto de la ley no encierra completa y definitivamente el aborto dentro de la prohibición amplia y compleja en contra del homicidio, hay un segundo aspecto que sí lo hace con claridad. Como afirmé anteriormente, las prohibiciones negativas de la ley implican actitudes y acciones positivas. Por ejemplo, la ley bíblica en contra del adulterio también requiere castidad y pureza. Asimismo, cuando una ley se expresa de forma positiva, su forma negativa y opuesta se prohíbe implícitamente. Por ejemplo, si Dios nos manda a ser buenos mayordomos de nuestro dinero, queda claro que no debemos gastarlo desenfrenadamente. Un mandato positivo para que trabajemos con diligencia incluye una prohibición negativa en contra de la pereza en el trabajo. Una prohibición negativa en contra del homicidio real y potencial conlleva de forma implícita un mandato positivo a que trabajemos para proteger y sostener la vida.
El oponerse al homicidio equivale a promover la vida. Independientemente de todo lo demás que el aborto haga, no promueve la vida del niño que está por nacer. Aunque algunas personas sostendrán que el aborto promueve la calidad de vida de aquellos que no quieren tener hijos, la realidad es que no promueve la vida del ser en cuestión: el niño que está por nacer y que se desarrolla. La Biblia apoya de forma sistemática y firme el gran valor de toda vida humana. El pobre, el oprimido, la viuda, el huérfano y el discapacitado, la Biblia los valora altamente a todos. Por lo tanto, cualquier discusión sobre el tema del aborto debe, en última instancia, lidiar con este tema clave de las Escrituras. Cuando la destrucción o la eliminación de la vida humana, aun cuando es potencial, se lleva a cabo de forma gratuita y fácil, una sombra oscurece todo el panorama de la santidad de la vida y la dignidad humana.
Tomado de Abortion: A Rational Look at an Emotional Issue (El aborto: Una consideración racional de un tema conmovedor), © 1990, 2010; usado con permiso de Reformation Trust Publishing, www.ligonier.org/reformation-trust.
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R. C. Sproul (1939-2017): Teólogo presbiteriano y ministro, presidente de Ligonier Academy of Biblical and Theological Studies; fundador y director de Ligonier Ministries; Sanford, Florida, Estados Unidos.
Cuanto más en contra de la naturaleza, más horrendo es el hecho. Es en contra de la naturaleza que un hombre muestre crueldad hacia su propia carne o que una mujer llegue a matar al hijo de su vientre. ¡Como resuena en nuestros oídos un acto tan vergonzoso!
— William Gurnall
Pablo nos dice que los gentiles antiguos no tenían “afecto natural” (Ro. 1:31). Lo que señala es la costumbre bárbara entre los romanos quienes, a menudo, para ahorrarse la carga de la educación de sus hijos y disfrutar de libertad para satisfacer sus lujurias, destruían a sus propios hijos en el vientre; tan lejos llegó la fuerza del pecado para destruir la ley de la naturaleza y rechazar su fuerza y poder. Los ejemplos de este tipo son comunes en todas las naciones, hasta entre nosotros mismos, hay mujeres que asesinan a sus propios hijos por medio del razonamiento engañoso del pecado. De esta manera, el pecado desvía la corriente poderosa de la naturaleza, oscurece toda la luz de Dios en el alma, controla todos los principios naturales que están bajo la influencia del poder del mandato y la voluntad de Dios. Con todo, este mal, por medio de la eficacia del pecado, se ha agravado de forma espantosa. Los hombres, no sólo han matado a sus hijos, los han sacrificado cruelmente para satisfacer sus lujurias.
— John Owen
El celo [por Cristo] hará que el hombre aborrezca todo lo que Dios aborrece como la borrachera, la esclavitud, el infanticidio y que anhele poder eliminarlo de la faz de la tierra.
— J. C. Ryle