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Es evidente que hay una superioridad de nuestra naturaleza en Cristo sobre la naturaleza de Adán. ¿Por qué razón?

1.- Unión del pecador reconciliado con Dios

a.- Es más estrecha

La unión es más estrecha porque Dios y el hombre componen una persona en Cristo. Por supuesto que Adán nunca conoció tal misterio. Tenía un pacto de amistad con Dios, la mejor joya de su corona, pero no podía reclamar la relación de sangre que el hombre reconciliado tiene con Dios. Esta solo procede de la unión de las dos naturalezas, divina y humana, en la persona de Jesucristo. Dicha unión es la base de otra: la unión mística entre Cristo y todo creyente. En esa unión, los cristianos y su Cabeza se hacen uno en Cristo: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo” (1 Cor. 12:12). La Iglesia es simplemente la manifestación de Cristo. Esta unión deja a Adán, junto con los mismos ángeles, por debajo de todo pecador reconciliado.

Al principio, Adán fue creado “un poco menor que los ángeles”, pero Dios ha levantado al cristiano reconciliado por encima de ambos, porque Cristo no tomó la naturaleza angelical, sino que se hizo de la “descendencia de Abraham”, causando que “el mayor [sirviera] al menor” (Sal. 8:5; Heb. 2:16; Gn. 25:23). Los ángeles ministran al cristiano más humilde, heredero escogido de su Señor.

b.- Es más fuerte

Mientras más se juntan las piedras, más fuerte resulta el edificio. La unión entre Dios y Adán en el primer pacto no tenía fuerza suficiente para evitar la caída de Adán, aunque la gloria de Dios siguiera firme e inmutable; pero la unión entre el Hijo de Dios y sus santos es tan estrecha y fuerte que Cristo no puede ser Cristo sin sus miembros. Él prometió: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Jn. 14:19).  

A la Iglesia se la llama el Cuerpo de Cristo, “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Ef. 1:23). Un cuerpo no está completo sin cada miembro y articulación, por pequeño y aparentemente insignificante que sea, y sin cada uno en su integridad. La virtud del cristiano es la gloria de Cristo. Y aunque su gloria esencial como Dios no sea en absoluto deficiente (no necesita a los cristianos para completar su gloria), lo vemos en su puesto como Cabeza de la Iglesia, y así en cierto sentido se completa su gloria cada día, a medida que sus escogidos son llamados y crecen hasta llegar a la estatura debida en Él. Entonces, desde esta perspectiva, Cristo no llega a su plenitud hasta alcanzar los cristianos su perfección y virtud en la gloria celestial.

2.- La comunión del pecador reconciliado con Dios

La palabra “comunión” proviene de “unión”. Mientras más unión, mayor amor. Mientras más unido estás a una persona, más la amas. Si la unión del pecador con Dios es más fuerte que aquella de Adán, su comunión también será más dulce. La comunión entre esposos es más plena que entre amigos, porque tienen una unión más íntima. La unidad de Dios con Adán era la que existe entre los amigos, pero con el pecador perdonado es como la que existe entre los esposos: “Porque tu marido es tu Hacedor” (Is. 54:5). Hay un doble beneficio peculiar de la comunión entre el pecador perdonado y Dios.

a.- Cristo es el fundamento para edificar la comunión con Dios

Por supuesto que Adán era hijo de Dios, pero estaba más distanciado de Él que el alma reconciliada. Aunque era hijo por creación, el Hijo de Dios aún no había llegado a ser Hijo del Hombre mediante la encarnación; y esta es la única puerta por donde entra la atesorada unidad del creyente con Dios.

Cada vez que el creyente levanta los ojos de la fe a Dios, ve su propia naturaleza en pie ante el Trono en la persona de Jesucristo. Si los Patriarcas corrieron a su anciano padre con la gozosa noticia al ver a José a la diestra del faraón, con el manto del poder y honor real, qué abundante mensaje lleva la fe al cristiano después de cada visión de amor en la comunión con Dios. “Anímate, alma mía, veo a Jesucristo, tu pariente más cercano, en gloria a la diestra de Dios. No temas más, porque él tiene “toda potestad […] en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18), y su sangre te relaciona tan estrechamente con él que no podrá olvidarte, si no se esconde de su propia carne”.

Mientras más desciende un rey al nivel del súbdito más humilde, más familiar se hace para todos. Fue una maravillosa condescendencia de su parte cuando el Dios Todopoderoso y sin igual, primero, creó al hombre y, luego, estableció tan cordial pacto con él. Pero en el nuevo pacto divino, él desciende de su trono y cambia su manto majestuoso de gloria por los harapos de la débil carne. Deja su palacio para  morar durante algún tiempo en la choza humilde de una criatura; y allí padece persecución a manos de aquellos que vino a salvar.

Cuando terminan sus años en la tierra, vuelve al Cielo, no para quejarse de los malos tratos recibidos, ni para alinear las tropas divinas contra sus atormentadores, sino para preparar el palacio celestial para aquellos que antes lo odiaban pero ahora están llenos de su gracia.

Cristo hace algo más: a fin de que los que están sobre la tierra no teman que su recuperada realeza pueda excluirlos de su corazón, demuestra ser el mismo en el cenit de su honor que era en lo profundo de su humillación. Demuestra esta inmutabilidad al volver a la gloria celestial con la misma ropa que tomó prestada de su naturaleza. Así el Hijo de Dios incorpora esta vestidura a su vida glorificada, y marca el patrón de lo que serán los cuerpos de los cristianos en el Reino. Ninguna parte de esta identificación de Cristo con el hombre estaba presente en el trato de Dios con Adán.

b.- La misericordia perdonadora y el amor de Cristo endulzan la comunión con Dios

Adán no tenía este terrón de azúcar en su copa; conocía el amor de un Dios dador, pero le era desconocida la misericordia del Dios perdonador. El pecador reconciliado experimenta ambas cosas.

El amor del padre consuela al hijo obediente, pero esta demostración de ternura no se puede comparar con la compasión que siente el padre para con su hijo rebelde. Ciertamente el pródigo que vuelve a los brazos abiertos de su padre tiene mayor razón para devolver ese amor paternal que el hermano que nunca abandonó su casa. Sin duda, la misericordia perdonadora y el amor de Cristo que la procuró, son el fruto más dulce y sano sobre el cual el cristiano puede meditar en la tierra.

¿Quién es capaz de concebir la espléndida música que tocarán los santos glorificados en esta clave de amor y misericordia divinos? Seguramente sus arpas estarán afinadas con el “cántico del Cordero” (Ap. 15:3). La celebración plena de los cristianos en la gloria celestial está compuesta de los mejores ingredientes posibles, dispuestos por la mano de Dios para no perderse ninguno; y el sabor de cada uno no se confunde con otro. Pero la misericordia perdonadora y el amor insuperable de Dios en Cristo, ponen un dulce remate al festín y su sabor destaca sobre todo lo demás.

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Extracto del libro:  “El cristiano con toda la armadura de Dios” de William Gurnall

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