En BOLETÍN SEMANAL

“Todos los que me aborrecen aman la muerte”. —Proverbios 8:36

El concepto de Tánatos

Tristemente, el factor más importante para entender la antropología, ya que todos los hombres sin excepción alguna son pecadores, es el concepto de Tánatos. Sin tomar en cuenta las ideas freudianas, el síndrome Tánatos es simplemente la inclinación natural y pecaminosa hacia la muerte y la corrupción. Todos los hombres han recibido la muerte morbosamente con los brazos abiertos (Rom. 5:12).

En la Caída, la humanidad fue condenada repentinamente a la muerte (Jer. 15:2). En ese momento, todos nosotros hicimos un pacto con la muerte (Is. 28:15). Las Escrituras nos dicen: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Pr. 14:12; 16:25).

Aunque no seamos conscientes de ello, hemos escogido la muerte (Jer. 8:3). Se ha convertido en nuestro pastor (Sal. 49:14). Nuestras mentes se enfocan en la muerte (Rom. 8:6); nuestro corazón va tras ella (Pr. 21:6) y ésta domina nuestra carne (Rom. 8:2). Bailamos al son de su música (Pr. 2:18) y caminamos hacia sus cámaras (Pr. 7:27).

La realidad es que “la paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23) y que “todos pecaron” (Rom. 3:23). “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Rom. 3:10-18). Y, todos los que aborrecen a Dios aman la muerte (Pr. 8:36).

Entonces, no es de sorprenderse que el aborto, el infanticidio, la exposición y el abandono de niños siempre han sido parte común y natural de las relaciones humanas. Desde el principio, los hombres han ingeniado pasatiempos para satisfacer sus pasiones corruptas. Y entre estos, el matar niños siempre ha tenido preeminencia.

Las culturas en la antigüedad

Casi todas las culturas en la antigüedad estaban manchadas con la sangre de niños inocentes. Los niños no deseados en la antigua Roma se abandonaban en las afueras de los muros de la ciudad para que murieran al ser expuestos a los elementos o atacados por bestias salvajes que buscaban alimento. Con frecuencia, los griegos les daban a las mujeres embarazadas cantidades fuertes de abortivos en forma de hierbas o medicina. Los persas desarrollaron procedimientos quirúrgicos sofisticados en los cuales utilizaban una legra. Las mujeres chinas se ataban cuerdas pesadas alrededor de la cintura y la apretaban tan fuertemente que o se provocaban el aborto o quedaban inconscientes. Los hindúes y los árabes de la antigüedad preparaban [anticonceptivos] químicos… Los cananeos primitivos arrojaban a sus hijos en grandes piras ardientes como sacrificio para su dios, Moloc. Los polinesios sometían a las mujeres embarazadas a torturas crueles, les golpeaban el abdomen o amontonaban carbón ardiente sobre sus cuerpos. Las japonesas [se paraban junto] a ollas en las cuales hervían infusiones parricidas. Los egipcios se deshacían de los hijos no deseados destripándolos y descuartizándolos poco después de nacer. Después, se llevaba a cabo un ritual en el que se recolectaba el colágeno de estos niños para después usarlo en la elaboración de cremas cosméticas.

Ninguno de los grandes intelectuales del mundo antiguo —desde Platón y Aristóteles hasta Séneca y Quintiliano, desde Pitágoras y Aristófanes hasta Tito Livio y Cicerón, desde Heródoto y Tucídides hasta Plutarco y Eurípides— desacreditó de alguna manera la matanza de los niños. De hecho, la mayoría de ellos en realidad la recomendaban. Debatían sobre los varios métodos y procedimientos de abortar sin mostrar ninguna sensibilidad. Discutían informalmente sus diversas consecuencias jurídicas. Hablaban de deshacerse de una vida como si estuvieran jugando alegremente a los dados.

El aborto, el infanticidio, la exposición y el abandono de niños formaban una parte tan arraigada de la sociedad humana que estos representaban el leitmotiv principal en las tradiciones populares, cuentos, mitos, fábulas y leyendas.

Por ejemplo, la fundación de Roma fue descrita como aquello que afortunadamente ocurrió después de que dos niños, [Rómulo y Remo], fueron abandonados… Se suponía que Edipo fue un niño que, tras ser abandonado, fue encontrado por un pastor y después llegó a ser un gran hombre. Según la tradición, Ion, el monarca epónimo de la antigua Grecia, sobrevivió de forma milagrosa cuando trataron de abortarlo. Ciro, el fundador del imperio persa, supuestamente fue un afortunado sobreviviente del infanticidio. Según la leyenda de Homero, también Paris, quien con sus indiscreciones amorosas comenzó la Guerra de Troya, también fue abandonado. Télefo, el rey de Misia en Grecia, y Habis, el gobernador de los curetes en España, fueron ambos abandonados durante su niñez, según varios cuentos populares. Júpiter mismo, el dios principal del panteón olímpico, fue abandonado cuando era un bebé. Él, a su vez, abandonó a sus hijos, los gemelos Zetos y Anfión. De forma similar, existen otros mitos sobre Poseidón, Esculapio, Hefaistos, Atis y Cibeles en los cuales se cuenta que todos fueron dejados a la intemperie para que perecieran.

Los hombres y las mujeres de la antigüedad habían sido hundidos en el fango por los siervos del pecado y la muerte, por lo que el matar a sus propios hijos era tan natural para ellos como la lluvia de primavera. El sabotear a su propia descendencia era tan instintivo como la cosecha de otoño. No les parecía que el destruir el fruto de su propio vientre fuera un acto de crueldad. Formaba parte de la esencia de su cultura. Estaban convencidos de que el aborto se podía justificar por completo. Confiaban que era justo, bueno y apropiado.

Pero estaban equivocados, terriblemente equivocados.

Un don de Dios

La vida es un don de Dios que Él confiere por gracia sobre el orden de la creación. Fluye y se desborda en una fecundidad generativa. La tierra, literalmente, rebosa de vida (Gn. 1:20; Lv. 11:10; Dt. 14:9). Y la culminación de esta abundancia sagrada es el hombre (Gn. 1:26-30; Sal. 8:1-9). El violar el carácter sagrado de este magnífico don equivale a oponerse a todo lo que es santo, justo y verdadero (Jer. 8:1-17; Rom. 8:6). El violar el carácter sagrado de la vida es provocar juicio, castigo y ser anatema (Dt. 30:19-20). Significa buscar la ruina, la imprecación y la destrucción (Jer. 21:8-10). El apóstol Pablo nos dice: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gál. 6:7).

Pero el Señor Dios, quien es el dador de la vida (Hch. 17:25), el manantial de la vida (Sal. 36:9), el defensor de la vida (Sal. 27:1), el autor de la vida (Hch. 3:15) y el restaurador de la vida (Rt. 4:15), no abandonó al hombre para que languideciera sin esperanza en las garras del pecado y de la muerte. No solamente nos mandó el mensaje de vida (Hch. 5:20) y las palabras de vida (Jn. 6:68), sino que también nos mandó la luz de la vida (Jn. 8:12). Mandó a su Hijo unigénito, quien es la vida del mundo (Jn. 6:51) para romper las cuerdas de la muerte (1 Co. 15:54-56)… “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). En Cristo, Dios nos ha dado la oportunidad… de escoger entre la vida abundante y fructífera por un lado y la muerte mísera y estéril por el otro (Dt. 30:19).

Sin Cristo no podemos escapar de la trampa del pecado y de la muerte (Col. 2:13). Por otro lado: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Todos los que odian a Cristo “aman la muerte” (Pr. 8:36), mientras que todos los que reciben a Cristo son hechos en el olor dulce de vida (2 Cor. 2:16).

La implicación es clara: El movimiento a favor de la vida y la fe cristiana son sinónimos. Donde existe uno, también se encontrará el otro porque el uno no puede estar sin el otro. Además, el conflicto principal en la historia y en el tiempo siempre ha sido y siempre será la lucha a favor de la vida que la Iglesia libra en contra de las inclinaciones naturales de todos los hombres en todo lugar.

Conclusión: Todas las relaciones humanas se encuentran bajo la oscura sombra de la muerte. Como resultado del pecado, todos los hombres coquetean y presumen desvergonzadamente ante el espectro de la muerte. Tristemente, tal insolencia los ha llevado a la concupiscencia más grotesca que se pueda imaginar: La matanza de niños inocentes. Cegados por el resplandor del ángel de luz, quien es malvado e insidioso (2 Cor. 11:14), permanecemos inmóviles, paralizados y fascinados. Pero gracias a Dios, hay una forma de escapar de estas cadenas de destrucción. En Cristo, hay esperanza. En Él, hay vida, temporal y eterna. En Él, hay libertad y justicia. En Él, está el antídoto para el factor de Tánatos. En Él, y solo en Él, está la respuesta para el antiguo dilema del dominio de la muerte.

Tomado de The Light of Life: How the Gospel Shaped a Pro-Life Culture in the West [La luz de vida: Cómo el Evangelio formó una cultura occidental a favor de la vida], (Franklin, Tennessee, Estados Unidos: Standfast Press, 2015).

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George Grant: Pastor de Parish Presbyterian Church  (presidente de King’s Meadow Study Center (Centro de estudios King’s Meadow), fundador de Franklin Classical School (Escuela Clásica Franklin) y rector de New College Franklin (Nuevo Instituto Franklin), Franklin, Tennessee, Estados Unidos.

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