Amonestación a los que niegan que la paz de la conciencia sea la bendición del evangelio
1.- Algunos niegan la seguridad de la salvación
Si no pudiéramos saber en esta vida que somos hijos de Dios, la incertidumbre quebraría la vasija que Él moldeó para contener nuestro gozo y paz. Por supuesto, no es posible tener paz con nuestra propia conciencia aparte del conocimiento de nuestra paz con Dios:
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Rom. 5:1-2).
Si el evangelio no puede resolver la cuestión de tu destino, sea el Cielo o el Infierno, olvídate de la paz interior. En tal caso se podría describir la búsqueda espiritual del cristiano con las palabras de Juan: “Anda en tinieblas, y no sabe a dónde va” (1 Jn. 2:11). Tal evangelio se podría considerar un evangelio de duda y temor, en lugar del evangelio de la paz.
¿Acaso lo que hay casi en el fondo de la maldición de la ley sobre los pecadores —o sea, que “tendrás tu vida como algo que pende delante de ti […] y no tendrás seguridad de tu via” (Dt. 28:66) pasará a ser la cima de la bendición que el evangelio trae a los creyentes? ¡No lo quiera Dios! Los hombres enseñan a partir de una premisa de necia osadía, cuando deforman de tal manera el dulce rostro del evangelio, que presentan a Cristo como si predicara sus preciosas promesas de forma tan dudosa para sus hijos como el diablo, que atrae a sus seguidores con vaga incitación. Ya que su hipocresía les hace cuestionar su propia salvación (y con razón), ciegan también los pozos de la salvación para los creyentes sinceros, echando así la culpa de sus propias dudas al mismo evangelio.
Pero hay un misterio de iniquidad en la raíz de esta doctrina falsa e inquietante. Esos líderes religiosos se parecen a Judas, el ladrón que llevaba la bolsa. Los que propugnan esta enseñanza meten en su tesoro más oro y plata de los que Judas pensara echar en el suyo. Aunque la doctrina del evangelio de la paz trae paz a la conciencia del pecador, estos predican un temor supersticioso que obliga a los creyentes ignorantes a darles cada vez más dinero en busca de consuelo. Lo peor es que este principio de “dar para recibir” está tan cerca del corazón de su religión, que el evangelio, el cielo, y hasta Cristo mismo, deben inclinarse ante él.
2.- Algunos piensan cosas vanas acerca del evangelio Hay quienes profesan creer en el evangelio, pero no tienen más paz y consuelo que los inconversos. De hecho, puede que tengan mayor aflicción de espíritu que antes.
No todo aquel que profesa creer en el evangelio es cristiano, pero eso no es culpa de Dios. Él no abre su tesoro eterno para todo aquel que conoce los hechos de la salvación. El Espíritu de Dios es demasiado sagaz como para firmar un cheque en blanco.
Los ministros ofrecen la paz del evangelio a todo aquel que lo acepta. Pero esta paz no permanece en un corazón falso: “Si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros” (Mt. 10:13). Igual que la paloma volvió al arca al encontrar la tierra inundada, el Espíritu de Dios retira su consuelo del alma que aún nada en el pecado, empapada de lujuria y mundanalidad.
a.- Muchos son sinceros, pero ignorantes de las doctrinas del evangelio
Si la luz, el gozo y el consuelo faltan de la conciencia de la persona sincera, puede ser que esta tenga nublado el entendimiento. Pero la ignorancia del artista no desacredita el arte; el arte en sí es mucho más que los logros de un solo artista. La plenitud de consuelo en los principios del evangelio es una realidad accesible, pero no todo creyente ha alcanzado “todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre y de Cristo […] para que sean consolados sus corazones” (Col. 2:2).
b.- Algunos no andan en la doctrina evangélica
Algunas personas comprenden la doctrina de la salvación por la fe en Cristo —único fundamento para edificar el verdadero consuelo de la conciencia—, pero dejan de andar cuidadosamente en el evangelio, y se privan de la dulce paz que dan las promesas de Dios: “A todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos” (Gál. 6:16). ¿Podemos culpar entonces al evangelio por la falta de paz? No importa la calidad que tenga la pluma, aun en mano de un hábil escribano, pues no escribirá sobre papel mojado. La culpa no es de la pluma, ni de la mano, el problema está en el papel.
Si el corazón de un cristiano, por famoso y respetado que sea, se contamina por una concupiscencia que no se ha rendido al arrepentimiento, la promesa de Dios no le proporcionará paz. Esta persona anda desordenadamente; ni la paz ni el gozo la pueden alcanzar en la prisión que ella misma se ha construido. El Espíritu sabe emplear la vara de corrección.
c.- Muchos no comprenden el significado de la paz
En cuanto a los que se acercan todo lo posible al evangelio sin recibir consuelo, puede que tengan la paz sin reconocerla. El gozo del cristiano no es una tonta y frívola excitación como la del mundo: el gozo verdadero es real. El salón donde el Espíritu de Cristo recibe al cristiano es un aposento interior, no un porche con vistas a la calle, por donde todo el que pasa huele el banquete: “El extraño no se entremeterá en su alegría” (Pr. 14:10). Cristo y el cristiano pueden estar cenando dentro, aunque no se haya visto entrar ningún plato, ni oído la música que suena tan espléndida para los creyentes. Algunos darían por sentado que el alma no tiene paz porque no se ha colgado una señal visible en el rostro que la anuncia.
Al contrario, a veces no hay mayor paz y consuelo en el corazón de un santo que cuando su rostro se baña en lágrimas. Si oyes a un cristiano gimiendo y clamando por sus pecados, podrías irte a casa pensando que el cristianismo es una religión melancólica y triste. Pero el compadecido no abandonaría su pena por todo el gozo superficial que regala el mundo. Hay un misterio en estas lágrimas que la comprensión humana no alcanza a desvelar.
La angustia de corazón estriba en la culpa por el pecado y el temor a la ira de Dios. Pero otra clase de pena fluye, no del temor ni de la culpa, sino de la conciencia de pecado que permanece en el alma y que hace que el cristiano deshonre a Dios, el cual le ha amado libremente y perdonado sus pecados. Esta es la pena que a veces hace que el santo parezca triste o incomodo, cuando su corazón rebosa seguridad en la misericordia perdonadora de Dios. Su congoja es semejante a una lluvia de verano, que desaparece al sentir el amor de Dios, como un cálido sol, y deja el alma como un hermoso jardín, refrescado por la suave lluvia.
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Extracto del libro: “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall